Cádiz
Rebelde
Letizia
ya posee, desde hace unas semanas, novio oficial. Es un muchacho alto, hijo de
rey y sucesor al trono. El bombo (entre tres y cinco) y el platillo, que ya
pasaron los monarcas para construir el palacete de la pareja, no dio cabida en
los grandes medios a otros asuntos al parecer imprescindibles para la vida
cotidiana de los millones de cesantes, de masa de populacho al parecer fascinada
con el espectáculo marital. El plan Ibarretxe, el expolio de Irak, se
despachaban en ulteriores páginas de los periódicos en un gesto de
inconsciente tregua mediática, un segundo plano apetitoso para que ahora,
amainada la euforia del compromiso, sirvan para rellenar editoriales y encabezar
sumarios de noticiarios y partes. La ofensiva tomó aire y los medios
falsinforman como siempre: La resistencia en Irak sigue siendo catalogada como
terrorismo para simplificar el rechazo a la ocupación. Michael Jackson toma el
relevo en la picota. Abren los informativos con la afrenta australiana (guiño
inconsciente sería mejor calificarlo) de tocar el himno de Riego con el
“sucio” objetivo de minar la moral de la monarquísima armada tenística.
Abrumados por la ingente repetición de comentarios, adulaciones y listas de adjetivos como si se tratara de un compendio de vocablos vacíos, redactados para que cada polisemia se centre en un solo significado, unívoco de AMOR, los ciudadanos y ciudadanas, los plebeyos juancarlistas y la digna y empecinada causa republicana, se han tragado el astuto serial borbónico como un folletín o culebrón de máxima audiencia entre el príncipe y la cronista.
Musa
de freaks que la descubrieron mucho antes que la opinión pública (ver los
archivos de ese potentado freak que se llama Torbe y los yonkis), La Rocasolano
no ha mordido la mano que le ha dado de comer durante estos años. Con su
perfecta dicción y tono convincente ha ido desgranando noticias de una sesgada
realidad junto al deletreador Urdaci hasta que en un descanso del telediario el
heredero le cogió la mano y algo más. Casi todos los que han conocido aseguran
que destacaba por su ambición profesional. Pasó de las madrugadas y las
sustituciones al fantasioso parte de las nueve. Sería interesante preguntarse
por el papel que la periodista hizo cuando cubrió la tragedia del Prestige,
revisar sus crónicas sobre el 11 de septiembre y demás corresponsalías.
Algunos dicen que, siguiendo las ordenes dictadas, mintió y ofreció la visión
gubernamental de galletas e hilitos de fuel, que se centró sólo en algunos
aspectos trillados sobre el atentado a las torres gemelas y demás propaganda
oficialista. Otros, neo-letizistas, practican el arte del olvido y han afirmado
taxativamente que ha sido la mejor periodista de los últimos quince años,
gratuita boutade del ufano deletreador en compadreos monárquicos con un
desmelenado Ansón que babeaba en la retransmisión de la pedida de mano,
lanzando halagos indiscriminados a toda TVE.
A
nadie sorprende el entusiasmo de un diario monárquico, conservador y
representante de un cerril nacionalismo para con la periodista Ortiz y que, de
paso, aproveche cualquier excusa para señalar a unos chistosos vascos que se
burlan en un suplemento de la dispersa vida amorosa del ciudadano heredero. Lo
que sí asombra es que incluso los más inmovilistas constitucionales hubieran
aceptado ese débil debate de la reforma de la constitución con objeto de que
la discriminación de género sea un apunte más en esa formación retórica que
se ha creado y que engloba a: “boda del siglo xxi, novios del siglo xxi y
modernización de la monarquía”. A ninguno de ellos parece importarle ahora
que la inocua legitimidad de la sangre azul vaya a corromperse con un torrente
sanguíneo plebeyo dado que esto descubre la estupidez de la genealogía real y
su anacrónica virtud cromática. Eso sí, machacaron con la prosa de naftalina
y el verbo reaccionario a una núbil noruega por el ingente archivo de instantáneas
en fina lencería y acreditar una mediocre andadura por pasarelas. Era demasiado
material para el enemigo. Ahora hablan de que “el pueblo (y para más señas)
español” está encantado con la nueva futura reina, antiguo estómago
bienagradecido de la televisión pública. Lo que antes fue maligno para los
cortesanos hoy es un signo de “modernidad”.
¿Está
encantado el pueblo con su nueva reina? Reflexión de tal calibre sociológico,
que alude directamente a la categoría abstracta “pueblo”, es el resultado
del constante trabajo de la inflada opinión pública, del insistente bombardeo
de biografías, fotografías, reportajes y demás material de archivo del pasado
de la prometida que han reinyectado el populismo monárquico en los
telespectadores, ensimismados ante el espectáculo vacío de los famosos. El
regalo de estas navidades, en un seguidismo consumista de súbditos, será un
objeto de marcado carácter culturalista que se pudrirá, doliente, en los
anaqueles de la biblioteca familiar junto a las olvidadas enciclopedias y algún
premio planeta pendiente de lectura. Así mismo, el escritor de moda, gracias a
este aluvión informativo, será un divorciado profesor que hasta hace un tiempo
publicaba en pequeñas editoriales novelas de escaso interés para la crítica
oficial. Quizá se descubra un buen escritor o no.
Lo
precipitado del asunto marital presupone que el calaverismo real, que también
parece ser genético, puede proporcionarnos
(en unos años de desgaste amoroso y rutina conyugal) nuevas situaciones de
intrigas palaciegas y rumores rosas que serán apaciguados con sobornos mezcla
de razones de estado y lucha antipicota. No vamos a descubrir aquí los negocios
y otros manejos de las realezas ni las ingentes listas de furtivos devaneos
amorosos. En el trono se han sentado toda una ralea real, siempre cortejados por
los verdaderos poderosos y validos. Rafael Barrett escribía que “mucho después
de que hayan perdido toda influencia, directa o no, sobre la marcha de las
naciones, los reyes subsistirían en calidad de signos externos”.
La
realeza y adláteres aristócratas celebrarán el protocolario acto religioso el
22 de mayo. El pueblo –según ordenes majestuosas- asistirá al evento desde
las calles adecentadas con esa prisa chusquera de los alcaldes ante semejantes
acontecimientos. El enlace dará comienzo a la sucesión del trono, hecho insólito
en los últimos ochenta años si no contamos con la resolución transitoria de
lo atado y bien atado. Una agenda turística, una gira de bolos reales y los
grandes medios se encargaran que el Felipismo de nuevo cuño haga mella y cale
en la plebe. La televisión dará cobertura de un auténtico revival de
naftalina, descubriendo ante todos los ciudadanos toda la pompa y artificio del
protocolo medievalista de las coronaciones.
El
ciudadano heredero, sin que ni uno solo de los que vivimos asolados por la
economía y la policía lo hayamos elegido democráticamente, se convertirá en
el jefe de un estado en el que un político justifica desde un estrado el
terrorismo del poder, un puñado de sectarios católicos ansía convertir en
santo a un dictador, un parlamentario ejerce la democracia del descuido del botón
del escaño, un grupo de jueces aplaude al magistrado que condenó a un
trabajador a ser culpable de su tetraplejia, un estado en que el número de
mujeres muertas a manos de su compañeros se dispara...
...para
qué seguir si estamos muy contentos por la boda.