Texto de intervención en
las VI JORNADAS “EL MAQUIS EN SANTA CRUZ DE MOYA. CRÓNICA RURAL DE LA
GUERRILLA ESPAÑOLA. MEMORIA HISTÓRICA VIVA” Santa Cruz de Moya, octubre,
2005.
Memoria,
Historia y represión franquista
José Antonio Vidal
Castaño
En los últimos años estamos
asistiendo a un fenómeno de carácter socio-político relativamente nuevo
que consiste en el creciente interés de las nuevas generaciones (nietos
de los perdedores de la guerra civil) por conocer más y mejor su pasado
reciente. Un pasado que les ha sido escamoteado desde la escuela
primaria a la universidad a causa de políticas educativas –incluidas las
llamadas progresistas- incapaces de implantar la reforma de programas y
contenidos de acuerdo con los tiempos que vivimos y que ponga el acento,
en cuanto a conocimiento histórico se refiere, en el estudio y la
investigación de las zonas oscuras de ese pasado.
Y se puede determinar que este
interés, que parece no detenerse, está centrado en torno a la franja
temporal comprendida, grosso modo, entre 1930 y 1960, con atención
preferente al segmento que comprende los años treinta y cuarenta; es
decir, que la mayor curiosidad y afán de conocimiento está centrado en
los capítulo históricos que abarcan: la Segunda República, incluidos sus
antecedentes; la guerra civil española entre 1936 y 1939 y el llamado
primer franquismo, desde los inicios de la dictadura y hasta bien
entrados los años cincuenta.
Este interés se hace
extensible a etapas posteriores del franquismo hasta la muerte del
dictador e incluso a los primeros años de la transición a la democracia
cuando se comprende la íntima conexión entre la guerra civil y el
franquismo con el pacto político que hizo posible la transición; una
transición que se desenvolvió dentro de unos cauces conservacionistas
que sujetaron con mano de hierro en guantelete de seda su evolución
posterior. Las preguntas, o al menos las más importantes, no tienen aún,
treinta años más tarde, una respuesta convincente: ¿Hubo o no “ley de
punto final” para los crímenes y responsabilidades políticas, sociales,
etcétera, del franquismo? ¿Se acordó o no en la transición una amplia
amnistía para los responsables de tales crímenes entre 1936 y 1975? Todo
parece indicar que esta debió ser una de las condiciones impuestas por
la parte contratante que fue aceptada por la parte contratada de forma
más o menos vinculante y con efectos retroactivos; la caducidad sine die
y por ende su desaparición del escenario histórico y político común.
La transición ha sido
presentada, y es razonable albergar pocas dudas al respecto, como el
único “pacto posible” en su momento y dadas las circunstancias, entre
los partidos de la oposición democrática, liderados por los Felipe
González, Santiago Carrillo, Jordi Pujol… entre otros, y los políticos
franquistas de nuevo y viejo cuño con Adolfo Suárez y Manuel Fraga a la
cabeza. Así ha sido enlatada y exportada con la etiqueta de máxima
garantía y calidad en los mercados europeo y mundial de valores
democráticos. Lo que resulta palmario, es que no se produjo, en modo
alguno, la (anunciada por algunos y temida por otros) depuración de
responsabilidades. El sistema de libertades se sobrepuso al estado y el
tipo de sociedad forjados por la dictadura. Hubo una parcial e
incompleta restitución de bienes y propiedades a partidos políticos, a
algunos sindicatos o colectivos…, pensiones a viudas de militares
republicanos y de maestros depurados, pero, y esto es importante, nadie
desenterraría muertos ni pediría cuentas a los antiguos vencedores por
su rebelión militar contra la Segunda República que desencadenó la
guerra, ni por sus crímenes en la dictadura…
¿Cuáles fueron pues los
límites de aquella amnistía? ¿Dónde se puso el punto final? ¿Cuáles eran
los plazos temporales acordados? Javier Tusell ha dejado escrito en uno
de sus textos más recientes: “El revisionismo histórico de la transición
debe partir del estado de nuestros conocimientos, y esté en la
actualidad ofrece un panorama francamente mejorable”. “Se concede una
importancia desmesurada a las elecciones o al texto constitucional, que
fueron la consecuencia o el resultado de la transición y no esta misma”.[1]
Así están las cosas y estarán
mientras no se analice a fondo el tema. Las cuentas del pasado, de un
pasado doloroso, con más de medio millón de muertos, centenares de miles
de tullidos y enfermos crónicos, seis cientos mil exiliados…, se
cancelaban con la transición como quién cierra un programa de ordenador.
Sin duda esta cuestión ha estado gravitando, como una espada de
Damocles, sobre el estado democrático y sigue todavía entorpeciendo el
avance hacia una recuperación de la memoria de las víctimas de la
represión franquista; y por eso también el impacto de la guerra civil y
sus consecuencias continúan vigentes, tras cuarenta años de dictadura y
treinta de democracia hasta convertirse en un tema recurrente, que aún
cautiva parte del interés general cuando, una y otra vez, hace su
aparición[2]. Georges L. Mosse ya
advirtió sagazmente en 1975, que: “La historia es siempre contemporánea”.
Según el historiador alemán, especialista en el estudio de la cultura
del nacionalsocialismo, lo que ocurrió en Alemania entre 1929 y 1945 “no
está tan lejos de nuestros propios dilemas…”[3]
Como ven, esta reflexión, podemos aplicarla perfectamente a los
capítulos de nuestra historia a los que estamos aludiendo.
¿Pudo hacerse la transición de
otra manera? Es cierto que esta de moda la literatura y la historia
contra-factual, y que abunda la especulación en torno a la idea de ¿Qué
hubiera pasado si…? En su última novela Philip Roth imagina la Casa
Blanca gobernada por un nazi, en lugar de F.D. Roosvelt que fue su
primer inquilino durante la II Guerra Mundial. ¿Hubiese un nazi
reaccionado peor que Truman (sucesor real de Roosvelt), ordenando lanzar
bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki? ¿Se hubiese comportado peor
un nazi que Georges W. Busch en su definición del “eje del mal” y las
agresiones militares a Afganistán e Irak?
La política es además de otras
muchas cosas, el arte de lo posible. Los protagonistas de la transición
no han cesado de afirmar que su modus operandi fue el único posible. La
pureza de sus intenciones parece innegable. Debemos de tener en cuenta
como una de las piedras angulares de debate sobre la transición que
Franco murió en la cama. No fue derribado por ninguna de las muchas
“conspiraciones comunistas y judeo-masónicas” que el generalísimo soñó a
lo largo de su dilatada permanencia como conductor de la nave del
estado.[4] Por el contrario, tuvo
mucho tiempo, con la ayuda de las potencias y ex potencias democráticas,
por obra y gracia de la guerra fría y de la práctica inexistencia de una
oposición en el interior de España, para perpetuarse en el ejercicio del
poder y ganar adeptos, aprovechando la pasividad que suele generar el
paso de los años y los frutos políticos que proporciona el disfrute de
una incipiente sociedad de consumo –aún a costa de la hiper-explotación
de los trabajadores- tras los tiempos de la autarquía más férrea y la
más negra miseria. La excepción a la pasividad de la oposición fue, sin
duda, la resistencia armada ofrecida por el movimiento guerrillero
controlado mayoritariamente por el PCE. La larga duración del franquismo
le proporcionó tiempo para invertir parcialmente la situación de enorme
hostilidad y rechazo que despertaba el régimen entre las masas
trabajadoras, buena parte de las capas medias urbanas y amplios sectores
de las zonas agrarias; despoblando el campo y ensanchando el perímetro
de las ciudades; inventando el turismo de sol y playa, fomentando, entre
otras “maravillas”, la adquisición de viviendas baratas para sustituir
así la cultura del inquilino por la mentalidad del propietario, más
conformista y capaz de adaptarse al sistema. Franco empujó a la
emigración a centenares de miles de trabajadores (unos tres millones
hacia 1963), convirtiendo este éxodo laboral en uno de los ejes de su
política económica… Se mantuvo firme en la represión hasta el final.
Unas semanas antes de su muerte, no le tembló el pulso para confirmar
cinco sentencias de muerte a tres militantes comunistas del FRAP y dos
miembros de ETA, que fueron pasados por las armas el 27 de Septiembre de
1975. Tan solo hace cuatro días se han cumplido 30 años de aquellos
asesinatos “legalizados” tras unos juicios sin garantía jurídica alguna.
No es objeto de estas líneas
insistir en estas consideraciones, que pese a su obviedad suelen ser
minimizadas y pasadas por alto. No obstante, si propondré algunas
preguntas. Preguntas que ya me hice a propósito del caso Marco, el falso
deportado de los campos nazis, que engañó al Parlamento español y al
gobierno de Catalunya: ¿Hasta que punto el olvido del pasado derivado de
la transición democrática hizo posible un fraude histórico y moral de
estas dimensiones? ¿Hasta donde puede llegar la sombra que proyecta
sobre el pasado más reciente el franquismo sin Franco? ¿Estamos hablando
de Historia y por lo tanto del pasado, o también de la actualidad y por
lo tanto del presente?[5] El
franquismo leído y repensado como un inmenso fraude histórico y moral;
la transición investigada como un legado que ofrece incógnitas por
despejar, ángulos oscuros…
Pero los hechos son tozudos y
pese a trabas y dificultades, pese a la permanente invitación al olvido
de los herederos de Franco en nombre de “no reabrir viejas heridas” se
han ido recuperando, y podría decirse que a buen ritmo, las voces del
pasado; testimonios que han estimulado estudios, películas documentales
y de ficción, libros de historia, de biografías y auto memorias
personales; se ha afianzado una rama de la historiografía centrada
en el período franquista de muy variopinta calidad, que ha sembrado de
minas el campo abonado por la amnesia y por los banales discursos en
torno a una falsa reconciliación. A mayor amnesia, más y mejor
reconciliación, se venía recomendando y se recomienda todavía desde
ciertos púlpitos mediáticos, predicando un aparente deseo de
objetividad. Este binomio, como se sabe, es radicalmente falso. Es
cierto que la actual efervescencia por la recuperación de la memoria
está contaminada de impurezas, de aspectos y teorías, en ocasiones, poco
contrastadas; pero no es menos cierto que ha servido para poner la
primera piedra contra el edificio de la desmemoria. Una reacción tal vez
un poco tardía que ha preparado el terreno para las recientes acciones y
propuestas que nos permiten establecer la existencia, pero no los
límites, de la fuerte demanda social de memoria que se manifiesta
públicamente y en los más diversos foros… Una demanda que no ha parado
de crecer desde que comenzaron a ser desenterrados los muertos sin
nombre, los desparecidos de la dictadura, arrojados en fosas comunes y
cunetas. Esta labor, con vocación arqueológica, que inició la Asociación
para la recuperación de la memoria histórica ha conseguido atraer la
atención de los medios de comunicación y dar una dimensión popular a
temas que hasta ese momento disponían de muy escasa cobertura
informativa. En unos tres años se han inhumado más de 500 cadáveres que
además de ser enterrados con la dignidad y respeto que reclaman sus
familiares, ha promovido la curiosidad general por el inmediato ayer y
el conocimiento de esa historia inmediata. Esta circunstancia ha
promovido también otros debates más especializados sobre el interés de
cómo realizar con garantías científicas las inhumaciones y el futuro
desarrollo de lo que llamaré informalmente una arqueología del
franquismo o de la represión franquista, disciplina de trabajo que me
parece histórica y socialmente justificada.
Santi Vila ha recogido en un
reciente ensayo[6] el interés por la
memoria histórica hoy, desde una perspectiva comparada, y constata que,
en nuestro país ha existido un “desinterés” de proporciones históricas.
Añade a los motivos y razones apuntados sobre la larga duración de la
dictadura, el miedo a la represión…, etcétera, el de la no participación
de España en las guerras mundiales.
Efectivamente, el no haber
tomado parte en los conflictos que conformaron el mapa europeo tras 1918
y 1945 confiere un rasgo un tanto peculiar a la reconstrucción de
nuestro pasado reciente. El sistema democrático vencedor en Europa de
los fascismos, fue derrotado sin paliativos en España. La memoria de los
que perdieron la guerra y trataron de resistir a la dictadura tendrá que
rehacerse a la contra y sin la cobertura como en el resto de la Europa
occidental del sistema de poder y la burocracia establecidos. En
Alemania, por ejemplo, se llevó adelante un proceso de des-nazificación;
en Francia, se enterró el régimen de Vichy y se produjo la exaltación,
rayana en la mitología, de la Resistencia francesa (ocultando los
abundantes casos de colaboracionismo) mientras que en España, la
dictadura fascistizada de Franco, fusilaba, encarcelaba y perseguía con
saña a los resistentes antifranquistas. Se produjo el caso, paradójico,
de los ex combatientes republicanos españoles exiliados en Francia
perdedores de una guerra y vencedores de otra (la II Guerra Mundial) al
haber tomado parte activa en el Maquisard, que serán tratados como
héroes en Francia y como villanos, bandoleros (caso de los guerrilleros)
o asesinos en la España franquista. Un caso particular de connotaciones
apocalípticas es el que sufrieron los exiliados apresados directamente
por los alemanes y enviados con el beneplácito de las autoridades
franquistas que los consideraron apátridas a campos de exterminio nazis
(especialmente Mauthausen), donde encontrarían la muerte miles de ellos.
La memoria de las víctimas del franquismo, de una u otra condición o
sexo es una memoria reprimida, dañada. Una memoria reprimida cuyo
tratamiento requiere huir de esquemas simplistas y de caminos trillados.
El asunto sugiere también una
reflexión al hilo de la actualidad. Una actualidad marcada por el debate
sobre los beneficiarios de la ley que prepara el Ejecutivo socialista,
relativa a la “memoria histórica”[7]
Veamos.
Hoy podemos decir que se
atraviesa un momento dulce, no exento -como se ha señalado- de
polémicas. Momento en el que parece lógico que se trabaje intensamente
por recuperar la “memoria viva”; una memoria con fecha de caducidad o
que se organicen actos de homenaje y reconocimiento a los
supervivientes, etcétera. Pero tanto la memoria individual como la
memoria colectiva suponen un proceso de reconstrucción de las
identidades tanto personales como de grupo que presenta complejidades a
veces difíciles de abordar.
Una de esas cuestiones
insoslayables es si debemos o no recuperar toda la memoria, o permitir
que una memoria tape y se sobreponga a otra. Parece obvio que debemos
recuperar toda la memoria… Volviendo al caso de Alemania sabemos que la
recuperación de la memoria del genocidio nazi y el horror de los campos
de exterminio, ha tenido que superar dificultades, tales como la
sistemática negación de la existencia de los campos, promovida y
mantenido por determinados movimientos y grupos xenófobos y no
exclusivamente de carácter ultraderechista neo-nazi. Esta intensa
batalla histórica ganada con toda justicia por las víctimas del
holocausto ocupa, a su pesar, todo el campo semántico y fáctico de la
memoria alemana, dejando en la penumbra, entre otros asuntos, lo que ha
dado en llamarse memoria de la destrucción. Y esa destrucción no es otra
que la sufrida por las ciudades alemanas como Dresde… donde se
produjeron los mayores bombardeos de la historia, realizados por las
fuerzas aéreas anglo-norteamericanas (cuando la guerra estaba ya
ganada por los aliados). No es más que un ejemplo, pero no debe tomarse
a la ligera[8], ni tampoco tomarse
como excusa para no defender la necesidad y la justicia de recuperar,
con prioridad absoluta, la memoria de los valedores y defensores de la
Republica democrática en España, de los humillados y de las víctimas de
la feroz represión franquista condenados al silencio y a sufrir el
permanente agravio comparativo de la imposición de los ritos,
tradiciones y lugares de la memoria franquista; una memoria prepotente y
siempre “presente” y amenazante.
A modo de advertencia, me
parece interesante señalar algunas consideraciones, puede que
intempestivas, en íntima conexión con los problemas apuntados:
En esta tarea de reconstrucción
de la memoria, es tan importante disponer de la adecuada perspectiva
histórica como necesaria es la proximidad a los hechos, sus
protagonistas y escenarios; amén de un agudo sentido de la oportunidad.
En esta dirección se puede
establecer que lo que hemos señalado hoy como una demanda social es, en
parte, el producto de una tendencia. Una tendencia que se ha ido
conformando lentamente. Algunos investigadores señalan sus tímidos
inicios en las postrimerías de los años ochenta (del siglo XX); otros
(entre los que me cuento) sitúan su consolidación una década más tarde,
coincidiendo, más o menos, con el sesenta aniversario de la guerra civil
(convendría reprensar los antecedentes y consecuentes de las elecciones
de 1993) para desbordarse en los últimos años del siglo XXI, planteando
algunos de los efectos señalados.
El fantasma de la guerra civil
en la trastienda de los almacenes de la memoria nos visitará todavía por
mucho tiempo, de momento, cada década como apunta Antonio Elorza en un
reciente artículo: “Nos encontramos ante una detestable deriva de signo
demagógico inclinada a los intereses y a la sensibilidad de la extrema
derecha”. Es difícil paliar con medidas de urgencia las carencias en la
recuperación de la memoria que se arrastran desde la larga década
socialista (años ochenta del siglo pasado) en el Gobierno. Se hizo muy
poco entonces por “explicar la grandeza que en su fracaso representó la
democracia republicana, ni siquiera el del papel desempeñado por los
socialistas en la construcción del régimen”[9].
Debe tenerse en cuenta, por
otra parte, que en una encuesta realizada por el CIS en el año 2000,
todavía el 43 por ciento de los españoles contestaban SI frente a un 51
por ciento que contestaba NO a la pregunta sobre si notaba (cada uno de
los entrevistados) la huella dejada por la época de Franco; españoles
que además consideraban mayoritariamente que hoy (por el 2000) se vive
con menos seguridad y en mayor situación de riesgo.[10]
La memoria como explica Paul
Ricoeur, uno de sus mayores estudiosos, no se reconstruye solo a golpe
de conmemoraciones y monumentos; requiere de algo más que buenas
voluntades o visiones dogmáticas. Se avanza en la regeneración del
tejido dañado de la memoria, contaminado siempre de olvido, paso a paso
o, a veces, con aparentes retrocesos. Por ello, es necesario evitar los
“abusos de la memoria” que suponen los excesos en el montaje de
homenajes y memoriales. Ricoeur recogiendo palabras de Todorov en su Les
Abus de la mèmoire, advierte que el abuso “no es solo propio de los
regímenes totalitarios, es patrimonio de todos los celosos de la
historia”[11] Así es como pueden
surgir corrientes, grupos y personas, que intentan convertir en
patrimonio propio lo que es patrimonio moral e histórico de la
humanidad, poniendo trabas y dificultades al trabajo de la memoria.
La Historia Oral y la toma de
testimonios -documentos esenciales del archivo de la memoria viva- no
pueden ser usados o presentados como vehículo único o “el esencial” para
progresar en los objetivos propuestos. Estas aportaciones presentan una
serie de limitaciones que he intentado plantear en mi libro La memoria
reprimida. Historias orales del maquis. El libro, no trata en exclusiva
este asunto, pero es uno de sus aspectos centrales ya que se introduce
través de siete historias de vida (las de seis resistentes y un testigo
infantil) en los recovecos de la memoria, en sus “renglones torcidos”,
para leer en ellos a través del uso y la metodología propias del
análisis crítico uno de los capítulos más dramáticos de la represión
franquista[12]. Tristán Todorov,
cuando se refiere al “deber de la memoria”, sostiene: “El trabajo del
historiador, como todo trabajo sobre el pasado, no consiste nunca,
solamente, en establecer los hechos, sino también en escoger los más
destacados y significativos de entre ellos y en relacionarlos luego
entre si…” Estas palabras han sido la guía de mi trabajo, y el
resultado, pese a sus imperfecciones, rinde homenaje a los combatientes
guerrilleros y a los luchadores clandestinos, pues ellos son la memoria
de nuestra resistencia en los tiempos más duros de la represión
franquista.
José Antonio Vidal
Castaño. es Historiador y Escritor
(*) Texto de intervención en las VI JORNADAS “EL MAQUIS EN SANTA
CRUZ DE MOYA. CRÓNICA RURAL DE LA GUERRILLA ESPAÑOLA. MEMORIA HISTÓRICA
VIVA” Santa Cruz de Moya, octubre, 2005.
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[1] Javier Tussell, “La transición a la democracia y la España de
Juan Carlos I” (Prólogo) en José Maria Jover Zamora, Historia de España
de Menéndez Pidal XLII, Madrid, Espasa – Calpe, 2001.
[2] El ejemplo más reciente es la curiosidad suscitada entre
estudiosos y profesionales por el último libro de Anthony Beevor, La
guerra civil española, Barcelona, Crítica, 2005, que se anuncia como una
versión actualizada de la contienda que incorpora materiales de archivo
soviéticos y alemanes.
[3] Véase, Georges L. Mosse, La nacionalización de las
masas, Madrid, Marcial Pons, 2005, p. 276
[4] El dictador logró eludir varios atentados preparados por
“grupos subversivos” que fracasaron por falta de información o impericia
técnica. El atentado, sin duda, más original –al que no pudo escapar el
general- fue el perpetrado literariamente por Max Aub en su relato La
verdadera historia de la muerte de Francisco Franco, editado por primera
vez en 1944 en pleno exilio de su autor. La historia imaginada por Aub
puede resumirse así: Ignacio Jurado es camarero de un céntrico bar en
México DF. Harto de las baladronadas de sus clientes -exiliados
españoles de diversas tendencias políticas- obsesionados por matar a
Franco, el joven mexicano decide asesinarlo por su cuenta, ante la
inoperancia de los políticos. Urde un plan secreto: pide unas
vacaciones, se traslada a Madrid y disfrazado de general, asesina al
Caudillo en pleno desfile de la Victoria mientras los aviones rugen al
sobrevolar la parada militar. Protegido por la confusión y el uniforme
vuelve a su hotel, etcétera. Una vez de vuelta a México opta por no
desvelar su secreto. La noticia del asesinato conmueve a los exiliados,
pero no logra sacarles de su marasmo. Para degustar esta historia,
léase, Max Aub, La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco,
Barcelona, Seix Barral, SA, 1979.
[5] Levante. El Mercantil Valenciano, 19/05/2005, “El caso Marco”
por José Antonio Vidal Castaño
[6] Santi Vila, Elogi de la memoria, València, 3 i 4, Eliseu
Climent, 2005, pp. 35 a 43.
[7] El País, 12 y 14-7-2005.
[8] Véase G. W. Sebald, Historia general de la destrucción,
Barcelona, Anagrama 2004.
[9] El País, 17-9-2005, en “Vuelve el 36” por Antonio Elorza.
Para mayor información sobre el papel de los socialistas en la guerra
civil puede consultarse, entre otras obras, Helen Graham, El PSOE en la
Guerra Civil. Barcelona, Debate / Mondadori, 2005.
[10] Felix Moral, Opiniones y Actitudes. La memoria del
franquismo y de la transición a la democracia en los españoles del año
2000, Madrid, 2001, CIS nº 36.pp. 14 y 81.
[11] Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, Madrid,
Trotta, 203. pp. 110-118.
[12] Véase José
Antonio Vidal Castaño, La memoria reprimida. Historias orales del
maquis, Valencia, Publicacions Universitat de Valencia (PUV), 2004.
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