“Creo que la policía
haitiana y la fuerza de
la ONU han sido capaces
de mantener las cosas
bajo control.”
-Kenneth Merten,
embajador de EEUU en
Haití-
Hay que ver lo
desconfiados que somos
los del antiamericanismo
primario. Manda Obama
diez mil soldados a
Haití, y ya estamos
sospechando segundas
intenciones. Pero
díganme, con la mano en
el corazón: ¿acaso el
Pentágono ha dado alguna
vez motivos para tal
desconfianza? ¿Es que la
política exterior
norteamericana durante
el último siglo
justifica tales
recelos?
Siempre recuerdo una
viñeta del genial Chumy
Chúmez en Diario 16. En
ella, una calavera
goyesca anunciaba: “Las
plagas del próximo siglo
seguirán siendo el sida
y el ejército
norteamericano”. Nunca
esperamos nada bueno si
lleva uniforme caqui y
las barras y estrellas.
Ahora juran y
requetejuran que van de
misión humanitaria, pero
claro, los antecedentes
están ahí. Cada invasión
estadounidense fue
vestida de motivos
nobles: acabar con un
tirano, atrapar
terroristas, salvar a
los oprimidos o defender
la democracia. Por otro
lado, la velocidad de
despliegue de los
marines es inversamente
proporcional a su
lentitud para el
repliegue. Una vez ponen
pie en un país, no se
van ni con agua
hirviendo, y una base en
Haití cerraría el
cinturón caribeño, tan
calentito últimamente. Y
en tercer lugar, la
experiencia dice que la
ayuda siempre la cobran
cara.
Pero hay más: la imagen
de los marines
repartiendo ayuda y
controlando las calles
se opone hoy a la
inoperancia de la ONU,
como otro clavo en el
ataúd de la legalidad
internacional. Más
cuando las escenas de
violencia, que
periodistas y ONGs en el
terreno consideran
aisladas, son
amplificadas por los
medios, que desde el
primer día vaticinan un
estallido violento.
Los haitianos necesitan
toda la ayuda posible.
Pero esperemos que no
tengan que gritar un día
“yankees go home.”