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  No consiento que se hable mal de Franco en mi presencia. Juan  Carlos «El Rey»   

Chico o chica

Emilio Garrido

Levante 15 de Mayo de 2005

Hubo un momento de la guerra en el que los nazis ya no discriminaban. El tren entraba en Auschwitz. Los portones de los vagones se abrían a la vez por los dos lados. Parte de los deportados bajaba, o caía, arbitrariamente a una parte u otra del andén. Quienes habían bajado por la derecha iban directos a la cámara de gas y quiénes habían salido por la izquierda sobrevivían de momento en el campo de trabajo. O al revés. Y daba igual que hubiera hombres sanos camino del horno o ancianos marchitos en busca de un barracón, niños enfermos o niñas saludables en un destino o en el opuesto, jóvenes o maduras, vírgenes o preñadas. Se trataba de establecer un criterio y basta. La discriminación, la máxima pues dilucidaba entre la vida y la muerte, era dictaminada exclusiva y terriblemente por el azar.

El azar -natural o inducido- también anida estos días en el vientre de una mujer. Era una mujer como otra hace un par de años. Pero el, digámoslo así, destino ha querido conventirla en la madre del vástago que heredará el trono de España. La criatura que lleva dentro todavía no lo sabe. En ese sentido, es tan inocente como los deportados del vagón. Sin embargo, fuera, los hombres discuten si debe reformarse tal o cúal ley para que no haya discriminación tanto si nace varón como si nace hembra.

Es decir que los hombres de la patria están velando para que cualquier cromosoma, sea x o y, no importa el sexo, pueda convertirse en el primer funcionario de España. Pero no están preguntándose si deben ser esos y no otros quiénes accedan a tal situación. La igualdad de oportunidades es la posibilidad teórica de que usted o yo, o su hija o el mío, por méritos propios, podamos llegar a ser jefe del estado. Y no en cómo hacer para que cualquiera de los bebés de Leticia, pero únicamente de Leticia, acceda al cargo.

Por supuesto, estoy diciendo que el debate entre Monarquía y República sigue hurtado y debería estar por delante del de la igualdad en la sucesión dinástica. La verdadera igualdad radicaría en que usted y yo, después de que nos hubieran dado la oportunidad, permitiéramos la continuidad de los Borbones. A continuación sí que podríamos decidir, y en referéndum también, si queremos chico o chica. Mientras más tiempo se demore el debate sobre la forma del Estado, más banderas republicanas asomarán en las calles. Ahora todavía ganaría un sí a la realeza. Dentro de unos años, quién lo sabe
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