Los
Borbones un freno al progreso
Sergio
Gálvez Biesca
UCR
1.- PRESENTACIÓN
En
primer lugar, y no es mero protocolo, quería agradecer muy sinceramente a Unidad
Cívica por la República, y a su Taller de Historia, su invitación para
participar en este encuentro tan necesario para fomentar una mirada crítica y
rigurosa en torno a nuestro pasado.
Este tipo de actos son tanto más necesarios en el oportuno momento en que, a
pesar del llamado boom de la “memoria histórica” –a la que nosotros
preferimos denominar “democrática”–, las herencias y huellas de la larga
dictadura franquista, y del mal llamado pacto de silencio, siguen pesando
–y mucho– sobre el conocimiento de nuestra contemporaneidad. Precisamente de lo
que hoy aquí vamos hablar –La dinastía de los borbones– es uno de los
muchos temas históricos, en buena medida, desconocidos de nuestro pasado
contemporáneo, y sobre el que habitualmente se suelen correr tupidos velos.
2.- PLANTEAMIENTO
El
esquema que voy a seguir en esta conferencia se basará en tres líneas
centrales:
a)
En primer término,
plantearé lo que a mi juicio se puede considerar como el conjunto de
características generales, o señas de identidad, a través de las cuales
podemos acercarnos mejor al conocimiento de la dinastía de los borbones,
desde una perspectiva historiográfica crítica.
b)
En segundo lugar,
analizaremos de forma somera la larga y dilatada historia de la
monarquía borbónica, desde su llegada hasta la actualidad, destacando en
paralelo los principales hitos históricos acaecidos en nuestro país.
Insistiendo, a su vez, en las estrategias seguidas por la propia
dinastía borbónica a través de las cuales asegurarse su supervivencia a
lo largo de tres siglos. De este modo, veremos su propio modelo de
auto-transformación, sin cuestionar nunca su origen no democrático:
desde la Monarquía Absoluta típica del siglo XVIII, pasando por
una Monarquía del Liberalismo del siglo XIX no democrática; y por
último, la aparición del “subproducto” que hoy denominamos Monarquía
Constitucional, como producto histórico de un largo proceso
de adaptación y de supervivencia prácticamente incomparable con
cualquier otra institución, si exceptuamos la Iglesia Católica.
c)
Por último,
finalizaremos con un conjunto de conclusiones y valoraciones como es de
rigor.
3.- EVOLUCIÓN DE
LA DINASTÍA BORBÓNICA
A la hora de
afrontar un análisis global sobre la Monarquía Borbónica, tenemos
que partir de, al menos, cuatro premisas o preguntas básicas.
a)
¿Cuál
ha sido la lectura predominante de nuestro pasado a la hora de
interpretar las grandes líneas de nuestro desarrollo histórico
contemporáneo?
La historia de
España contemporánea, desde mediados del siglo XX, se ha venido
presentado en no pocos ámbitos bajo dos categorías principales:
España como diferente a Europa –el famoso Spain is
different–, ante el imperecedero retraso de nuestro país a la hora
de adaptarte a los nuevos vientos que soplaban más allá de los
Pirineos; y en segundo lugar, y a la hora de analizar la historia de la
monarquía borbónica, siempre se entendió, e incluso se mantiene hoy, que
cualquiera de los procesos políticos que, en un momento u otro,
derrotaron a la Monarquía constituyeron periodos excepcionales, que
rompían con la normalidad de nuestro transcurrir histórico. De
modo que, por ejemplo, tanto la I República como la II República
supondrían periodos de anormalidad o de excepcionalidad
bajo esta óptica, y que “ineludiblemente” tuvieron que conllevar a
posteriori sucesivas restauraciones de la monarquía. Como si la
historia estuviera escrita por adelantado.
b)
Una segunda
pregunta que debemos de plantearnos es, ¿cómo se ha representando a la
monarquía borbónica tanto en los estudios como a nivel social en
términos genéricos? Partiendo de esta construcción basada en los
parámetros de normalidad y anormalidad –pocos científicos
por lo demás– la Monarquía vendría a representar el eje central de todo
un largo proceso de construcción de las bases, los valores e ideales del
actual sistema político. Así como a simbolizar la idea de España –de su
unidad–, del catolicismo y del Ejército como garante de todo lo
anterior. Y todo ello, a pesar de que si exceptuamos el reinado de
Carlos III el resto de los monarcas (Felipe V, Fernando VI, Carlos IV,
Fernando VII, Isabel II, Alfonso XII, Alfonso XIII, Juan Carlos I) no
sólo se caracterizaron frecuentemente por la incapacidad más que
manifiesta de gobernar o de carecer de dotes de política, sino por
serios trastornos psíquicos o mentales –depresión, locura,
esquizofrenia…–, que conducirían al país, en no pocas casos, a
situaciones límites. Y ello sin hablar de corrupciones varias.
c)
Un tercer aspecto
de no poca importancia, y que debe apuntarse como una crítica para buena
parte del gremio de los historiadores, es el escaso conocimiento real
que tenemos sobre la Monarquía Borbónica, como entramado jerárquico de
poder y parte central de la clase dominante, que ha hegemonizado los
principales escenarios de la vida política española durante los tres
últimos siglos. De hecho, y no es cuestión baladí, si queremos
acercarnos a las biografías de algunos de los monarcas de manera casi
obligatoria tendremos que recurrir a historiadores o a periodistas
conservadores, quienes a través de una escasa metodología, empleo de
fuentes poco fiables e interpretaciones, en la mayor parte de los casos,
interesadas, han analizado tan sólo algunas de las “particulares
historias” de los monarcas españoles. Así pues, y al igual que sucede
hoy, por ejemplo, con nuestro escaso conocimiento histórico sobre
algunos “sujetos históricos claves” de nuestro tiempo (el mundo
empresarial desde la transición a la democracia, o el propio estudio de
Alianza Popular y del actual Partido Popular), la noción de lo que ha
supuesto la Monarquía Borbónica para nuestro país es una tarea pendiente
para los investigadores. Bien es cierto que no se trata de una cuestión
fácil de abordar desde una perspectiva historiográfica –que es la que
aquí nos interesa– tanto por la abierta censura practicada desde el
Gabinete de Prensa de la Casa Real y/o la imposibilidad real de acceder
a toda la documentación relacionada con el objeto de estudio, así como
por un proceso –bastante interiorizado, añadimos– de propia autocensura
de los historiadores, quienes, o bien no quieren entrar en arenas
movedizas, o bien han desistido ante la propia dificultad de localizar
fuentes fiables para analizar el asunto.
d)
Un cuarto aspecto,
visto lo anterior, es la necesidad de promocionar una historiografía
crítica, pero rigurosa y académica. Por ello parece más que adecuado a
estas alturas, y en un momento en que se está produciendo una importante
revisión de nuestro pasado reciente –II República, Guerra Civil,
dictadura Franquista, Transición-, recuperar otra vez los grandes
relatos de la historia, que nos permitan obtener una visión global de
nuestro pasado. Parece que este puede ser un inmejorable camino para
explicar la historia de un país, que lejos de constituir una
anormalidad en el contexto europeo, fue objeto de observación de las
naciones europeas por sus sucesivas revoluciones tanto en el siglo XIX
como en el XX; y que en sus escasos periodo de duración supusieron lo
mejor de una tradición democrática, que en todo caso no contaron con un
proyecto político definido y claro; y por otro tuvieron que hacer frente
a poderosos enemigos que ante la amenaza de que se eliminarán sus
privilegios de clase, impidieron las más de veces a través de la fuerza,
y de las armas, dichas experiencias que se encuentran en el sustrato de
lo que podríamos considerar nuestra memoria e Historia democrática y
social.
4.- LOS BORBONES
EN LA HISTORIA DE ESPAÑA
Tras casi un
siglo de decadencia de la Monarquía de los Habsburgo, el siglo XVIII de
la Historia de España comenzaba con un cambio de Dinastía. A través del
testamento de Carlos II, último rey de la dinastía de los Habsburgo, el
nieto de Luis XIV de Francia iba a llegar al trono español. Nos
referimos a Felipe V.
Lo cierto es que
el cambio de Dinastía si bien, por un lado, iba a suponer un largo de
periodo de reformas de la Monarquía Absoluta, por otro el inicio no pudo
ser más desolador. La propia llegada de los Borbones a España supondría
la entrada en España en un largo conflicto bélico –Guerra de Sucesión–,
en donde en tan sólo una década se perdería más territorio y poder, que
en un siglo de decadencia de la Monarquía de los Habsburgo. De hecho,
Felipe V, como buena parte de los borbones que le seguirían, fue un rey
incapaz de gobernar, escasamente dotado y que terminaría prácticamente
loco.
Ahora bien, los
tres primeros borbones –Felipe V (1700-1746), Fernando VI (1746-1759) y
especialmente Carlos III (1759-1788)– fueron reformadores de la
estructura del Estado, en especial de la Administración. Estos intentos
por “modernizar” –por emplear aquí términos, que si bien no son muy
adecuados, nos pueden dar una ligera idea para lo que aquí se está
hablando– el país en aspectos claves como la educación, las
infraestructuras o la propia economía en ningún momento conllevaron, ni
por asomo, ningún movimiento para trasformar lo más mínimo la estructura
política de la Monarquía. De hecho, el reinado de estos Borbones
supondría la vuelta a las posiciones más ultramontanas de los valores de
una Monarquía Absoluta. Como destacó en su momento el historiador
conservador, y últimamente ligado al fenómeno revisionista y
negacionista postfranquista, Stanley Payne:
«…las reformas
[…] se basaron en la poderosa autoridad de la Corona, que estuvo mucho
más cerca de ser una monarquía absoluta en el siglo XVIII bajo los
Borbones que anteriormente bajo los Habsburgo. Se suponía que la gloria
de la monarquía y su preocupación por un reino fuerte e ilustrado
exigían un programa básico de reformas que convertía a España en un país
más ordenado, racional, educado y productivo».
En el transcurrir
del siglo XVIII español, marcado por continuas guerras como consecuencia
del Pacto de Familia, los borbones evidenciarían, como bien dice
el título de esta ponencia, un freno al progreso, en tanto en
aquellos momentos en parte de Europa comenzaban a florecer los primeros
teóricos de la nueva cultura racionalista, y a difundirse la necesidad
de ir limitando las prerrogativas reales. La Monarquía Borbónica, a
pesar de algunas tibias medidas –creación de las Academias Reales, por
ejemplo–, en ningún momento esbozó cualquier abismo de reforma que no
fuera destinada a reforzar su propio poder.
El mejor ejemplo
lo podemos observar a través del desarrollo de la Ilustración en
España durante este siglo XVIII. Marcado por el fuerte catolicismo,
cualquier pensamiento que pudiera desviarse de la doctrina oficial fue
rápidamente censurado y perseguido. Entre las figuras de este periodo
deben destacarse grandes nombres como los de Benito Jerónimo
Feijoo, en la primera mitad de siglo o el de Jovellanos en la segunda.
Sin embargo, tras
la muerte de Carlos III, su sucesor Carlos IV (1788-1808) se convertía
en un rey bisagra, entre dos regímenes y dos siglos. Su pésima gestión y
su nula capacidad de gobernar llevarían a la familia real hacia un
auto-suicidio dinástico. Finalizando su reinado con lo que se ha venido
a denominar el Antiguo Régimen, a caballo entre el siglo XVIII y XIX. A
pesar de heredar una situación meridianamente estable, Carlos IV mostró
pronto su poca predisposición para ejercer el mando, y rodearse tan sólo
de amigos para el Gobierno. De hecho, más que hablar de Carlos IV se
hace necesario atender al papel jugado por la figura de Godoy, verdadero
amo y señor del país en estos años. A pesar de su tibia política
reformista, en un sentido incluso progresista, la verdadera preocupación
fue frenar la entrada de ideas de la Francia revolucionaria así como el
creciente poderío del imperialismo napoleónico.
Todo ello en un
periodo histórico denso en acontecimientos. Por un lado, a lo largo de
estos años van a surgir los primeros focos o núcleos del pensamiento del
“liberalismo político” español, que cuestionaban directamente el
carácter divino y la soberanía absoluta del rey; y por otro dada la
nueva política de alianzas anti-francesas, principalmente con
Inglaterra, sumada a una creciente oposición proveniente del futuro
sucesor –Fernando VII–, las mismas actuaciones de los borbones les
llevaría a su caída. De este modo, tras la abdicación de Carlos IV, en
medio de una conocida revuelta, Napoleón intervendría en el país
poniendo a su hermano José I Bonaparte como rey de España.
Así pues, nos
encontramos, entre 1808 a 1812, con el primer intervalo en donde
la monarquía borbónica va a estar fuera del poder político. Entre los
factores que impidieron que en España se llevaran a cabo el conjunto de
reformas por la que la Francia napoleónica estaba transitando, sin duda,
pesó el hecho del escaso apoyo dado por las clases acomodadas al nuevo
monarca, así como por la reacción del “pueblo español” a través
de la Guerra de Independencia. Guerra que podemos definir como la
primera guerra popular de toda la historia moderna. Ahora bien, de ahí a
mitificar el asunto –como ha sido nota común– como ejemplo
de la propia fundación de España como nación va un largo camino, que ha
querido ser instrumentalizado por la derecha conservadora carente de
referentes históricos democráticos en los que apoyarse. No obstante, lo
realmente importante a reseñar es como en este pequeño periodo de tiempo
–apenas cuatro años–, encontramos la configuración de la
primera constitución española “semi-democrática” a través de las Cortes
de Cádiz, que se encuentra en la misma raíz del nacimiento del
moderno liberalismo hispano.
No obstante, y
como observaremos de ahora en adelante, las fuerzas de la reacción, es
decir de los partidarios de la monarquía absoluta, trabajaron a destajo
desde el exilio para restaurar la continuidad borbónica de la mano de
Fernando VII, probablemente el rey no solamente más incapaz y
autoritario de la Dinastía, sino el más “indigno”. Calificativo éste que
ha sido empleado por la mayor parte de la historiografía especializada
en este periodo histórico.
De modo que,
aseguradas las bases del retorno del poder borbónico, a través de un sin
fin de conspiraciones, se pondría punto y final a la experiencia
“renovadora” que había representado las Cortes de Cádiz de 1812. El
método sería una intervención militar, que inauguraría una larga era de
Golpes o tomas del poder por las armas. Produciéndose una dura represión
que si bien evitó los fusilamientos, conduciría a la cárcel o al exilio
a miles de “liberales españoles”. No obstante, la propia incapacidad del
Rey –Fernando VII– tanto para analizar la nueva situación así como para
llevar a cabo una gestión coherente de los asuntos del Estado, pronto se
volverían en su contra. Hechos a los que se añadió una profunda crisis
de la Hacienda, que junto con un amplio descontento entre las filas
militares, llevarían en 1820 a Rafael de Riego a un pronunciamiento
contra el Rey. Iniciándose el Trienio Liberal (1820-1823), y con
ello el segundo intervalo en donde los borbones serían despojados
del poder.
La vuelta de los
liberales no fue igual que años atrás. A pesar de tomar por referente
los principios emanados de la Constitución de 1812, el proyecto
reformador encontró una rápida oposición entre las filas más
conservadoras por un lado y las radicales por otro. En una situación de
clara inestabilidad “constitucional” los liberales no tuvieron
fuerza ni para hacer frente a la crisis económica, ni a las múltiples
insurrecciones locales en contra del nuevo régimen. Hasta 122 se han
contabilizado en tan breve periodo A lo que pronto se sumaría, de nuevo,
las conspiraciones de los partidarios de Fernando VII, y del propio
monarca, quien buscó a través de alianzas internacionales con las
potencias europeas conversadoras –Cuádruple Alianza– la ayuda
necesaria para derrocar al régimen. Finalmente, y con la ayuda de las
tropas enviadas por la ahora Francia conservadora –los Cien Mil Hijos
de San Luis– se derrotaría esta nueva experiencia semi-democrática.
Iniciándose a la par una constante de la política española como era la
búsqueda de ayuda en potencias extrajeras para dirimir asuntos internos
del país. Aspecto éste que se puede visualizar, sin problemas, hasta la
última restauración borbónica a raíz de la transición postfranquista.
En esta ocasión,
la represión sería feroz llevándose a cabo miles de fusilamientos,
destierros y encarcelamientos de los representantes de los sectores
liberales. Iniciándose una etapa de reacción para volver a los valores y
principios de la Monarquía Absoluta, que serían las bases doctrinales
del reinado de Fernando VII entre 1823-1833.
De hecho, el
final de su reinado se convertiría en un punto de inflexión para la
monarquía borbónica española. Sin descendencia en sus dos primeros
matrimonios, el Monarca contraería matrimonio en sus últimos años con
María Cristina, con quien tendría su única descendencia –la futura
Isabel II–. En un ir y venir de cambios legislativos en torno a Ley
Sálica, la misma finalmente sería abolida. Fernando VII decidió en sus
últimos días de vida, en un ambiente marcado por enormes presiones y
diversas conspiraciones, que su hija reinará en vez de su hermano
Carlos. Asunto este complejo que desencadenaría la I Guerra Carlista, es
decir la primera Guerra Civil de España en la época contemporánea. Este
cambio de monarca, a través primero de la larga regencia de María
Cristina, supuso para la Dinastía Borbónica un difícil proceso de
auto-reconversión, encaminado a asegurar su propia supervivencia, ya que
no podía seguir apoyándose en los sectores tradicionales ante su
evidente descrédito. A lo que se sumó la aparición de importantes
sectores liberales, lo que junto con el desarrollo en paralelo de una
Guerra Civil, conducirían a que la legitimidad de la monarquía borbónica
se viera debilitada. Por este camino, con el fin de garantizar la
continuidad de la línea dinástica, la propia Monarquía sería consciente
de la necesidad de pactar un reparto de poder con los principales grupos
de poder liberales. Así pues nos encontramos en un momento clave, ya que
vamos a ver la transición de una Monarquía Absoluta, en sus valores,
principios y funcionamiento a una especie de reparto de algunas esferas
del poder, que sin cuestionar a la monarquía como principio político
vector, introdujo pequeñas reformas en un “sentido liberalizador”.
Iniciándose por
esta senda un largo periodo en que moderados y progresistas se
repartirían el poder, a través de elecciones con sufragio censitario
restringido, y en el que los militares de la mano de la figura del
pronunciamiento se convertirían en los actores claves del periodo
que va desde 1833 a 1868. Lo cierto es que en este lapso de tiempo
caracterizado por numerosos cambios de Gobierno y de constituciones
(Estatuto Real de 1834, Constitución de 1837, Constitución de 1845…), se
puso en evidencia, una vez más, la ineptitud de la Dinastía Borbónica,
tanto en manos de la Regente María Cristina como de la propia Isabel II.
Tan sólo en el
bienio progresista, entre 1854 y 1856, a través de la “Vicalvarada”
–rebelión militar encabezada por elementos de baja escala del ejército
en Madrid– se intentó dar un giro liberal y progresista. El modelo
diseñado en 1834 comenzaba a mostrar signos de debilitamiento y de
parálisis para su propia supervivencia. Los intentos, en este sentido,
de volver a un régimen absolutista por parte de Isabel II fueron claves
para acentuar la deslegitimación de la Corona, a lo que se sumó de nuevo
los efectos de una profunda crisis económica. De ahí que a la Revolución
de la Gloriosa en 1868, en un contexto de crisis económica y política,
tan sólo fuera necesario el transcurrir del tiempo, caracterizado por
las numerosas revueltas que la antecedieron. Iniciándose el tercer
intervalo sin borbones de nuestra historia contemporánea.
“Progresistas” y
“demócratas” llegarían un acuerdo para deponer a una reina inútil, y
preparar de paso la estructura del nuevo régimen, a través de un
parlamento constituyente con unas elecciones por sufragio masculino
universal. Por este camino, y de nuevo por medio de una revuelta
militar, que encontraría poca resistencia, se tumbaría el reinado de
Isabel II. Prim, militar héroe de la guerra contra Marruecos, y líder
del partido Progresista, sería el líder elegido para llevar a cabo dicha
empresa. Tras la celebración de unas elecciones en 1868, que daría el
triunfo a los progresistas, y que también demostraron el creciente
protagonismo de los republicanos, se redactaría la “progresista”
Constitución de 1869 que, entre otras cuestiones, otorgaría una parcial
libertad de asociación.
El nuevo régimen
que nacía tendría que enfrentarse a numerosos obstáculos, entre ellos el
más importante, de nuevo, las propias divisiones entre los liberales, y
no pocas conspiraciones y revueltas republicanas ya desde 1869. Uno de
los principales obstáculos residió en la elección del nuevo monarca.
Figura que recaería en Amadeo de Saboya de la casa reinante en Italia de
los Saboya. Tras numerosos problemas de orden interno, y diversas crisis
gubernamentales, conducirían a que las nuevas elecciones celebradas en
mayo de 1873, darían como resultado una asamblea totalmente republicana,
que instauraría la I República (tema este que aquí no se tratará al ser
el tema de la segunda de las ponencias previstas en estas jornadas).
Sin embargo, si
resulta conveniente destacar como una vez más una experiencia
democrática, y en este caso republicana, sería sepultada por una
revuelta militar, por parte de los monárquicos, quienes aspiraban y
consiguieron que el “heredero legitimo” de Isabel II, Alfonso XII,
volviera al poder.
Entrando, de este
modo, en lo que se conoce como el sistema de la Restauración, que
definiría a grandes rasgos la vida de la política española entre 1875 a
1923. Bajo una seudo-formal monarquía semi-constitucional, nos
encontramos con un régimen no democrático, que a través de la permanente
manipulación de las elecciones, permitió sobrevivir y reforzar tanto a
la monarquía como a las clases dominantes en sus respectivos territorios
y sectores. La figura clave de este periodo fue Antonio Canovas del
Castillo, referente hoy de la derecha.
En este periodo
se sucederían dos borbones: Alfonso XII y Alfonso XIII. El primero desde
1875 mostraría su incapacidad para gobernar y su escasa visión política,
lo que sumado a su carácter enfermizo, le imposibilitaría jugar un papel
activo en la política española. A lo largo de estos años, y a pesar de
la tremenda crisis por las que atravesaron las fuerzas republicanas, no
es éste un periodo exento de conflictos, que a su vez ponían entredicho
de forma constante el carácter anti-democrático y elitista de este
seudo-sistema democrático. De hecho, junto a los problemas derivados de
la política clerical, las cuestiones del regionalismo, más tarde
convertidas en las aspiraciones autonomistas principalmente en Cataluña,
la conflictividad social y laboral fue una de las notas dominantes, y en
donde las aspiraciones republicanas nunca dejaron de estar presentes.
El propio
sistema, a través de sus limitados mecanismos de representación de la
“soberanía popular”, unido a su endémica corrupción, fueron los
principales elementos que le llevarían a su propia autodestrucción. Se
trata, además, de unos años complicados en tanto que cualquier política
o medida, tomada por uno y otro “bando” en su respectivo turno
electoral, se volvía a suprimir en el siguiente turno, generando un
espiral que conducía a la esterilidad del sistema.
Una figura clave
en este periodo sería el propio monarca Alfonso XIII, quien iniciaría su
mandato en 1902. Escasamente educado, sin formación política, se mostró
más interesado en los placeres cotidianos que por la vida política
nacional. No obstante, su papel clave en el sistema de la Restauración
en donde no sólo reinaba sino también gobernaba, le llevó a tomar un
conjunto de decisiones no fáciles en un contexto donde ya no contaba con
el apoyo de las figuras claves del sistema –ahora fallecidas–; y por
otro, la continúa ampliación del sistema electoral había conducido a un
parlamento cada vez más polarizado y por lo tanto menos controlable.
Al igual que
viéramos para el periodo anterior, la inestabilidad política y la crisis
económica fueron dos características comunes, a lo que se sumó una
creciente conflictividad laboral encabezada por la CNT y la UGT. De
hecho, serían en estos años en donde a pesar de producirse algunos
avances sociales y políticos –legalización parcial de la huelga,
cierta apertura en lo que se refiere a la libertad de prensa, primeras
medidas sobre contratación laboral y seguridad social (Comisión de
Reformas Sociales)…–, se producirían una serie de acontecimientos
claves en el proceso constitutivo de la izquierda revolucionaria
española como serían por citar tan sólo dos fechas claves: la semana
trágica de Barcelona en 1909 y la huelga general revolucionaria de 1917.
Dos ejemplos históricos de luchas de clase en la España contemporánea
del siglo XX. Acontecimientos a los que les seguirían una fuerte
represión, que no podía ocultar los importantes desequilibrios sociales
y económicos de un país atrasado, sin libertad política, y que a partir
de 1898 tendría que vivir bajo el signo del estigma de la crisis, tras
la pérdida de las últimas colonias. Nos referimos claro está a Cuba y a
Filipinas.
Al
mismo tiempo, en el escenario político el sistema de la restauración iba
mostrando sus limitaciones con las constantes renovaciones de los
Gobiernos de turno, cada vez menos influenciado por el
caciquismo, dado el crecimiento que en estos años experimentarían los
centros urbanos. Nos aproximamos a la crisis final de este sistema.
Entre 1919 a 1923, junto a la conflictividad de social se sumaría el
desastre de Annual en territorio marroquí, que terminaría por finiquitar
el escaso crédito del régimen borbónico.
Elementos todos
ellos que explican la llegada, con el consentimiento y el beneplácito de
Alfonso XIII, de la Dictadura encabezada por Primero de Rivera.
Protagonista de la escena española en los siguiente ocho años 1923-1930.
Aunque no existe acuerdo entre los historiadores a la hora de evaluar la
naturaleza de dicho régimen, si como una dictadura blanda o una
dictadura autoritaria, lo hay que retener es como una vez la Monarquía
Borbónica apoyó y fue parte de un sistema dictatorial que eliminó las
escasas libertades individuales, que no colectivas, conseguidas en los
años anteriores.
Si bien en un
primer periodo de la dictadura –Directorio Militar,
1923-1925– a través de la ley marcial, se pudo recuperar cierto
orden y paz social –léase estas afirmaciones desde la perspectiva e
intereses de las clases dominantes– así como se realizó una política
reformista de claro contenido paternalista con semejanzas con la primera
etapa fascista de Mussolini; en una segunda etapa –Directorio Civil,
1925-1931– con la entrada de civiles en el Gobierno, y a pesar de
disfrutar de una cierta bonanza económica, la propia dictadura a través
de su progresiva parálisis pondría el punto y final a todo el sistema de
la restauración.
Sin
margen para reaccionar tras la caída de Primero de Rivera, Alfonso XIII
aparece “noqueado”. Con una oposición cada vez más fuerte, aunque sin un
proyecto común, se iniciaría un periodo de sucesivas caídas de
Gobiernos, hasta que en un último intento por recuperar los exiguos
principios del liberalismo de la restauración se convocan unas
elecciones municipales en abril 1931. Elecciones en donde la mayoría
republicana, especialmente en las grandes ciudades, mostraron el ocaso
de un periodo político marcado por el predominio de un sistema
monárquico seudo-constitucional. Inaugurando, por lo demás, el cuarto
intervalo sin borbones.
Lo realmente
novedoso en términos históricos de lo que significó la II República, y
más aún si pensábamos que dicho régimen no tuvo que conducir
inevitablemente a una Guerra Civil –como sostienen los revisionistas y
negacionistas pro-franquistas–, se sustentó en tres hitos:
a)
En primer término,
a través de las vías democráticas nuevamente se derrocaba a la Corona, a
lo que se añadió que el descrédito total de la Dinastía, unido al
deseo de cambio del “pueblo español”, generaron un contexto
socio-histórico propicio para iniciar un proyecto político de fondo, que
en resumidas cuentas significaba apostar por transformar la sociedad
radicalmente.
b)
Una segunda
cuestión, que no se nos debe pasar por alto, es el hecho de que la
Dinastía Borbónica en ningún momento, bien a través de Alfonso XIII
hasta su muerte (1941), o vía sus descendientes o sus partidarios, nunca
dejó de conspirar y de buscar alianzas coyunturales para derrocar a la
II República.
c)
En tercer lugar,
la gran novedad que supone la II República es que inaugura el periodo
más largo de ausencia de los Borbones desde el siglo XVIII en la
Historia de España.
Sin entrar en las
causas de fondo de por qué se inició la Guerra Civil, tras el Golpe de
Estado y la consiguiente rebelión militar del 17 y 18 de julio de 1936,
los Borbones, de la mano de Don Juan de Borbón, pronto mostraron su más
que predisposición por el bando fascista. El Conde de Barcelona quien en
su particular batalla por conseguir para sí los derechos dinásticos de
la corona, desde el principio de la Guerra Civil se presentaría
voluntario en el ejército franquista para encabezar la marina en el
Mediterráneo. A lo que Franco se negaría, en una maniobra por evitar que
la casa de los Borbones adquiriera protagonismo y peso dentro del nuevo
estableshiment, impidiendo al mismo tiempo que nadie pusiera en
entredicho su creciente poder entre los golpistas De hecho, Don Juan
terminaría retenido en Aranda del Duero hasta el final de la contienda
para posteriormente ser expulsado del país.
Superada esta
fase, y viendo el peligro real de que la Casa Real quedará totalmente
desbancada del poder en España, en un nuevo y radical giro, la Dinastía
Borbónica trataría de volver a los supuestos principios de una monarquía
constitucional, con los adjetivos genéricos de liberal y
democrática. Aunque la documentación de la que se tiene constancia
no permite ir lejos, lo cierto es que este “giro” fue un paso más de la
continuada estrategia por lograr la supervivencia de los borbones en el
poder por cualquier medio. El asunto es extremadamente complejo y largo,
y en donde el nivel de las relaciones personales entre Franco y Don
Juan, tuvieron un peso determinante como en su día presentó Paul Preston
en la que es la mejor biografía que se ha publicado hasta el momento
sobre el dictador. Por este camino, los primeros éxitos para los
borbones, a través de diversas estrategias, se verían reflejados al
firmarse las Bases Institucionales de la Monarquía Española de
1946, a través de la cual se estableció que el futuro heredero de la
Corona dentro del régimen, el futuro Juan Carlos I, pasaría sus años
mozos formándose en el seno de la dictadura franquista, y educándose en
los valores franquistas y totalitarios. De lo que nunca se habló, y por
tanto tan sólo podemos contar con las versiones edulcoradas que se nos
ha transmitido tanto desde la Casa Real como por los cronistas de la
corte –entre ellos buena parte de los académicos de mayor
renombre– es si ya por esas alturas nuestro actual Monarca –como en no
pocas ocasiones se ha querido transmitir–tenía en mente el proyecto
democrático que se llevaría a cabo en la Transición a la democracia.
Evidentemente lo anterior tan sólo es una burda mentira con la que se ha
pretendido “blanquear” la biografía no democrática del actual monarca.
Sin extenderme,
ya que es de todos sabido, lo cierto, es que desde 1946 se sucederían
todo un conjunto de leyes, marcadas por la coyuntura de cada momento,
como fueron la Ley de Sucesión de 1947, Ley de Principios
Fundamentales de 1958, Ley Orgánica de Estado 1967, a través
de las cuales se pretendió por parte del franquismo garantizar la
continuidad de la dictadura bajo un régimen monárquico, que no rebatiera
los principios fundamentales de la dictadura ni el proyecto histórico
del franquismo de que nunca más se pudiera cuestionar el orden social
establecido. Así el 22 de julio de 1969 las Cortes Franquistas
designarían a Juan Carlos I heredero de la corona de España, a pesar de
la negativa de Don Juan, quien no renunciara a sus derechos dinásticos
hasta 1977 en una ceremonia que la propia Casa Real ha tratado de
relegar al “basurero de la historia” por lo que allí aconteció.
De hecho, y como
se ha demostrado historiográficamente, Juan Carlos, una vez fallecido
Franco, tan sólo optaría por una apertura democrática cuando analizadas
la correlación de fuerzas, y ante el posible peligro de otra Guerra
Civil, llegó a la conclusión de que sólo a través de una transición
democrática pactada desde arriba, y por y para las “élites, podría
asegurar la continuidad de la Dinastía. Todo ello bajo el manto del
miedo, y la consigna de que no cuestionaran las bases del modelo
capitalista español. La operación de las élites dominantes, a la luz de
los resultados, sin duda dieron sus frutos.
5. CONCLUSIONES
Para
concluir estos pequeños apuntes sin ánimo globalizador, me gustaría
apuntar tres breves ideas con el objeto de animar el posterior
debate:
a)
En primer lugar,
lo que nos enseña el estudio de la Dinastía Borbónica desde el siglo
XVIII, no sólo es la transformación de una Monarquía Absoluta a la
llamada Monarquía Constitucional, sino ante todo se nos plantea un actor
fundamental de nuestra Historia quien adoptó en cada momento y en cada
coyuntura las estrategias necesarias, a pesar de sus diversas
ineptitudes, con la que asegurarse la conquista de los mecanismos de
poder.
b)
En segundo
término, y lejos de esa visión que ha venido analizar la Historia de
España en términos de anormalidad cuando los Borbones no estuvieron en
el poder, lo que también nos viene a mostrar esa misma historia es un
pasado lleno de proyectos reformadores, radicales, transformadores, que
por una causa u otra serían derrotados, pero que en sus breves momentos
de existencia vinieron a representar lo mejor de nuestra tradición
democrática.
c)
Por último, la
Historia de los Borbones, y recogiendo el título de estos breves
apuntes, no sólo ha supuesto un freno al progreso de España, sino
que su propia existencia y perpetuación en el poder representan la verdadera
anomalía de una democracia en un contexto europeo a principios
del siglo XXI.
Madrid,
noviembre 2008
Sergio
Gálvez Biesca (Universidad
Complutense de Madrid).
segalvez@ghis.ucm.es
............................................................
El presente texto recoge la conferencia titulada, “Los Borbones un freno para el
progreso”, realizada el 10 de febrero de 2007 en el Centro Cultural Francisco
Rabal (Madrid). Para la ampliación de cada una de las cuestiones relacionadas
con la “memoria” e “Historia” de la España contemporánea nos remitimos a, GÁLVEZ
BIESCA, Sergio, “La «memoria democrática» como conflicto” en GÁLVEZ BIESCA,
Sergio (Coord.), La memoria como conflicto. Memoria e historia de la Guerra
Civil y el Franquismo. Número monográfico Entelequia. Revista Interdisciplinar,
nº 7, (2008), pp. 1-52 [http://www.eumed.net/entelequia]. |