Asturias. Memorias
de Octubre
GERMÁN
OJEDA
La Nueva España
30 de
Octubre 2004
En
las memorias contemporáneas queda constancia de que Asturias fue la región
pionera de la Ilustración española, liderada por Jovellanos, fue la primera
región en lanzarse contra Napoleón en defensa de la independencia patria, fue
el centro del movimiento obrero más organizado del país, fue el único
territorio español donde se levantó una revolución social para liberar «del
yugo de la opresión» a los trabajadores, y fue, en fin, la comunidad que más
se movilizó en España contra la dictadura franquista, la que más luchó por
la libertades democráticas para todos los españoles.
Pero las luces de la Ilustración asturiana, que tuvieron su continuidad un
siglo después en la Universidad con el Grupo de Oviedo, la defensa de la
soberanía nacional, la fuerza del movimiento obrero en defensa de los
trabajadores y también de los intereses económicos regionales, la revolución
social del 34 y hasta la lucha por las libertades democráticas, parece que hoy
forman parte de la prehistoria de Asturias, se han perdido como mitos y hasta
como referentes históricos, en un ejercicio de desmemoria que priva al
Principado de su verdadera identidad contemporánea.
Lo ocurrido a propósito del septuagésimo aniversario de la Revolución de
Octubre del 34 es bien significativo de lo que decimos, pues a diferencia de
Cataluña, que este mismo mes ha revindicado solemnemente la memoria de su
presidente republicano fusilado por el franquismo, Luis Companys -también
sublevado en el 34-, la Asturias institucional que gobierna el Principado ha
ignorado absolutamente los acontecimientos de octubre del 34.
En efecto, la Asturias oficial, la que gobiernan el PSOE e IU, ha olvidado los
hechos revolucionarios del 34 que protagonizaron sus compañeros de entonces, ha
olvidado el acontecimiento más singular de la Asturias del siglo XX y ha
olvidado a sus protagonistas todavía vivos, de tal manera que este septuagésimo
aniversario se ha limitado a algunos debates periodísticos y a algunas
reuniones sin ningún impacto social, ni político, ni académico. De hecho, que
yo sepa, tampoco ha habido ningún debate en la Universidad, y por no haber, no
ha habido ni novedades en la investigación histórica sobre el Octubre
asturiano.
La única novedad reseñable ha sido la irrupción en el tema de un tal Pío Moa
-ex dirigente del grupo terrorista GRAPO- vendiendo en distintos foros (por
ejemplo en el Club de Prensa La Nueva España) que la Revolución de Octubre del
34 era la responsable de la guerra civil, que las izquierdas rompieron las
reglas del juego y que la culpa del golpe de Estado del 36 la tuvieron «los
rojos», de tal manera que el septuagésimo aniversario ha servido sobre todo
para que la derecha trate de reescribir la historia de la insurrección de
octubre.
En definitiva, ante el olvido de las instituciones regionales y de la propia
Universidad, el septuagésimo aniversario del 34 en vez de haber sido una nueva
ocasión para impulsar la recuperación crítica de los acontecimientos de
octubre, de los hombres y de los ideales que inspiraron el 34, ha sido otra
oportunidad perdida para reforzar la identidad asturiana y reivindicar críticamente
la memoria de la izquierda socialista y comunista.
II
En realidad, como se ha dicho aquí, la manipulación y el revisionismo histórico
han sido los verdaderos protagonistas de los debates y de los comentarios
publicados en este aniversario de Octubre del 34.
En efecto, desde la situación actual, sin ponderar el contexto histórico, sin
distinguir entre la legalidad y la legitimidad democráticas, desde el
presentismo más ramplón, estas semanas se ha presentado el Octubre del 34 como
un intento fallido de golpe de Estado, como una sublevación antidemocrática y,
en resumen, como un movimiento contra las instituciones republicanas, lo que
efectivamente no se puede negar a tenor del ataque a la legalidad institucional
o de las proclamas revolucionarias de algunos líderes del movimiento como Largo
Caballero.
Pero siendo rigurosos y analizando el Octubre del 34 en aquel contexto histórico,
esto es, no sacando a Octubre de su ámbito para manipularlo, se puede entender
aquella insurrección defensiva que pretendía preservar a la República de sus
enemigos declarados, el bloque de las derechas, los católicos y los monárquicos,
que la combatieron política o militarmente desde el principio (recuérdese la
«sanjurjada» de 1932).
Para empezar, la insurrección de octubre se explica en un contexto
internacional de irresistible ascenso del fascismo en Europa. En 1932 el
canciller austriaco Dollfuss llega al poder y suprime la libertad de prensa,
reprime a las organizaciones obreras y hasta los partidos de izquierda, declarándose
militante del ideario fascista; en Alemania Hitler había llegado al poder en el
33 y le faltó tiempo para eliminar a los partidos y organizaciones de clase, y
en Italia Mussolini construía el llamado «Estado nuevo» mientras destruía a
la organizaciones de izquierda.
Esos acontecimientos tenían un gran impacto en España, y el triunfo de las
derechas en noviembre del 33 y después la posible entrada de la CEDA en el
Gobierno agitaron a las fuerzas sociopolíticas que habían traído a base de
sangre, sudor y lágrimas la República. Gil Robles, «el Dollfuss español»,
había sido elegido diputado en una candidatura antirrepublicana, declaraba que
en el fascismo había mucho de aprovechable y proclamaba a bombo y platillo que
quería hacer como sus epígonos europeos un Estado nuevo.
En ese contexto, un PSOE derrotado en la elecciones del 33 (sólo había
obtenido 60 diputados, frente a 115 de la CEDA), debilitado y ya dividido,
habiendo fracasado su anterior política de alianzas con los republicanos en el
Gobierno (la estrategia política sostenida por Indalecio Prieto frente a Julián
Besteiro, que había defendido la no participación gubernamental con las
fuerzas burguesas para no contaminarse), se radicaliza, se pone en manos de
Largo Caballero y empieza a amenazar al nuevo Gobierno con una huelga
revolucionaria en el caso que la CEDA entre en el gabinete.
Largo Caballero, el llamado «Lenin español», iba a controlar desde enero del
34 tanto el PSOE como la UGT -a cuya dirección había renunciado Besteiro ese
mismo mes- y su radicalismo no dejaba lugar a dudas. Apoyándose en su propia
experiencia anterior, proclamará entonces ante los trabajadores que «no os dejéis
engañar por las palabras. Os lo dice un hombre que ha sido ministro dos años y
medio. La democracia burguesa es una mentira», para añadir después que los
socialistas «no estaban para sostener una República burguesa, sino para
instaurar (por la fuerza si fuera necesario) una República social».
Más claro el agua, así que con todo el poder socialista en manos de Largo
Caballero, se encarga a Prieto para comprometerle la elaboración del programa
revolucionario, se nombra la dirección del movimiento insurreccional y se
decide que las acciones se pondrían en marcha si la CEDA entraba efectivamente
a gobernar. Pero el programa no se dio a conocer abiertamente al país, ni la
dirección del mismo, ni tampoco se podía fijar el momento de la acción, lo
que condicionaba de raíz la iniciativa revolucionaria. El PSOE no salía a
campo abierto -como diría Azaña- a defender su movimiento insurreccional, lo
que en consecuencia debilitaba su posición. Además, era ya entonces un partido
fracturado y en crisis, y por si fuera poco -tratando de preservar su
protagonismo político- no apostaba tampoco por una política clara de alianzas
obreras que reforzaran su estrategia radical, de tal manera que en esas
condiciones Octubre iba a ser la crónica de un fracaso anunciado.
III
Para nuestra región la cuestión central es la siguiente: ¿por qué triunfó
en Asturias y sólo en Asturias durante dos semanas la insurrección de octubre?
Para responder a esta pregunta clave hay que tener en cuenta, además de lo
dicho, que la Federación Socialista Asturiana estaba controlada por el SOMA,
que, siguiendo a su fundador, Manuel Llaneza, era gradualista, moderada, nada
revolucionaria, prietista y nada caballerista; en segundo lugar, que la crisis
socioeconómica que vivía la región no era peor que en épocas anteriores,
pero, sobre todo, hay que subrayar las dudas que tenía el socialismo asturiano
sobre el éxito de la operación insurreccional, tal como le iban a exponer en
una reunión en el verano del 34 los dirigentes asturianos, encabezados por González
Peña, a Largo Caballero: «Llegamos», dice Juan Pablo García, dirigente
socialista de Mieres, «a la entrevista Ramón González Peña, Graciano Antuña,
Belarmino Tomás y yo. Largo Caballero, tras pulsar nuestra actitud y ver las
dudas que existían, nos dijo que el movimiento no podía fallar. González Peña,
molesto por tanta seguridad, insistió, a lo que Largo Caballero respondió
preguntando si en Asturias teníamos miedo. González Peña le contestó
violentamente que los asturianos cumplíamos nuestros compromisos. Fue una reunión
desagradable, entramos y salimos de allí dudando de la capacidad revolucionaria
del resto de España».
Sin embargo, un conjunto de factores combinados explican a mi modo de ver el
hecho de que sólo en Asturias se produjera una verdadera insurrección. En
primer lugar, en la minería del carbón había una tradición de conflictividad
determinada por las condiciones sociolaborales que facilitaban la movilización
y que los mineros fueran en general proclives a la confrontación. Además, a
diferencia de lo ocurrido en el resto de España, ya en marzo del 34 se había
formada en Asturias la alianza obrera entre la UGT y la CNT, a la que al final
se sumarían los comunistas. Era también cierto que los gobiernos conservadores
estaban tratando de desmantelar las leyes sociales del primer bienio
republicano, a la vez que las empresas ponían graves obstáculos a su aplicación,
exigiendo «compensaciones», a lo que habría que sumar la existencia de muchos
conflictos laborales en distintas minas en los meses anteriores y que la
paralización de algunas compañías tan importantes como Fábrica de Mieres
profundizaban aún más la agitación social.
Un hecho muy importante que hay que destacar es que el socialismo asturiano era
muy disciplinado, tal como dijo el propio líder asturiano de la revolución,
González Peña, ante el Consejo de Guerra que lo juzgó: «Cuando las
organizaciones toman un acuerdo hay que seguirlo hasta en el error». Por si
fuera poco, los mineros sabían manejar la dinamita y tenían a la mano en las
propias minas, en las fábricas de explosivos de La Manjoya y de armas de Oviedo
y Trubia, los medios materiales para hacer efectiva la insurrección, a lo que
se añadía la radicalización del diario socialista «Avance» y, por último,
la concentración «cedista» de Gil Robles a comienzos de septiembre en
Covadonga, lo que el movimiento obrero consideró como una provocación.
Como he dicho antes, la crisis económica que vivieron minas y fábricas no fue
un factor determinante de la sublevación de octubre, pues crisis tan graves había
habido en épocas anteriores y, sin embargo, la última respuesta siempre había
sido la alianza entre los empresarios y los sindicatos, entre el capital y el
trabajo, para conseguir la continuidad de la actividad empresarial y del trabajo
obrero, en un movimiento de defensa de intereses mutuos, que fue definido por el
hijo de Clarín como «el regionalismo económico asturiano».
Pero ahora la crisis económica no era el centro de las preocupaciones del
movimiento obrero regional, sino la crisis política, el posible ascenso al
poder de los filofascistas y el fin de la República. Por eso los mineros
insurrectos no atacaron principalmente las instalaciones industriales, sino lo
que consideraban «símbolos de la opresión burguesa y reaccionaria», esto es,
fueron directamente a Oviedo a derribar el aparato político y administrativo:
incendiaron la Audiencia, asaltaron el Banco de España y destruyeron la Cámara
Santa, como símbolo del dominio asfixiante del clericalismo en España.
Como es sabido, el resultado de la derrota obrera fue una sistemática represión,
el encarcelamiento de los principales dirigentes del movimiento y, para la España
de izquierdas y verdaderamente republicana, la exaltación de Asturias, que se
convirtió en el gran ejemplo español de capacidad de lucha y sacrificio por la
emancipación de las clases populares.
Y a corto plazo, como dijo en 1935 González Peña, Octubre permitió «frenar
automáticamente la veloz carrera de las derechas, y después despertar una
formidable reacción de izquierdas en el país», que llevaría a las mismas al
triunfo electoral en febrero del 36.
Pero esa victoria electoral del Frente Popular era un espejismo. Octubre del 34
había sido un grave error estratégico de la izquierda radical, que
desestabilizaba definitivamente al régimen democrático republicano y daba alas
a los enemigos del sistema, como se comprobaría dramáticamente en julio del
36.
En octubre del 34 Asturias se había quedado, como dijo el poeta Pedro Garfias,
«sola en mitad de la tierra», queriendo hacer la revolución social. Que
hubiera razones para entender la soledad asturiana no disculpa, sin embargo, el
error de los principales dirigentes del PSOE, pues con su voluntarismo
revolucionario, su improvisación política y su falta de capacidad organizativa
abandonaron a su suerte al socialismo y a la izquierda asturianas.
La tesis que lanzaron después del gran fracaso de Octubre los republicanos
reformistas asturianos contrarios a la insurrección, en la pluma del antiguo
director del periódico «El Noroeste», de Gijón, Antonio L. Oliveros, fue que
los dirigentes socialistas, «por afanes de poder y de dominio», utilizaron a
las masas obreras asturianas en una «insurrección fratricida», que luego
muchos negaron ante los tribunales.
Y utilizadas se sintieron efectivamente las beligerantes Juventudes Socialistas
asturianas, que pocos meses después de la sublevación se preguntaban en un
escrito desde la cárcel «¿Por qué 90.000 brazos del Metropolitano han
quedado petrificados?, ¿por qué mientras permanecíamos los asturianos empuñando
el fusil se ordenaba la vuelta al trabajo donde los trabajadores podían contar
con suficientes medios de lucha?», etcétera.
El propio González Peña, el máximo dirigente de la sublevación, se planteaba
lo mismo después de su salida de la cárcel: «¿Por qué el 4 de octubre no
fuimos a la calle todos?, ¿fue por falta de decisión en las masas?, ¿por
omisiones de los dirigentes? Nosotros tenemos derecho a saberlo. No queremos que
el día de mañana se elija a otra provincia para que sea la que se levante en
una gesta heroica».
La vorágine con la que se precipitaron los acontecimientos después del 34
impidió cualquier explicación crítica sobre la soledad de Asturias en el 34,
pero, como diría en el exilio mexicano poco después de terminada la guerra
civil el verdadero líder de los socialistas asturianos, Indalecio Prieto,
dirigiéndose a Belarmino Tomás -que había pactado la rendición de los
sublevados-, la gesta asturiana fue un error que había hecho «más profundo el
abismo político que dividía España», por lo que se declaraba «culpable ante
mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera de mi
participación en aquel movimiento revolucionario».
Después de los dramas de octubre y de la guerra, Indalecio Prieto, los
socialistas asturianos y la izquierda toda tuvieron que soportar cuarenta años
de dictadura. Pero, setenta años más tarde, ni el olvido de sus actuales compañeros,
ni la manipulación histórica, ni nadie podrá ignorar nunca que «la comuna
asturiana» fue efectivamente -como dijo González Peña- una «gesta heroica»
realizada con absoluto idealismo desde el convencimiento de que otro mundo mejor
era posible.
Germán Ojeda es profesor de Historia e Instituciones Económicas en la
Universidad de Oviedo.
Resumen de la intervención en el foro organizado por la Sociedad Cultural
Gijonesa sobre Octubre del 34.
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