Mi panadera es palestina. Hace tiempo, cuando yo iba a
su tienda y no había público, nunca nos faltaba tema de
conversación. Así me enteré de muchas cosas que no dicen
los periódicos, pues con cierta frecuencia ella hablaba
con su familia por teléfono o algún miembro o vecino de
ésta venía a España.
Cuando el hecho es llamativo, los periódicos sí hablan
de él, aunque, la mayor parte de las veces,
distorsionándolo. Como mínimo, la distorsión consiste en
este caso en tratar la tragedia de los palestinos como
un conflicto entre dos partes más o menos equiparables.
Y aluden a esa tragedia, a la tragedia de UN pueblo, al
sufrimiento del pueblo palestino, como “el conflicto
palestino-israelí”. Publiqué un artículo sobre el tema
en Rebelión.
Los periódicos, por ejemplo, no han informado a sus
lectores de que los saqueos de casas palestinas por el
ejército israelí son DIARIOS . Diariamente, varios
grupos de soldados patrullan por las calles de ciudades
y pueblos e irrumpen en las casas, rompen televisores y
otros electrodomésticos, y muebles, rasgan fotografías,
tiran la ropa por el suelo. La excusa es que “sospechan”
que allí se esconde un terrorista. Y muchas veces hasta
lo encuentran, porque, en teoría, para los israelíes,
todos los palestinos son terroristas. Sin duda este
comportamiento forma parte de una maniobra continuada de
desgaste de la resistencia moral, de cansancio físico y
anímico, de agotamiento, para que se vayan a hacinarse
con otros en campos de refugiados los que no quieran
hacinarse en la cárcel o el cementerio.
Más tarde, fui yo quien empezó a facilitar a mi amiga
noticias y artículos sobre el problema. Ella tenía
ordenador, pero no Internet. Yo le imprimía todos los
artículos que publicaba REBELIÓN y se los daba cuando
iba por el pan.
Podría rellenar un libro con lo que Mariam me contó en
el curso de unos cuantos años. Voy a traer aquí
solamente un suceso que tuvo lugar a los tres días de
estar ella en un pueblo, no recuerdo el nombre, cerca de
Jerusalén, a principios de agosto de hace tres veranos,
el cual, por sí solo, podría llenar varios tomos de una
historia universal de la infamia:
"Era mi
tercera noche en la casa de mis padres. Sobre las
diez de la noche, yo estaba en la terraza de la
cocina, viendo cómo un niño de unos once o doce
años, cambiaba una bandera israelí, que colgaba
sobre la puerta de un edificio, por una palestina.
Desde hace tiempo, las banderas palestinas están
prohibidas y, por las noches, los chicos las
cambian. A éste lo pillaron los soldados. Lo
pillaron y, entre juegos, voces y risas lo quisieron
obligar a besar la bandera israelí y pisar la de
Palestina. El niño hizo todo lo contrario: besó la
bandera palestina y pisoteó la israelí. Se lo
llevaron a rastras a su casa. Vivía unas puertas más
arriba que nosotros. Unos minutos más tarde, no se
cuántos, oí un disparo. ¿Sabes lo que habían hecho
los soldados? Habían subido al niño a su casa,
habían sentado a sus padres en un sillón, y lo
habían tumbado a él encima de las rodillas de sus
padres Y le pegaron un tiro en la cabeza.
No me
pidas que te cuente más historias de Palestina. He
visto muchas cosas y muchas de ellas no he podido
evitarlas, porque me apuntaba un M16 a la cabeza. La
vida de un palestino vale muy poco".
Hubo un momento, ya ella de regreso, en que, en nuestras
conversaciones, pretendíamos desentrañar la raíz del
comportamiento de los israelíes. Una gente que, habiendo
sufrido un holocausto que finalizó en 1945, inició, sólo
tres años más tarde, la serie de rapiñas y crímenes que
habría de desembocar en otro holocausto más infame, por
su carga atroz de cinismo e hipocresía, su desafío casi
burlesco a los organismos internacionales y a la
comunidad internacional, su abuso de la fuerza: poseen
el tercer ejército del mundo y, a donde no llega su
poder, cuentan con la ayuda de los Estados Unidos. Los
lectores de Rebelión saben bien que Israel ha
desatendido unas cincuenta resoluciones condenatorias de
las Naciones Unidas, todas ellas salvadas por el veto
norteamericano.
Los palestinos son primos hermanos de quienes ahora los
despojan y los matan. Son descendientes de los judíos
que se quedaron en Palestina, tras la catástrofe del año
70, y que después se convirtieron al Islam. Los propios
historiadores judíos han demostrado que nunca hubo la
durante siglos pregonada diáspora, una más de las
falsificaciones que el sionismo ha hecho de la historia.
Han vivido en esa tierra durante más de dos mil años y,
por lo tanto, son sus dueños naturales. Lo han hecho
bajo sucesivas ocupaciones –romana, bizantina, otomana,
inglesa., pero siempre como un pueblo y hasta teniendo
algunos cargos administrativos. Las etapas del despojo
que comenzó con la Declaración Balfour son de sobra
conocidas por quienes se interesan por este tema. Su
empeoramiento sistemático culminó, en lo político, en la
cumbre de Oslo. Su horror desde el punto de vista
humano, en el auténtico genocidio del año pasado en
Gaza. En Oslo, los israelíes mintieron con bellaquería
ante Yasser Arafat, con quien, teóricamente, iban a
Pactar un reparto del territorio -en principio, por
cierto, mucho menos equitativo y más perjudicial por
tanto para los palestinos que el que llevara a cabo una
incipiente ONU a mediados del siglo XX y que en más de
sesenta año nadie se ha atrevido a hacer cumplir.
Engañado o porque no tuvo otra opción, Arafat firmó un
acuerdo que implicaba el reconocimiento del Estado de
Israel pero que nada decía respecto a los problemas más
importantes: Jerusalén, los refugiados, los
asentamientos israelíes, la seguridad, las fronteras
exactas.... A Israel le importó muy poco lo que firmaba:
el mismísimo día siguiente se olvidaba de lo pactado
sobre Gaza y Cisjordania y consentía nuevos
asentamientos colonialistas, y continuaba hostigando a
los palestinos con controles que les hacían y le hacen
imposible desplazarse, carreteras para los ocupantes y
otras peores para los ocupados, continuas prohibiciones
para la entrada en los territorios mencionados de las
ayudas internacionales, y hasta de las medicinas más
imprescindibles, un muro de separación, y, en general,
todo cuanto se deriva de una auténtica política de
apartheid. Y apenas tuvo una excusa, como un atentado en
Hebrón el 18 e noviembre de 2002, declaró nulos e
inválidos los acuerdos de Oslo, mientras su presidente
de entonces, Ariel Sharon, llamaba a la comunidad judía
a extenderse por la zona.
¿Por qué tanta mentira, tanta maldad? nos preguntábamos.
¿Por qué tanta injusticia disfrazada, producto no de una
mente enferma aislada, sino de un amplio grupo, que no
ha dejado de incrementarse desde que, a finales del
siglo XIX, Theodore Herltz fundó el sionismo? A los
habitantes de la tierra que ellos sostenían que les
había donado Dios en propiedad no los tuvieron nunca en
cuenta. Algunas frases de los propios líderes sionistas
así lo demuestra:
- Tenemos
que expulsar a los árabes y ocupar su lugar (David Ben
Gurión)
- No puede
haber sionismo, colonización ni estado judío sin la
expulsión de los árabes y la expropiación de sus
tierras. (Ariel Sharon a la Agencia France Press, el 15
de noviembre de 1998)
- La
partición de Palestina no es justa. Nunca la
aceptaremos. Eretz Israel será restituido al pueblo de
Israel. Todo él y para siempre (Menahem Beguin)
- No existe
un interlocutor palestino para una negociación (Ariel
Sharon)
- He creído
siempre en el eterno e histórico derecho de nuestro
pueblo a toda esta tierra. (Ehud Olmert, ante al
Congreso de Estados Unidos el 30 de junio de 2006)
- No existe
nada que se pueda considerar un estado Palestino.
Nosotros podemos llegar, echarlos y ocupar el país.
(Golda Meir).
- Jamás
consentiremos un estado palestino (Netanyahu, muy
recientemente)
Y,
muy recientemente también, yo mismo he oído a un
colono de Cisjordania –minúsculo territorio
supuestamente palestino después de Oslo, decirle
a un reportero de televisión: Nunca nos iremos
de aquí. Esta tierra nos la ha dado Dios.
Y,
si se la ha dado Dios y al nivel de ciertas
mentalidades, ¿quién lo va a discutir?
¿De
dónde? ¿De dónde y de qué filosofía podía venir
tan fría maldad, tan venenoso desprecio por los
otros, semitas como ellos? Tras rellenar algunos
folios con la intención de explicarme en un
breve ensayo, creo que terminé diciendo lo que
intentaba decir en el siguiente poema, que
titulé CLAMA EL PROFETA: |
|
Todavía quedan
muchos palestinos vivos,
oh, hijos de Sión.
Un tiempo largo desterrándolos,
humillándolos,
encarcelándolos,
torturándolos,
asesinándolos,
masacrándolos
y aún alientan de vida.
Aún
quedan muchos palestinos vivos
a vuestro lado.
¿No los veis?
¿No los oís?
Pretenden ser
los dueños de esta tierra,
porque nacieron de los que quedaron
luego que las caligas del águila romana
hollaran sus mieses, sus olivos,
sus tiendas y sus palomares.
¿A qué
esperáis, hijos de Sión?
¿No oísteis el mandato de Yahvé?
Exterminadlos.
Que, si no, la furia del Eterno,
grande y terrible,
se cebará en vosotros.
En
vosotros, que sabéis
-os lo enseñaron desde niños-
que los palestinos,
mujeres, hombres y niños
no merecen vivir
en vuestros campos,
en vuestras ciudades…
¿A qué esperáis para exterminarlos?
Están
mancillando vuestra tierra,
esa gloriosa tierra
que os dio Yahvé en heredad.
Yahvé que, aunque no existe,
puede aún ofreceros muchos campos,
muchas ciudades,
a Oriente y a Occidente,
y debajo del mar,
sobre las nubes
y más allá del horizonte…
Campos que manan leche y miel
y que son vuestros,
porque vosotros los robasteis,
dos veces los robasteis,
como Yahvé os ordenó,
por boca del profeta,
bendito sea Yahvé,
el Santo de los Santos,
aunque no existe.
Mirad y
ved,
aun queda allí una mujer,
junto al pozo, bajo la palmera.
Lleva un hijo en su vientre.
Podéis matarlos a los dos de un solo tajo.
Arrastradla,
sacadle las entrañas,
sacadle al hijo que esperaba
y arrojadlo a los cerdos…
Porque vosotros no coméis cerdo,
pero los cerdos sí comen niños palestinos.
Y allá,
en la otra orilla, un hombre
con las manos vacías,
porque la siega es vuestra,
el grano es vuestro
y las espigas
y el fruto de la vid. y del olivo.
Está famélico,
muerto en vida,
rematadlo de una vez,
que no mancillen sus harapos las laderas
del monte sacro de Sión.
Mirad,
más allá todavía,
ese grupo de niños
que juega a orillas del Jordán,
sus breves pies chapoteando en los marjales,
entre los mirtos y las balsameras.
Para no mancharos las manos,
aplastadlos con vuestros carros de combate.
No temáis esas piedras que os lanzan,
las piedras no hacen daño
si las tira una mano inocente.
Hombres, mujeres y niños
no son hombres, mujeres ni niños
si son palestinos,
oh, hijos de Sión.
Ni su dolor es dolor,
ni sus palabras son palabras
ni sus quejas son quejas
ni su llanto es llanto
ni sus heridas son heridas
ni su muerte es muerte…
Exterminadlos…
Borradlos de la faz de la tierra sagrada.
Obedeced.
Acordaos de la Ley de Moisés,
el siervo de Yahvé,
de los preceptos y mandatos
que os dio el Señor,
el Santo de los Santos,
aunque no existe,
allá en Horeb,
por boca del profeta.
Obedeced, exterminadlos,
no sea que el infinito trueno de Yahvé,
grande y terrible,
venga sobre vosotros
para daros a todos
y a vuestra tierra toda al anatema.
Israel, si no desaparece, porque deje de contar con la
ayuda de los Estados Unidos –circunstancia más bien
impensable- jamás consentirá un Estado palestino.
Asombra que todavía se hable tan profusamente, en los
medios de comunicación y en los foros internacionales,
de proceso de paz, de hoja de ruta, de reuniones entre
el gobierno israelí y la, más que débil, entregada
Autoridad Palestina, al cabo de más de sesenta años
desde que la ONU decretara una partición injusta, pero,
al fin y al cabo, partición. Todos los intentos los
frustra Israel, y lo seguirá haciendo. La voluntad
sionista de quedarse con todo el territorio palestino,
más trozos de Siria y del Líbano, para fundar el Gran
Israel, el Israel bíblico, la han manifestado sus
líderes con tanta claridad, como hemos visto, que parece
mentira que todavía haya quien se llame a engaño. ¿No es
de general conocimiento cómo Israel llevó a cabo una
auténtica masacre en Gaza, reconocida como tal por la
ONU –el informe Goldstone- que lo declara culpable de
crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad y
no pasa nada? ¿No ha sucedido que, a lo largo de más de
medio siglo, el máximo organismo internacional ha
dictado cincuenta resoluciones condenatorias del
gobierno sionista y éste ha seguido haciendo lo que le
ha venido en gana, pues sabía que, al final, el veto USA
le libraría de cualquier condena? ¿Quién puede esperar
nada de un encuentro del ultraderechista Netanyahu con
Mahmud Abbas –luego de ponerle, por ende, condiciones
inaceptables-, si ya se sabe lo que pretenden?