IDENTIDADES CONTEMPORÁNEAS:

Cataluña y España. Siglos XIX y XX 

Borja de Riquer i Permanyer *

 

Si estudiamos las relaciones entre los nacionalismos y los regionalismos con la política gubernamental, entenderemos las causas de muchas crisis, de muchas situaciones en que el poder político se manifestó incapaz de integrar protestas sociales y de moderar tensiones, sin duda el desarrollo de estos movimientos, en el siglo XX, contribuyó de forma decisiva en la crisis del sistema de la restauración borbónica, que no solamente era seudoliberal, sino también profundamente centralista e inrnovilista. Y las contradicciones “centro-periferia” y a la fin se convirtieron en un autentico “cáncer político”, para el cual los sectores dominantes españoles no encontraron otra terapia que la puramente traumática —RECURRIR AL EJERCITO-. ¿Las crisis de 1.923 y 1.936 no fueron una prueba evidente de la no-vertebración nacional de España? ¿Del fracaso de los diferentes proyectos políticos de construir y consolidar una nación unitaria identificada con el mismo Estado?. 

El Estado Liberal Español era débil, ineficiente, pobre y precario, la Monarquía Borbónica no había conseguido integrar de manera eficaz los países hispánicos, muy heterogéneos. Hasta AYACUCHO (1824) no existió de hecho, un proyecto real de “NACION ESPAÑOLA”, lo que había era un proyecto de IMPERIO —que es muy distinto- y de la vinculación político administrativa de los PAÍSES DEL IMPERIO, muy distintos entre ellos a la corona. El nacionalismo español empezó a formularse después de la pérdida del Imperio Americano con la pretensión de justificar, amparar y consolidar el frágil Estado liberal naciente. La situación debía ser bastante inestable porque en 1835 Antonio Alcalá Galiano reconociese ante las Cortes del Estatuto Real que “uno de los objetos principales que nos debemos proponer nosotros es hacer a la nación española una nación, QUE NO LO ES NI HA SIDO HASTA AHORA. 

No debemos atribuir exclusivamente a las instituciones ni a las leyes liberales la incapacidad de ejercer una atracción o asimilación eficaz, como si se tratase de un problema exclusivamente jurídico o presupuestario. La RESPONSABILIDAD recae en todo caso en los hombres que dictaron estas normas, en la misma clase política del siglo XIX, en los grupos dirigentes del proceso revolucionario liberal, unos grupos de pocas luces, sometidos a la tutela constante de los MILITARES, obsesionados por el ORDEN PÚBLICO, y preocupados por restablecer tan pronto como les fuese posible el pacto político con la IGLESIA. Y así entre todos tejieron una trama institucional pensada básicamente para defender sus privilegios y poco apta para integrar las clases populares. 

Los políticos liberales del siglo XIX no consiguieron un proyecto colectivo nacional del cual se sintiesen participes todos los españoles. De hecho intentaron crear un nuevo Estado-Nación, desde arriba, desde el poder y desde allí diseñar una identidad nacional que prescindiría de las realidades preexistentes y las ignoraba totalmente. La propuesta política y administrativa no quiso reconocer ni dar vida a las REGIONES porque se habría podido producir una coincidencia con las identidades comunitarias existentes en el Reino de los Austrias. Una vez en el poder la élite política y militar Liberal impuso un sistema fuertemente centralizado y creó un ente artificial, las PROVINCIAS, con el fin de no reconocer ni dar vida a las regiones las realidades regionales históricas y hacerlas desaparecer. 

Esta acción, se frustró a causa de las notables insuficiencias del proyecto revolucionario liberal. En efecto, como es sabido, la peculiar vía española de la revolución burguesa se caracterizó por la creación de una burocracia administrativa muy precaria y escasamente eficaz, por el rápido desarrollo industrial muy regionalizado, por la nula democracia del sistema político establecido y por el protagonismo abusivo de los militares. Y con estos ingredientes difícilmente se podía crear un espíritu nacional ampliamente compartido y cohesionador. 

Además los políticos españoles no solamente quisieron imponer como cosa obvia y lógica la idea de NACIÓN ESPAÑOLA a los ciudadanos de la metrópoli, sino que incluso lo exportaron a las colonias. A menudo se olvida que las primeras muestras de rebeldía masivo y explicito - con las armas en la mano - a la españolidad surgió en Cuba a partir de 1868. Allí como reacción a la españolización impuesta de manera despótica por los administradores llegados de la metrópoli, se establecieron las bases del nacionalismo cubano que pronto arraigó entre la inmensa mayoría de la población de la isla. 

Es discutible la afirmación que hacia 1900 “España era ya una unidad nacional cohesiva y vertebrada” y que la “España de 1900-36 era, a todos los efectos, una comunidad nacional plenamente consolidada”. Una parte de la España urbana entró en un proceso de socialización política de manera progresiva pero muy lenta. Donde sí se produjo procesos de nacionalización de la vida política fue en Cataluña y en Vizcaya y Guipúzcoa, menos en Álava, ya que las opciones nacionalistas adquirieron un protagonismo indiscutible en la vida pública. Se recuerda que después de 1901 en Barcelona jamás fue elegido ningún diputado dinástico. 

La política educativa española fue nefasta, las construcciones escolares fueron nulas. Solo a partir de los años treinta las escuelas públicas (municipales, de la mancomunidad) e incluso privadas de Cataluña y País Vasco se convirtieron en centros de difusión de valores del nacionalismo propio. 

Es realidad que las izquierdas españolas, por tradición jacobina, eran estatistas, es decir concebían la nación fajada desde la acción estatal. Y por este motivo durante los años treinta, corno en el X1X y como después en los años setenta y ochenta, las izquierdas españolas buscaran soluciones políticas de cariz táctico al “problema de las nacionalidades”. Su actuación respondía sobre todo a correlación de fuerzas y pactos, y de ninguna forma a un convencimiento sobre la naturaleza del tema. 

La clase política española de la transición de los años setenta se les puede aplicar la valoración antigua “actuaron por razones de puro pragmatismo: la razón política les inclinó al reconocimiento de los derechos legítimos de las regiones a determinar su vida colectiva dentro de la unidad del Estado”. 

El Franquismo hipotecó y desacreditó fuertemente el ESPAÑOLISMO hasta el punto de ver convertida la palabra en termino despectivo, o un insulto. No obstante las izquierdas antifranquistas no lo aprovecharon para elaborar una propuesta nacionalista española realmente nueva que superase los viejos vicios asimilistas. 

El gran problema de las Izquierdas españolas actuales es que quieren construir o reconstruir, el NACIONALISMO ESPAÑOL casi con las mismas deficiencias y tics que tenían sus antecesores de los años 30. 

Afecta directamente al problema la confusión política e ideológica existente y por las enormes ambigüedades de la situación autonómica existente. 

No, No es fácil explicar la realidad compleja que es ESPAÑA, que si bien responde a unos limites territoriales y políticos definidos, contiene comunidades diversas y heterogéneas que aspiran a no dejarse asimilar, a no desaparecer como tales. 

Se necesita abordar con rigor y espíritu critico el fenómeno de las naciones y las regiones sin Estado existentes en España, y al mismo tiempo, analizar los diferentes proyectos de nación española, con las deficiencias y éxitos respectivos... 

Durante decenios - por no decir siglos — hemos estado sometidos a una historiografía oficial que explícitamente o tácitamente defendía de manera exclusiva y excluyente, la existencia de la nación española. Buena parte de la historiografía de los siglos XIX y XX intentó imponer socialmente e ideológicamente la propia narración del proceso encaminado a la UNIDAD NACIONAL. Este era el propósito, es justo reconocerlo, tanto de la historiografía de tendencia conservadora como y de manera muy especial, la de carácter liberal y progresista, salvo excepciones muy contadas. Así tanto los historiadores como los políticos del siglo XIX pronto utilizaron el concepto de nación Española como una realidad evidente, sin entretenerse ni poco ni mucho a analizar el problemático proceso de su configuración reciente. Incluso hoy todavía hay quien mantiene un discurso reaccionario sobre la marcha intransigente hacia aquella unidad, que lo hace nacer en la Edad Media (Menéndez Pidal, Sánchez Albornoz, Américo Castro etc...) que después se consolida con el estado absoluto moderno, finalmente, se ratifica con la formación del Estado Liberal del siglo XIX. 

Entre todos impusieron la visión que la NACIÓN ESPAÑOLA era un resultado histórico positivo e intocable: una adquisición política y social incuestionable. Marcadas así las reglas con planteamientos esencialistas la historia de los diversos países hispánicos y todavía más de sus proyectos particularistas, prácticamente no tenían cabida si no era renunciando previamente, de manera más o menos explícita, a la PROPIA IDENTIDAD. 

Es una prueba evidente el hecho que cuando esta historiografía españolista aludía a movimientos nacionales y regionalistas era para calificarlos de “PROBLEMA”, es decir, de entrebanco, de cuestión enojosa y desagradable que entorpecía el desarrollo “NORMAL” de la vida política. Estos movimientos, se decía, eran una cosa anómala, que salía de los márgenes de lo que se veía como habitual y licito y por eso se consideraban un hecho marginal. Ojeando la historiógrafa de los últimos ochenta años se descubre no solo la profunda ignorancia y desinterés por lo que pasaba en la “PERIFERIA” sino un evidente afán de negación apriorística de toda aspiración autonómica. El ejemplo empieza con intelectuales tan destacados como Menéndez Pidal, Américo Castro, Ortega y Gasset y continúan con muchos de sus epígonos liberales y socialdemócratas actuales. 

Su historiografía que al mismo tiempo que obviaba y negaba la existencia de las diferentes comunidades hispánicas, de sus culturas y de sus identidades colectivas, centraba la narración exclusivamente en las vicisitudes de la clase política residente en Madrid. Por tanto a predominado y todavía predomina , una historia de España basada en lo que. pasó a los políticos de la capital de España porque se consideraba que en Madrid ocurrían los únicos eventos transcendentes. Se hacía generalizaciones sobre los partidos, sus miembros y sus dirigentes, como si todo se pudiese hacer extensivo al conjunto de la política española. El resto era de “PROVINCIAS” Se ha confundido la historia des Estado con la del país, y la del país con Madrid, y a partir de esta doble falsificación difícilmente se puede ofrecer nada que tenga que ver con la realidad social hispánica. EL ESPAÑOLISMO Y EL CENTRALISMO todavía son una realidad innegable en España, aunque muchos guardan formas más o menos sutiles y enmascaradas 

La historiografía catalana, pionera en muchas cosas, se vio obligada, ya en el siglo XIX, a luchar por el derecho a lo específico, adoptando una clara actitud de rivalidad con lo español. Ante el discurso ESPAÑOLISTA que negaba la existencia de CATALUÑA, tuvo que mantener los presupuestos para legitimar las aspiraciones del catalanismo político. 

Durante el franquismo la historiografía catalana, basca y gallega llenaron un importante papel de referencia ideológica y metodológica sobre el tipo de historia de las naciones y regiones que hacía frente a la tesis oficial españolista, la PERIFERIA acompaño y justificó la oposición al franquismo con gran influencia y prestigio los años sesenta. Se vivió un intenso ambiente de revisión de la historia española y centralista que facilitó la lucha contra la dictadura y a favor de la democracia. Se condenaba políticamente el ultraderechismo del régimen dictador y se desautorizaba la explicación histórica que le había acompañado. 

La misma UNESCO recomendó los años 70 y 80 que los manuales de historia españoles fuesen revisados porque contenían numerosas lagunas errores y deformaciones, fundamentalmente por el acentuado carácter centralista. 

Existen numerosas deformaciones, unas de tipo político y otras puramente historiográficas, se ha fomentado una gran confusión e imprecisión considerable a la hora de diferenciar y caracterizar lo que es regionalismo y nacionalismo. Desgraciadamente, en este terreno han intervenido interferencias políticas y sociológicas, y el resultado ha sido la distorsión y enmascaramiento, fomentar la ignorancia. Presiones ambientales de tipo político han impedido que el necesario análisis histórico dilucidase este punto tan polémico y complejo. 

El análisis de cómo se estableció el entramado político y administrativo del Estado liberal en las diferentes regiones, como funcionaba, a quien favorecía y a quien marginaba, serviría para comprender mejor las diferentes formas de rebelarse ante la administración central. 

Existen todavía historiadores y políticos que dicen es incuestionable la nación española y niegan toda coexistencia con otras posibles naciones hispánicas. Los hay que insisten en buscar las causas del nacimiento de los nacionalismos y regionalismos tanto en factores propios de cada país como en la INCAPACIDAD DEL ESTADO-NACIÓN ESPAÑOLA de integrar sectores sociales de la periferia geográfica y política. 

Ya desde los debates de la Constitución de Cádiz emplearon la fuerza los liberales que entendían ESPAÑA como nación única”, que excluía toda diversidad política, jurídica y cultural no identificada con la de CASTILLA y que consideraba el “FEDERALISMO” un grave peligro. Para aquellos liberales, la idea de nación no era una cosa nueva, el fruto del libre pacto de los ciudadanos de toda ESPAÑA, porque era prioritario el que era una evidente herencia de la concepción UNITARIA castellana aplicada por los Borbones. El nacionalismo español liberal era básicamente institucional y se fundamentaba en el hecho de dar por preexistente y ya consolidada la identidad nacional española. Y desde las nuevas instituciones se impuso una única narración histórica, la que culminaba presentando ESPAÑA COMO LA NACIÓN DE LOS NACIONALISTAS CATÓLICOS, una nación identificada básicamente con la historia, la lengua y la cultura castellana. 

Esta era por tanto una nación única y excluyente que había de provocar, pronto o tarde, la reacción de los sectores sociales que no se veían ni reconocidos ni aceptados. 

Evidentemente la imagen de una nación única fue contestada por la IZQUIERDA POLÍTICA, por los demócratas y republicanos, que la veían demasiado vinculada ideológicamente a la tradición borbónica y al conservadurismo ultra católico y monárquico. Pero también en los territorios con viejos sentimientos identitarios, como era Cataluña el País Vasco, Galicia, esta imagen unitarista de España producía una notable incomodidad, pues venia a significar la renuncia al derecho a la especifidad e implicaba no tener cabida España en tanto que catalanes, vascos o gallegos: OFICIALMENTE SÓLO SE PODÍA SER ESPAÑOL. 

Fueron bastantes los que estuvieron en desacuerdo con el centralismo uniformista, con el MILITARISMO, con el liberalismo restringido y excluyente y con la homogeneidad cultural y lingüística que querían imponer los moderados y los conservadores. Algunos liberales

radicales, los republicanos federalistas, los iberistas, imaginaron y defendieron la posibilidad de una España plural dentro de un Estado descentralizado. Sostenían que sus sentimientos identidarios podían ser españoles y al tiempo catalanes, vascos, gallegos, asturianos, etc... Y no era ninguna contradicción tener distintas lealtades o “dobles patriotismos”. Las peculiares características de la sociedad catalana, su mayor modernidad, industrialización hacía que el país fuese marcado por las tensiones políticas, sociales e ideológicas existentes en su interior. 

La situación compleja de Cataluña resultó agravada por la incomodidad de los grupos dirigentes catalanes a causa del peculiar funcionamiento de la vida política y administrativa española. El modelo de Estado que los moderados impusieron desde 1843, fue, en la practica, extremadamente autoritario, centralista y militarista, cosa que provocó toda forma de reacciones en Cataluña: desde las violentas protestas populares, hasta las más pacíficas, pero también firmes, quejas de parlamentarios y escritores burgueses. Hubo escritores que denunciaron las dificultades que encontraban los catalanes para encontrar su lugar dentro de la política española; o quien con vehemencia calificaba de TRATO COLONIAL las constantes desconsideraciones y abusos de las autoridades militares de Cataluña y quien constaba con indignación la INCAUTACIÓN CASTELLANA DE LA HISTORIA DIVERSA DE LOS ESPAÑOLES. La ignorancia y el desprecio podía desestabilizar gravemente el sistema político liberal. 

Ya en 1855, un moderado como Joan Mañe i Flaquer, afirmaba que España es una FEDERACIÓN DE PUEBLOS, DE NACIONALIDADES, DE RAZAS, y denunciaba que su ruina y decadencia se había iniciado con los monarcas —BORBONES- Ellos decidieron la “DESAPARICIÓN DE LAS NACIONALIDADES QUE CONSTITUYEN LA ESPAÑA REGIONAL”. 

La voluntad política españolizadora de los de los gobernantes se acentuó durante la Restauración Borbónica cuando se oficializó la visión herderiana de Antonio Cánovas del Castillo que España era una “Obra de Dios” o si alguien lo prefiere de la NATURALEZA. Es decir, cuando proclamó que los españoles no tenían nada que opinar ni que decir sobre su identidad nacional, pues ya estaba preestablecida. La tesis canovista, además, consagraba LA APROPIACIÓN CASTELLANA DE LA HISTORIA, DE LA CULTURA Y LAS LENGUAS ESPAÑOLAS.

 Es en este marco histórico general español donde coincide el proceso histórico catalán, que culmino, al final de siglo, con la irrupción de las propuestas nacionalistas. EL SURGIMIENTO DE LOS MOVIMIENTOS NACIONALISTAS ALTERNATIVOS. 

Contra: La imposición oficial de la visión de España como nación única, antigua, castellanizada y homogénea, es decir la NACIÓN DE LOS NACIONALISTAS CATÓLICOS, y de su consustatación con la monarquía y con un estado altamente centralizado y con vocación uniformista. La incapacidad del estado centralista español, y de sus instituciones, para actuar eficazmente como agente de los ciudadanos. Todo ello afirmó el futuro de los planteamientos de las afirmaciones Vascas, catalanas, Gallegas. 

En el caso del NACIONALISMO ESPAÑOL se da una notable paradoja: constatamos la existencia .de una bibliografía muy abundante sobre la temática de Los nacionalismos, catalán, vasco, gallego. prácticamente no hay estudios sobre el NACIONALISMO ESPAÑOL y todavía menos sobre el proceso de nacionalización de los españoles. 

* Extracto de varios capítulos del libro “IDENTIDADES CONTEMPORÁNEAS CATALUÑA Y ESPAÑA” de Borja de Riquer i Permanyer- Eumo Editorial.

 

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