La Jornada 26 de Diciembre de 2009
Nunca llueve a
gusto de todos.
Pero si
atisbamos un
principio de
acuerdo entre
socialdemocracia,
derecha
conservadora,
progresista o
liberal, éste se
produce a la
hora de señalar
que la crisis
supone un
deterioro de la
sociedad de
clases medias
.
Es pan común
dejar a un lado
a las clases
trabajadoras,
total siempre lo
han pasado mal,
incluso en
tiempos de
bonanza.
Se viva en la oposición o se gobierne los argumentos para subir o bajar los impuestos, aumentar el IVA, salvar las entidades financieras, flexibilizar el mercado laboral, seguir privatizando o dar un mayor impulso a las políticas de inversión pública, sirven para justificar un apoyo a las maltratadas clases medias y evitar el desastre. Según encuestas y estudios sociológicos elaborados ad hoc sus miembros constituyen la base mayoritaria de la población. Son los sufridos profesionales, médicos, ingenieros, maestros, los funcionarios del Estado, los empleados del sector terciario, los pequeños y medianos empresarios, incluso se suman los trabajadores especializados y los mandos intermedios de las empresas trasnacionales. En definitiva, se les identifica como los triunfadores del siglo XX. Aquellos cuya perseverancia y esfuerzo abrió las puertas a un mundo de bienestar, consumo y progreso. Ellos no forman parte de la cultura de la pobreza.
Hoy, nos dicen, son los más perjudicados por la crisis. Para justificar tal acervo nos apuntan a una merma en sus expectativas de movilidad social ascendente. Sufren la negativa de los bancos para acceder a préstamos fáciles. Ya no hay dinero para hipotecas, tampoco para becas de estudio, investigación o post-grado. Menos aún obtienen el aval para cambiar de coche o irse de vacaciones. Las clases medias están deprimidas económica y sicológicamente. El diagnostico se complementa con una percepción negativa de su papel político en circunstancias como las descritas. Son fácilmente manipulables y pueden convertirse en carne de cañón para proyectos populistas. Las clases medias están cansadas, hay que tomar medidas. Por primera vez se hacen públicas investigaciones vaticinando que las clases medias vivirán una época de constricción. Es urgente devolverles la confianza. Deben ser rescatadas, convirtiéndolas nuevamente en el motor del cambio social, la estabilidad y el crecimiento económico. Tiene un papel que cumplir, son por antonomasia el colchón que amortigua los conflictos entre el capital y el trabajo, el pegamento de la sociedad.
Esta
interpretación
de la sociedad
de las clases
medias es una de
las grandes
falacias del
capitalismo. El
principio de
explicación es
burdo pero no
por ello menos
efectivo. Frente
a la
contradicción
entre burgueses
y proletarios,
campesinos y
terratenientes,
la irrupción de
las clases
medias en el
siglo XX habría
transformado
definitivamente
el capitalismo.
Nunca más se
verían niños
trabajando 12 o
14 horas por
unos peniques,
mendigos tirados
en las calles,
hombres y
mujeres
sometidos a
castigos
degradantes y
sobreexplotados.
Ese capitalismo,
adjetivado como
salvaje, habría
pasado a mejor
vida. De él sólo
queda un
recuerdo borroso
y literario,
aquel que
humanistas,
médicos,
juristas y
representantes
parlamentarios
habían descrito
en sus informes
sobre las
condiciones de
vida de las
clases obreras.
Por su lectura
sabemos del tipo
de castigos a
los cuales se
les sometía.
Desde cepos,
latigazos,
cárcel y
encadenamientos,
hasta la
violación y las
mutilaciones.
Baste como
ejemplo lo dicho
por Juan Bialet
Massé en su
informe sobre
Las clases
obreras
argentinas a
principios de
siglo XX
: “…
desde Santa Fe a
Jujuy, el
almacén o
proveeduría o el
crédito al
obrero sobre su
salario son las
armas que
esgrime la
explotación para
estrujarle, sin
reparar vicios,
antes bien
induciéndolo a
que se encenegue
en él,
manteniéndolo en
un estado de
embrutecimiento
y degeneración
física y moral
que constituye
un peligro
público.” En
parecidos
términos se
referiría a la
situación de los
pueblos indios.
Se reniega
del indio pero
se le explota.
Los que hablan
de su
exterminio, de
arrojarlo al
otro lado de las
fronteras no
saben lo que
dicen o lo saben
demasiado. Aún
en el sur, donde
es fácil
relativamente
poblar, porque
el clima es
similar al de
Europa, el brazo
del indio
vendría muy
bien; pero sin
él, en el Chaco
no hay ingenio,
ni obraje, ni
algodonal.
Para limar estas lacerantes aristas, la existencia de una clase media contribuía a cambiar la concepción del capitalismo y dotarlo de una perspectiva integradora. Una visión afable, llena de oportunidades sustituía esa época de arbitrariedad, explotación y violencia extrema. Afincar la meritocracia y reconocer los derechos civiles en el marco de un estado de derecho, eran el caldo de cultivo propuesto para su desarrollo. El capitalismo se reinventaba. No más exclusión. Gracias a las clases medias, el temor a las revoluciones socialistas quedaría atrás.
Los trabajadores, dirá W.W. Rostow, en su clásico Las etapas del crecimiento económico, un manifiesto no comunista “… se conformarán con un poco de progreso bastante estable; tenían la sensación de que las cosas estaban mejorando para él y para sus hijos y de que en general, estaban recibiendo una parte justa de lo que producía la sociedad; estaban dispuestos a luchar por lo que él deseaba dentro de las reglas de la democracia política, en un sistema de propiedad privada, tendían a identificarse con su sociedad nacional más que con el mundo abstracto de obreros industriales supuestamente oprimidos…”. Con ello se pretendió deslegitimar la izquierda marxiana. Su pronóstico, nos dicen, se mostró equívoco. El capitalismo no genera más miseria ni pauperización, por el contrario, disminuye las desigualdades y redistribuye la riqueza. Las clases trabajadoras se transformarían en clases medias, es el capitalismo con rostro humano.
Esta interpretación promovida por los intelectuales del establishment es una cortina de humo para tapar la explotación. Las clases medias constituyen un eufemismo para las clases dominantes y su definición adolece de errores de bulto, ni configuran un grupo homogéneo ni tienen intereses comunes, ni menos presentan un proyecto político de sociedad, factores claves para constituir una clase social. Asimismo, la actual concentración de la riqueza pone en entredicho la marcha hacia una sociedad de las clases medias. Por el contrario, todo indica que asistimos a una pauperización creciente de las clases trabajadoras y los sectores medios. La historia le sigue dando la razón a Marx. La crisis es del capitalismo, no de las clases medias.