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Borbón, chitón

Hugo Martínez Abarca 

Blog 3-republica 11 de Mayo de 2007

Al Rey nadie le ha elegido democráticamente, pese a lo cual ostenta la jefatura del Estado. Los que están conformes con esa situación alegan que es una figura simbólica que cohesiona, arbitra y no sé qué zarandajas. Así, la Monarquía justifica su carencia de legitimidad democrática con una supuesta ausencia de pronunciamientos políticos más allá de cosas que se consideren neutras. Esto tiene su trampa, por supuesto, pues, no existiendo la neutralidad, el Rey coloca la raya central: si el Rey apoya explícitamente (como ha hecho) la Constitución Europea, la unidad de España, a la Iglesia Católica… sitúa en esas defensas el espacio de la normalidad y deja ver que lo normal es apoyar esas cosas, aunque, claro, como somos una democracia, también permitimos que haya quien vote ‘no’ a esa Constitución Europea, sea partidario del derecho de autodeterminación, sea musulmán, ateo o lo que le venga en gana.

Ayer se soltó el monarca unas frases con las que puedo estar de acuerdo (salvo en lo de que no hay que comparar el caso vasco con el irlandés, que dijo para amortiguar el golpe: sobre la insistencia en que esa comparación no es posible volveré mañana): en general me encantaría que los líderes políticos adoptaran el discurso empleado ayer por el Borbón: estos procesos son largos, pero hay que intentarlos y son muy importantes. Pero viniendo de quien viene da igual: ese señor se tiene que callar y sus opiniones merecen ser guardadas en un oscuro lugar de su cerebro porque ostenta un cargo político sin legitimidad democrática, lo que le permite, entre otras cosas, que sus opiniones tengan un altavoz injustificable.

Ocurría lo mismo cuando, en las manifestaciones contra la Guerra de Irak se coreaba “Que hable el Rey”: a parte de la presunción que supone pensar que si habla lo va a hacer para condenar la guerra y a sus promotores (¿de dónde se sacaban que, si hablara el Rey, lo haría contra la guerra?) , como pueblo no necesitamos que venga un salvador desde un Palacio para impartir opiniones sagradas por muy estupendas que sean esas opiniones. Había una voz mucho más importante que la del Rey, que era la de los ciudadanos, y esa voz es la que vale.

No, que no hable el Rey. Que hablen los ciudadanos libres e iguales. Si el Rey quiere hablar, quiere participar políticamente, quiere desempeñar algún papel político (siquiera el del ciudadano) debe abdicar de su cargo y renunciar al uniforme castrense. A partir de ahí, que hable, como cualquier ciudadano y le escucharemos como a cualquiera de los cuarenta millones de ciudadanos: no le escucharemos más que a los otros ciudadanos pero, sólo en esas circunstancias, tampoco menos.

 

 

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