Heinrich Himmler en
España
Heinrich Himmler en
España.
Un turista alemán
Higinio Polo
Enero del
2004.
En
octubre de 1940, llega a Madrid un turista alemán, un hombre preocupado por
la cultura y las raíces de Alemania, por la eficacia de la administración y
por la competencia del gobierno. Se llama Heinrich Himmler. Es un hombre con
reputación de funcionario honrado, tiene vocación de oficinista, y es amante
de las rutinas y buen padre de familia, que ama con pasión a su hija. Viaja a
Madrid con una importante misión, pero, además, tiene una crucial cita con
la historia en una montaña catalana. Himmler llega a la capital de España el
21 de octubre de 1940, en un tren especial. En la Estación del Norte, es
esperado con impaciencia por representantes del gobierno fascista: está
adornada con banderas, tapices, y repleta de funcionarios que vibran por darle
una calurosa bienvenida. Cuando Himmler baja del tren, marcial y severo en su
impecable traje militar, dos niños, ataviados con uniforme nazi, le entregan
sendos ramos de flores. Todas las personas que esperan saben que Himmler es el
jefe de la policía nazi y de las SS, y uno de los hombres más poderosos del
Reich alemán. Allí, en la estación, está también Serrano Suñer, ministro
de Asuntos Exteriores, cuñado de Franco y hombre fuerte del régimen fascista
español que acababa de ganar la guerra civil. Casi parece mentira, pero
Serrano Suñer, la última persona que contempló la entrevista entre Hitler y
Franco, acaba de morir, en septiembre de 2003, a los 101 años de edad.
De
hecho, Himmler realiza el viaje a Madrid para coordinar la seguridad del
encuentro entre Hitler y Franco, que tendrá lugar dos días después en
Hendaya. El dirigente nazi se entrevista con el dictador español, como
preludio de la cita preparada para Hitler en la frontera francesa, y consigue
garantías para que la Gestapo pueda actuar en España con toda libertad. El caudillo
corresponde a sus aliados nazis: no olvida que, por indicación suya, Serrano
Suñer había pedido a las autoridades nazis de ocupación en Francia la
entrega de más de seiscientos refugiados españoles que habían tenido cargos
de responsabilidad en la República. Gracias a esa colaboración, fueron
detenidos Lluís Companys, Julián Zugazagoitia y Cipriano Rivas Cherif, entre
otros. Pero el trabajo de la Gestapo no es la única cuestión bilateral entre
ambos regímenes fascistas. Himmler ha hecho también el viaje con el propósito
de impulsar la colaboración entre ambos gobiernos. No en vano, los soldados
de la Wehrmacht y la policía nazi han detenido ya, en la Francia
ocupada, además de las personas de relieve entregadas, a miles de
republicanos españoles, y la molesta cuestión debe resolverse con un
acuerdo. La mayor parte de esos republicanos españoles acabarán en los
campos de concentración y exterminio nazis; otros, serán entregados a
Franco, sabiendo que no eludirán el destino que el fascismo español les
tiene reservado: la muerte.
Himmler
no asistirá al histórico encuentro de Hendaya. Sí lo hará Serrano Suñer,
el flamante ministro de Asuntos Exteriores franquista que lo había recibido a
su llegada a Madrid. Es un momento de gloria para ellos, y lo saben. Hitler es
ya dueño de Francia: cuatro meses antes, el gobierno galo había capitulado y
el 14 de junio de 1940 los soldados nazis entraban en la capital francesa.
Unos días después, el 23 de junio de 1940, Hitler se pasea por París, en
compañía de Albert Speer, Arno Broker y otros dirigentes nazis; visita la
torre Eiffel y posa ante ella, mientras un camarógrafo rueda para la
historia: Adolf Hitler es la imagen, irresistible, del poder.
Tras
los rigores del protocolo y las conversaciones entre el dictador español y el
jefe de las SS nazis, las comitivas se separan. Mientras todos los jerarcas
fascistas españoles viajan hacia Hendaya, Himmler se convierte en un turista
alemán que desea visitar Barcelona, y, desde allí, alcanzar un extraño
monasterio oculto en una montaña sagrada: se trata de Montserrat, un centro
benedictino cargado de historia, que había acogido no hacía muchos meses a
importantes figuras de la República española.
En
esa montaña de Montserrat, habían ocurrido sucesos notables, pero ninguno de
sus monjes hubiera imaginado que el jefe de la policía nazi llegaría allí
para buscar el Santo Grial. Cuatro años atrás, en los inicios de la guerra
civil española, el conseller de la Generalitat, Ventura Gassol, había
enviado a artistas como Mallol y Rebull con el encargo de salvar el museo y la
biblioteca del Seminario incendiado, y, después, encargará al diputado Soler
i Pla la protección de los monasterios de Ripoll, Sant Joan de les Abadesses,
Vic y del mismo Montserrat. Más tarde, se nombrará conservador del
monasterio de Montserrat al músico Robert Gerhard, militante comunista. Allí,
en la montaña, se habían reunido las Cortes republicanas, a principios de
febrero de 1938, después de los bombardeos sobre Barcelona del 31 de enero,
que habían causado 153 muertos y 108 heridos.
Durante
la guerra, el monasterio había sido utilizado también como hospital. Cuando
los combates se acercan a su trágico final, Josep Riu, responsable de la
llamada Clínica Militar Z ubicada en Montserrat, recibe la orden del jefe de
sanidad del Ejército del Este de evacuar a los heridos, junto con el material
médico. También, le indican que debe volar las instalaciones, orden que no
cumplirá. La salida estaba prevista para el 16 de enero de 1939, y ponen la
evacuación en marcha con algún retraso: finalmente, el día 23, el
monasterio es abandonado. Al lado de la montaña, el V Cuerpo del Ejército
republicano, dirigido por Enrique Líster, había estado también unos días,
en Olesa de Montserrat, intentando resistir el avance franquista, en las
jornadas finales de la ofensiva sobre Barcelona: en él va, entre otros, el
futuro filósofo comunista Adolfo Sánchez Vázquez. Tres días después, el
26 de enero, Barcelona es ocupada por las tropas fascistas, y Hitler envía
desde Berlín un telegrama a Franco: "Os envío mi más cordial
felicitación por el magnífico éxito alcanzado por las tropas bajo vuestro
mando. Europa entera está admirada por vuestros triunfos, y nosotros
esperamos el pronto final de la guerra." El fin de la República española
estaba ya cercano.
Mientras
viaja desde Madrid, Himmler permanece ajeno a esas circunstancias, y apenas
tiene referencias de Montserrat, de su simbolismo religioso en la Cataluña
moderna. Tampoco sabe nada sobre la utilización del monasterio durante desde
1936: la guerra civil española es para él un asunto del pasado. El reichsführer
era un hombre ocupado, y tenía otras preocupaciones: entre ellas la persecución
de judíos y comunistas en los territorios controlados por Berlín. Las leyes
de Núremberg de 1935 declaraban a los judíos como un cuerpo extraño a la
nación alemana, y la noche de los cristales rotos, en 1938, había
despejado cualquier duda sobre las intenciones nazis. No habían pasado ni dos
años desde esa noche negra, pero la historia avanzaba deprisa. Pese a ello,
cuando Himmler viaja Montserrat, aún no se había elaborado, en los círculos
más poderosos del régimen, la llamada solución final. Hoy, sabemos
que en las anotaciones de los diarios de Himmler hay una que cobra especial
relevancia: es de diciembre de 1941, y, en ella, tras celebrar una entrevista
con Hitler, el jefe de las SS apunta la siguiente frase: "Judenfrage. /
als Partisanen auszurotten", es decir: "Cuestión judía,
exterminarlos como partisanos". Previsoramente, los campos de exterminio
ya estaban construidos.
Es
muy probable que, mientras se acercaba a la montaña de Montserrat, Heinrich
Himmler fuera pensando en Montsalvat, el castillo donde se guarda el Santo
Grial. Montsalvat es el castillo de Montsegur en las leyendas de los cátaros,
y en algunos círculos se especulaba con los monasterios de Montserrat o de
San Juan de la Peña como lugares que podían ser el Montsalvat de los mitos
medievales. En la propia Barcelona, hacía muchos años que algunos afirmaban
también que Montsalvat acaso era Montserrat, la montaña sagrada de los católicos
catalanes. De hecho, ya el conde Eusebi Güell -el corrupto empresario, hijo
del negrero Güell y mecenas de Gaudí, además de fervoroso admirador de
Wagner- y su círculo de amistades intelectuales habían defendido esa idea,
de manera que Montserrat quedaba convertida en la montaña mágica del Santo
Grial, el lugar sagrado donde se encontraba la copa que Cristo había
utilizado en la última cena con sus discípulos. No era de extrañar
que fuese Barcelona una de las primeras ciudades europeas donde se estrenó Parsifal.
Himmler
conoce Parsifal, la ópera de Wagner, y sabe que, según las ingenuas
creencias de los cristianos de los primeros siglos, José de Arimatea, el fiel
seguidor judío que enterró a Cristo, había recogido su sangre en una copa.
Además, el jefe de la Gestapo tiene referencias de las leyendas artúricas y
del reino de Camelot, de la guerra de Inocencio II contra los cátaros, de los
relatos medievales que hablan de la búsqueda del Grial; conoce las páginas
de Wolfram von Eschenbach, un poeta bávaro del siglo XII; ha oído hablar de
las líneas de Chrétien de Troyes y de las de Tennyson. Himmler también se
ha interesado por las leyendas iraníes y por Hermes Trimegisto. El jefe de
las SS sabe que el camino de Parsifal a Montsalvat es doloroso, pero estima
que vale la pena: el Santo Grial otorga sabiduría y prolonga la vida.
En
la ópera de Wagner, Parsifal es el joven que aspira a convertirse en un
caballero. Así, el personaje operístico llega a Montsalvat, el castillo
donde se encuentran los caballeros heridos. Allí, el rey Amfortas, que guarda
el Grial, está en pecado. Parsifal desconoce la importancia de la copa de José
de Arimatea, pero, tras pasar por la prueba de la seducción, y convertido
después en el sustituto de Amfortas, el esforzado joven es el nuevo rey del
Santo Grial. Gracias a ello, Parsifal cura al propio Amfortas y eleva la copa
de esmeraldas del Santo Grial, para curar a los caballeros heridos: una
intensa luz roja los envuelve a todos ellos, mientras una paloma desciende
sobre el Grial, al tiempo que una prodigiosa música del coro subraya la
salvación. Parece mentira, pero mientras organizaba el mundo
concentracionario nazi, Himmler iba pensando en esos delirios. No podemos
saberlo, pero es probable que, mientras viajaba a Barcelona, Himmler recordase
los primeros versos de la ópera wagneriana: "En el cielo hay un castillo
y su nombre es Montsalvat."
*
* *
Heinrich
Himmler había nacido en 1900, en Munich. Los historiadores británicos Roger
Manville y Heinrich Fraenkel publicaron hace cuarenta años la primera biografía
del dirigente nazi, todavía con importantes lagunas. Ahora, la biografía
publicada por el también historiador británico, nacido en la India, Peter
Padfield, Himmler, el líder de las SS y la Gestapo (que apareció en
inglés hace más de una década y que ahora lo ha hecho en castellano), traza
un retrato más preciso de nuestro turista alemán. Disponemos también de sus
propios diarios, los que escribe el jefe de la Gestapo en los años 1941 y
1942, que se encontraban en los archivos del KGB soviético. Himmler, miembro
del partido nazi, el NSDAP, desde sus inicios, es uno de los protagonistas del
golpe de Munich de 1923. Ya a finales de los años veinte, era responsable de
la propaganda nazi y trabajaba con el secretario de organización, Gregor
Strasser. En 1929, Hitler le hace jefe de su guardia personal, las SS.
Himmler
había llegado a ser diputado del Reichstag, en 1930. Asciende paso a paso. En
1933, se hace con el mando de la policía de Munich y, después, de Baviera.
Ya en el poder, se hace cargo de la policía prusiana, y unifica el trabajo de
los departamentos policiales del Reich. Al año siguiente, Hermann Göring le
encarga el gobierno de la Gestapo, Geheime Staatspolizei, la policía
política del Reich alemán, y, en 1936, es nombrado Reichsführer de
las SS y jefe de la policía alemana en el Ministerio del Interior. Convertido
en jefe supremo de la policía germana, que añade a su control de las SS,
Himmler será uno de los más relevantes dirigentes del Reich: dirigirá la
organización de los campos de trabajo y de exterminio.
Bajo
su dirección, la Gestapo establece un régimen de terror en Alemania y en los
territorios ocupados, que no es igual para todos: las investigaciones más
recientes sobre el aparato policial nazi, indican que la policía política
alemana trata de forma muy diferente a los alemanes "normales" de
aquellos a quienes considera los principales enemigos del Reich, los
comunistas y los judíos. Esa actitud del aparato represivo nazi matizaría el
terror policial, al revelar que una parte significativa de los ciudadanos
alemanes no temían a la Gestapo y justificaban su actuación contra los
enemigos del régimen.
En
noviembre de 1944, Himmler se convierte en ministro del Interior. Su
departamento se ha destacado como el organismo más feroz en la persecución
de las diferencias raciales, especialmente contra los judíos. No es un hombre
especialmente inteligente, pero consigue, con habilidad, aumentar su
influencia, gracias a la confusión entre sus competencias policiales y su
condición de jefe máximo de las SS, que, en última instancia, convertirá
en un organismo que sólo debe responder ante el Führer.
Su
odio hacia los homosexuales, derivado de su convicción de que eran unos
degenerados y de que Alemania no podía perder hombres para la reproducción,
convirtió en víctimas a miles de personas. El horror convive a veces con la
normalidad: Himmler era un hombre normal, un ciudadano corriente que amaba a
su familia, un alemán que simula ser honrado, aunque participa en los
negocios de las SS y controla las empresas que dependen de su gestión
policial. Himmler consigue, además, crear un gigantesco imperio económico
desde su puesto de mando en las SS, al extremo de que controlará miles y
miles de trabajadores en régimen de esclavitud, obligados a trabajar en
campos de internamiento para las grandes empresas alemanas. No extraña saber
que las SS serán el organismo que acumulará más poder en el régimen nazi.
Himmler
creía en el proyecto biologista nazi: había apostado por un plan,
supuestamente científico, denominado Ahnenerbe, para impulsar el
estudio de la raza aria. De la brutalidad de Himmler, de su fanatismo, de su
eficacia, dan cuenta las palabras que pronunció después de la ocupación de
Polonia: "No debe haber escuela alguna para la población no alemana del
Este que supere el nivel elemental. La función de esta escuela elemental será
sólo poner en condiciones de saber contar hasta un máximo de 500, saber
escribir el propio nombre, aprender la enseñanza según la cual es un mandato
divino obedecer a los alemanes, ser honestos, diligentes y buenos. No creo que
sea necesario hacer aprender a leer."
Había
contribuido a la victoria de las armas alemanas, pero, tras la batalla de
Stalingrado, el III Reich empieza a conocer la derrota. Al final, en el verano
de 1944, cuando la suerte en los campos de guerra es ya completamente adversa
para la Wehrmacht, Himmler, al igual que Göring, se inclinará por un
acuerdo con las potencias capitalistas, aunque esa posibilidad llevase implícita
la renuncia de Hitler al poder. En el prólogo de la derrota, no le tiembla la
mano: a finales de 1944, Himmler cursa órdenes terminantes de destruir el
campo de exterminio de Auschwitz, para borrar las huellas. Con las tropas soviéticas
entrando en los arrabales de Berlín, Himmler trata de salvar el pellejo y
pretende negociar con estadounidenses y británicos una rendición: su
propuesta no encontrará eco en los aliados.
Todo
está ya perdido. Himmler huye, hacia occidente, pero en abril de 1945 es
detenido por los soldados británicos. Apenas un mes después, mientras espera
para ser conducido ante el tribunal de Núremberg, Himmler abre la cápsula de
cianuro que le había entregado Hitler y toma su contenido, para suicidarse.
Tenía 45 años. Disponemos de una fotografía en la que su cadáver está en
el suelo: lleva las gafas puestas, pero no se ve su gorra de Reichsführer
con la calavera, y tiene las manos cruzadas sobre el cuerpo. Parece dormir.
Era el 24 de mayo de 1945.* * *
Cuando
el jefe de las SS se dirige hacia Barcelona no podía imaginar que le quedaban
menos de cinco años de vida: en ese momento, apenas tiene 40 años y es uno
de los hombres más poderosos de Europa. Himmler llega a Barcelona el día 23
de octubre de 1940, en un avión especial. Ocho días antes, Lluís Companys,
el presidente de la Generalitat, había sido ejecutado en el castillo de Monjuïch
de la capital catalana, después de haber sido apresado por la Gestapo,
entregado al gobierno fascista, y sometido a un juicio sin garantías que lo
condenó a muerte.
Sólo
en el interior de los hogares humildes y en los medios clandestinos que
soportan la ferocidad franquista hay un recuerdo para el dirigente republicano
asesinado. Pero esos recuerdos no salen a la superficie, y toda la ciudad está
engalanada para recibir a Himmler. La Jefatura del Movimiento organiza, en el
recinto del Pueblo Español de Montjuïch, cantos y bailes regionales
para el Reichsführer: decenas y decenas de muchachas bailan con sus
largas y amplias faldas, o esperaban sentadas en el suelo, en honor de Himmler.
Son todas de la Sección Femenina. El mismo 23 de octubre, Franco se
entrevista con Hitler en Hendaya. Ambos dictadores pasan el resto del día en
reuniones y cabildeos, puesto que han llegado a la estación de ferrocarril
alrededor de las tres y media de la tarde. Primero, ha llegado Hitler, después,
Franco. Cenan en el coche-salón habilitado en el tren de Hitler, y hablan de
la guerra. Después, se marchan.
Mientras tanto, en el
aeropuerto del Prat, por la mañana, las banderas unidas de España y
Alemania, banderas victoriosas, la de la esvástica y la rojigualda, se
ven por todas partes. Cuando llega el dirigente nazi, aparece la
marcialidad de las tropas que le esperan. La comitiva que acompaña al
Reichsführer se dirige después, en caravana, hacia Barcelona. En el
Prat del Llobregat, en el pueblo, han levantado un arco de laurel para
darle la bienvenida. Desde allí, todos van hasta el Pueblo Español,
para contemplar el espectáculo de los bailes regionales, preparados con
primor por la Sección Femenina de Falange. Después, Himmler se va al
hotel Ritz, en el centro urbano. Toda la ciudad está llena de banderas
nazis y rojigualdas, como nunca se había visto. Frente al hotel Ritz,
hay congregada una multitud que espera al jefe de las SS. Es tanto el
entusiasmo que despierta Himmler que, tras entrar en el hotel, el
dirigente nazi tendrá que salir a saludar desde un balcón, acompañado
por el general Orgaz, capitán general de Cataluña. El jefe de la Gestapo
saborea su triunfo: sabe que es la ciudad donde gobernaba el dirigente
republicano que habían fusilado unos días atrás, y se siente
recompensado por los gritos de quienes se agolpan ante el hotel Ritz
para aclamarlo y para honrar al Reich alemán.
Los alemanes comen en
el Ritz con los jerarcas del régimen fascista, y a las tres y media de
la tarde, justo a la hora en que Hitler y Franco llegan a Hendaya, salen
todos hacia el monasterio de Montserrat: "En el cielo hay un castillo y
su nombre es Montsalvat." El general Karl Wolf y Günter d'Alquen, el
periodista nazi que dirigía Das Schwarze Korps, órgano de las SS,
así como otros oficiales, forman parte del séquito de Himmler. También
le acompañan las autoridades fascistas españolas: el alcalde de
Barcelona, Miquel Mateu Plà, miembros de Falange y destacados militares,
entre ellos el mismo Luis Orgaz (un militar vasco de plena confianza de
Franco, al que había ayudado a pasar las tropas sublevadas desde África
hasta la península, en julio de 1936, y que era, desde 1939, el capitán
general de Cataluña, cargo que abandonará en 1941 para pasar a ser el
Alto Comisario de Marruecos, hasta 1945) que había salido con él al
balcón del hotel Ritz para corresponder a las aclamaciones. Himmler sube
al funicular y visita el interior del monasterio. Le gusta Montserrat.
Habla con los monjes. Se detiene a admirar la peculiar topografía de la
montaña. La mitología nazi, tan del gusto de Himmler, encuentra en
Montserrat uno de los lugares para viajar al fin de la noche.
Tras
la visita a la montaña sagrada, todos vuelven a Barcelona. Himmler va a la
residencia del cónsul general de Alemania, y, a las ocho de la tarde, de
nuevo se encuentra en el hotel Ritz. Por la noche, se dirige hacia la cena que
han organizado en el salón de crónicas del Ayuntamiento. En la plaza de Sant
Jaume, el numeroso público congregado aplaude, y Himmler piensa, sin duda,
que los barceloneses le tributan un merecido reconocimiento: ha visto la
profusión de banderas nazis por las calles y el entusiasmo de quienes le
aclaman. Mientras, la población se muere de hambre: en otras plazas de la
ciudad, pobres campesinos venden algarrobas, a escondidas, no para las bestias
sino para el consumo humano, y los vencidos procuran conseguir un poco de pan
de estraperlo, en el mercado negro, mientras los niños mendigan un trozo de
pan. En la plaza de Sant Jaume, se rinden honores por parte de la Guardia
Urbana, y el alcalde, Miquel Mateu, rodeado de notables, de burgueses que están
cobrando el botín de la victoria, y de militares franquistas, ofrece la cena.
El banquete es amenizado con un quinteto de música, suave, agradable. Después
de la cena, Himmler y su cortejo nazi van a ver la "checa" de la
calle Vallmajor, y el jefe de las SS y los jerarcas fascistas se confiesan
asombrados por la crueldad de los republicanos españoles y de los comunistas.
En marzo de 1942, algo más de un año después de esa visita a Barcelona, se
inicia la matanza sistemática en campos como Treblinka y Sobibor, mientras
Himmler da instrucciones a sus subordinados para que el plan de eliminación
esté culminado en diciembre de ese mismo año, preocupado porque la eficaz
maquinaria nazi no pueda hacerlo, dado el volumen de personas a las que había
que hacer desaparecer.
El
día 24 de octubre de 1940, Himmler, un tranquilo turista alemán, retorna a
Berlín, en un avión militar. Todavía va pensando en los versos de la ópera
wagneriana: "En el cielo hay un castillo y su nombre es Montsalvat."
Barcelona, la ciudad que el año anterior había visto el éxodo de las
banderas rojas y republicanas, de las enseñas de las cuatro barras y de las
rojinegras anarquistas, permanece llena de banderas nazis, que empezarán a
ser retiradas, con desgana, al día siguiente.
(*) También publicado en El Viejo Topo (España).
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