elcorreodigital 18
de Agosto de 2006
El trágico
enfrentamiento entre españoles de la primera mitad del siglo XX arrastró
ideologías, ilusiones, sueños y personas. Personas, tan dispares y a la
par tan semejantes, como Blas Infante y Federico García Lorca. Personas,
pensadores, creadores y artistas que amaban a España y que querían
regenerarla desde la izquierda y desde la justicia social. Tanto Infante
como Lorca poseían este perfil, por otra parte tan habitual en la España
de finales del siglo XIX e inicios del XX. Ambos eran andaluces, ambos 'sentían'
España, cada uno desde su creencia, y ambos fueron fusilados por los
sublevados en agosto de 1936.
Blas Infante Pérez de Vargas, político, ideólogo, notario, historiador,
antropólogo, musicólogo, escritor, conferenciante, periodista, autor de
miles de manuscritos y más de una decena de obras editadas (entre las que
destacan 'El ideal andaluz', 1915, y 'La dictadura pedagógica', 1921) fue
declarado 'Padre de la Patria Andaluza' en el Preámbulo para el Estatuto de
Andalucía de 1983. Su ideario político, heredero de los movimientos
republicanos y federalistas del siglo XIX, se basaba en la defensa del
andalucismo y en la existencia de diferencias entre Andalucía y el resto de
regiones que formaban la España de Alfonso XIII. Su objetivo era conseguir
la reconstrucción de la primera, entendida como una necesidad para obtener
la regeneración de la segunda. Para ello, abogó por la sustitución del
centralismo por un federalismo articulado y necesario, por eliminar el
caciquismo, por modificar el complicado sistema electoral, por reformar la
economía y la justicia, por plasmar la libertad de enseñanza, etcétera.
Las principales fuentes filosóficas y de pensamiento y los autores que más
le influyeron ideológicamente fueron las siguientes: el regeneracionismo
(Joaquín Costa) y la necesidad de una reacción patriótica frente a la
situación de crisis y decadencia que vivía España; el federalismo (Pi y
Margall) y su propuesta de articular Andalucía de forma federal de abajo a
arriba y, a la vez, reestructurar profundamente en la misma línea un Estado
decadente y centralista como el español de la época; el anarquismo (Proudhon,
Vallina), que le empapó al contemplar la situación social de Andalucía y
las penurias del movimiento jornalero; el pensamiento fisiocrático del
siglo XVIII, la cuestión agraria (Henry George: 'Progreso y miseria', XIX)
y el problema de la tierra; el idealismo filosófico, humanismo y
universalismo (Krause, Hegel) y el ideal de humanidad de federación
universal, y, finalmente, la visión esencialista de la historia y la
cultura andaluzas (Joaquín y Alejandro Guichot), idealizando y
engrandeciendo idílicamente Andalucía y alejándose de la realidad.
Las posiciones ideológicas de Blas Infante fueron cambiando, aunque siempre
dentro de una apuesta por los derechos de Andalucía y por un Estado federal
que reconociera la pluralidad de los diferentes pueblos que lo componen. En
una primera etapa, defendió un tímido regionalismo, que negaba toda
posibilidad de nacionalismo; más tarde, al abrigo de las reivindicaciones
nacionalistas en España y Europa, alzó la bandera del nacionalismo, y,
finalmente, su posición política derivó hacia una especie de nacionalismo
trascendental, antiburgués y universalista que rechazaba tanto el
regionalismo de su primera etapa como el nacionalismo convencional de la
segunda.
Al margen de los contenidos concretos en cada una de ellas, si algo
caracteriza su 'itinerario intelectual' es precisamente la búsqueda, la
inquietud intelectual, la autocrítica y la duda permanente para evitar
aferrarse a dogmas y verdades preestablecidas. De ahí que convertir su
andalucismo en nacionalismo sin más, sea una simplificación de su
pensamiento que sólo se suele realizar por conveniencia e interés desde
posiciones nacionalistas. Humanismo y universalismo le alejan de los
planteamientos nacionalistas convencionales, ya que nos encontramos ante un
personaje que dentro de los movimientos nacionalistas-autonomistas del
primer tercio del siglo XX tiene un pensamiento y una praxis singular, un
activista y un pensador difícilmente encasillable, en el que encontramos
elementos de las diferentes corrientes ideológicas de la época de crisis
que le tocó vivir. Por eso hay que recuperar el Blas Infante humanista y
libertario, el que tenía una idea radical de democracia y soberanía
entendida de 'abajo a arriba' empezando por la autonomía individual, el que
fue aclamado como presidente de honor de la entonces futura Junta Regional
de Andalucía (Asamblea de Sevilla de 5 de julio de 1936), que fue detenido,
el 2 de agosto de 1936, por varios miembros de Falange en Coria del Río y
fusilado, nueve días después, en el kilómetro 4 de la carretera de
Carmona al grito de '¿Viva Andalucía libre!'.
Por su parte, Federico García Lorca, principal poeta de la literatura española
del siglo XX y una de las cimas del teatro español del mismo siglo, junto
con Valle-Inclán y Buero Vallejo, se sentía 'íntegramente español', a la
par que católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico.
Nunca se afilió a ningún partido y jamás discriminó a sus amigos por
cuestiones políticas («yo nunca seré político, yo soy revolucionario
porque no hay verdadero poeta que no sea revolucionario»), a pesar de lo
cual fue detenido el 17 de agosto y fusilado en la madrugada del 19 en el
camino que va de Víznar a Alfacar en Granada, previa autorización del
general Queipo de Llano. La España de Lorca fue la de sus múltiples
influencias, desde Fernando de los Ríos hasta Dalí, pasando por Giner de
los Ríos, Pérez Galdós, Unamuno, Madariaga, Ortega y Gasset, Lope de
Vega, Juan Ramón Jiménez, Antonio y Manuel Machado, Valle-Inclán, Azorín,
Guillén, Salinas, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Alberti y Buñuel.
El universo lorquiano es sistemático y la poesía, el drama, la prosa se
alimentan de obsesiones y claves estilísticas constantes. Los símbolos
(luna, agua, sangre, caballo y jinete, hierbas, metales), la metáfora y lo
tradicional son rasgos importantes de su obra poética ('Impresiones y
paisajes', 1918; 'Oda a Salvador Dalí', 1926; 'Romancero gitano', 1928;
'Poeta en Nueva York', 1930; 'Poema del cante jondo', 1931; 'Llanto por
Ignacio Sánchez Mejías', 1935; etc.). El teatro de Lorca es, con el de
Valle-Inclán, el de mayor importancia escrito en castellano en el pasado
siglo. Es un teatro poético, en el sentido de girar en torno a símbolos
medulares -la sangre, el cuchillo o la rosa-, desarrollarse en espacios míticos
y encarar problemas sustanciales del existir. Así se manifiesta en sus
farsas ('La zapatera prodigiosa', 1930; 'Amor de don Perlimplín con Belisa
en su jardín', 1933), comedias ('Comedia sin título', 1936), tragedias
('Bodas de sangre, 1933 y Yerma', 1934) y dramas ('El público', 1930; 'Así
que pasen cinco años',1930; 'Doña Rosita la soltera', 1935; 'La casa de
Bernarda Alba', 1936).
Infante y Lorca fueron 'contradictorios', como todos los creadores y
pensadores, a la par que paradójicos, complejos, rebeldes, utópicos,
solidarios y llenos de contrastes. La contradicción de los opuestos es una
metáfora de la vida y por ello se hace necesario tomar partido. Ambos lo
hicieron, ambos apoyaron la legalidad republicana, ambos eran incómodos
para el 'no pensamiento' fascista y por eso tenían que morir, ambos -como
señalaba al comienzo de este artículo- sintieron España desde la óptica
de su necesaria regeneración, desde la óptica autonomista o republicana,
desde la óptica de revolución y justicia social, desde la óptica de una
sociedad sin clases, en fin, desde la óptica de las grandes líneas de
pensamiento de finales del siglo XIX y principios del XX que tuvieron la
libertad como bandera («en la bandera de la libertad bordé el amor más
grande de mi vida», nos decía Lorca), y que, en última instancia,
propugnaron la justicia social y un federalismo de personas y países que soñaban
con que fuera universal.