Después de
casi 50 años de hostilidad incesante hacia el
gobierno revolucionario de Cuba, Estados Unidos está
dando sus primeros pasos hacia un deshielo en las
relaciones. El gobierno cubano responde con cautela
y escepticismo, pero deja la puerta abierta a esta
posibilidad. Algunos comentaristas han atribuido
esta nueva situación a un cambio en el liderazgo de
ambos países. La explicación real descansa mucho más
en un cambio en la situación geopolítica –en el
sistemamundo como un todo– y en América latina en
particular.
Los
revolucionarios cubanos asumieron el poder en enero
de 1959. Las relaciones con Estados Unidos se
deterioraron mucho en el lapso de un año. En marzo
de 1960, el presidente Eisenhower ordenó preparar
una invasión de exiliados cubanos para derrocar al
gobierno de Cuba. En marzo de 1961, poco después de
llegar a presidente, John F. Kennedy aprobó una
versión revisada del plan Eisenhower. El plan se
instrumentó un mes después. Se lo conoce como la
invasión de Bahía de Cochinos (Playa Girón). Duró
unos cuantos días y fue un fiasco militar para los
invasores respaldados por Estados Unidos.
En enero
de 1962, Estados Unidos propuso en la reunión de la
Organización de Estados Americanos (OEA) que se le
suspendiera su membresía a Cuba. La propuesta de
Estados Unidos fue aprobada por 14 de los 21
miembros, apenas las dos terceras partes necesarias
para que pasara. Cuba votó que no y se abstuvieron
otros seis países latinoamericanos. El argumento
principal para la suspensión fue que Cuba había
anunciado su adhesión al marxismoleninismo, que se
consideró incompatible con la membresía.
Además,
Estados Unidos lanzó un embargo total a las
relaciones comerciales con Cuba y buscó la
aquiescencia con este boicot de los aliados de la
OTAN en Europa occidental y de los Estados
latinoamericanos.
Octubre de
1962 marcó la muy dramática crisis de los misiles
cubanos. La Unión Soviética colocó misiles nucleares
en sitios de la isla. Estados Unidos exigió que
fueran retirados. El mundo temió que estuviéramos a
punto de una guerra nuclear. Al final, la Unión
Soviética retiró los misiles, supuestamente a cambio
de un compromiso secreto de Estados Unidos de que no
respaldaría ninguna invasión más a Cuba. El gobierno
cubano indicó su desacuerdo con la decisión de la
Unión Soviética, pero mantuvo sus buenas relaciones
con ese gobierno.
Como
resulta evidente, el principal elemento en la
hostilidad estadounidense hacia el gobierno cubano
se debió a consideraciones de la Guerra Fría. De ahí
en adelante, el gobierno de Estados Unidos puso
presión constante en sus aliados de la OTAN y en los
Estados latinoamericanos para que cortaran todos sus
vínculos con Cuba, lazos que, uno por uno, casi
todos cortaron.
Al mismo
tiempo, hubo un número creciente de exiliados
cubanos en Estados Unidos. Estos exiliados estaban
decididos a derrocar al gobierno cubano, y se
organizaron políticamente para garantizar un fuerte
apoyo a esta idea por parte del Congreso y del
gobierno estadounidense. Durante los primeros 30
años, este esfuerzo tuvo más y más éxito.
Contra
esta hostilidad, el gobierno cubano buscó alianzas
no sólo con países del así llamado bloque socialista
sino con gobiernos y movimientos revolucionarios en
el llamado tercer mundo. “Exportó” a los países del
tercer mundo su capital humano en la forma de
médicos y profesores bien capacitados. Ofreció ayuda
militar crucial al gobierno de la Angola
independiente, que entonces luchaba contra los
invasores del gobierno de Sudáfrica, promotor del
apartheid. Las tropas cubanas ayudaron a derrotar a
los sudafricanos en la crucial batalla de Cuito
Carnavale en 1988.
La
situación cambió por completo en los años ‘90, en
tres modos cruciales. El primer nuevo elemento fue
el colapso de la Unión Soviética. Esto significó que
las consideraciones de la Guerra Fría se volvieran
irrelevantes. Significó también que Cuba sufriera
grandes penurias económicas en los años ’90 debido
al fin de la asistencia económica ruso/soviética, y
que tuviera que ajustar su programa interno.
El segundo
nuevo elemento, especialmente evidente en la
presidencia de George W. Bush, fue la aguda
decadencia del poderío geopolítico estadounidense.
Esto desató un serio revés en la política
latinoamericana, con la subida al poder de gobiernos
de centroizquierda en un país tras otro. Una por
una, todas estas naciones empezaron a reestablecer
relaciones con Cuba y llamaron a ponerle fin al
boicot estadounidense y a la reintegración de Cuba a
la OEA.
El tercer
elemento fue una marcada transformación en el
escenario político estadounidense. Por vez primera,
comenzó a hablarse con seriedad del “fracaso” de las
políticas estadounidenses hacia Cuba. Hubo presión
de los agricultores que se interesaron en conseguir
el derecho de vender sus productos en Cuba. Esto
obtuvo respaldo de muchos senadores republicanos,
incluido, notablemente, Richard Luger, el decano
republicano en el Comité de Relaciones Exteriores
del Senado.
Más
importante aún fue el hecho de que, después de 50
años, la comunidad de exiliados en Cuba evolucionó
en sus puntos de vista políticos. Un gran número de
cubanoestadounidenses más jóvenes comenzaron a
argumentar en favor de su derecho a viajar a Cuba,
enviar dinero ahí y establecer un intercambio libre
y abierto.
Cuando
Barack Obama llegó a la presidencia, recibió algunas
presiones para emprender el “deshielo” en las
relaciones cubanoestadounidenses. Esto lo hizo
mediante varios gestos iniciales, deshaciendo las
restricciones a las remesas familiares y a los
viajes que su predecesor había impuesto.
Qué tan
lejos está dispuesto a llegar Obama para mejorar las
relaciones es algo que no sabemos todavía. Pero
mientras que hace apenas 10 años las presiones
políticas internas en Estados Unidos estaban
abrumadoramente en favor de un boicot económico, hoy
el público y los políticos están divididos. Y debido
a la evolución de la opinión latinoamericana y el
tamaño creciente de la población latina en Estados
Unidos, es probable que la opinión pública
evolucione todavía más en uno o dos años por venir.
La
reacción de Cuba ha sido prudente. Fidel Castro lo
explicó bien el 5 de abril. Dijo que los gestos y
afirmaciones de Obama estaban destinados
primordialmente al público estadounidense y
expresaban la opinión de un presidente de Estados
Unidos. “Sin duda es mucho mejor que Bush y McCain”
(algo que muchos críticos de izquierda no quieren
admitir de Obama), pero Obama está constreñido por
las realidades. “El imperio es mucho más poderoso
que él y sus buenas intenciones.”
Así que
Cuba está tentativamente explorando qué tan lejos
quiere llegar Estados Unidos. Hay discusiones
diplomáticas de “nivel bajo” que ya están en curso.
El gobierno de Obama tiene presiones que empujan
hacia el “deshielo”. El gobierno de Castro tiene
presiones en América latina en favor de un
“deshielo”. Si las realidades geopolíticas continúan
evolucionando en la dirección en la que se han
encaminado en los últimos años, no es imposible que
Cuba y Estados Unidos logren relaciones diplomáticas
“normales”. No hay duda de que ambos continuarían
teniendo perspectivas diferentes con respecto al
mundo, y que prosigan diferentes objetivos, pero eso
es cierto para casi todas las relaciones
bilaterales. Lograr una situación en que las
relaciones entre Cuba y Estados Unidos fueran unas
de dignidad y respeto mutuo sería un gran avance con
respecto a las relaciones de los pasados 50 años.