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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   


 

  Se llamaban "Nada"

Francisco Cuberos García. 

7 de Septiembre 2004

“Roto está el conjuro de los enemigos

de este pueblo oscuro que ha de florecer

 

Del cielo negro cae la lluvia

lágrimas de contento inundan mis ojos

 

Exhalando su alma como un perfume

nuestros muertos descansarán

 

Un meteoro que se aleja del horizonte

era el espíritu que estaba envenenando el aire”

 

Radio Futura, Lluvia del Porvenir”; 1987.

  

Nada se puede construir sobre el olvido, nada. Me pregunto si la sociedad española, después de seis meses transcurridos tras los atentados del 11 de marzo, ha interiorizado aquellos hechos lo suficiente como para construir a partir de ellos nuevos espacios de encuentro y convivencia o, mejor, como para saber reconocer que detrás de toda acción criminal como la reseñada se encuentra, en definitiva, la intención de sus autores de someternos a una visión discriminatoria de “los otros”, “los diferentes”, llamándonos a entrar en su espiral de odios y violencias. Mucho me temo, por lo que oigo en la calle –incluso entre destacados políticos y tertulianos radiofónicos, en otras instancias y a raíz de otros sucesos y medidas políticas- que no ha sido así.  

También es cierto que la reiteración de la sinrazón, de las injusticias y de la barbarie en otras zonas del planeta no está favoreciendo que se haga el análisis riguroso de cuanto pasa. Tampoco, volviendo al 11-m, parece que la comisión parlamentaria creada a tales efectos logre los objetivos que se impuso, los que la verdad demanda. Pero tal vez no podía ser de otro modo si, al poco de sucedidos aquellos hechos, una de las primeras medidas adoptadas por las autoridades contribuyó a la confusión de la identidad de quienes eran las víctimas: aquel insultante funeral de Estado, presidido por un muy parcial personaje, representante de una muy particular confesión religiosa, fue toda una muestra de insensatez gubernativa.

 Menos mal que, a escasos meses, Madrid y los madrileños, todos los españoles por añadidura, casi “por decreto” –basta releer las declaraciones de Gallardón y Zapatero aquellos días- fuimos felices ante los fastos matrimoniales del heredero, ahora, esta vez, en una boda de Estado.

 A mí, por el contrario, no parece que haya nada que me anestesie. Todavía la lectura de las noticias sobre acontecimiento tan reciente como lo sucedido en la escuela de Beslán, en Osetia, hace que un escalofrío recorra toda mi epidermis o, es más, me sitúe al borde de las lágrimas. Mejor así, es síntoma de que estoy vivo.

 Mientras, otros están muertos y bien olvidados, y también por decisiones de Estado. Ni siquiera tienen nombre, se llaman “nada”. Leo en “El País” (5/9/04) un pequeño reportaje titulado “Como matarlos dos veces”; en él hablan los hermanos Bayón -Rotilio y Desiderio- y un vecino, Laurentino Rodríguez, mientras en Peña Laza (León) tratan de encontrar los restos del padre de los primeros, fusilado y enterrado en una de las muchas fosas comunes con que sembró este país el ejército rebelde y traidor, criminal y genocida, de Franco:

  -         (Llevaron a su madre a la prisión de San Martín, en León) “La dejaron tener en la celda a nuestra hermana pequeña, que tenía meses, pero enseguida se la quitaron” –dice Desiderio- .

 -          “Y se ve que la guaja” –añade Laurentino- “extrañó a la madre y enfermó. Y no dejó de llorar hasta que murió”.

 -          “Se llamaba Fermina” –apunta un hermano-.

 -          Se llamaba nada” corrige el otro hermano- “porque no estaba bautizada y el cura la enterró en un rincón del cementerio”.

 En Peña Laza se perpetró una masacre (hay muchas Peña Laza) y las asociaciones “Agrupación Pozo Grajero”, de León, y “Verhis”, del País Vasco, exigen una reparación a las víctimas de aquellos crímenes, de aquella barbarie premeditada, estudiada, planificada, bendecida... “No queremos venganza –continúan-; nosotros estamos dispuestos a perdonar todo lo que haga falta; pero no a olvidar. Esta gente que está aquí enterrada de cualquier manera, en fosas comunes, a orillas de los caminos, murió en defensa de un gobierno democrático. No queremos que se olvide que ellos lucharon por un gobierno legal, y por eso creemos que su sacrificio debe ser reparado por cualquier gobierno, ya sea de derechas o de izquierdas. Perdonar sí, pero olvidarlos no, porque eso sería como matarlos dos veces”. 

Veintiséis años de vuelta a la democracia –dicen- y seguimos así. Veintiséis años de Estado democrático –repiten- y no hay reparación ni reconocimiento alguno para las miles y miles de víctimas que fecundan –aparte de la memoria de los demócratas españoles- los campos y los caminos de este país desgraciado, ni ayudas para las asociaciones que apoyan a unas familias que sólo piden poder recuperar los restos de sus familiares y darles la sepultura digna que viene exigida por los más nobles afectos filiales.  

Nada. Tantas cortapisas, tanta dilación, tanta cicatería, tanto ninguneo, tanto desprecio en suma, no pueden ser explicables si no es desde la constatación de que lo que dicen y repiten es mentira, pues no olvidemos que la legalidad de este Estado no ha nacido de la legitimidad democrática que encarnaba la República o, como debió ser, de una nueva etapa fundante y constituyente de la ciudadanía, sino de la legalidad franquista jurada por el actual Jefe del Estado, levemente maquillada y sostenida -con el debido disimulo y el engaño manifiesto- incluso por algunos de aquellos que más deberían haberla combatido. 

A veces me pregunto si tantos esfuerzos como los referidos no son baldíos por partir de presupuestos falsos y por remitirse a instituciones equivocadas. Si no haríamos mejor en recurrir a las instancias internacionales que entienden –perdonadme la cruda expresión- en carnicerías más recientes, pero idénticas a las que aquí se produjeron hace 55 o 65 años. 

Por mucho que lo intento no puedo hoy imaginarme una ceremonia de Estado –de este Estado; preciso- que ponga punto final a esta situación, dando paso a la necesaria reconciliación nacional, que sólo será posible cuando un asunto pendiente como éste quede satisfactoriamente concluido, reparado. No acierto a descubrir quiénes lo presidirían, ni qué banderas estarían presentes o los compases de qué himno sonarían, sin que algún representante político –supuestamente un demócrata- pueda sentirse vejado,  insultado o molesto por actos que son de elemental justicia, pero sí sé que servirse de ciertos personajes o recurrir a ciertos símbolos será como matarlos dos veces o, como mínimo, continuar con la farsa.

Si no me creen, ahí tenemos el más reciente homenaje a los bravos españoles, valientes combatientes republicanos, que contribuyeron decisivamente a la liberación de París del nazismo y cómo nuestras autoridades han asistido como de tapadillo, con personajes de segunda fila y con una escasa repercusión mediática, cuando la presencia que se merecían  tendría que haber alcanzado a las mayores instancias institucionales y representativas del Estado.  

Mucho me temo pues, que –como si estuviéramos condenados a que la amnesia haya de presidir todas nuestras tragedias- otro gobierno pasará y seguirá habiendo muchos “nada” enterrados por los innúmeros rincones de este enorme cementerio que sigue siendo España. No, no nos engañemos, nada se puede construir sobre el olvido, nada.

 

Francisco Cuberos García.  

 

 

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