España, mañana será republicana 
Pedro Marset Campos
Eurodiputado de IU


En la historia moderna de nuestro país las dos breves experiencias republicanas, en el siglo XIX (1868-1874), de sólo seis años, y en siglo XX (1931-1939) con ocho años, han sido a la vez el desenlace de unas crisis sociales profundas, que se alargaban, y la apertura a soluciones de libertad y progreso a esas crisis sociales, traidas por las clases trabajadoras, por los campesinos, por las clases humildes, y por ello terminaron traicionadas por las clases poderosas, con retrocesos terribles.

La fórmula «España mañana será republicana» encierra mucho más que un mero lema de esperanza. Es una síntesis de anhelos y soluciones a profundos conflictos sociales. Sus tres componentes son un compendio de política.

En primer lugar se afirma que el sujeto histórico es «España». Recuerda el encabezamiento de la Constitución republicana, «España, república de trabajadores». Más aún, recuerda al grito de defensa de la República española que se levantó simultáneamente el 18 de julio en todos los rincones del país, desde Galicia y el País Vasco, hasta Valencia y Andalucía, pasando por Extremadura, Cataluña, Asturias, Murcia o Madrid, etc. Sobre todo recuerda a los miles de brigadistas internacionales de todo el mundo que vinieron a ayudar al pueblo español en su lucha frente al fascismo. España era el sujeto histórico. La clase trabajadora era consciente de que había que defender toda España, no sólo Aragón, o el País Vasco, o Andalucía. La clase obrera española era y es explotada por un mismo capitalismo, tenía que responder con una voz, con un sólo brazo. La fórmula federal garantizaba esa unidad de clase contra clase. Los separatismos e independentismos eran y son contrarrevolucionarios al fragmentar y debilitar la unidad de la clase.

En segundo lugar se afirma que, con la lucha conseguiremos que «mañana será» España republicana. La expresión de deseo procede no de una ilusión vacía de contenidos sino de la profunda enseñanza que la historia española ha impreso en la memoria y conciencia de campesinos, trabajadores y clases humildes, y de esta forma pasada a los jóvenes y a las mujeres. Los problemas de la sociedad no los resuelve la monarquía, ni la Iglesia, ni el ejercito. Sólo la igualdad y máxima participación democrática traerá la solución al desatar las energias y potencialidades creadoras, emancipatorias y constructivas del pueblo en libertad. La agudización de las contradicciones en el seno de la sociedad son como un motor en el que el combustible y la maquinaria los pone el pueblo, sólo precisa que su dirección también la asuma, la conquiste el pueblo.

Por fin, el tercer componente es el republicanismo. La expresión de la máxima democracia, desde la Grecia Clásica en el siglo VI antes de Cristo, es cuando el Estado y su Jefatura se someten a la voluntad popular para elegir tanto la forma de Estado como su máxima representación. El pueblo español, la clase campesina, los trabajadores, tienen en su ancestral memoria las dos repúblicas como momentos y espacios de libertad. En la transición democrática, tras la muerte de Franco, el pueblo español, con sabiduría y realismo supo situar como primer objetivo la recuperación de la unidad y de las mínimas libertades democráticas para dejar a un segundo momento la cuestión de la forma de Estado y su Jefatura, aceptando temporalmente la monarquía. En la medida que se produzca la necesaria y suficiente unidad en el seno del pueblo español sobre esta cuestión, y a la vez se ponga en evidencia la insuficiencia de la fórmula monárquica para dar solución al empeoramiento de los problemas sociales, en su medida aparecerá como opción lógica y deseable la mayor profundización democrática, y su máxima expresión, la República. Entonces la III República estará a la orden del día, y su conquista por el pueblo español confirmará por fin el anhelo de que «España, mañana será republicana».

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