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Las pesquisas de Marcello

El Príncipe abanderado

La Estrella Digital 25 de Mayo de 2006

El Príncipe Felipe de Borbón está enamorado y abanderado. En las tres academias militares en las que se formó siempre fue el abanderado de su promoción. En la travesía del Juan Sebastián Elcano también. En la Olimpiada de Barcelona, lo mismo, y ahora, en sus recientes salidas por los pueblos de Madrid, de Móstoles a Fuenlabrada, también pero de especial manera porque el Príncipe ya no lleva la bandera sino que son otros los que portan la enseña, la agitan, la ondean, la flamean y la pasean, pero otra bandera, la bandera republicana, que se ha puesto de moda en esas visitas de corte franquistoide del Príncipe Felipe a ciudades y pueblos, más propias de Chávez, Evo o Fidel para buscar el olor de multitudes, el griterío de las marujas y, a partir de ahora, el escenario tricolor.

La cosa viene de lejos y va a más porque en Móstoles a una pareja de chavales de IU unos gorilas de la Policía los detuvieron y maltrataron por decir “¡Viva la República!” y agitar la bandera tricolor. Y el Príncipe Felipe de Borbón y Grecia —a quien tan mal asesora su santa Letizia Ortiz Rocasolano—, en vez de pedirle prestada la moto a su papá el Rey y salir como un cohete a Móstoles a hablar con los chicos, pedir disculpas por lo ocurrido y a interesarse por su situación, se calló y dejó que el asunto llegara a la prensa con la esperanza de que se iba a hacer un mutis. Lo que era una esperanza fallida —otro mal cálculo de Letizia—, a la vista de lo ocurrido en la manifestación de Bono y de los militantes del PP detenidos ilegalmente.

El Príncipe no reaccionó como debió en defensa de la libertad de expresión y del derecho a manifestarse, y por eso en Fuenlabrada le estaban esperando no con unas banderitas tricolores sino con muchas más. Y entre los jóvenes ha corrido la voz y a partir de ahora, cada vez que el Príncipe aparezca en un pueblo o en una ciudad, pues banderazo tricolor, porque los jóvenes, además de estar indignados con lo ocurrido en Móstoles, se han tomado lo de la República como una estupenda diversión.

Y si el Príncipe de Asturias no cuenta con el apoyo de la juventud, pues adiós Madrid, que te quedas sin gente. Su padre el Rey, que es un campeón, no tendrá problemas, pero el heredero sí que los va a tener y gordos, sobre todo como la cosa siga así.

Ya sabemos que lo de ser Príncipe heredero no es fácil, ahí está Carlos el orejas a la espera de que a su mamá le dé un soponcio, pero la tía Isabelita II está como una rosa y dispuesta a vivir unos treinta años más. Parece más joven que su nuera Camila. Y es que antes los reyes no vivían demasiado, morían en guerras, los mataban los bastardos, o su esposa, o sus hijos impacientes o la revolución. Pero ahora viven cien años y de ahí la dificultad de la posición del Príncipe heredero.

Qué hacer? ¿Ser o no ser? Se preguntaba el Príncipe de Dinamarca. Pues la respuesta es muy sencilla, en vez de tanta dolce vita con amigotes y tantas visitas populistas de los tiempos franquistas o bananeros —hoy día basta con salir media hora en la televisión para ganar adeptos—, lo que tiene que hacer el Príncipe es trabajar. Como todos los españoles. Sus ocho horitas, en Asuntos Exteriores, Cooperación, una embajada, en la UE, la ONU, la OTAN, formándose hasta que llegue su momento. Pero eso de dar manos, presidir fundaciones, premios, delegaciones oficiales, besamanos y guateques varios se debe acabar. Tiene que dar la imagen de un hombre dedicado y trabajador y sobre todo debe conquistar a la juventud. Y si no hace nada de todo esto mal, muy mal lo va a pasar. La República llegará.

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