La
maleta de Companys
Luis
Arias Argüelles-Meres.
19-11-03
Cuenta
con maestría Ridao en su libro más reciente la última
peripecia vital de Walter Benjamín en Port Bou, allá en
1940, cuando el escritor y pensador huía del nazismo. Se dice
que el autor de los Diarios Secretos llevaba una
especie de segunda piel acompañándole, es decir, textos,
como él, fugitivos, salidos de su pluma. Cuando Roland
Barthes se ocupó de la literatura autobiográfica de Benjamín,
estableció un canon muy atractivo acerca de lo que debe
contener un diario íntimo: lo poético, lo histórico, lo utópico
y lo amoroso. Eso había en los textos del intelectual berlinés.
Y acaso semejantes ingredientes se encuentren también, aunque
de forma sui generis, en el contenido de la maleta de
Companys. Ahora la localidad ilerdense de Tarrós recupera la
maleta de su hijo más ilustre, de Companys, que contiene
documentos del político catalán entregado por la Gestapo al
invicto caudillo, a quien, entre palio y palio, no le tembló
el pulso para una de sus muchas decisiones irreversibles. De
lo poético, de lo utópico y de lo amoroso da buena cuenta su
sueño político. Hablar del valor histórico en ese caso sería
pleonasmo.
Las
maletas y los baúles fueron en su momento alas de un vuelo,
testigos de un sueño cumplido, confidentes de aventuras y
desventuras y, sobre todo, guardianes de tantos y tantos
secretos que jamás llegaron a desvelarse, acompañantes de
referencia en la soledad de una estación, de un aeropuerto,
señas de identidad propias en tierra de nadie como
habitaciones de hotel. Continuidad de lo que fuimos a la que,
en situaciones límite nos aferramos con desesperación. Y, en
el caso que nos ocupa, vienen a ser el muñón de una ausencia
involuntaria, el mejor ejemplo de la lealtad a un recuerdo.
Este país tan dado a necrofilias, a santificar, también
desde el discurso laico, a los muertos, carece, a mi juicio,
de la sensibilidad suficiente para saber apreciar el valor y
el significado de determinados objetos donde habita el alma de
quien los transportó. Son faros en puerto fantasma donde no
reaparecerán jamás los barcos a quienes tenía como misión
orientar.
La
maleta de Companys. Sus documentos. Anunció Machado en su
momento que se iría de la vida ligero de equipaje. Y aquí
nos encontramos con el equipaje que formó parte del sueño de
un pueblo, el catalán, a cuyo frente se puso en un momento de
la historia. Ignoro cuál el contenido concreto de esos
documentos que se encontraban en la maleta del líder catalán.
En cualquier caso, convendría preguntarse hasta qué punto, aún
al día de hoy, no están poniendo a muchos en evidencia.
Cuando escribo estas líneas, quedan muy pocas horas para que
se abran las urnas en las elecciones catalanas, y me gustaría
saber hasta qué extremo el recuerdo de Companys es para
muchos algo más que una cuestión meramente cosmética. Lo
cierto, al margen de que como personaje histórico hablamos de
alguien más discutible que discutido, es que el líder catalán
que terminó sus días de una forma tan malograda como
injusta, fue un ejemplo de amor a su tierra, a la que consagró
su vida. Es de esos personajes que dignifica la política,
frente al desprestigio y la erosión constantes que a tan
noble cometido están sometiendo las últimas décadas en todo
el mundo mundial.
A
quienes nos gusta el contacto directo con viejos objetos, con
papeles salpicados de la humedad de los años, que huelen a
rancio, y no siempre a caduco, nos viene a suceder algo muy
similar a la más estremecedora desiderata de Unamuno, es
decir que algo muy vivo -y en ocasiones muy vívido- nos
acomete. Por eso, desconociendo el detalle de lo que figura en
esos documentos, me atrevo a apostar que no son ni inocentes,
ni inofensivos. Han conseguido sobrevivir a pesar de la delación,
de la entrega al enemigo y de la muerte. Son una vez más
testigos de una historia que con tanto interés se nos quiso
hurtar. Y, como otras tantas y tantas cosas, acaban
emergiendo.
Se me
ocurre pensar en la sobriedad, casi desnuda, del escenario en
que dialogan los personajes del drama de Azaña, La Velada
en Benicarló, texto que el propio autor subtitula Diálogo
sobre la guerra de España. En ese escenario, paradójicamente
invisible, el lector percibe la mudez de unos equipajes que,
cansados de rodar, reposan como ausentes. Son, de seguro, muy
similares a esta maleta de Companys que acaba de viajar a la
localidad natal del líder catalán en la provincia de Lleida.
Tengo
para mí que, como diría Unamuno, la maleta de la que
hablamos no busca la paz, sino que pretende agitar la
conciencia colectiva con la vista puesta en eso que seguimos
queriendo llamar historia, de cuyos nombres más insignes
queremos y debemos acordarnos.