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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   


 

Pocos principios, pero flexibles

Hugo  Martínez Abarca

Quien mucho abarca   25 de Agosto de 2009

 

Desde hace unos días circuló por internet el descubrimiento de que la Casa Real había fechado un discurso franquista del monarca en 2005 cuando en realidad era de 1977 y la rectificación de la Casa Real al darse cuenta gracias al Foro por la Memoria. Hay que suponer que el discurso de Juan Carlos de Borbón elogiando a los golpistas triunfantes del siglo XX (Primo de Rivera y Franco) fue leído en febrero de 1977. No porque después se haya mudado el pensamiento de este señor, sino porque después no hubiera sido conveniente. Mucho menos en 2005 cuando en la sociedad española mucha gente reclamaba ya acabar con el silencio franquista para hacer protagonista a la memoria democrática.

Conocemos pocos principios que para Juan Carlos de Borbón sean innegociables: acaso la conquista de dinero y mujeres sea lo único a lo que parezca que no renuncia en ninguna situación. Por lo demás nuestra monarquía ha sabido mantenerse en el ámbito más conservador de entre lo posible, pero siempre dentro de lo posible. No ha renunciado al franquismo (no permite que se hable mal en su presencia del genocida que lo nombró), pero por encima de ese o de cualquier otro principio ha estado siempre el del oportunismo.

Juan Carlos de Borbón dirigió discursos elogiosos en público hacia Franco en 1969 (”recibo de su Excelencia el jefe del Estado y Generalísimo Franco la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936″), 1975 (”una figura excepcional entra en la Historia“) y 1977 (”“Resulta de justicia rendir en este momento tributo al esfuerzo de dos grandes soldados que pasaron ya a la Historia y que fueron los artífices del acontecimiento que festejamos: el general Primo de Rivera, creador de la Academia General  Militar,  y  el Generalísimo  Franco, su primer director”).

En los tres casos necesitaba el apoyo de Franco o de los franquistas para mantener su trono: cuando lo nombró el propio Franco, cuando lo hacían sus Cortes o cuando estaba a punto de consentir la legalización del PCE). Si no me equivoco, el discurso de 1977 fue el último en el que públicamente elogia al cruel dictador: después el elogio público del tirano no le era útil. En 1977 era igual de impresentable, pero menos imprudente.

Si en 2005 hubiera leído un discurso abiertamente franquista y primoriverista al menos hubiera tenido la dignidad de exponer sus ideas en contra de la  corriente, jugarse acaso su popularidad por su ideario reaccionario. No, Juan Carlos de Borbón sólo ha dejado ver su carácter autoritario cuando algún dirigente osa cuestionar a los poderes económicos que agasajan al monarca. Ha sido el adalid del centralismo, el catolicismo, el “hay que darles duro en la cabeza“, o el “si llego a saber que ese puro es para Arzalluz, meto un petardo dentro“. Conocemos también lo que opina su esposa (la intelectual de la familia): una reaccionaria imprudente por mucho que vistan de seda a la mona. Todo ello siempre dentro de lo posible y cuando se le ha ido la mano ahí ha estado la prensa del régimen para desmentir lo que hemos visto con nuestros propios ojos o para justificar lo impresentable.

El de la monarquía en España no es un debate meramente estético, sino que es el debate sobre un pesadísimo lastre democrático que lo somete todo a su pervivencia en el machito (literal y figuradamente hablando). Tan es así que las legalizaciones de partidos en España se hicieron en función de la renuncia a la apelación a la República: el PCE accedió y fue legalizado; Izquierda Republicana o Esquerra Republicana de Catalunya no pudieron usar sus siglas en aquellas primeras elecciones democráticas.

En el relato mágico de nuestra Transición siempre se dice que Juan Carlos nos trajo la democracia porque tenía presentes los antecedentes de su abuelo y de su cuñado; el único límite del peloteo que nadie ha sobrepasado es el de que nos trajo tan maravillosa democracia porque tenía firmes principios democráticos. En eso estamos con los mitificadores de la monarquía y la transición.

Sí, Juan Carlos de Borbón hizo entonces lo que ha hecho siempre: moverse para mantenerse en su posición privilegiada desde la que seguir recibiendo favores de todo tipo.

 

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