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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   


 

 

La derecha y la manipulación de la Historia 

Antonio Otero Bueno

5 de Octubre de 2005

La única versión de la guerra civil durante los casi cuarenta años de dictadura franquista y la posterior “transición”, fue la propagada por los vencedores, por los sublevados contra la legalidad de la República. Esa falaz y disparatada versión, además de tergiversaciones, manipulaciones y torticeras interpretaciones, dio lugar a leyendas absurdas, propias de mentes disminuidas.

A principios de los años ochenta, con unas libertades en expansión, fue apareciendo una serie de historiadores e intelectuales –españoles y extranjeros-, que empezaron a desmontar toda la historiografía franquista, con un verdadero aluvión de estudios, artículos, ensayos, conferencias y libros, documentados y basados en el rigor de las fuentes y en el análisis, lo más objetivo posible, de los hechos. Pero todo esto, que  ocurría casi exclusivamente en los ambientes académicos y universitarios, ya había sido previsto por la derecha española que lo intentó contrarrestar en la calle (“La Historia se confiesa”. Ricardo de la Cierva).

La caída del montaje franquista, todavía no había llegado a conocimiento de la ciudadanía en general, y no sólo por el tiempo que necesita todo proceso de asimilación histórica, sino también, por la desidia y dejación de las fuerzas y partidos de izquierda, instalados y acomodados en el sistema político existente. Un sistema, por otra parte, basado en una forma de gobierno ilegítima y contraria a sus principios teóricos e ideológicos; La monarquía.

Aún así, la fuerza, eficacia y solidez de las argumentaciones y afirmaciones de esta generación de intelectuales que, como en el periodo republicano, se posicionó mayoritariamente del lado de la legalidad y la democracia, empezó a calar, en el decenio siguiente –primeros años noventa-, en algunos estratos de la sociedad española.

Es paradigmático observar como, la intelectualidad digna de tal nombre, suele estar del lado de los que defienden la igualdad, la solidaridad, la justicia y la libertad, es decir, de los ideales teóricos de la democracia, que siempre han sido defendidos por la izquierda de este país.  Mientras, la derecha, ha sido sustentada históricamente, por el absolutismo, el capital, el militarismo, la iglesia y la ignorancia generalizada de la población -promovida por estas mismas estructuras-, que producen desigualdad, injusticia, sumisión, represión, ignorancia, superstición y atraso. La derecha suele tener “la razón de la fuerza”, y la izquierda, “la fuerza de la razón”.

En 1999 la derecha española, entonces en el poder, y con el presidente del gobierno a la cabeza, activó el proyecto de limpiar su maltrecha imagen histórica, a través de reescribir la Historia de nuestro país. José Mª Aznar podía haber encargado dicha tarea a historiadores de tendencia simplemente derechista moderada –porque la Historia, como ciencia humana que es, es subjetiva-, pero no lo hizo así, prefirió, al estar en su momento de máximo apogeo, asignar el trabajo a “historiadores y pseudohistoriadores” de una extremada inclinación, rayana en el neofascismo. Los revisionistas y propagandistas elegidos, –Pío Moa, César Vidal, Ricardo de la Cierva, y otros- apoyados por toda la derecha política, económica, mediática y católica, se podrían encuadrar en la vergonzosa corriente negacionista, cuyos escritos no pasan de ser panfletos donde se descontextualizan los hechos, y el rigor en las fuentes no existe.

 Estos elementos que escriben sobre nuestra historia, son capaces de publicar “libros” en abundancia, son prolijos, escriben “historia” como si tal cosa, mienten y lo saben, son conscientes, pero no les importa, porque además de que esa es la única forma de intentar conseguir el fin perseguido, los beneficios que suponen las ventas de sus catecismos histórico-políticos, son cuantiosos, ya que son adquiridos por un elevado número de simpatizantes derechistas ávidos de tener una “Historia” a su medida y conveniencia, además de por otras personas, abducidas por el tremendo poder mediático de la derecha, (El Mundo, ABC, La Razón, la COPE, Telemadrid, revistas de información general y especializadas –“La aventura de la Historia”-, en Internet –“Libertad DigitaL”-, etc.). Y tampoco le importa a quienes les sustentan, pues ya contemplaban que para conseguir el objetivo marcado, serían necesarias altas dosis de cinismo, hipocresía y vileza. En algunos países europeos, ni estos individuos, ni la derecha que los apoya y financia, podrían publicar sus escritos, ni siquiera amparándose en la  “libertad de expresión”, sagrada en toda democracia, porque al tergiversar, manipular, negar o mentir sobre los hechos históricos y hacer apología y defensa de ideologías totalitarias, genocidas y contrarias a los derechos humanos, como el fascismo, el nazismo o el franquismo; atentan contra los fundamentos del estado de derecho y la dignidad de sus ciudadanos -en nuestro caso, súbditos-.   

En este estado de cosas,  apareció, con el nacimiento del nuevo siglo y milenio, un fenómeno de fuerza inusitada, de enormes y desconocidas proporciones hasta ahora y, denominado: “Recuperación de la Memoria Histórica”.

Este movimiento cívico que persigue recuperar la memoria adormecida y arrinconada, la memoria enterrada en fosas comunes, la memoria y el reconocimiento y dignificación de los que murieron, fueron torturados, presos, exiliados y asesinados en las tapias de los cementerios o en las cunetas de las carreteras por defender ideales progresistas de libertad y justicia representados por la legalidad republicana; ha conseguido impactar, remover de tal forma los cimientos de nuestra historia reciente y de nuestra sociedad que, ha obligado a los partidos de izquierda del actual sistema político -para no quedar descolgados y no tener que bajar la cabeza ante sus gentes-, a ir asumiendo, aunque de forma lenta y desganada, esa “recuperación de la memoria” que es también la suya, y que vergonzosamente y hasta ahora, poco o nada han hecho por rescatar del fango.   

En estos momentos y, ante el auge, difusión e importancia que va adquiriendo la “Recuperación de la Memoria”, la derecha ha decidido recuperar otra línea de argumentación histórica que tenía en la recámara y, que complementa la anterior de Moa y sus muchachos. Una línea aparentemente más equidistante, menos escandalosa, pero igualmente falaz y sibilinamente malvada y retorcida. Para este nuevo atentado contra la Historia de España y los pueblos que la conforman, la derecha ha sido más inteligente y, ha optado por delegar en Pedro J. Ramírez -director del diario “El Mundo”-, la representación de esta recuperada línea de deformación.

En la argumentación aznarista de Moa y los suyos -como cuando se refiere a la denominada “Revolución de Asturias” acaecida en octubre de 1934, y por la cual, acusa a las izquierdas de  intento de “golpe de estado contra la república”-, predomina el <<sacar de contexto los hechos>>, <<obviar los antecedentes>>, <<minimizar el comportamiento y actuación de las fuerzas reaccionarias desde la instauración misma de la II República>>,  <<el análisis simple y pobre de la situación socio-económica, cultural y política>>, <<no tener en cuenta la situación internacional>>, <<la falta de rigor en las fuentes>> y <<la tergiversación malintencionada de los hechos>>.

En esta más reciente encabezada por Pedro J. Ramírez, y con la que se identifica parte de los dirigentes de la derecha actual y un gran número de sus simpatizantes, caracterizados por sus creencias católicas, más o menos radicales y que, como el resto de la población, carecen, por lo general y comprensiblemente, de conocimientos históricos; la base argumental es casi la misma, pero ligeramente desviada hacia una falsa y elevada equidistancia producida por una especie de mística levitación que, Pedro J. Ramírez, con su característica y condescendiente prepotencia disfrazada de parcial imparcialidad, y su irreprimible e hipócrita conservadurismo, encarna a la perfección.

Aunque en este momento no se pueda valorar la extensa obra sobre la guerra civil que, a partir de septiembre de 2005 publica el diario “El Mundo”, porque se desconocen los libros y, casi todos los autores que la componen – excepto algunos nombres, entre los que hay historiadores dignos de tal nombre, y escritores e hispanistas de reconocido prestigio como, Ángel Bahamonde, Paul Preston y otros.-, si podemos intuir las verdaderas intenciones que persigue la derecha de este país con su publicación, gracias al desmedido afán de protagonismo y pretendido liderazgo de la supuesta “intelectualidad” mediática de la derecha liberal, de Pedro J. Ramírez, expresada en su Carta del Director: “Cuando sólo te quedaba ser murciélago” –aparecida en el diario “El Mundo”, página 3,  sección de Opinión, del domingo 4 de septiembre de 2005-. En ella desgrana las ideas básicas, las líneas maestras sobre las que intenta construir la estructura de esta remozada, pero igualmente prostituida, “Historia reciente de España”, con la pretensión de que ésta, sea ya, la versión definitiva y oficial.   

El director del diario “El Mundo”, se sitúa por encima de los hechos cuál Padre celestial, los observa desde un contexto actual y conservador y, lanza una andanada de dogmas falsos y maniqueos como que: <<los dos bandos hicieron lo mismo>>, <<ambas partes tuvieron la misma culpa>>, <<tan malos fueron unos como otros>>, etc. Con la equiparación de ambos bandos, Pedro J. Ramírez persigue que la sociedad española pase hoja, se olvide, dé por zanjadas las polémicas sobre la guerra civil española de 1936-1939, que se terminen las investigaciones sobre sus responsables, sobre sus causas y consecuencias; en definitiva, que la “Memoria Histórica”, siga enterrada y oculta.

Pedro J. entresaca frases de Baroja, Unamuno, Payne o Benet, según convenga a su perversa estrategia de equiparación, <<ni pájaro, ni ratón>>, es decir: no se considera ni una cosa ni otra; ni chicha ni “limoná”. Se otorga, discretamente, la cualidad de juez, de juez imparcial, no se identifica con ninguna de las dos partes en conflicto y asume lo de <<tan Atila –tan bárbaro- como Millán Astray, es Pasionaria>>. Tiene la desfachatez de equiparar las actuaciones y el comportamiento de un militar sublevado y traidor, brutal, despiadado y carnicero, con las de una mujer de origen humilde, elegida democráticamente por el pueblo como su representante, y diputada en el Congreso de la nación. ¿Será que Pedro J. Ramírez nos tenía engañados y, es una de esas mentes disminuidas que se creen las absurdas leyendas franquistas, como la que pregonaba que Pasionaria se comía crudos a niños y monjas? ¡No!, Pedro J. no es idiota, es engreído, maligno en sus planteamientos “históricos”, derechista hasta la médula, pero no tonto. Lo que intenta es desprestigiar al bando republicano, al bando que representaba la  legalidad, el progreso, la libertad, la justicia y la democracia, equiparándole, igualándole en atrocidad, crueldad y culpabilidad con el otro bando, con el sublevado, con el fascista, con el que se levanta en armas contra la legalidad constitucional, con el que agrupaba a las clases privilegiadas de siempre y provoca la mayor tragedia de la España contemporánea, para de esta forma, poder denigrar y renegar de ambos.

Utiliza la vieja mentira franquista de, “la amenaza comunista”, “la conspiración bolchevique”, para, veladamente, justificar el golpe militar, ocultando a sus lectores que, si bien al finalizar la guerra, la influencia del Partido Comunista era considerable -debido a la eficacia y disciplina demostradas durante la contienda-, y sus militantes oscilaban en torno a los 100.000; en julio de 1936 -al comienzo de la tragedia-,  no superaba los 10.000 afiliados, siendo la CNT (anarco-sindicalistas), con cerca de 750.000 afiliados, y la UGT (socialistas), con unos 350.000; las fuerzas mayoritarias con diferencia.

Toda su argumentación tiende a convencer de que, <<todos fueron iguales>>, <<todos fueron igual de malos, “los hunos y los hotros”>>, <<todos igual de responsables en el exterminio de la guerra y el odio inextinguible>>.

Califica a los dirigentes republicanos de la burguesía de izquierdas de “irresponsables”, “temerarios”, “vanidosos”, “soberbios”, “débiles” y “megalómanos”, y afirma que, <<aunque el Frente Popular tenía la legitimidad, casi nunca la ejerció>>. En todo caso, habría que decir que no le dejaron, pues se olvida Pedro J. de mencionar que, desde el momento mismo de la instauración de la República, pero definitivamente ya, con el triunfo de las izquierdas en las elecciones de febrero de 1936, agrupadas en el Frente Popular; la República había sido condenada a desaparecer por las fuerzas reaccionarias de derecha, y para ello,  utilizó una conocida y peligrosa variante táctica en su estrategia global: “La desestabilización”.

La desestabilización es una torticera forma de intentar conseguir objetivos, consistente en crear un insoportable ambiente de crispación, desorden y confusión, capaz de provocar el malestar y la inquietud en las masas ciudadanas y propiciar la intervención “salvadora” del ejército. Y esto es lo que hizo la derecha, sobre todo, a partir de febrero de 1936, y la desarrolló en dos frentes, actuando en uno de ellos, con atentados y asesinatos, los pistoleros falangistas que eran alentados y financiados por los partidos monárquicos de ultraderecha (Renovación Española y Bloque Nacional), y, en el otro, los propios diputados ultraderechistas (Gil Robles y el filonazi Calvo Sotelo), que se sirvieron del Congreso de los Diputados, como caja de resonancia para lanzar sus proclamas catastrofistas -aniquilamiento de la familia, la educación y la fe católicas”, “la destrucción de la patria”, etc.-, relacionadas con la espiral de violencia desatada en la calle, y creada por ella misma. Esta táctica de desestabilización, exceptuando el pistolerismo criminal pero con las mismas proclamas catastrofistas, es la que hoy día, sigue utilizando la derecha española, representada por el Partido Popular y la jerarquía de la Iglesia católica.

La vileza de Pedro J., aflora en su máxima indignidad, cuando afirma que, <<no encuentra distancia moral alguna entre los sublevados y los que defienden la legalidad>>. Vuelve a equiparar un bando con otro. Vuelve a igualar a los que provocan e inician la guerra civil, con los que defienden la legalidad democrática de las urnas, y en un “lapsus” momentáneo, se aleja de su línea oficial y recurre a la más extremista, falsa y consabida argumentación de Moa sobre la revolución de Asturias de 1934, para tratar, ¡otra vez! de equiparar, de igualar a los dos bandos y,  tratar de justificar lo injustificable.

En otro apartado dice o asume que: <<Los españoles se lanzaron a la guerra, por no admitir la existencia del otro bando, y a suprimirlo por la fuerza>>. ¡No es cierto!, es un bando, el franquista, el de las clases dominantes, el que no admite perder parte de sus inmensos privilegios, y el que se lanza, provocando la guerra, al exterminio total del otro bando.

“Un odio que todavía hoy, sigue metiendo bulla”. No es odio lo que sienten las gentes demócratas, de izquierdas y republicanas de este país; es ¡indignación!. Indignación por la falta de voluntad en recuperar la memoria y no rescatar la Historia de los lodos franquistas; indignación por el mantenimiento de las injusticias del fascismo y la perpetuación de sus mentiras; indignación por la falta de implicación real de las instituciones democráticas en recuperar los restos de aquellos que murieron o fueron asesinados por defender sus mismos principios y valores; indignación por la timidez, falta de convicción, cobardía, incluso cierta traición, de los dirigentes de las fuerzas teóricamente progresistas, democráticas y de izquierdas, en proclamar y exigir el reconocimiento y dignificación de las víctimas del franquismo, de los asesinados republicanos, y de la República;  y finalmente, indignación por gente como el mismo Pedro J., que utiliza su “formación”, su tremendo apoyo económico, y su gran poder e influencia mediática, para “crear opinión” en una sociedad, que carece de los conocimientos históricos necesarios; una opinión, que es la que la derecha, el capital y la jerarquía católica quieren, una opinión consistente en el lavado cerebral producido por la tergiversación y manipulación de los hechos.

<<¡Que envidia –dice Pedro J.-, saber que los vencidos de otras guerras civiles, fueron, una vez acabadas las mismas, protegidos y respetados por los vencedores!>>. Eso se lo tendría que decir a los franquistas -a los que intenta justificar-,  que siguieron asesinando-fusilando hasta mucho después de acabada la guerra.

En la parte última de su artículo, confiesa sus intenciones y las de los que le apoyan, convencido de lo ecuánime, conveniente y certero de sus juicios sobre todo lo concerniente a la guerra civil española: <<Esta Historia de nuestra Guerra Civil, no va a gustar a quienes busquen en esa parte del pasado motivos para sacar pecho, pretextos para homenajear a sus ancestros políticos e incluso ardides para concentrar la culpa colectiva en uno sólo de los dos bandos, con el propósito de anatematizar hoy a sus reales o presuntos herederos>>. Está claro que a muchos españoles, no les va a gustar esta “historia”, en su conjunto, y por ello, el Sr. Ramírez y toda la derecha que le secunda, tienen que saber que, hay muchos españoles que se sienten orgullosos y “sacan pecho” de ser republicanos y de izquierdas, que se sienten honrados por tener los ancestros políticos y familiares que tienen, que muchos ciudadanos -que no se consideran súbditos-, se sienten privilegiados de poder –si les dejan-, continuar con la imprescindible tarea de homenajear a todos los que lucharon y dieron sus vidas por defender los principios y valores de los que casi disfrutamos hoy - incluidos Pedro J. y los herederos de los que, con el uso de la fuerza, los violaron y secuestraron-. Y todo esto, dicho desde el conocimiento y el análisis –humanamente subjetivo-, de los hechos y, realizado por los que, durante mucho tiempo, no pudieron hacerlo.

Finalmente, y de una forma provocativa, rabiosa, prepotente y chulesca, como si fuera a la vez reto y sentencia divina, y rellena de hipocresía y desfachatez, afirma: <<¿No queríais Guerra Civil? Pues la vais a tener completa, desde el principio hasta el final. Ya nunca más, se podrá alegar ignorancia o amnesia>>. Si la mayoría de los autores de esta obra, utilizan la misma línea argumental que Pedro J. Ramírez; no sólo se podrá seguir alegando ignorancia, si no también, estupidez.

Pero Pedro J., no actúa sólo por motivaciones ideológicas y políticas, sino también, economicistas y de mercado. No le interesa que se investigue y remueva el pasado de nuestro país, quiere -en este terreno tan sensible-, la calma, la amnesia de la sociedad, la tranquilidad que necesita toda economía capitalista para poder desarrollarse sin sobresaltos, y seguir reportándole beneficios a él, y a sus amigos. Desea, fervientemente, que todo continúe como hasta hace poco, mantener el “status quo”, como si nada hubiera pasado, y para ello, necesita “convencer”, aunque sea torticeramente, de que ninguno de los dos bandos se merecen que los españoles nos enfrentemos en tales disputas guerracivilistas. La camaleónica personalidad de Pedro J., su estrategia de “palo y zanahoria”, sus mezclas de verdades y falacias en un “totum revolotum” en el que no se salva nadie, excepto, <<los hombres buenos>>; le auto-permiten  reivindicarse como defensor de los indefensos, de los pobres, de los humildes, como un “Santo Padre”, todo ecuanimidad, certeza, equilibrio y moderación.

Pero Pedro J., intenta ser algo más. Quiere aparentar, no sólo mesura, sino también, conocimiento. Por eso no se define, porque hacerlo, <<es de pedantes y tontos, eso está bien para los simples y superficiales; pero cuando uno no es tonto, definirse es más difícil>> (Baroja). Esta frase, sacada del contexto de donde y cuando se produjo, es utilizada y asumida por Pedro J., sin darse cuenta que, también sirve para desenmascararle y descubrir su faceta de oportunista, de persona, aparentemente, “no comprometida”. Podría pasar, sin grandes problemas y en un corto espacio de tiempo, de monárquico a republicano –republicano de derechas, ¡claro!-; no le importaría demasiado que el país cambiara de forma de gobierno, siempre y cuando, el sistema capitalista actual siguiera vigente, es decir, que la “economía”, su economía, le permitiera seguir manteniendo su status. 

En definitiva, habría que recordarle a Pedro J. Ramírez  -si es que alguna vez lo supo-,   a la derecha, y a la ciudadanía en general; algunos hechos básicos referidos a la guerra civil, o en su defecto, instruirles para que se conozcan:   

1-  Sin el intento de golpe de estado de julio de 1936, ¡no se hubiera producido la guerra civil!, habrían sucedido otros hechos, otras cosas, ¡pero nunca, una guerra civil!, por lo tanto, los responsables, los que provocaron, los que iniciaron la guerra civil; fueron los sublevados del bando franquista.   

2-  No fueron iguales los dos bandos. Uno, el republicano; fue el agredido. El otro, el fascista; el agresor. 

3-  Un bando, el republicano, representaba la voluntad de pueblo elegida libremente en las urnas, y por tanto, la legalidad y la legitimidad. El otro, el fascista, representaba a los sublevados, a los traidores, a los que defendían a los privilegiados y a las clases oligárquicas y dominantes de siempre, a los que violaron la voluntad del pueblo, y por tanto,  representaba la ilegalidad y la ilegitimidad. 

4-  Las matanzas de civiles, incluidas las de retaguardia, las inició el bando fascista sublevado -siguiendo las consignas del general Emilio Mola-, en los primeros días de la guerra (julio y agosto de 1936). Dos militares de este bando sublevado, destacaron sobremanera como matarifes en este primer periodo, por sus espeluznantes y masivos asesinatos: El general Gonzalo Queipo de Llano, en Sevilla y su comarca y, en Huelva y su cuenca minera; y el entonces coronel, Juan Yagüe Blanco, en Badajoz y su comarca.  

Estas matanzas, cuando fueron conocidas en zona republicana, provocaron, desgraciadamente, la consiguiente venganza de las masas populares. 

5-  No mataron igual los dos bandos. Sin tener en cuenta los caídos en el campo de batalla, los republicanos de toda clase y condición, asesinados por el bando rebelde durante la guerra civil de 1936-1939, se aproximan actualmente a las 68.000 personas  -entre ellas, las por ahora 37.000 “desaparecidas en fosas comunes anónimas”-, aunque las investigaciones en marcha, continúan aumentando esta cifra.

Los derechistas asesinados por el bando republicano en este mismo periodo de tiempo, suman una cifra de víctimas cercana a las 30.000 personas, entre ellas, 10.000 religiosos; pero su número apenas puede aumentar, pues Franco ya se encargó de contabilizar e identificar a todos los suyos (“Causa General”). 

6-  La quiebra del Estado, es decir, de la República, lo provoca la insurrección militar de julio de 1936. Es la sublevación fascista, la causante de que el gobierno legítimo de la Republica pierda el control de las masas populares al principio de la guerra, y no lo recupere hasta principios de 1937, donde aprueba leyes y crea tribunales para impedir los asesinatos indiscriminados de simpatizantes derechistas, bajo fuertes penas de cárcel para los que las incumplieren. Por  contra, en el bando rebelde no hubo nunca, ni siquiera atisbo, de algo parecido, más bien, todo lo contrario –consignas de Mola-.    

7-  Los muertos del bando rebelde, “autodenominado nacional”, enseguida fueron exhumados y homenajeados por la dictadura franquista -calles y plazas-, y por la Iglesia católica -cruces y nombres de los “caídos por Dios y por España”, en las fachadas de casi todas las iglesias del país-, y su familias, recompensadas de una u otra forma. Mientras tanto, los muertos del otro bando, el republicano, siguen enterrados como perros, en las ciento, quizá miles, de fosas comunes anónimas que pueblan los campos, las tapias de los cementerios y las cunetas de nuestras carreteras. Sus familias fueron, durante muchos años, objeto de burla, escarnio, expoliación, represión, marginación, explotación, miseria y hambre, y sus muertos; ahí siguen, sin ser exhumados, ni identificados, ni reconocidos, ni homenajeados; sólo olvidados. Ellos, que lucharon y dieron su vida por defender los derechos y libertades de los que hoy disfrutamos todos; continúan olvidados. 

8-  El caso de España, es único en Europa. En los países democráticos es impensable tener calles, plazas, pueblos, monumentos, colegios u otros edificios –incluidas las academias militares-, que recuerden u homenajeen a individuos o instituciones de la trilogía totalitaria –fascismo, nazismo y franquismo-, genocidas,  traidores a su pueblo y contrarios a los derechos humanos. En España, todavía y vergonzosamente, si. 

9-  Franco y su régimen dictatorial, también supuso un caso horrendo y único. Una vez acabada la guerra civil con la victoria de los sublevados; no sobrevino la paz, sino el exterminio generalizado. La más cruenta represión política habida en Europa, se cernió sobre los cientos de miles de prisioneros republicanos, indefensos y hacinados en las cárceles y campos de concentración franquistas. Aunque los fusilamientos de presos fueron decreciendo con los años, se calcula que entre 1939 y 1947, se asesinó a unos 185. 000 republicanos –los llamados “rojos”-, según afirmaciones de Juan March -amigo y banquero de Franco-. 

10- La Iglesia católica, no sólo intrigó, apoyó y colaboró activamente para el derrocamiento de la República, desde el mismo momento de su instauración en abril de 1931, sino que participó de forma notable, en la ejecución del golpe de estado fascista. Desde los púlpitos, utilizó su tremenda influencia y poder de siglos, sobre grandes capas de una población ignorante e inculta, puso elevadas sumas de dinero a disposición de los insurrectos y, contribuyó, físicamente en el frente de batalla, con sacerdotes y seminaristas, que con fusiles al hombro, engrosaban, mayoritariamente, las filas de los requetés navarros. La Iglesia “bendijo la sublevación militar”, a la que catalogó de “cruzada” y, “bendijo también, cañones y demás armas, destinadas a matar rojos ateos”.  Por otro lado, muchos sacerdotes, traicionaron su “sagrado secreto de confesión cristiana”, y denunciaron, ante los verdugos de Falange, a muchos de sus feligreses republicanos, que por ello, serían asesinados-fusilados. 

Antonio Otero Bueno

 

 

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