Las bases
yankis y la soberanía latinoamericana |
Fidel Castro Ruz
Cuba Debate 11 de
Agosto de 2009
El concepto de nación surgió de la suma de elementos comunes como la
historia, lenguaje, cultura, costumbres, leyes, instituciones y otros
factores relacionados con la vida material y espiritual de las
comunidades humanas.
Los pueblos de la América, por
cuya libertad Bolívar realizó las grandes hazañas que lo convirtieron en
El Libertador, fueron llamados por él a crear, como dijo: “la más grande
nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad
y gloria”.
Antonio José de Sucre libró en Ayacucho la última batalla contra el
imperio que había convertido gran parte de este continente en propiedad
real de la corona de España durante más de 300 años.
Es la misma América que decenas de años más tarde, y cuando ya había
sido cercenada en parte por el naciente imperio yanki, Martí llamó
Nuestra América.
Hay que recordar una vez más que, antes de caer en combate por la
independencia de Cuba, último bastión de la colonia española en América,
el 19 de mayo de 1895, horas antes de su muerte, José Martí escribió
proféticamente que todo lo que había hecho y haría era para “…impedir a
tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas
los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras
de América”.
En Estados Unidos, las 13
colonias recién liberadas no tardaron en extenderse desordenadamente
hacia el Oeste en busca de tierra y oro, exterminando indígenas hasta
que arribaron a las costas del Pacífico, competían los Estados
agrícolas esclavistas del Sur con los Estados industriales del Norte que
explotaban el trabajo asalariado, tratando de crear otros Estados para
defender sus intereses económicos.
En 1848 arrebataron a México más del 50 por ciento de su territorio, en
una guerra de conquista contra el país, militarmente débil, que los
llevó a ocupar la capital e imponerle humillantes condiciones de paz. En
el territorio arrebatado estaban las grandes reservas de petróleo y gas
que más tarde suministrarían a Estados Unidos durante más de un siglo y
lo siguen en parte suministrando.
El filibustero yanki William Walker, estimulado por “el destino
manifiesto” que proclamó su país, desembarcó en Nicaragua en el año 1855
y se autoproclamó Presidente, hasta que fue expulsado por los
nicaragüenses y otros patriotas centroamericanos en 1856.
Nuestro Héroe Nacional vio cómo el destino de los países
latinoamericanos era destrozado por el naciente imperio de Estados
Unidos.
Después de la muerte en combate de Martí se produjo la intervención
militar en Cuba, cuando ya el ejército español estaba derrotado.
La Enmienda Platt, que concedía al poderoso país derecho a intervenir en
la Isla, fue impuesta a Cuba.
La ocupación de Puerto Rico, que ha durado ya 111 años y hoy constituye
el llamado “Estado Libre Asociado”, que no es Estado ni es libre, fue
otra de las consecuencias de aquella intervención.
Las peores cosas para América Latina estaban por venir, confirmando las
geniales premoniciones de Martí. Ya el creciente imperio había decidido
que el canal que uniría los dos océanos sería por Panamá y no por
Nicaragua. El istmo de Panamá, la Corinto soñada por Bolívar como
capital de la más grande República del mundo concebida por él, sería
propiedad yanki.
Aun así, hubo peores consecuencias a lo largo del Siglo XX. Con el apoyo
de las oligarquías políticas nacionales, los Estados Unidos se adueñaron
después de los recursos y de la economía de los países latinoamericanos;
las intervenciones se multiplicaron; las fuerzas militares y policiales
cayeron bajo su égida. Las empresas transnacionales yankis se apoderaron
de las producciones y servicios fundamentales, los bancos, las compañías
de seguros, el comercio exterior, los ferrocarriles, barcos, almacenes,
los servicios eléctricos, los telefónicos y otros, en mayor o menor
grado pasaron a sus manos.
Es cierto que la profundidad de la desigualdad social hizo estallar la
Revolución Mexicana en la segunda década del Siglo XX, que se convirtió
en fuente de inspiración para otros países. La revolución hizo avanzar a
México en muchas áreas. Pero el mismo imperio que ayer devoró gran parte
de su territorio, hoy devora importantes recursos naturales que le
restan, la fuerza de trabajo barata y hasta lo hace derramar su propia
sangre.
El TLCAN es el más brutal acuerdo económico impuesto a un país en
desarrollo. En aras de la brevedad, baste señalar que el Gobierno de
Estados Unidos acaba de afirmar textualmente: “En momentos en que México
ha sufrido un doble golpe, no solo por la caída de su economía sino
también por los efectos del virus A H1N1, probablemente queremos tener
la economía más estabilizada antes de tener una larga discusión sobre
nuevas negociaciones comerciales.” Por supuesto que no se dice una sola
palabra de que, como consecuencia de la guerra desatada por el tráfico
de drogas, en la que México emplea 36 mil soldados, casi cuatro mil
mexicanos han muerto en el 2009. El fenómeno se repite en mayor o menor
grado en el resto de América Latina. La droga no solo engendra problemas
graves de salud, engendra la violencia que desgarra a México y a la
América Latina como consecuencia del mercado insaciable de Estados
Unidos, fuente inagotable de las divisas con que se fomenta la
producción de cocaína y heroína, y es el país de donde se abastecen las
armas que se emplean en esa feroz y no publicitada guerra.
Los que mueren desde el Río
Grande hasta los confines de Suramérica son latinoamericanos. De este
modo, la violencia general bate récord de muertes y las víctimas
sobrepasan la cifra de 100 mil por año en América Latina, engendradas
fundamentalmente por las drogas y la pobreza.
El imperio no libra la lucha
contra las drogas dentro de sus fronteras; la libra en los territorios
latinoamericanos.
En nuestro país no se cultivan
la coca ni la amapola. Luchamos con eficiencia contra los que intentan
introducir drogas en nuestro país o utilizar a Cuba como tránsito, y los
índices de personas que mueren a causa de la violencia se reducen cada
año. No necesitamos para ello soldados yankis. La lucha contra las
drogas es un pretexto para establecer bases militares en todo el
hemisferio. ¿Desde cuándo los buques de la IV Flota y los aviones
modernos de combate sirven para combatir las drogas?
El verdadero objetivo es el
control de los recursos económicos, el dominio de los mercados y la
lucha contra los cambios sociales. ¿Qué necesidad había de restablecer
esa flota, desmovilizada al final de la Segunda Guerra Mundial, hace más
de 60 años, cuando ya no existe la URSS ni la guerra fría? Los
argumentos utilizados para el establecimiento de siete bases aeronavales
en Colombia son un insulto a la inteligencia.
La historia no perdonará a los
que cometen esa deslealtad contra sus pueblos, ni tampoco a los que
utilizan como pretexto el ejercicio de la soberanía para cohonestar la
presencia de tropas yankis. ¿A qué soberanía se
refieren? ¿La conquistada por Bolívar, Sucre, San Martín, O´Higgins,
Morelos, Juárez, Tiradentes, Martí? Ninguno de ellos habría aceptado
jamás tan repudiable argumento para justificar la concesión de bases
militares a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, un imperio más
dominante, más poderoso y más universal que las coronas de la península
ibérica.
Si como consecuencia de tales
acuerdos promovidos de forma ilegal e inconstitucional por Estados
Unidos cualquier gobierno de ese país utilizara esas bases, como
hicieron Reagan con la guerra sucia y Bush con la de Iraq, para provocar
un conflicto armado entre dos pueblos hermanos, sería una gran tragedia.
Venezuela y Colombia nacieron juntos en la historia de América tras las
batallas de Boyacá y Carabobo, bajo la dirección de Simón Bolívar. Las
fuerzas yankis podrían promover una guerra sucia como hicieron en
Nicaragua, incluso emplear soldados de otras nacionalidades entrenados
por ellos y podrían atacar algún país, pero difícilmente el pueblo
combativo, valiente y patriótico de Colombia se deje arrastrar a la
guerra contra un pueblo hermano como el de Venezuela.
Se equivocan los imperialistas
si subestiman igualmente a los demás pueblos de América Latina. Ninguno
estará de acuerdo con las bases militares yankis, ninguno dejará de ser
solidario con cualquier pueblo latinoamericano agredido
por el imperialismo.
Martí admiraba
extraordinariamente a Bolívar y no se equivocó cuando dijo: “…así está
Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo… calzadas aún las
botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta
hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América todavía(...).”.
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