Armas
para la República. 'México y la Guerra Civil española'
Mario Ojeda Revah
El
País 29-05-2005
Sin
duda, el gesto más arriesgado y comprometido del Gobierno de Cárdenas
en ayuda de la República española fue suministrarle armas en un
momento en que todos los demás países se negaban a hacerlo. Desde el
principio, el Gobierno mexicano puso a disposición de la República la
producción total de su Fábrica Nacional de Armamentos.
Se
enviaron de inmediato todas las piezas disponibles en las bodegas del Ejército
mexicano e incluso se desmontaron unidades completas de artillería para
llevarlas a España. Las fábricas militares mexicanas aumentaron el número
de trabajadores, así como los turnos de éstos, para poder entregar más
ametralladoras, fusiles y municiones. Cuando este esfuerzo resultó
insuficiente, México actuó como pantalla de las operaciones secretas
entre la República y otros países. Este apoyo seguiría, en diversos
grados, durante todo el conflicto, dejando a México como el único
proveedor de armamento fiable para la República española, aparte de la
Unión Soviética. |
El
presidente mexicano, Lázaro Cárdenas (en el centro, con traje
claro), visita la ciudad de San Luis Potosí en 1938. (AP) |
No se ha
podido comprobar el volumen exacto de esa ayuda ya que la información es
variable y confusa. Hugh Thomas la valoró en dos millones de dólares. A su
vez, T. G. Powell, basándose en el informe presidencial de Cárdenas de 1937,
reconoció que la venta de armas de México a España sobrepasaba los 8.000.000
de pesos (lo que al tipo de cambio de entonces, de 3,60 pesos por dólar,
equivaldría a 2.225.000 dólares). Sin embargo, este cálculo equivale únicamente
al armamento enviado entre septiembre de 1936 y septiembre de 1937, y deja sin
aclarar los demás cargamentos efectuados entre septiembre de 1937 y octubre o
noviembre de 1938.
Por otra
parte, la determinación del Gobierno mexicano de vender armamento cuando todos
los demás países rehusaban hacerlo también puede considerarse una política
diseñada para fijar un precedente moral digno de ser imitado por otros países.
Sin embargo, la Administración de Cárdenas fracasó rotundamente en este
cometido. A pesar de las diversas peticiones que realizó su Gobierno en foros
internacionales a través de sus emisarios, ningún otro país, salvo la Unión
Soviética, que ya lo hacía, mostró disposición de vender armas a la República,
por lo menos no de forma abierta.
Un virtual
empate
Del primer ataque de los insurgentes y la correspondiente resistencia de las
fuerzas republicanas, en julio de 1936, resultó un virtual empate. Los
nacionalistas ocupaban alrededor de una tercera parte del territorio español y
la República mantenía un control incierto sobre los dos tercios restantes.
Carecían del equipamiento y las armas necesarias para someter al adversario de
un solo golpe y, menos aún, para resistir una larga guerra. Faltos de una
alternativa inmediata para salir de esta situación y sin la esperanza de llegar
a un acuerdo, ambos contendientes buscaron pronto ayuda exterior.
Desde el
comienzo de las hostilidades, los rebeldes contaron con la ayuda militar de
Italia y el respaldo de Portugal. A sólo tres días del levantamiento, los
nacionales se aseguraron el apoyo alemán, que inicialmente fue de 20
aerotransportes pesados Junker 52. Con éstos se estableció un puente aéreo
entre Tetuán y Sevilla para doblegar el bloqueo impuesto por la flota
republicana al grueso de las tropas franquistas que habían quedado varadas en
las guarniciones africanas. Poco después recibieron un apoyo masivo.
En estas
primeras horas de la Guerra Civil, el Gobierno republicano buscó ayuda militar
del Gobierno ideológicamente cercano de la vecina Francia para poder sofocar el
levantamiento militar. Para justificar la legalidad de su petición, el Gobierno
español invocó un acuerdo franco-español, firmado en 1935, mediante el cual
se estipulaba en una cláusula secreta que España compraría armamento francés
por el equivalente de 20.000.000 de francos. Al principio, Francia pareció
honrar tal acuerdo, pero muy pronto los efectos de las disputas en el Gabinete
de Blum, combinados con una campaña artera por parte de la prensa de derechas y
la abierta coerción del Gobierno de Baldwin, la hicieron retractarse de sus
compromisos previos.
Blum se
desdijo de sus promesas, cediendo ante las presiones y denegando el envío a
España de las armas solicitadas. Blum en persona comunicó al enviado de Cárdenas,
Isidro Fabela, su pesar por esta decisión y los riesgos que, de respetar su
compromiso con España, podría llegar a acarrearle a su país: "Ayer, el
embajador británico vino a comunicarme que en caso de que el Gobierno francés
decidiera enviar armas a España, el Reino Unido se mantendría estrictamente
neutral en el evento de un conflicto europeo".
Para
entonces, un escándalo se había desatado dentro del Gabinete de Blum entre
aquellos que, como el ministro de Aviación, Pierre Cot, insistían en honrar el
compromiso de Francia y aquellos que, como el ministro de Defensa, Édouard
Daladier, no sólo aborrecían al Gobierno español en particular, sino que
también querían mantener a Francia al margen de una nueva guerra. Blum encontró
una solución intermedia para apaciguar tanto a la oposición interna como a la
prensa conservadora, y aun así enviar los aviones prometidos. La venta en
apariencia se cancelaría, y, mientras tanto, se podrían mandar cargamentos
secretos a través de un Gobierno interpuesto, como el de México, hasta
entonces el único en el mundo que había declarado abiertamente su apoyo a la
República española.
Solicitud
formal
Entretanto, Fernando de los Ríos, que había sido nombrado precipitadamente
embajador de España en Francia, se acercó al embajador de México en ese país,
el coronel Adalberto Tejeda, para presentar una solicitud formal mediante la
cual el Gobierno mexicano compraría armas y municiones en Francia en nombre de
la República española. La compra aparecería como efectuada por México,
aunque en realidad su destino sería España. Sin consulta previa, Tejeda mandó
un telegrama a la Secretaría de Relaciones Exteriores de México informando a
Hay de la solicitud urgente planteada por De los Ríos. A los pocos días llegó
la respuesta. La Secretaría de Relaciones Exteriores de México autorizaba sin
reservas la iniciativa, aunque con la condición de que no se suscitaran
complicaciones internacionales de ningún tipo con el Gobierno francés. El
comunicado enfatizaba: "Bajo ninguna circunstancia debemos engañar a
Gobiernos amigos".
El 1 de
agosto de 1936, el Gobierno mexicano recibió, por medio de Tejeda, una petición
más del Gobierno español, en esta ocasión para adquirir armas ya fuera en Bélgica
o en el Reino Unido. En el material solicitado se incluían de 10 a 12
bombarderos, 25.000 bombas, 1.500 ametralladoras y varios millones de cartuchos.
Fue el propio Fernando de los Ríos quien formuló esta petición. De nuevo, la
compra aparecería como realizada por México.
En primera
instancia, la transacción fracasó debido a que, el 26 de agosto, el Reino
Unido rehusó categóricamente expedir licencias para la venta de una cantidad
no especificada de rifles, ametralladoras y munición a México, por temor a que
fuera reenviada a España. Esto, a pesar de las promesas hechas por el embajador
de México en Londres, Primo Villa Michel, de que el material sería para uso
exclusivo del Ejército mexicano.
En cuanto a
la conexión belga, la clandestinidad de la operación hace difícil determinar
con certeza sus resultados. El 19 de septiembre, la policía belga irrumpió en
la sede del Partido Socialista Revolucionario, donde encontró documentación en
la que se implicaba al embajador de México en Bruselas, Carlos Darío Ojeda, en
un pedido de 200.000 granadas de mano enviadas a España. Este descubrimiento
fortuito condujo a que tres días más tarde se registrara el SS Raymond, donde
se encontró un cargamento de varias cajas de madera que contenían 800 rifles
con bayoneta, 320 carabinas y 210.000 cartuchos, supuestamente destinados a la
legación mexicana, pero con rumbo final a España. No existen registros
oficiales, ni mexicanos ni belgas, que confirmen otras empresas, y sólo podemos
inferir que hubo más a través de los testimonios indirectos de los actores
directamente involucrados en su ejecución.
En lo
tocante a la operación en Francia, se sabe con certeza que diplomáticos
mexicanos se pusieron en contacto con el ministro de Aviación de Francia,
Pierre Cot, y obtuvieron su completa aprobación para cerrar el trato. Así, el
2 de agosto de 1936, con México como tapadera, se enviaron a la República 30
aviones de reconocimiento y bombarderos, 15 aviones caza y 10 aviones de
transporte y de entrenamiento. Los bombarderos eran de la clase Potez 54. Hay
varias versiones contradictorias acerca de la cantidad real de aviones que a fin
de cuentas llegaron a Barcelona. Hugh Thomas enumera 55 en total, Schwartz habla
de 37 entre fines de julio y el 17 de agosto, Miguel Sanchís reduce esta cifra
a 25 bombarderos Potez 54, 13 de los cuales se transportaron por mar el 26 de
julio, y el resto, por aire.
Los diarios
de Cárdenas
Una referencia explícita del convenio aparece en los diarios de Cárdenas, en
la anotación correspondiente al 20 de agosto de 1936: "Habiendo también
solicitado el Gobierno de España que México adquiera armamento y aviones para
integrar dos regimientos que necesita con urgencia y que el Gobierno francés
está de acuerdo en vender, se autorizó a nuestro ministro en París, el
coronel Tejeda, para que compre por cuenta del Gobierno español el armamento
que solicite".
Generalmente,
ésta ha sido considerada la operación más importante del apoyo mexicano. Sin
embargo, nuevos datos sugieren que la ayuda mexicana abarcó más transacciones.
A través de la diligencia del capitán del cañonero Durango, Manuel
Zermeño Araico, que había estado evacuando ciudadanos mexicanos de la zona del
conflicto español, el Gobierno mexicano compró, el 15 de agosto, con dinero de
la República, un viejo barco argelino de 1.700 toneladas, el Berbère, atracado
en el puerto de Marsella. El buque, construido en 1891, llevaba algunos meses
encallado en el puerto francés. Con el nuevo nombre de Jalisco, el barco
transportó de contrabando armas de Francia hacia la República española. Seis
días más tarde salió hacia Alicante llevando un cargamento clandestino de
armas que contenía 150 morteros de trinchera Brandt y 45.000 granadas de
mortero. El 10 de septiembre hubo un nuevo envío, esta vez transportando 50 cañones
antiaéreos Oerlikon de 20 milímetros y 75 casquillos de proyectil.
Fue
precisamente entonces cuando se concibió la idea de poner en marcha una política
de no intervención. El 9 de septiembre de 1936 se formó en Londres un Comité
de No Intervención bajo auspicio anglofrancés, con una interpretación un
tanto peculiar de lo que significaba la no intervención, estableciendo una
vigilancia inmediata de las fronteras y costas españolas. A partir de ese
momento, el Gobierno francés rehusó ayudar a la República. Francia cerró su
frontera con España a todo el tráfico militar en agosto de 1936, abriéndola
de manera intermitente en 1937 y 1938.
En nombre de
la paz y con la supuesta esperanza de evitar una nueva conflagración mundial,
se pasó por alto la escandalosa evidencia de una intervención extranjera
encabezada por Alemania e Italia. La creación del comité hizo que el único
perjudicado por sus preceptos fuera el Gobierno legítimo de España. De hecho,
el comité negó la ayuda que, de acuerdo con las leyes internacionales, Madrid
podía esperar por lo menos de los miembros de la Sociedad de Naciones. Para
principios de septiembre, nueve países europeos ya habían firmado la declaración
de no intervención: Bélgica, Reino Unido, Checoslovaquia, Alemania, Italia,
Portugal, Suecia y la Unión Soviética. Dos de ellos, Alemania e Italia,
violaron abiertamente el acuerdo, ya que seguían suministrando una ayuda
considerable a los rebeldes, y un tercero, la Unión Soviética, pronto rompería
su compromiso anterior, apoyando a la República. Al final, 27 naciones se
adhirieron al pacto en mayor o menor grado.
Los fletes
de armas de México a España fueron secretos y no hay manera de conocer su
cantidad precisa ni su valor. Las fuentes también difieren en lo que concierne
a embarques documentados. Tenemos noticias, si bien incompletas o
extraoficiales, de varios de estos cargamentos. El 25 de septiembre de 1936, según
el diario parisiense Le Temps, el buque de vapor América, con
bandera mexicana, salió de Amberes oficialmente hacia Veracruz, pero en
realidad su destino era un puerto español. Según la misma fuente, el
cargamento consistía en 1.116 toneladas métricas de clorato de potasio, 1.400
de ácido sulfúrico, 310 de fenol, todas ellas de origen soviético, así como
25 toneladas de desechos de cobre. Supuestamente, estos artículos iban
destinados al Gobierno de Madrid para la fabricación de explosivos.
Violación
del embargo
Quince días más tarde, el torpedero francés Vauquelin envió un
telegrama al Ministerio de Marina de su país. Informaba de que el Jalisco
había violado el embargo de armas llevando otro cargamento desde Marsella hasta
Alicante. El Jalisco ya tenía cuatro casaciones de cargos por
contrabando ilegal de armas, pero contaba con la autorización para transportar
un cargamento de armas supuestamente para la Secretaría de Guerra de México, vía
Veracruz. El cargamento incluía una caja con motores aeronáuticos, 60 cajas
con una cantidad desconocida de piezas de munición, 16 cajas con
ametralladoras, 134 cajas de cartuchos correspondientes y varias motocicletas,
por un valor total de 2.295.160 francos franceses.
Según el
agregado militar de Estados Unidos en Ciudad de México, el mismo cañonero Durango
-que había evacuado a varios mexicanos y españoles refugiados en la Embajada
de México en Madrid- transportó 8.000.000 de cartuchos y 8.000 rifles a un
puerto no revelado en España, en septiembre de 1936. También trajeron de
contrabando varios aviones desde Estados Unidos a México, que fueron ocultados
en el puerto de Veracruz, equipados con armas para convertirlos en bombarderos,
y después enviados por mar a España, como se verá a continuación.
¿Espías
mexicanos?
Se ha sugerido que diplomáticos mexicanos participaron en actividades de
espionaje a favor de la República, tratando de contrarrestar los intentos del
Eje por influir en las cancillerías europeas a favor de los rebeldes. Simeón-Vidarte
informa acerca de cómo el cónsul general en París, Epigmenio Guzmán; un
diplomático de menor rango de nombre Mejías, y el mismo Tejeda fueron capaces
de conducir la contrainteligencia en Berlín y pasar clandestinamente a España
millones de cartuchos de fabricación alemana y austriaca. Elena Garro concede
cierto grado de credibilidad a esta versión, al contar en sus memorias cómo el
mismo Mejías le dijo en París que se había visto envuelto en actividades de
inteligencia en Berlín y Roma aprovechando su estatus diplomático. Por razones
obvias, en la documentación oficial mexicana no existe referencia alguna a
estos hechos.
A pesar de
la falta de documentación oficial referida a muchos de esos fletes de armas,
existen bastantes documentos fotográficos de cargamentos mexicanos destinados a
España, particularmente los que se originaron desde fuentes de la propaganda
franquista, que, irónicamente, intentaron de esta forma relacionar a la República
con la intervención extranjera. En estos catálogos y otros folletos parecidos,
en repetidas ocasiones se acusó a México de haber enviado a España cantidades
considerables de balas expansivas dumdum, quebrantando la Convención de
Ginebra, que las había proscrito una década antes.
Mario Ojeda Revah
'México y la guerra civil española' (editorial Turner) es un
exhaustivo ensayo sobre la cooperación del Gobierno de Cárdenas con la República
española durante la Guerra Civil. Si bien se ha escrito mucho sobre la ayuda
que prestó el país norteamericano en el plano económico y humanitario, es
menos conocida su aportación en el terreno de la ayuda militar, capítulo del
que se publica un extracto en estas páginas. El libro se pondrá a la venta
esta misma semana.
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