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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   


 

El Evangelio según San Marx
 

José A. González Casanova

Público 26 de Enero de 2010

01-25.jpg      En este año se cumplirán 30 de la muerte física de Alfonso Comín, cristiano comunista y comunista en la Iglesia. Los nacidos a partir de 1980 es muy probable que no sepan de quién hablo y, casi seguro, no pueden imaginarse a qué me refiero. Les suena, sí, eso del cristianismo, fenómeno algo más antiguo que el comunismo. De este apenas, en cambio, han oído hablar: era, según parece, algo muy malo que ya pasó, como el nazismo. Tal vez vinculan lo cristiano con los dos últimos papas y el cardenal Rouco y, si es así, difícilmente se interesan por mensaje tan casposo. Si llegan a relacionar Iglesia y comunismo por lo que cuentan sus abuelos, los ven unidos en un odio recíproco. Pero si juntan lo vivo a lo pintado, ambos serían más de lo mismo: unos dogmas dictatoriales que, con la excusa de salvar a la Humanidad, cometieron (y aún cometen) inhumanidades sin cuento. ¿Ese tal Comín era, por cristiano y comunista, un inhumano dictador dogmático por partida doble? Si el articulista va a hablarnos de él, será para cargárselo. ¿O no?

        No. Comín no era eso, sino todo lo contrario. Creía firmemente (hoy no se cree con firmeza en casi nada) que ser cristiano tiene poco que ver con los ejemplos de una jerarquía eclesiástica como la actual. Y que ser comunista es justo al revés de lo que la gente cree. Se lo han hecho creer los antiguos dictadores de Moscú y sus jerifaltes satélites, así como los anticomunistas que defienden, hipócritas, el capitalismo en nombre del progreso y la libertad. El cristiano Comín estaba de acuerdo con Marx en que “la miseria religiosa es, por un lado, expresión de la miseria real”, pero mucho más coincidía en que “por otro lado, es la protesta contra la miseria real”. Eso le sirvió para combatir la ideología antirreligiosa de los partidos comunistas y de la Iglesia católica anticomunista. Jesús de Nazaret hubiera apoyado la revolución socialista que pretendía Marx porque coinciden en protestar contra la miseria que produce la explotación. Jesús expulsó a los mercaderes del templo, convertido, según él, en cueva de ladrones. Walter Benjamin decía que el capitalismo había sustituido el templo por el mercado. No es preciso fusilar a los capitalistas. Basta que devuelvan lo robado. Muchos movimientos campesinos y obreros enarbolaron la cruz cristiana en protesta frente a sus amos explotadores. El llamado “socialismo utópico” se inspiraba en ideales cristianos. El propio marxismo ha sido considerado una “herejía” cristiana. Pero lo es más la ideología del Vaticano. En cambio, las motivaciones éticas y humanistas de Jesús y de Marx eran idénticas en la práctica.

       Cuando Alfonso Comín, sin perder su fe cristiana –más bien gracias a ella–, fundó en 1958 el FLP (Frente de Liberación Popular: el Felipe), lo hizo junto a marxistas desengañados del comunismo estalinista y de la socialdemocracia europea. El Felipe era laico y respetuoso con toda religión que defendiese el carácter sagrado de la persona humana, como es el verdadero mensaje evangélico. Diríase que aquellos jóvenes socialistas revolucionarios que luchaban contra el franquismo y el capitalismo en pro de una sociedad democrática, igualitaria y sin clases habían hecho la lectura, práctica y ejemplar, de un quinto evangelio: el Evangelio según San Marx. Pero, llegada la democracia, los comunistas no lograron el apoyo popular que merecían y los cristianos revolucionarios volvieron a las catacumbas. El sociólogo Salvador Giner, al hablar de la actual desmoralización de los españoles (en el triple sentido de inmoralidad, amoralidad y desánimo), pone como ejemplo el desinterés de los ciudadanos por la religión y la política, según múltiples encuestas. Y Giner acierta al concretar, en el caso español, estas dimensiones fundamentales del ser humano: la Iglesia católica y el Partido Comunista o sus herederos.

       Sin embargo, Manolo Vázquez Montalbán escribió, a la muerte de Comín, que la relación cristiano-marxista no es un mero problema de conciencia para el creyente metido a revolucionario ni un simple debate académico. Es el resultado objetivo de un reto histórico: la coincidencia entre “las dos fuerzas ideológicas que pueden salvar al mundo de la barbarie irracionalista del capitalismo”. El recordado poeta y novelista, compañero de Comín en el FLP y después en el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), lo consideraba “el animal más creíble y l’homme revolté más ambicioso de esperanza que he conocido”.

        La esperanza era un principio revolucionario para el marxista “cálido” Ernst Bloch. ¿Cabe este principio, que es también virtud teologal, en la España de hoy, bombardeada como está su población por el raid capitalista?

         Hace unos pocos años leí una carta al director de un diario que decía: “El reto de los comunistas cristianos es escapar del dogmatismo existente en el comunismo y en el cristianismo, y luchar por un sitio en ambos movimientos a la vez que luchamos por cambiar la sociedad, siguiendo los caminos que marcaron Jesucristo y Marx. Porque, al fin y al cabo, acaban por converger”. ¿Es un candoroso utópico quien escribió esa carta? Yo la suscribo en mi condición inalterable de marxista-cominista, como entusiasta lector de los Manuscritos económicos-filosóficos de un Marx humanista de 26 años que, dolido por la miseria real, protestaba de ella; y en fin, por compartir con Alfonso Comín su fe en la tierra, que para nosotros sigue siendo tenerla en el ser humano como un dios presente.

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José A. González Casanova es catedrático de Derecho Constitucional y escritor
 

Ilustración de Daniel Roldán

 

 

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