El príncipe
de las mareas (negras)
Higinio Polo
La catástrofe ecológica que padece
Galicia ha puesto, otra vez, de manifiesto el escaso sentido de la realidad que
tienen los representantes de la monarquía española, y que cualquiera juzgaría
la evidencia de su peculiar acomodo a una despreocupada vida de parasitismo
social. Era obligado: la gravedad del desastre hizo que el monarca y su hijo se
vieran forzados a realizar unas visitas de ocasión a las zonas afectadas de la
costa gallega, sin ningún propósito concreto, aunque el aparato propagandístico
de Casa real y la complaciente prensa española hayan presentado la visita de
Juan Carlos de Borbón el día 2 de diciembre, y la de su hijo Felipe, los días
16 y 17 de diciembre pasados, como importantes aportaciones en la lucha contra
el desastre petrolero. Fueron unas visitas inútiles, preparadas por un gabinete
más preocupado por cómo sería interpretada la ausencia de ambos Borbones, que
por la eficacia de su presencia.
Porque, más
de dos meses después de la catástrofe del barco petrolero Prestige, centrada
ahora la atención en la
incompetencia gubernamental y en las consecuencias del desastre, cualquiera
puede examinar la utilidad de la visita a Galicia
de Juan Carlos de Borbón y de su hijo, el heredero del trono español: no hay
duda de que sus supuestos beneficiosos efectos,
que la increíble Casa real se precipitó a destacar ante los medios
informativos, han pasado desapercibidos, y los ciudadanos se han desentendido de
sus rápidas visitas, de las que no esperan nada; aunque, sin duda, también
muchos ciudadanos hayan
tomado nota de ello.
Repasemos la
operación propagandística. Juan Carlos de Borbón se limitó, en medio de un
gran control policial, a una brevísima visita a Galicia el 2 de diciembre
pasado: bajó a la playa de O Coído, en Muxía, procurando no mancharse los
zapatos, lanzando alguna sonrisa y alzando la mano, que no sabía cómo ocupar,
y después sus servicios de protocolo emitieron un convencional mensaje de
solidaridad con los gallegos, en el que se exhortaba a trabajar unidos contra la
catástrofe. No dijo quiénes eran los que debían trabajar, que son casi
siempre los mismos. Juan Carlos de Borbón sabía que la visita era obligada,
tras las críticas recibidas por el presidente del gobierno, Aznar, por su
ausencia de las poblaciones afectadas, y en previsión de posteriores
especulaciones sobre la falta de sensibilidad de la monarquía con las decenas
de miles de familias gallegas afectadas por la catástrofe. Ese ha sido todo su
contacto con Galicia.
La segunda
visita, de Felipe de Borbón, se organiza varias semanas después del inicio del
desastre: para los días 16 y 17 de diciembre. Se hace así por dos razones: la
primera, por el temor de la Casa real de que la opinión pública constate la
despreocupación del heredero, que no había aparecido tras tantas jornadas de
desesperación de los gallegos; y la segunda,
porque Felipe de Borbón tenía programada desde hace tiempo un par de
inauguraciones en Galicia: precisamente para esos
mismos días. De manera que, puesto que Felipe de Borbón debía acudir a
Galicia, la Casa real y los organismos del gobierno,
creyendo que no sería entendido que el heredero no recorriese al mismo tiempo
las playas contaminadas, improvisan una visita
a algunos municipios.
Así, Felipe
de Borbón, convenientemente protegido de posibles altercados y de la ira
popular, va a Portonovo, a la Isla de Ons, a Aguiño y al Puerto de Ribeira. En
la isla de Ons, baja hasta la playa de Canexol y se deja fotografiar rodeado de
infantes de Marina, que limpiaban la playa: no hay riesgo de protestas con
militares sujetos a la disciplina castrense. En las otras playas, todo está
también controlado, aunque se oyen algunos gritos. Después, le habían
organizado un encuentro con alcaldes, Patronos mayores y presidentes de
Agrupaciones de las Cofradías de la Ría de Arousa y de Muros Noya. Los
servicios de protocolo se habían preocupado previamente de que no asistieran
personas que pudiesen crear situaciones delicadas. Todo lo que supo decir el
heredero es que había ido allí para llevar "un mensaje de solidaridad y
de apoyo de la Corona. Que sepa Galicia que no está sola".Después, Felipe
de Borbón celebró una reunión con empresarios, cita de la que los serviles
medios de comunicación españoles dieron abundantes referencias, como si de la
entrevista dependieran muchas de las iniciativas para combatir el desastre.
Ocultaron que
Felipe de Borbón se reunió sólo con cuatro empresarios: el director general
de Caixanova, el vicepresidente de Inditex, el vicepresidente del Banco Pastor y
el director general de Caixa Galicia. Hasta para el más apasionado defensor de
la monarquía española, resultaba manifiesto que la reunión era un apresurado
montaje para simular ante la opinión pública que el heredero se preocupaba por
Galicia. Tras esos paseos y esa reunión, Felipe de Borbón abre una exposición
de Picasso en La Coruña y después inaugura el Museo de arte contemporáneo de
Vigo, actos previstos desde hacía muchas semanas. Eso fue todo. No tuvo tiempo
de entrevistarse con los trabajadores, aunque los fotógrafos de corte pudieron
obtener alguna instantánea del heredero con mujeres que trabajaban. No
obstante, pudo fotografiarse con la condesa de Fenosa, una dama de la falsa
nobleza franquista, siempre bien tratada por la familia real, y con algunas
otras personas de relieve, y cambiar pequeñas bromas con la buena sociedad
gallega.
Cualquier buen ciudadano podría
pensar que la brevedad de la visita de Felipe de Borbón a Galicia, y la
evidente ausencia de cualquier toma de contacto con el pueblo gallego, era
consecuencia de la apretada agenda de trabajo del príncipe. Podría pensarse si
no fuera porque la propia Casa real ha tenido que reconocer que durante toda la
semana anterior a la visita a Galicia Felipe de Borbón no tenía ninguna
obligación oficial. Ninguna. Es más: durante todo el mes de diciembre, hasta
su forzada visita, todo el trabajo que había tenido que asumir consistió en
entregar un premio en Alicante, asistir a un partido de fútbol y recibir el día
9 de diciembre a cuatro grupos de visitantes en el palacio de la Zarzuela. Nada
más. No hay que forzar las evidencias para constatar que Felipe de Borbón, un
hombre que empieza a acercarse a los cuarenta años, es una persona que vive
espléndidamente del presupuesto público sin trabajar. No podía ocultarse.
Resulta obvio que su tardía visita a Galicia, un mes después del desastre,
para no contribuir en nada a la búsqueda de soluciones, no puede justificarse
precisamente en el volumen de trabajo que tiene que cumplir: el príncipe vive más
que relajadamente. No es que sea un ejemplo para mostrar a los miles de
voluntarios, negros de chapapote.
Esa dos breves visitas han sido todo,
porque la increíble Casa real debe estar convencida de que los ciudadanos son
imbéciles y se dan por satisfechas con el esperpento. De manera que la visita
de ambos Borbones al lugar de la catástrofe nos deja algunas preguntas incómodas.
Ese príncipe, tan ecologista, jaleado en series de televisión por su amor a la
tierra, por su
preocupación por el medio ambiente, ¿dónde estaba? ¿Andaba decorando su
palacio, pagado con el dinero de los
contribuyentes?, ¿a qué se dedica exactamente, a la vista de su apretada
agenda? ¿O debemos interpretar que está demasiado ocupado con sus diversiones
privadas? ¿Por qué no fue, como los voluntarios, a recoger el fuel? Algún
ingenuo objetará que no es su función, pero, ¿cuál es, entonces?, y hasta es
probable que la indulgente Casa real insista en que no fue a recoger chapapote
por cuestiones de seguridad, como si no pudiera haber ido, envuelto entre
militares, con mono blanco, como los demás.
Esas grotescas visitas, también nos
dejan algunas enseñanzas: la primera, que los gritos de protesta de los
ciudadanos y
voluntarios fueron silenciados por la prensa. La segunda, que las excursiones,
tan vigiladas, de Juan Carlos de Borbón y de su
hijo fueron una puesta en escena innecesaria y gratuita, aunque resultaran
caras. La tercera, que a la vista de la febril actividad
del príncipe, cobra relevancia la afirmación de su padre llamando a trabajar
unidos. Es probable que su propio hijo le haya dicho que mida las palabras: podrían
interpretarse como una burla al país, puesto que no todos los ciudadanos son
como esos
ingenuos que miran las páginas satinadas de la prensa del corazón, que con
tanto servilismo sabe tratar a la familia real, ni son
tan ilusos como para confiar en su probidad y en su amor al trabajo, a la vista
de la experiencia acumulada por ellos mismos y
por sus antepasados.
Así que no es aventurado afirmar que
ambos Borbones saben leer aplicadamente folios en los congresos, en las
reuniones, en los cuarteles, con amañados discursos escritos por otros, porque
el papel nunca protesta ante la hipocresía, pero apenas saben nada más. No es
para alegrarse, pero Juan Carlos de Borbón y su hijo, convertido así en el príncipe
de las mareas (negras), daban una nueva vuelta de tuerca, representando una
vergonzosa comedia ante los ciudadanos, mientras la mugre del petróleo arrasaba
una parte del país. Un personaje de Evelyn Waugh dice que solamente los ricos
se dan cuenta del abismo que los separa de los pobres, y a la vista del
esperpento gallego protagonizado tanto por el príncipe como su padre, seguros
ambos de que el buen pueblo lo aguanta todo, podría añadirse que -además-
algunas actitudes son la constatación de la hipocresía y de la inutilidad
social.