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  No consiento que se hable mal de Franco en mi presencia. Juan  Carlos «El Rey»

Y Madrid volvió a llorar

Belén Meneses

kaosenlared 31 de Octubre de 2005

 

El único consuelo que hoy nos queda a los republicanos es que Madrid, ese Madrid valiente del 2 de mayo, el Madrid resistente del “no pasarán”, el Madrid solidario del 11 de marzo, es un Madrid inequívocamente republicano. Su cielo, entristecido y oscuro, derramó su desconsuelo sobre la ciudad, en otro tiempo símbolo de la resistencia antifranquista y último reducto de la violentamente derrocada Segunda República. Madrid, que ya derramó sus lágrimas de rabia e impotencia ante el vergonzante alarde de derroche y ostentación exhibido con motivo de la boda del heredero borbónico, recibe a su primogénita descargando su llanto de indignación, en recuerdo de aquellos ciudadanos que tan heroicamente la defendieron de los rebeldes fascistas, mientras observa impotente como se desvanecen las tenues posibilidades de volver a ser algún día la capital de la República de España.


Mientras trato de evadirme del empalagoso machaqueo de los medios de comunicación, mi hija me pregunta por qué hemos colgado la bandera republicana en el balcón, y yo, que trato de educarla en los principios de justicia e igualdad, me siento abatida porque no sé como explicarla que hoy, día de celebración y exaltación de los privilegios que algunos de sus antepasados lucharon por suprimir, es sin embargo un día de luto para todos los principios que la insignia tricolor representa; una fecha marcada como un paso atrás en las aspiraciones de quienes deseamos conquistar esa igualdad entre todos los españoles, que nos niega la monarquía impuesta por el tirano que se sublevó contra el sistema de gobierno elegido libremente por los ciudadanos.


No resulta fácil hacerla comprender que esa recién nacida que acapara programas de radio, televisión y es portada en todos los diarios, revistas, suplementos, folletos y pasquines, ha venido al mundo con el destino señalado por la estirpe de su árbol genealógico, con unos privilegios y unos derechos de los que ella carece. Me entristece tener que explicarla que, quién debiera ser una ciudadana más con los mismos deberes e iguales derechos, disfrutará de unas ventajas trasmitidas por el linaje familiar. El nuevo miembro de la familiar real vivirá rodeada de lujos y comodidades, tendrá asegurada la educación en los mejores colegios, nunca padecerá penurias económicas, no conocerá la inestabilidad que ocasiona la precariedad laboral ni sufrirá la desesperación que conlleva el desempleo, y por supuesto, no tendrá problemas para acceder a una vivienda. Pero además de estas prebendas heredadas, la futura jefa del Estado estará por encima de la ley y a justicia, a la que nunca tendrá que rendir cuentas de sus actos, pues carecerá de responsabilidad penal. Incluso la Sacrosanta Constitución, hasta hoy intocable, será modificada para asegurar sus privilegios.


Pero lo que más difícil me resulta es hacerla entender (por incomprensible y absurdo), que vive en una sociedad idiotizada, habitada por súbditos que festejan con patético regocijo la continuidad de una situación que constituye un atropello contra la igualdad de derechos y una injusticia que la institución monárquica ampara y legitima.


En cuanto a nuestros representantes políticos, (los que sí hemos elegido democráticamente con nuestros votos), me gustaría reclamarles un poco más de moderación al proclamar la inmensa alegría que les embarga. Es enternecedor que corran a expresar sus más sinceras felicitaciones a los recién estrenados padres, pero que lo hagan a título personal y no en nombre de todos los españoles, a no ser claro que quienes no nos sentimos identificados con la Monarquía como sistema de gobierno, no seamos considerados como tales. Si quieren pregonar su inmensa satisfacción ante el feliz acontecimiento me parece perfecto, que no se repriman, pero por favor, no en mi nombre

 

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