La
España embarazada
Belén
Meneses
kaosenlared.net
17
de Mayo de 2005
Todas
las españolas tenemos antojos y vómitos matutinos en solidaridad con
la más embarazada de nuestras compatriotas.
Cómo decía la canción de Tequila, “hoy me
he levantado contenta de verdad". Más que contenta, me siento
radiante de felicidad, exultante de alegría. Que me salgo por los
lados, vaya. Y es que, una vez recuperada del espectáculo de derroche y
ostentación que supuso el anhelado enlace del hijo de Juan Carlos con
la presentadora del telediario, vivía sin vivir en mí; atormentada por
la incertidumbre del futuro incierto que se cernía sobre nuestra
monarquía; angustiada porque la semillita de Felipe no terminaba de
encontrar acomodo en el tarro de las esencias de Letizia.
Por fin respiro aliviada. La fecundación real ha devuelto la
tranquilidad a los ciudadanos y todas las españolas tenemos antojos y vómitos
matutinos en solidaridad con la más embarazada de nuestras
compatriotas. Misión cumplida. La periodista reconvertida en princesa
se ha entregado con patriótico entusiasmo a la tarea de la procreación
y ha cumplido eficazmente con su obligación de procurar descendencia a
la arcaica monarquía española. La plebeya Letizia no ha
defraudado las expectativas y ha demostrado estar a la altura de la
prodigiosa fertilidad de su principesca cuñada, que parece invocada a
remediar ella sola el problema del descenso de la natalidad que amenaza
a la población mundial. Como representante del género femenino me
fastidia que se nos evalúe en función de nuestra capacidad
reproductora, pero si una mujer moderna, culta y supuestamente
inteligente acepta su condición de hembra paridora con resignación e
incluso con regocijo, no seré yo quien me erija en defensora de la
dignidad femenina de Letizia. Sarna con gusto no pica, que decía mi
abuela.
Hasta que llegue el memorable momento del alumbramiento real, hagamos
acopio de ingentes dosis de paciencia y resignación para padecer el
incesante bombardeo informativo que convertirá cualquier estornudo,
suspiro o espasmo de la princesa en noticia de interés nacional. Los
medios de comunicación pondrán a prueba nuestra capacidad de aguante
hasta el día que vea la luz el próximo infante predestinado a
amargarnos la fiesta a todos los republicanos. Aunque quien sabe, quizás
el hijo de la feliz pareja llegue a este mundo cubierto con una corona
de dignidad que le reprima para acceder a la jefatura del Estado sin
haber sido antes refrendado por su pueblo. Es posible que le espante su
condición de heredero restaurado por aquel dictador del que no se puede
hablar mal en presencia de su abuelo. Tal vez el amor por su país y el
respeto por su pueblo sean más fuertes que la necesidad de mantener los
privilegios que le otorga su linaje histórico. Quizás le avergüence
su posición de “persona inviolable no sujeta a responsabilidad“
en una sociedad que mantiene como valores más preciados la justicia y
la igualdad. O acaso estemos ante el Borbón que tendrá la valentía de
consultar a su pueblo si desea continuar con un régimen monárquico
impuesto o prefiere recuperar la legalidad republicana truncada en 1936.
Personalmente, aunque estuviera dotada de la capacidad para situarme
dentro de los límites de lo absurdo, me pregunto si una sociedad que
celebra los privilegios reales con un absurdo servilismo que roza el ridículo,
que acepta con naturalidad la pactada censura informativa en torno a
toda la familia real y que tolera con pacata mojigatería ese blindaje
sagrado de venerabilidad intocable con que se trata de preservar al
soberano, puede estar preparada para subsistir en un régimen político
que confiere a cualquiera de sus ciudadanos la posibilidad de acceder a
la jefatura del Estado. Me asaltan serias dudas acerca de la capacidad
de los españoles para sobrevivir sin las fastuosas ceremonias de bodas,
bautizos y comuniones reales, sin las regatas veraniegas, las vacaciones
invernales en Baqueira y sin los hipnóticos mensajes navideños de
nuestro saleroso monarca.
La frase “jodidos pero contentos" tiene su origen en el
patético espectáculo de súbditos españoles embelesados, aclamando
con una devoción próxima al éxtasis religioso las pantomimas
representadas por la saga borbónica. Ante tamaño despliegue de
exhibicionismo patriotero, solo cabe preguntarse si somos tontos,
borregos o masoquistas.
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