Elecciones ilegales en Honduras y la hipocresía de
Washington
Eva Gollinger
ABN
30 de
Noviembre de 2009
“¿Qué vamos a hacer, quedarnos
sentados durante cuatro años y simplemente condenar al
golpe?”. Declaraciones de un alto oficial del
Departamento de Estado en Washington ayer.
Las verdaderas divisiones en América Latina –entre la
justicia y la injusticia, democracia y dictadura,
derechos humanos y derechos de corporaciones, el poder
popular y la dominación imperial– nunca han estado tan
visibles como hoy.
Los movimientos de los pueblos por toda la región para
transformar sistemas corruptos y desiguales que han
aislado y excluido la mayoría de las naciones
latinoamericanas, están hoy exitosamente tomando el
poder de forma democrática y construyendo nuevos modelos
fundamentados en la justicia económica y la justicia
social. Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador están en
la vanguardia de estos movimientos, mientras que otras
naciones, como Uruguay y Argentina se están moviendo con
un paso un poco más lento hacia el cambio.
La región históricamente ha sido plagada por una
injerencia brutal de Estados Unidos, la cual ha buscado
a todo costo dominar y controlar los recursos
estratégicos y naturales contenidos en este territorio
abundante. Con la excepción de la desafiante revolución
cubana, Washington logró instalar regímenes títeres por
toda América Latina a finales del siglo XX.
Cuando Hugo Chávez ganó la presidencia en 1998 y la
revolución bolivariana comenzó a florecer, el balance
del poder y el control imperial sobre la región se
debilitaban. Ocho años del gobierno de George W. Bush
trajo de nuevo los golpes de Estado a la región, en
Venezuela en 2002 contra el presidente Chávez y en Haití
en 2004 contra el presidente Aristide. El primero fue
derrotado por una insurrección popular masiva del
pueblo, y el posterior logró secuestrar y derrocar a un
presidente ya no conveniente para los intereses de
Washington.
A pesar de los esfuerzos de la administración de Bush de
neutralizar la expansión de revolución en América
Latina, a través de golpes, sabotajes económicos, guerra
mediática, operaciones psicológicas, intervención
electoral y un incremento en la presencia militar,
naciones justo a la frontera estadounidense, como
Honduras, El Salvador y Guatemala eligieron presidentes
con tendencias izquierdistas. La integración
latinoamericana se consolidó con UNASUR y ALBA, y las
garras del poder de Washington comenzaron a desaparecer.
Henry Kissinger dijo en los años setenta: “Si no podemos
controlar a América Latina, ¿cómo vamos a dominar al
mundo'”. Esta visión imperialista está muy vigente hoy.
La presencia de Obama en la Casa Blanca fue vista de
forma errónea por muchos en la región como un señal de
un final a la agresión estadounidense en el mundo, y
especialmente aquí, en América Latina. Por lo menos,
muchos pensaban que Obama disminuiría las crecientes
tensiones con sus vecinos en el sur. Por cierto, el
mismo, el nuevo presidente de Estados Unidos, hizo
alusiones a tales cambios.
Pero ahora, la estrategia del “Smart Power” (poder
inteligente) de la administración de Obama ha sido
desenmascarada. Los abrazos, intercambios de manos,
sonrisas, regalos y promesas de “no más intervención” y
“una nueva era” realizadas por el presidente Obama mismo
ante los líderes de las naciones latinoamericanas
durante la Cumbre de las Américas en Trinidad en abril
pasado, se han convertido en cínicos gestos de
hipocresía.
Cuando Obama llegó al poder, la reputación de Washington
estaba decayendo. Los intentos débiles de “cambiar” la
relación Norte-Sur en las Américas han resultado en una
situación peor, reafirmando que la visión de Kissinger
sobre la importancia de controlar ésta región es una
política de estado de Washington que no depende de
ningún partido o jefe de estado.
El papel de Washington en el golpe en Honduras contra el
presidente Zelaya ha sido evidente desde el primer día.
El financiamiento continuo a los golpistas, la presencia
militar del Pentágono en Soto Cano, las constantes
reuniones entre funcionarios del Departamento de Estado
y el embajador de EEUU en Honduras, Hugo Llorens, con
los golpistas, y los intentos cínicos de forzar una
“mediación” y “negociación” entre los golpistas y el
gobierno legítimo de Honduras, son evidencias
contundentes sobre las intenciones de Washington de
consolidar esta nueva forma de “golpe inteligente”.
La insistencia pública inicial del gobierno de Obama
sobre la legitimidad de Zelaya como presidente de
Honduras rápidamente desapareció luego de las primeras
semanas del golpe. Los llamados para la “restitución del
órden democrático y constitucional” en Honduras fueron
cambiadas por cuchicheos débiles repetidos por las voces
monótonas de los voceros del Departamento de Estado.
La imposición del presidente de Costa Rica, Oscar Árias
-una ficha de Washington- para “mediar” la “negociación”
ordenada por Washington entre los golpistas y el
presidente Zelaya fue un circo. Del primer momento, era
obvio que el Departamento de Estado estaba promoviendo
una estrategia de “ganar tiempo” para consolidar el
golpe en Honduras. La falta de sinceridad de Árias y su
complicidad en el golpe fue evidente desde la misma
mañana del violento secuestro y el exilio forzado de
Zelaya.
Altos funcionarios del Pentágono, el Departamento de
Estado y la CIA presentes en la base de Soto Cano,
controlada por Washington, arreglaron el transporte de
Zelaya a Costa Rica. Árias había ya expresado su
disposición, de forma subserviente, para refugiar al
presidente ilegalmente exiliado y de no detener aquellos
secuestradores que pilotearon el avión que -en violación
del derecho internacional- llegó al territorio
costaricense.
Hoy, Oscar Arias ha hecho un llamado a todas las
naciones del mundo para “reconocer” a las elecciones
ilegales e ilegítimas que están tomando lugar en
Honduras. ¿Porqué no', ha dicho Árias, si no hay fraude
o irregularidades, “¿porqué no reconocer a un nuevo
presidente' El Departamento de Estado y hasta el propio
presidente Obama han dicho lo mismo y están llamando
-presionando- a sus aliados de reconocer a un nuevo
régimen en Honduras, elegido bajo una dictadura.
El fraude y las irregularidades ya están presentes,
considerando que hoy, ninguna democracia existe en
Honduras que permitiría las condiciones adecuadas para
un proceso electoral. Y el Departamento de Estado
admitió hace dos semanas que están activamente
financiando el proceso electoral y las campañas
electorales en Honduras desde hace tiempo. Y los
“observadores internacionales” enviados para dar
credbilidad al proceso ilegal en Honduras son todas
agencias y agentes del imperio.
El Instituto Republicano Internacional (IRI), y el
Instituto Demócrato Nacional (NDI), dos agencias creadas
para filtrar el financiamiento de la USAID y la NED a
partidos políticos en el exterior para promover la
agenda estadounidense, no solamente financiaron a los
grupos involucrados en el golpe de estado en Honduras
sino ahora están “observando” las elecciones. Grupos
terroristas como UnoAmerica, dirigido por el golpista
venezolano Alejando Peña Esclusa, también han enviado
“observadores” a Honduras. Y el terrorista criminal
miamero-cubano Adolfo Franco, antiguo director de la
USAID, es otro “pesado” en la lista de los observadores
electorales hoy en Honduras.
Pero la Organización de Estados Americanos (OEA) y el
Centro Carter, que no son entidades “izquierdistas”, han
condenado al proceso electoral en Honduras como
ilegítimo y rechazaron enviar observadores. Lo mismo lo
han hecho las Naciones Unidas y la Unión Europea, tanto
como la UNASUR y el ALBA.
Washington está sólo, junto a sus regímenes títeres en
Colombia, Panamá, Perú, Costa Rica e Israel, como las
únicas naciones que públicamente han indicado su
reconocimiento del proceso electoral en Honduras. Un
alto funcionario del Departamento de Estado declaró ayer
al Washington Post: '¿Qué vamos a hacer, quedarnos
sentados durante cuatro años y simplemente condenar al
golpe''. Bueno, Washington se ha quedado sentado durante
50 años rechazando reconocer al gobierno cubano. Pero
eso es porque el gobierno de Cuba no le conviene a
Washington. Y el régimen dictatorial en Honduras sí le
conviene.
El movimiento de resistencia en Honduras está
boicoteando las elecciones, llamando para la abstención
masiva del proceso ilegal. Las calles de Honduras han
sido tomadas por miles de fuerzas militares, bajo el
control del Pentágono. Con armas avanzadas de Israel, el
régimen golpista está preparado para reprimir y
brutalizar de forma masiva a los que resisten el proceso
electoral. Debemos mantener nuestra vigilancia y
solidaridad con el pueblo de Honduras frente al peligro
inmenso que lo rodea.
Las elecciones realizadas ayer en Honduras constituyen
un segundo golpe de estado contra el pueblo hondureño,
esta vez abiertamente diseñado, promovido, financiado y
apoyado por Washington. Sin importar el resultado de las
elecciones, no habrá justicia para Honduras hasta que
cese la injerencia imperial. |