Perelada (Cáceres).Memorias
de una guerra
Inés
Martín Rodrigo
Opinar
20 de Marzo
de 2005
Desde niños nos han
enseñado, al menos a una gran parte de la población, que las guerras son
cruentas, horribles y sólo dejan dolor y tristeza a su paso (“No a la guerra,
que la guerra es mu perra”, como decía la canción de Las Niñas) y así lo
hemos guardado en nuestro imaginario social, todos los miembros de una misma
generación, la generación de los privilegiados hijos de los hijos de la
Transición. Tras los acontecimientos de los últimos tiempos en Afganistán,
Irak, etc (hay miles de conflictos más, que no llegan a nuestros oídos gracias
a la desinformación que actualmente gobierna nuestros medios sociales) me dio
por pensar y, recoveco a recoveco, en la intrincada frondosidad de mi memoria
llegué a un episodio de nuestra historia del que, quizás, hayamos escuchado
mucho, demasiado, y del que, sin embargo, conocemos muy poco, desde el punto de
vista humano. Nos han contado que ganó Franco, que era un dictador militar y,
como tal, después de la victoria, implantó un régimen, el franquismo, que
estuvo vigente desde 1939 hasta 1976, creo recordar; muy bien, eso lo tenemos
claro, pero y qué mas, qué es lo que se encuentra detrás de cada una de las
historias humanas de los protagonistas de esa guerra, hermanos, no sólo de
raza, sino también hijos del mismo país, enfrentados por unos ideales que, al
final, terminaron por desidealizar sus vidas. Pues bien, con el propósito de
indagar un poco más en la memoria personal de cada una de las historias de la
guerra, sin ánimo por supuesto de profundizar en la herida del pasado, me dirigí
a mi pueblo, Peraleda de la Mata, ubicado en la provincia extremeña de Cáceres.
En lo que se refiere a la Guerra Civil, para tener un mayor conocimiento de lo
sucedido en mi pueblo durante los 3 años que duró la contienda, realicé una
serie de entrevistas, a personas del pueblo que habían vivido durante esos años,
y de todas ellas pude obtener, además de una rica experiencia, el enorme valor
humano que se desprende de una vivencia tan desagradable. Sin embargo, no sólo
quería contar con la visión personal, sino también con la oficial, para lo
que me dirigí al Ayuntamiento. Cual fue mi sorpresa cuando la responsable del
área de documentación del mismo, Sofía, me comunicó que no quedaba ningún
documento de aquella época, dado que, al parecer, todos habían sido quemados
al finalizar la guerra, pues “quien evita la tentación evita el peligro”.
Una vez que mis planes de obtener información por esos cauces se vinieron
abajo, tuve que buscar otras vías alternativas a la misma y mi siguiente
destino fue la Iglesia. De este modo, me adentré en la casa del cura, que lleva
ubicada en el mismo lugar desde el año 1896 y obtuve idéntica respuesta del
actual párroco de Peraleda, no había ningún acta, ni de defunción ni de
nacimiento, que se conservara de la época de la guerra.
Puede que una persona de fácil disuasión se dijera a sí misma que era el
momento de abandonar el barco, sin embargo, dada la testarudez que me
caracteriza traté de buscar otras fuentes de información que, al menos, si no
oficiales, fueran de bastante fiabilidad. Mi paseo por las estrechas calles del
pueblo me condujo hasta la casa de los maestros, don Eusebio y doña Juli (todos
los que alguna vez hemos sido niños, hemos tenido el inmenso placer de
disfrutar, unos más que otros, con sus enseñanzas, a lo largo de casi 40
generaciones). Una vez allí entablé conversación con don Eusebio, persona
culta donde las haya, cuya biblioteca no tiene nada que envidiar a algunas de
ciertas facultades, quien, con la profesionalidad y oratoria de maestro de toda
la vida que le caracteriza, me trazó los vestigios básicos de un suceso que, a
su entender, fue lógico, pero cuyas consecuencias fueron desastrosas. De este
modo, gracias a la inestimable ayuda del mismo, pude ir reconstruyendo un
puzzle, para nada fácil de terminar, no sólo por las numerosas piezas, sino
por el paradero desconocido de muchas de ellas.
En esta reconstrucción, no sólo me fue necesaria la colaboración de don
Eusebio, sino también de don Delfín Rodrigo (al que después tuve el placer de
entrevistar), el que fue escribiente de la época. Gracias a ambos, logré
construir esta especie de epílogo de una caída anunciada:
En 1936 Peraleda estaba regida por una corporación Socialista. El día 20 de
julio se recibieron órdenes, desde Madrid, para que se recogieran todas las
armas que tuvieran los vecinos, y éstas fueron entregadas a los vecinos de más
confianza, con el fin de que montasen guardia en todas las entradas de acceso al
pueblo. Por aquel entonces habían nombrado Gobernador Provincial provisional a
Ignacio Mateos, vecino de Navalmoral de la Mata, pueblo muy próximo a Peraleda.
El día 21 del mismo mes, el alcalde de Peraleda intentó hablar con el
Gobernador, pero le fue imposible, por lo que decidió ir a verle personalmente.
De este modo, se pusieron en camino el citado alcalde, Fructuoso Gómez Vázquez,
el Teniente de Alcalde, Alejandro Martínez Martínez, y los serenos Serafín
Soler Juárez y Saturnino Sánchez Sánchez. Mientras tanto, al no ofrecer
resistencia alguna, Navalmoral había sido tomada por soldados, Guardia Civil y
policías, cosa que los miembros de la citada comparsa desconocían. Como
consecuencia, al llegar al cruce de Peraleda con la general de Extremadura, los
soldados les dieron el alto y les advirtieron de que no siguieran su camino,
cosa que ellos no tuvieron en consideración, por lo que a su llegada a
Navalmoral fueron detenidos y trasladados a la prisión provincial de Cáceres.
Días después el alcalde y el teniente de alcalde fueron fusilados, mientras
que los dos serenos, por intercesión de la familia Juárez, poderosa donde las
haya en la villa de Peraleda, fueron llevados al penal del Puerto de Santa María
, donde permanecieron algunos años, hasta que fueron liberados y pudieron
regresar con sus familias. Los fusilados no pudieron regresar nunca más.
Como, después de lo sucedido, en Peraleda no había alcalde, se constituyó un
comité compuesto de personas mayores, pertenecientes a los distintos partidos
políticos que regían los destinos del pueblo y hacían cumplir las órdenes
que se recibían desde Madrid.
El 23 de julio de 1936 entraron en el pueblo soldados y guardias que dejaron a
su paso un balance de dos muertos y dos detenidos, que serían fusilados en el
cementerio de Navalmoral. El día 29 del mismo mes volvieron a entrar fuerzas
nacionales que se establecieron en los lugares más altos y estratégicos del
pueblo. Mientras tanto, dos camiones de milicianos se dirigían a Peraleda y, al
ser divisados, empezaron a ser disparados, cuando se encontraban a un kilómetro
de distancia. Los milicianos descendieron apresuradamente de sus vehículos y se
estableció un tiroteo que duró alrededor de 2 horas. Sin embargo, como los
milicianos iniciaron una maniobra envolvente para entrar por varios sitios
distintos, las fuerzas nacionales se vieron obligadas a retirarse. Entonces, los
milicianos entraron en el pueblo, recorriendo todas las calles, pero al no
encontrar ninguna oposición, se marcharon hacia Calzada de Oropesa. El 31 de
julio entraron nuevamente los milicianos y se llevaron detenidos al cura, don
Paulino Izquierdo Román, a su sobrino, Zacarías Esteban Redal y a Timoteo,
conocido como Pinchapeces. Los 3 fueron fusilados en el sitio conocido como Pozo
de los Perros.
Así estuvieron entrando en el pueblo unas y otras fuerzas, hasta el 4 de
agosto, en que entraron los milicianos, y permanecieron hasta el 28 de dicho
mes, día en el que el pueblo fue tomado por las fuerzas moras y regulares que
iniciaron la batalla para tomar el pueblo. Los milicianos no mostraron mucha
resistencia, debido al número de atacantes que, además, disponían de cañones
y morteros, que disparaban sin cesar, por lo que los milicianos iniciaron la
retirada hacia Talavera de la Reina. En la batalla hubo fusilamientos y
alrededor de 20 cadáveres fueron enterrados en el sitio conocido como El Gernal.
Como consecuencia, la alarma cundió entre la población y por todos lados se oía
decir: “¡Qué vienen los moros!”; momentos después se inició la
desbandada de vecinos, constituyendo una verdadera riada de gente huyendo. Al
cabo de 5 o 6 días, cuando las fuerzas atacantes llegaron a Talavera,
cometieron auténticas masacres, ya que sólo de ese pueblo fueron fusilados un
total de 22 vecinos. En lo que respecta a Peraleda, en la incursión de las
fuerzas moras, el número de fusilados fue de 4, de los cuáles ninguno era
combatiente ni poseía armas.
Los maquis que se encontraban en la zona operaban al sur del río Tajo, aunque
un grupo estuvo en fincas bastante cercanas a Peraleda. Uno de los personajes
integrantes del citado grupo era del pueblo de Navalmoral de la Mata y se
llamaba Eusebio Moreno Marcos. Parece ser que éste era conocido como DURRUTI y
pudiera ser el jefe del grupo del mismo nombre. En este sentido, en la página
684 del Diario Oficial del Ministerio de Defensa, aparece el mismo nombrado como
Capitán de Infantería, con antigüedad del 31 de diciembre de 1936.
En el caso de Navalmoral de la Mata y pueblos limítrofes, como Peraleda, los
sublevados no lograron el control total de la zona hasta agosto de 1936, debido
a la fuerte implantación de las asociaciones obreras, entre las que destacaba
la CNT. El aspecto más dramático de la represión nacionalista fueron los
llamados paseos, es decir, el fusilamiento indiscriminado de personas, sin
expediente ni trámites de ninguna clase. Además, los encargados de llevar a
cabo las ejecuciones no lo hacían por motivos políticos únicamente, sino
también en virtud de intereses profesionales, económicos y personales. Entre
los lugares de ejecución, en Peraleda destaca el puente sobre el río Tajo, en
la carretera que conduce a Guadalupe, a la altura de Bohonal de Ibor.
Ya tenía la versión oficial de los hechos, gracias a la cual me di cuenta de
mi enorme desconocimiento, no ya de la Historia de mi país, sino de mi pueblo,
ambos requisitos innegociables; ahora me quedaba conseguir esas historias
humanas con que confeccionar el mapa de sentimientos de una guerra, nuestra
guerra. Para ello elaboré un cuestionario y, aunque mi elección fue bastante
dura, conseguí una lista de posibles candidatos, todos ellos encantados de
colaborar con tan apetecible causa. Pues bien, espero no defraudar a ninguno, éste
es el resultado:
ENRIQUETA SOTO
SOLER
Lo cierto es que el
aspecto que caracteriza a esta mujer, cuyo rostro puede presumir de estar
curtido en mil batallas, bonachón e ínfimamente maternal, hace que, al charlar
con ella, te invada una serenidad de la que es difícil despegarse hasta bien
pasadas las horas. A pesar de que le cuesta recordar las cuestiones a las que le
sometí, una vez que su memoria logró hilar, uno por uno, los acontecimientos,
era como si volviese a aquella época, siendo la misma mujer que defendió y
luchó por los suyos, dispuesta a quitarse el pan de la boca si terciaba. La
Guerra Civil la pilló en esa edad en la que ya no sabes si eres niña o mujer y
casi a la cabeza de una familia cuyos destinos, aunque no variaron demasiado una
vez finalizada la contienda, nunca volverían a discurrir por los mismos cauces.
El paso de los moros por Peraleda no fue tan traumático para ella como para
otros, debido a la condición de su familia, como ella misma dice, “éramos de
derechas”. Sin más dilación, reproduzco nuestra charla:
- Pregunta: ¿Qué edad tenía usted cuando tuvo lugar la guerra civil?
- Respuesta: Tendría 24, porque hacía un año que me había casado.
- P: ¿A qué bando pertenecía su familia?
- R: Éramos de derechas.
- P: ¿Algún familiar suyo fue asesinado?
- R: Ninguno. Preso sí, mi tío Serafín (Se refiere a uno de los dos serenos
nombrados en el relato anterior)
- P: Durante la guerra, ¿se realizaron fusilamientos en el pueblo?
- R: Sí, muchos. Vinieron unos soldados y metieron en el corral del tío Feo y
los fusilaron allí, enterrándolos en un olivar. Los fusilaron los nacionales.
- P: ¿Por qué bando estuvo ocupado el pueblo?
- R: Neutral, hasta que entraron los rojos (Ella emplea esa denominación para
caracterizar al bando republicano). Decíamos: “¡Que vienen los gordeños!”,
y todo el mundo se metía debajo de la cama.
- P: El hecho de que fuese un bando u otro los que ocupaban el pueblo, ¿la causó
problemas?
- R: Nos causó todo muchos problemas. Nosotros éramos todos de derechas, no
siendo mi marido, que pecaba un poquito de eso (de izquierdas), aunque no se
metió en nada. En el puente mataron a muchos. Mi hermano, que era falangista,
en algunas ocasiones tenía que hacer guardia, pero era algo que le descomponía,
pero mi padre le dijo que no se preocupase porque siempre había gente que se
prestaba a ello.
- P: ¿Hubo gente que estaba dispuesta a matar?
- R: Hubo 3 o 4 que se destacaron mucho: el tío Julián gallinero, otro compañero
suyo y algún otro. En el puente, un día, a unos que los llamaban “los pájaros”,
que eran de izquierdas, los llevaron una noche al puente, sin haber hecho nada,
y como sabían nadar como los peces les dijeron “Si os tiráis al agua y salís
nadando os perdonamos la vida”. Así lo hicieron y cuando, al poco tiempo,
sacaron las cabezas, les dispararon y los mataron. Todas esas cosas las veía mi
hermano y estaba malito.
DELFÍN
RODRIGO RUFO
Al entrar en la casa
me invadió una ola de calor sofocante que chocaba, sin duda, con el intenso frío
que venía de pasar en la calle. Mi entrevistado estaba sentado en un sillón,
del que sólo se movía durante el día, para ir al baño o a dormir. Siempre
dispuesto a aportar el dato necesario, por nimio que sea, Delfín se transforma
en un erudito al recordar aquellos duros años, que le convirtieron en lo que
es, un fiel militante de izquierdas de los que se echan en falta en la
actualidad. Lo que primero me impactó fue su aspecto de fragilidad de cristal
de bohemia; la máscara de oxígeno (apuesto a que la detestaba) era su compañera
fiel en los últimos tiempos; sin embargo, a pesar de su quebrantado estado físico,
su salud mental gozaba de una agilidad digna de elogio y, gracias a la concreción
de los datos que me iba facilitando, tuve la sensación, durante los minutos que
duró nuestra charla, de encontrarme en plena Guerra Civil, sensación que
terminé pagando en mis sueños nocturnos.
- Pregunta: ¿Con qué edad contaba durante el desarrollo de la guerra civil
española?
- Respuesta: 13 años.
- P: ¿A qué bando pertenecía su familia?
- R: A las izquierdas.
- P: ¿Fue asesinado algún miembro de su familia?
- R: Mi tío Alejandro, el marido de mi tía Macaria, que no tenían hijos y habíamos
vivido siempre juntos. Le mataron porque era concejal, ni más ni menos, ni
menos ni más. Le fusilaron en la prisión provincial de Cáceres.
- P: ¿Cuál fue el momento que más le marcó de todos los que tuvo la
oportunidad o desgracia de vivir en la guerra?
- R: (Entretanto, insiste en darme el dato concreto del día en que se marchó
del pueblo, junto a su padre y su hermano). Ese día estábamos mi hermano, mi
padre y yo trillando y empezaron a aparecer camiones con soldados. Al poco rato
(sigue insistiendo en buscar el día concreto, que tiene apuntado, junto a otros
datos, en un taco de folios de su mesilla); fue el día 29 cuando vinieron los
milicianos. Entonces, los guardias y soldados que había en el pueblo, cuando
vieron aquello se liaron a tiros y a nosotros nos pilló en medio, así que,
como pudimos, escapamos y no aparecimos hasta el día siguiente. Desde ese día
no hicieron ninguna incursión los nacionales. El pueblo permaneció con mando
socialista y en los principales sitios estratégicos se montaban guardias, por
si venían unas fuerzas u otras. (Mientras tanto, a una mujer que estaba con
nosotros en ese momento, Mercedes, la panadera, se le oye decir: “¡Qué
memoria tiene este hombre!”). El 28 de agosto entraron las fuerzas moras y
mataron a 3 o 4, se llevaron por delante todo lo que pillaron.
- P: ¿Y cuál fue el peor momento que vivió?
- R: Cuando iba corriendo, llegó un miliciano y me dio unas botas nuevas para
que se las diera luego cuando nos viéramos más adelante. Ya, ya...no había
andado ni 300 metros cuando tiré las botas y no he vuelto a ver ni al miliciano
ni a las botas. No dejamos de correr, mi hermano y yo, desde el pueblo hasta
Talavera. Habíamos ido a por higos, para echárselos a los cerdos y, poco antes
de salir el sol, empezaron a aparecer las fuerzas moras y salimos con la burra
por delante. Llegamos a casa, metimos la burra y salimos a buscar a mi madre,
que estaba en la cueva de la casa de un vecino, porque con las fuerzas moras venían
unos cazas. Nos dijeron que nos metiéramos allí, pero salimos corriendo y no
les volvimos a ver hasta que no se terminó la guerra.
- P: ¿Participaste en la guerra?
- R: No. Estuve en Villena, en casa de una matrona y su marido, que no tenían
hijos. Allí estuve muy bien.
- P. Y, ¿pasaste hambre?
- R: No, no, que va, allí nos daban muy bien de comer. En la posguerra sí,
porque cuando se acabó la guerra habíamos quedado unos compañeros del
instituto de Valencia en irnos al extranjero. Nos fuimos al muelle de Valencia
y, como los barcos no venían, nos agarramos a unos camiones y nos fuimos hasta
Alicante porque decían que de allí sí salían. En Alicante, lo primero que
hicimos fue ir a un almacén de comida, que encontramos por casualidad, de donde
cogíamos galletas y leche condensada. El 28 de marzo entraron los italianos en
Alicante y cercaron el pueblo, donde estaríamos, como mínimo, 15 o 20 mil
personas, y de allí no podía salir nadie; a los dos días nos llevaron a un
campo de almendros. Después me trasladaron a la plaza de toros de Alicante,
donde estuve hasta el 26 de junio, que me dieron larga, gracias a una especie de
aval que habían mandado. Me pagaron, como si fuera un soldado, parte del
billete, y llegué a Madrid, en donde me encontré con un muchacho del pueblo,
que se estaba licenciando, y cogió y me trajo montado hasta la puerta de casa.
MÁXIMO
RODRIGO RUFO
Galante como Bogart,
sentado en un sillón, maltrecho por una enfermedad que, poco a poco, va acortándole
la vida, durante nuestra escueta charla se esforzó por ser correcto, educado,
respetuoso, bastante político, pero, ante todo, sincero. Su nombre es Fidel (así
le llaman por un error, de modo que descubrió que su verdadero nombre era Máximo
cuando se fue a la mili) y es hermano de Delfín; los avatares a los que esa
horrible guerra destinó a cada uno de los hermanos hizo que sus ideologías se
tornaran irreconciliables, aunque no sus lazos de hermandad y consanguinidad,
por siempre irrompibles. La guerra fue uno de los muchos (demasiados) zarpazos
que la vida le asestó y, a pesar de ello, al conversar con él tienes la
sensación de que su presencia señorial te acompañará a lo largo de tu vida,
como ya hiciera con todos y cada uno de los miembros de su maltrecha familia.
- Pregunta: ¿Qué edad tenía en 1936?
- Respuesta: 14 años.
- P: Su familia, ¿era partidaria de alguno de los dos bandos en concreto?
- R: Sí, era de izquierdas.
- P: ¿Recuerda si aquí, en el pueblo, se realizó algún fusilamiento, por la
tradicional práctica de los paseos?
- R: Aquí no viví durante la guerra, pero, por noticias que tengo, sí hubo.
En concreto en el puente del río Tajo.
- P: Imagino que en los años posteriores habrá tenido ocasión de pasar por
ese lugar en más de un momento, ¿qué siente al pasar por allí?
- R: Bueno, como realmente no lo presencié, no causa tanta decepción ni tanta
impresión.
- Me ha dicho que durante la guerra no estuvo en el pueblo, ¿dónde estuvo?
- R: Estuve en Villena, en la provincia de Alicante. Allí se vivía un ambiente
dominado por la política de izquierdas, por las Juventudes Libertarias, con las
que convivía. Entonces, cuando llegué allí, me acogió una familia muy pobre,
que tenía 4 hijos, 3 chicos y 1 chica, 1 de los cuáles murió en el frente;
tenían escasamente para darme de comer. Allí, en aquellos momentos, eran
momentos de ilusión, porque las tropas nacionales se encontraban a mucha
distancia. Las fuerzas del gobierno republicano estaban dando siempre aliento de
victoria.
- P: ¿Se considera afortunado?
- R: En aquel momento sí, porque pude desarrollar mi conocimiento, ya que
estuve en escuelas y centros donde recibíamos formación. Así pude ir tomando
iniciativa de todo cuanto ocurría, porque en aquel momento era analfabeto.
- P: ¿A qué se refiere cuando habla de “tomar iniciativa”?
- R: Me fui conformando, no con la iniciativa ni el propósito de aquella zona,
porque me decepcionaba. Como ya tenía 16 años la gente del pueblo decía que
por qué no estaba en el ejército, defendiendo la República. Entonces me fui
voluntario por la presión del pueblo y las juventudes con las que convivía.
Estuve en una unidad, Brigada Especial I, se llamaba, en Teruel, donde me cogió
la retirada, cuando las fuerzas nacionales venían ocupando todo el Levante,
solo, porque cada uno salimos por donde pudimos. En la retirada, venían muy
cerca las fuerzas y una bala me hirió en la cabeza y conseguí llegar a un
pueblo llamado Vatega (Valencia), donde había un hospital, y allí ya me
reconforté un poco y me reincorporé a mi nueva unidad.
Podría haber prolongado mi charla con estos entrañables personajes durante
horas, y podría haber incluido miles de anécdotas de Luis, Tere, Carmen y su
marido, la tía Isidora... pero, por razones de limitación de espacio, me las
guardo para mi experiencia personal. Sólo espero que el mero contacto con estas
líneas les haya enriquecido tanto como a mí.