LA AZNARIDAD
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
Cascos, terminator cinegético; Rajoy, todoterreno triste; Trillo, acomplejado
por lo dificil que es disparar. todos superados por Aznar. Éste es el retrato póstumo
de «la aznaridad», escrito por Vázquez Montalbán. extracto de un capítulo
|
|
Así como Escarlata O'Hara al final de la
primera parte de Lo que el viento se llevó proclama: «¡Nunca volveré a pasar
hambre!», la comisaria europea, Loyola de Palacio, en un momento especialmente
oscuro de la agresión del chapapote, declaró: «Estoy harta de mareas negras»,
actitud moral y emocional respaldada por todos los responsables de Transporte de
la UE, que también se declararon «hartos» de mareas negras. Mientras, los
mariscadores gallegos arrancaban todos los mejillones que podían y pescaban
todas las almejas a su alcance, porque desde el comienzo, a pesar de las
prepotentes declaraciones de los ministros españoles, temían la marea negra
procedente del Prestige.
Si los más altos funcionarios europeos estaban «hartos», en cambio los más
encumbrados responsables de la administración española repitieron una y otra
vez aquello de «todo está bajo control».Emociona esta diversidad de actitudes
porque era de esperar de la eficacia racionalista de la Europa de Descartes,
Kant y Hegel una declaración tranquilizadora desde el punto de vista de la
aplicación de la constancia de la razón sobre las normas de conducta.En cambio
Europa se indigna, se emociona, está «harta». España, tan poco prestigiada
por su capacidad analítica y deductiva, sancionaba que «está todo bajo
control», prueba evidente de que el país había cambiado sustancialmente,
sobre todo en el empleo de las metáforas. (...)
Cuando el petrolero Prestige embarrancó en las costas gallegas y la
desafortunada decisión de remolcarlo hasta alta mar y allí hundirlo, intuíamos
que la catástrofe ecológica era inevitable por lo inevitada. Pánico en los
cuarteles generales del PP y sospecha de que Saddam Hussein había desencadenado
la guerra con armas de atentado ecológico, empezando por uno de los aliados más
firmes de Bush, el presidente Aznar. No se explica de otra manera la desconexión
entre espacio y tiempo que practicaron involuntariamente altísimos dirigentes
del PP.
Cuando se inició la pesadilla del Prestige, el único dirigente del PP que llegó
a tiempo fue el señor ministro de Agricultura y Pesca para decirnos que todo
estaba controlado. Mejor que hubiera llegado tarde, como Alvarez Cascos, que
estaba de caza -ignoramos si mayor o menor-, con el ceño a punto para disparar
contra lo que se presentase. Luego asumió haber sido el responsable del
hundimiento del Prestige. Trillo, desde su condición de ministro de Defensa,
acomplejado por lo difícil que es disparar en defensa de España, quiso
bombardear el barco y convertir el fuel en una hoguera. Fraga, presidente de la
Comunidad Autónoma de Galicia, también llegó tarde porque está el hombre muy
desorientado últimamente y cojea de tal manera que le ocurre lo mismo que a la
paloma de Rafael Alberti: «Creyó que el norte era el sur / creyó que el trigo
era el agua».
La cuestión es que Fraga también se fue a una cacería pero no cazó, tal vez
por solidaridad con sus paisanos que a aquellas horas ya tenían los congojos
amenazados por el chapapote y, aturdido por no cazar o por el chapapote o por
los congojos de los paisanos, tardó en reaccionar y al llegar al lugar de los
hechos a la estela del Rey y de Rajoy, se limitó a convocar a la Divina
Providencia, desde la confianza adquirida al presenciar durante tantos años cómo
Franco ofrendaba España a Santiago Apóstol. Mariano Rajoy, que es un
todoterreno, de aspecto tristísimo pero de socarronería interiorizada, no llegó
tarde pero habló extrañamente con poca propiedad y redujo el fuel oil a algo
parecido a heces fecales con forma de melena. Una vez recuperado Alvarez Cascos
indemne de sus aficiones de Terminator cinegético, balbuceante incluso cuando
callaba Fraga, en paradero desconocido el de Agricultura y Pesca, cautivo y
desarmado Federico Trillo, Rajoy padeció una nefasta transustanciación y
reencarnó a Sancho Rof, aquel ministro de UCD que acusó a un bichito
insignificante de ser el responsable del síndrome del aceite de colza. No se
refirió Rajoy a ningún bichito insignificante, pero sí discutió que la marea
negra fuera marea negra porque estamos ante una concepción jurídica y también
erró el ministro todoterreno al designar como «hilillos» de fuel a las
toneladas de líquido que se iban escapando del barco hundido.
Menos Rajoy, que llegó a tiempo pero mal, todos los demás jerarcas políticos
peperos citados habían llegado tarde y peor, pero serían ampliamente superados
por la única personalidad política que podía y debía superarlos. Don José
María Aznar, jefe de Gobierno, no se presentó en el lugar de los hechos; o se
puso a viajar como consecuencia de su cruzada contra el terrorismo internacional
o se refugió en una torre de La Coruña desde la que se estudiaba el qué hacer
en las rías y en la Costa de la Muerte contra las sucesivas mareas negras que
habían dejado de ser concepto jurídico para ser mareas negras a todos los
efectos. No contento con estos merodeos locales, Aznar se fue a Estados Unidos
donde el presidente Bush le elogió por lo mucho que luchaba contra las mareas
negras y contra el terrorismo. Aznar no es que llegara tarde ante el chapapote,
es que no llegó. (...).
POR EL IMPERIO HACIA BUSH
Tal vez la guerra de Irak fuera la huida hacia delante que necesitaba en aquel
momento José María Aznar, desde su nacimiento convencido de que por el imperio
se llega a Dios y ahora convencido por Bush de que por Dios se llega más fácilmente
al imperio. Se iban a preparar los iraquíes porque Aznar es hombre de ceño
fijo, de más ceño que bigote y había recibido seguridades por parte de Bush
de que su fidelidad iba a ser recompensada en el futuro.No sólo España
conservará las plazas de soberanía de Ceuta y Melilla, sino que volverá a
tener un protectorado, si no en Marruecos, sí en Irak, o en Afganistán o donde
sea, pero esta generación de dirigentes del PP no se muere sin que España
vuelva a ser una unidad de destino en lo universal, capaz de ir por el imperio
hacia Dios.
Al recordar la vieja consigna falangista me replanteo cómo fue posible que tamaña
herejía fuera aceptada por todas las conferencias episcopales que compartieron
con Franco el poder temporal y espiritual.Si el creador de la consigna hubiera
escrito «Por Dios hacia el imperio», habría sido otra cosa, porque así
formulada la propuesta, Dios es causa y finalidad, gracias a Él seremos un
imperio y utilizaremos el imperio para llegar a Dios, es decir, para divinizar,
teologizar la Historia. Pero reducida la consigna a «Por el imperio hacia Dios»
tiene muy discutibles y perversos niveles de ambigüedad que refuerzan mi
creencia de que la Falange estaba llena de ateos y por eso tuvieron que
inventarse el Opus Dei, que era fuerza y reserva espiritual más segura.
A Aznar, pese a lo que se diga, le veo más cercano a la Falange que al Opus Dei,
y sea «Por el imperio hacia Bush» o «Por Bush hacia el imperio», le daba lo
mismo porque está convencido de que hay que escoger bien a los compañeros de
paliza o no ir a apoderarse de Irak con la ayuda de Pujol o de José Carlos
Mauricio, que no le duran a Saddam Hussein ni un pellizquito de ántrax.Observe
el posiblemente escandalizado espectador que en todas las reflexiones
parabelicistas contra Irak no se consideró jamás la obviedad de que iban a
morir miles y miles de civiles, de toda edad y sexo.
Y cuando se insinuó, se prometía matar dentro del capítulo de errores o daños
colaterales a los menos posibles y que más mataba Saddam Hussein, que fue un
dictador tan terrible como los tiranos hasta ahora impuestos por las necesidades
estratégicas de la política exterior norteamericana. Si quieren la lista
completa suscríbanse al disco duro de mi memoria histórica, pero de momento
recuerden preferentemente a Franco, Pinochet o a los jeques árabes
corresponsables del actual estatuto universal del petróleo, como compinches
oportunos de Estados Unidos.
Me parece que fue Llamazares el político de la oposición que calificó de cínico
el planteamiento y el nudo de esa guerra preventiva contra Irak e igualmente cínico
fue el desenlace al no lograr detener la guerra y tratar de derrocar a Saddam
Hussein por los mismos procedimientos incruentos con los que deberían ser
derrocados todos los tiranos o subdemócratas instrumentalizados por la política
de Bush. Bastante contundente el portavoz de CiU en el Parlamento español, señor
Trias, aunque dejó abierta el hombre la puerta a la legitimidad de la guerra si
las investigaciones de la ONU demostrasen que Irak representaba un peligro para
algo que nos afectaba como nación, por ejemplo la confirmación del trayecto
del tren de alta velocidad. No tan seguro de su abelicismo, Jordi Pujol,
estadista sin Estado, que consciente de que los políticos póstumamente más
valorados son aquellos que actúan según las reglas de cierto despotismo
ilustrado, dijo más o menos: «De momento no a la guerra». Y dejó al PP solo,
a pesar de que Aznar no sólo hablaba catalán en la intimidad, sino que además
conocía pruebas de la amenaza Hussein que le había aportado su amigo Bush.
Pruebas que, naturalmente, el emperador ocultó a los irrelevantes Chirac o Schröder.
«La aznaridad», obra póstuma del escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán,
editada por Mondadori
Página
de inicio