No
es responsable
Javier Ortiz 26-12-03
Casi
unánime satisfacción con el mensaje navideño del rey. Ha gustado al PP, ha
hecho las delicias del PSOE, ha encantado a CiU y a su líder carismático,
Artur Mas, y ha dejado en estado de práctico éxtasis ideológico al
coordinador general de IU, Gaspar Llamazares, para quien el
monarca estuvo «laico» e incluso «republicano». Sólo
Iñaki Anasagasti ha roto la voz del coro para decir que el mensaje no le
gustó nada, y ha reprochado a Don Juan Carlos haberse atenido al guión marcado
por el Gobierno.
Quien
más quien menos, casi todos los portavoces políticos han resaltado el «hondo
contenido social» de las palabras regias. Como en mi familia acostumbramos a
tener la tele apagada cuando el Jefe del Estado emite su anual alocución, me he
visto obligado a buscar la trascripción escrita del discurso para acceder a
esos pasajes tan celebrados. Y lo que me he encontrado es una colección de
buenos deseos abstractos, del tipo: «Pongamos remedio al drama de la inmigración
ilegal». Punto, y a otra cosa.
Veo que también habló, sí, de la necesidad de reforzar la protección social y la educación, y que expresó su deseo de que la gente tenga casa, y que se declaró en contra de que maltraten a los niños y a las mujeres. Muy elogiables y muy píos deseos, sin duda. Pero no apuntó en ningún momento a las causas de los problemas. Menos todavía a sus culpables. ¿Fue ése el «hondo contenido» que celebran? ¿Y qué tendría que haber dicho para que lo consideraran superficial?
Por
lo demás, ¿de qué se maravillan? ¿Dudaban de que opinara eso?
Las
palabras del rey siguieron fielmente las líneas maestras de la política
gubernamental. Sostuvo –oblicuamente, por supuesto– la participación española
en la guerra de Irak, el papelón de Aznar en la Unión Europea, la cruzada
internacional de Bush, la deificación pepera
del texto constitucional en su redacción presente...
No se apartó ni por un momento de la pauta. Juro que he buscado con
denodado interés los pasajes laicos del texto, y con lupa de filatélico las
aportaciones republicanas que tanto le gustaron a Llamazares. Admito mi fracaso.
Sólo veo una versión light del
programa del Ejecutivo.
«¿Y
qué esperabas que hiciera?», me reprochará más de uno.
¿Yo?
Nada. Sé que los discursos que pronuncia el rey no son cosa suya. Que se los
escriben. Y que se pactan. Y que se supone que él debe refrendar
–discretamente, pero sin ambigüedades– la orientación del Gobierno de
turno. Es absurdo criticarle por no ejercer de oposición.
Pero, por las mismas, tampoco tiene ningún sentido aplaudir sus palabras.
Como
precisa el artículo 56 de la Constitución, es irresponsable.
Con eso está todo dicho.