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  No consiento que se hable mal de Franco en mi presencia. Juan  Carlos «El Rey»   

Corte o república

Marcos Taracido
Libro de Notas.
14 de Abril del 2005.

 

La pregunta es si se puede construir una auténtica democracia desde la monarquía, si la antífrasis que supone hablar de «monarquía parlamentaria» es un modelo de Estado coherente y suficiente capaz de superar la paradoja de un gobierno de súbditos, de una carta de derechos fundamentales que consagra al mismo tiempo la igualdad de todos y la excepcionalidad de unos pocos.

La concepción actual de la monarquía se forja en el teatro barroco: el honor, la limpieza de sangre, la nobleza del pueblo que sabe reconocer a su monarca, la crítica taimada a los nobles descarriados pero la intocabilidad del rey. Nuestra democracia no es tal desde el momento en que por ley se conceden privilegios a unos pocos y se imposibilita la oportunidad de acceso de cualquiera a determinados cargos del Estado; pero además, el pacto tácito de guardar silencio informativo sobre la familia real horada la libertad de expresión y consagra la falta de igualdad de los ciudadanos. Ya en el siglo XVII definía Sebastián de Covarrubias la democracia como «el imperio popular, cuando no se gobierna por los nobles, ni sabios, reducidos a cierto número, sino por república formada».

La realeza es hoy una industria. Es un parque temático que muestra el anquilosamiento de la sociedad en torno a seres privilegiados y ajenos al mundo; es todo un entramado de relaciones y atracciones de feria que se intenta por todos los medios transmitir como útiles y ejemplares omitiendo lo fundamental: que mienten a la genética, que burlan a la historia, que son fundamentalmente premodernos y que la Corte, como decía Góngora, está llena de gentiles hombres, sólo de sus bocas.

La monarquía vive hoy del machadiano español que bosteza; del mismo que bostezaba en el franquismo y que lleva bostezando más de un siglo. Del que no sabe y no contesta y del que sigue a la turba sin salirse un paso de la marcha impuesta, no por convicción alguna sino por apatía y acidia. No se trata de la república como sistema perfecto, como idealismo iluso de un Estado roussoniano de bondad y belleza. Se trata de restablecer la democracia real desde sus cimientos; se trata de construir un Estado desde el escrupuloso respeto a los derechos fundamentales, sin cortes, ni excelencias, ni Grandes, ni genuflexiones, sino con ciudadanos, sólo y únicamente ciudadanos.

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