Enriqueta de la Cruz
5 de Noviembre de
2006
Mi País, fronterizo,
puente, puerta, estratégica posición geográfica y lingüística, primera
parada en la senda de la esperanza para los rostros deshidratados y
hambrientos que la globalización lanza en pateras, que miramos sin querer ver
y dejan jirones de su carne en nuestras alambradas (allá de la valla no son
nada, acá ya personas con identidad, listas para devolver a la esclavitud o
la muerte en virtud de los convenios internacionales).
Mi pequeño país, tiene
miedo a su pasado franquista, fascista, genocida, sangriento, torturador,
cruel, cruel, cruel... No supera el trauma, no se atreve a mirar atrás. Y le
obligan a encarar el futuro (una vez más) tapándose el rostro y la nariz.
Da la imagen: es
envidiado, levanta pasiones, se eleva sobre talones prestados por el sueño
alucinógeno del dinero rápido, “fácil” (en realidad pagado con un alto
tipo de interés por encima de mercado) que ha permitido un desarrollo sin
precedentes en los últimos apenas 30 años… Pero el suelo es de cristal,
delicado, frágil, transparente para mostrar los miles de cadáveres
enterrados en el anonimato que tienen nombres y apellidos y pasado y ganas de
mostrarlo y fuerza para hacerlo.
Ahora tan puntero, tan
altivo, tan moderno, tan ejemplar… Mi país. Por ahí se pregonan nuestros
logros, se hacen homenajes, huecos para conferencias en alguna International
University o películas que ensalzan a nuestros políticos, nuestra política…
Pero nuestro establishment, nuestra política, nuestra vida cotidiana,
nuestros problemas, son herencia directa de un crimen que se oculta, que se
sigue enterrando con palabrería huera y ofensas nuevas de falsas
equiparaciones.
Dicen ahora algunos que
hubo dos bandos, quieren algunos ponerlo negro sobre blanco y que pase así a
la historia. Conmigo que no cuenten y que nos perdonen los asesinados, los
torturados, los transterrados, sus descendientes… Alto y claro: “Dos
bandos”: No. Hubo un Gobierno legítimo, democrático, progresista,
castigado, unas víctimas. Víctimas, víctimas... Y una banda de golpistas y
traidores al pueblo y a la democracia bien respaldados por señores feudales
de muchos caudales y mucha sotana que aplicó la “ley” de la tierra
quemada, el exterminio, el expolio, la ablación psíquica, que sembró el
terror que permanece y cortó la lengua a varias generaciones de españoles
desde el 36 en adelante.
Mi país que se presta cínicamente
a desempeñar internacionalmente el papel de moderno, modelo a exportar de
desarrollo y transición y de milagro económico…(excusas tapadera de una
propaganda sostenida en el tiempo), con récord europeo de paro, precariedad
laboral, machismo, violencia contra las mujeres, adolescentes sin futuro, de
crueldad contra los animales…(¡ay de los toros y los que no lo son!) es el
asentamiento principal y refugio de un fundamentalismo ultra católico que
canta su canto de cisne en Europa pidiendo una nueva Inquisición; soberbio,
castrador y responsable del atraso secular de España, de nuestra incultura y
nuestro baño de sangre hitlerianofranquista. Que les perdonen los cristianos
de bien y amor al prójimo. Se resiste a perder sus privilegios.
Mi país es lugar donde
una minoría da muestras constantes de no aceptar el resultado de las urnas si
no les favorece y utiliza, arrogante, las reglas a su medida para seguir
atemorizando con veladas amenazas y exhibiendo impúdicamente su enorme poder
de intocables. Se creen impunes. Lo son. La población entera conoce sus
modos, su lenguaje desafiante, su ley de omertá. Por eso muchos de nuestros
mayores siguen en silencio, siguen apreciando los enormes cambios democráticos
hacia delante y recelando de las enormes rémoras que arrastramos de la
dictadura que tomó España a la fuerza e impuso su bota tantos años. Por eso
muchos de nuestros viejos republicanos mueren sin hablar, siguen protegiendo a
sus descendientes. Son sabios nuestros mayores, somos arriesgados los jóvenes.
Sus nietos han comenzado a entender… A decir, a hacer… Ahora, cuando vayan
descubriendo, deben vencer el escalofrío y el pánico que pueden llegar a
sentir.
Mi país es un desierto
cultural, de maestros desengañados y vituperados, de libros de texto que nos
roban la verdad, de grandes fastos de masas, nulos apoyos a las obras nuevas,
a los jóvenes valores que se cubren de polvo escondidos (o pasan a alimentar
a la Norteamérica hambrienta de mentes que destaquen en medio del
atolondramiento imperante). ¿Quién puede romper la cadena de 75 años ya de
lavados de cerebro, falta de referentes, desorientación a propósito,
maltrato psicológico, exilio de la intelectualidad en su totalidad, crímenes
culturales...?
Mi país, donde los
grandes periódicos importan nada a la gran mayoría, donde los grandes
discursos de los grandes personajes no calan porque carecen de credibilidad,
donde buena parte de la población aún no se siente respaldada sino víctima
y pagana de su Administración, donde la pluralidad informativa brilla por su
ausencia, donde la censura se disfraza a base de aplicar el vacío y el descrédito
o simplemente la invisibilidad a golpe de pito remunerado por parte de
corifeos de pandereta y trampantojos (que acá seguimos llamando tiralevitas),
donde hay tantas transiciones pendientes, tantas biografías falseadas, tantos
libros por conocer, tanto cachorro de los auxiliadores y cómplices de la
Dictadura que colocar en puestos bien altos…, tanto que ocultar…
Mi país quiere hacer
una ley de la Memoria Histórica, pero no una cualquiera, no cualquiera.
Quiere una sin trampas ni cartón, sin más historias, que ponga a cada cual
en su lugar y eso pase a los libros de texto y eso permita la justicia y eso
siembre la semilla del conocimiento. Una ley libre de ataduras y de falsa
moral, libre de mentiras; esa ley que tanto necesita para conocerse, para
reconciliarse, para seguir adelante con el futuro limpio, despejado… Mi país
quiere… Y no le dejan. ¿Qué hipotecas, qué amenazas, qué intereses sin más
lo impiden? No le van a dejar.
Toda la gente de bien
debe saberlo en el mundo entero, debe echarse a temblar. No es la primera vez.
No es el primer lugar donde ocurre. No es cosa de echar en saco roto, de creer
que no va con nosotros, que eso no nos alcanza. La enfermedad ya la conocemos,
es contagiosa. Con distintos nombres, pero ya la conocemos. Ya sabemos… La
vida con mayúsculas vuelve a valer poco (nos lo enseña la televisión cada día),
mucho menos que un leve repunte en Wall Street de cualquier petrolera. Y en
este contexto mundial, el pasado de un solo país ¿a quién le importa?,
pensarán esos para quien sólo cuenta su imagen de valientes triunfadores y
la próxima fusión transnacional. Es lo que hoy en día gana enteros.
Frenando lo imparable,
torciendo los hechos, ofendiendo más a las víctimas, inventando excusas,
levantando nuevas barreras para evadir un posterior juicio objetivo justo con
el código penal en la mano, han asomado la puntita de su nariz nuevos
sabuesos para olisquear eso que se suele llamar el “estado de ánimo
general”. Para ver cómo respiramos, qué da de sí el “globo sonda”.
Por si nos callamos, nos conformamos, nos atemorizamos, lo dejamos pasar…
Por si vencen de nuevo los de siempre con su poder y sus trampas. Que todo
siga igual o cada vez peor. Aparentemos cambios, mejoras, dificultades
vencidas, normalidad al fin… Narices de pinocho, sólo hay que atreverse a
hurgar debajo del barniz impoluto. Con el sacapuntas adecuado caerá el serrín
rancio y polvoriento y podremos empezar a pintar sin renglones torcidos el
futuro… Las herramientas están al alcance de todos, cualquiera puede, no
alguien de más allá, no hay milagros, cada uno… Que nadie nos coloque
pagarés para blanquear el franquismo. Por muy elaboradas y torticeras y
subliminales ya las patrañas… ¿A quién engañan?
Perdonen (o no, como
prefieran) que no me vaya, que no me exilie, que siga aquí denunciando
castigos, recordando a mis compatriotas represaliados, reivindicando el
reconocimiento de su honor, perdonen ustedes que creen que han ganado este país
por los siglos de los siglos para sus herederos sólo y siempre… Que el
“triunfo” de su guerra genocida no les deje creérselo por más tiempo. La
verdad es imparable y se abrirá camino.
* Enriqueta de la
Cruz es periodista española y escritora. Reside en Madrid. Acaba de publicar
la novela de actualidad y análisis: “El Testamento de la Liga Santa”
sobre la cara oculta de la Transición en España y sus consecuencias.