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No consiento que se hable mal de Franco en mi presencia. Juan  Carlos «El Rey»   

El recuerdo de una tarde

Antonio Alvarez-Solís

Gara

Frente a la versión oficial sobre la Transición española, Alvarez-Solís busca de entre sus recuerdos elementos que puedan ayudarnos a comprender mejor esa «época en que todo fue traicionado». La verdadera cara de Juan Carlos de Borbón -la que hemos podido ver en la Cumbre Iberoamericana-, la ideología de Aznar -el fascismo que denunció Chávez en ese mismo foro- o el seguidismo de la izquierda estatal -siendo Zapatero el último eslabón de esa cadena- son algunos de los elementos que el veterano periodista nos acerca en su artículo.

Cuando dirigía «Interviú» practiqué siempre la cortesía que un director debe a sus colaboradores. Una cortesía que venía de otros tiempos ya lejanos y que definitivamente ha muerto. Una tarde fui a visitar en la clínica del Profesor Barraquer a Emilio Romero, al que acababa de operar de cataratas el eminente oftalmólogo catalán. Eran momentos en que los monárquicos legitimistas estaban aún heridos por el acceso de Juan Carlos de Borbón al trono tras la maniobra del dictador para impedir que reinase el inquilino de Villa Giralda, que tenía otras intenciones sobre la restauración democrática. Como siempre ha ocurrido en la historia española, elegimos el peor de los reyes posibles. Romero era un personaje extraño, muy irisado, que poseía un fenomenal olfato político. Fue aquella tarde cuando resumió su visión sobre el actual monarca con una frase que tendré siempre presente: «No olvides nunca que el monarca actual tiene un poder personal superior al de Carlos III o Fernando VII. Carlos III hubo de admitir una serie de políticas que le impusieron los estadistas progresistas de su tiempo. Fernando VII tuvo que jurar varias veces la Constitución liberal, aunque después regase el país con sangre. El rey actual ha llegado al poder en un marco que le libera de toda contención política o constitucional. Es un Borbón químicamente puro. Nadie dará un paso más allá de las fronteras que establezca».

Guardé la frase entre tantos papeles que conforman mi memoria íntima de la transición, la época en que todo fue traicionado, incluso por el Partido Comunista. De vez en cuando los repaso. Uno de esos momentos fue el oscuro 23-F, ante el que se ha hecho héroe al monarca, pese a que la energía dinástica para la represión de los golpistas partió de Lisboa. Esto lo saben muy bien los tres generales que se opusieron realmente al golpismo. Nadie se atrevió desde entonces a contar la historia real de aquel siniestro acontecimiento.

Otro momento fue el de hace unos días en la Cumbre Iberoamericana que acaba de celebrarse. Allí surgió el Borbón clásico, el del poder único. El rey que quiso imponer silencio despóticamente al presidente Chávez cuando el primer magistrado venezolano calificó de fascista al Sr. Aznar. El rey que, luego, se levantó ofensivamente de la mesa cuando intervenía el presidente de Nicaragua para exponer con discurso prudente, una vez más, el comportamiento colonialista de las empresas españolas en aquellas repúblicas que ahora tratan de elegir un camino honrado y popular para sus pueblos maltratados. Quedará ahí, por mucho tiempo, el «¿Por qué no te callas?» que Juan Carlos de Borbón espetó inmoderadamente al Sr. Chávez como si se tratara de un apesebrado político español en la Zarzuela. A los que han sostenido y sostienen que el monarca es la piedra angular de nuestra democracia la lanzada les ha herido en el costado. La democracia española es eso, precisamente: un repetido «¿por qué no te callas?», que se acompaña con leyes carentes de Derecho, con cárceles siempre abiertas, con represiones que buscan el populismo -ese sí- entre una ciudadanía española que, como decía Trostky de la ciudadanía inglesa en 1931, se dobla ante «el peso enorme que tienen sobre su conciencia el conservadurismo, el fanatismo, el respeto por los de arriba, por los títulos, la riqueza y la Corona».

Fue Zapatero el que, como siempre suele, aprovechó el agua revuelta del incidente para hablar, retorcidamente circunspecto, de la obligación que el presidente Chávez tenía de no proceder con «descalificaciones» personales al ex presidente Aznar, electo por el pueblo español. ¿Descalificaciones? Trató el Sr. Zapatero de cobrar altura de estadista imperial -«esto no volverá a ocurrir», añadió poco después con un cesarismo de quilla plana- sin darse cuenta de que definir como fascista a una persona no constituye un insulto sino atribución de una ideología que evidentemente resultó triunfante al final de la guerra del 39. Una ideología embutida en falsos parlamentarismos, cobijada en estados definitivamente invadidos por las élites sociales, forrada con la seda artificial de mil discursos vergonzosos -¡ah, lo que vienen diciendo los autoproclamados socialistas!-, corrompida hasta el tuétano por el constante escándalo público.

Pero, volviendo a la supuesta acusación venezolana contra el Sr. Aznar, ¿qué es el fascismo sino una ideología radicalmente populista -aquí sí se debe hablar de populismo- en que se edifica una sociedad orgánica, encabezada, dirigida y pastoreada por los que tienen la sartén por el mango y el mango también? Una sociedad, insistamos, en que los sindicatos que viven en la hacienda del estado han regresado al espíritu acomodaticio de las corporaciones, en que las iglesias forman parte de la restrictiva policía moral, en que los ejércitos son portadores de la buena muerte, en la que el trabajador es una cifra negativa y una carga escandalosa sólo asumible si su piel abriga a los poderosos, en la que una supuesta cultura ha enterrado la historia y en la que los pobres son culpables de su pobreza.

La ideología fascista ¿no es la que alimentó con sus hipócritas formas sociales el imperialismo inglés, asiento de racismos, solemnidad de teóricos, modelo de equilibrio ciudadano? La gran ideología fascista surgió del hábil, poblado y tenaz pensamiento inglés, y cuando se constata este hecho no se está insultando vulgarmente a una nación. Hitler bebió abundantemente en la fuente inglesa.

Todo eso que acabamos de referir tan resumidamente es fascismo ¿Y acaso no son, éstos, elementos que pueblan, aunque de forma burda, la política del Sr. Aznar, del universal presidente Bush, de la canciller alemana Sra. Merkel, de las potencias europeas que benefician una idea traicionada, de las grandes entidades financieras en que anidan los magnates de la economía, de los escritores e intelectuales con derecho a cocina, de los ejecutivos que han corroído el espíritu de las clases medias? ¿Acaso esa política no está encanutada en algo que es una ideología en vez de un puro y circunstancial insulto? A todos esos protagonistas de la ruina moral de inmensas poblaciones debiera dirigirse el monarca español y gritarles «¿y vosotros por qué no os calláis?».

El Sr. Aznar ha procedido con urgencia a agradecer al rey y al Sr. Zapatero la defensa que han hecho de su integridad. Ahora se aclara que el pensamiento del Sr. Aznar no es fascista. Pero si no es fascista, ¿qué es ese pensamiento? ¿cómo definirlo en términos académicos?

Al pie de este suceso uno siente una nueva náusea ante la burla que se hace de quienes están intentando su liberación tras tantos siglos con «los pies y las manos presos». Solamente le queda al honrado observador el consuelo de que la realidad histórica acaba por abrir siempre sus puertas a lo justo, aunque haya miriadas de zorros que correrán de nuevo tras la presa. Y volverán los pueblos a sufrir, que es una forma, muy triste desde luego, de depurar su nobleza. Pero al fin se acertará, como dice Stephen Hawking en su última obra, a dar con el todo, con ese horizonte confortablemente luminoso en donde la opresión ya no podrá ser significada desde la boca de un rey. Bueno, yo pienso en ello cada mañana en que maldormido mojo mi tostada en el café con leche que humea consoladoramente.

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Antonio Alvarez-Solís, periodista.

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