El desconocido movimiento
guerrillero antifranquista de la postguerra
José
Antonio Vidal Sales
Kaos en la Red
24 de
Enero de 2010
Cuando el «Caudillo» vencedor en la contienda
civil española firmó el último parte oficial de
guerra -1 de abril de 1939 -, posiblemente
ignoraba que el histórico documento no
reflejaría jamás toda la verdad. Porque esta
verdad era que de aquel «Ejército rojo, cautivo
y desarmado», existían todavía unidades
irreductibles en diversos lugares de la
geografía peninsular.
Si el fin de unas hostilidades lleva implícita
siempre la paz total, es evidente que el último
parte oficial de guerra reflejaba sólo la
realidad a medias; suponía únicamente el
reconocimiento de que la guerra había terminado
oficialmente, pero sólo la guerra a nivel
convencional, a nivel de cierto equilibrio de
fuerzas. Sin embargo, sería entonces cuando
empezara realmente el verdadero movimiento
guerrillero en España; o, mejor dicho, empezaría
la reactivación de algo que hacía ya tres años
que existía y que alcanzaría su momento más
espectacular en los años 1944-1950 DURANTE LA
GUERRA CIVIL |
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Porque lo cierto es que las
guerrillas, los grupos de rebeldes o huidos, como así
eran llamados, empezaron a dar fe de vida en el curso
mismo de la Guerra Civil, protagonizando unos hechos
que, para muchos, constituirían la continuación de la
misma guerra... El entonces ministro de la Guerra de la
República concibió, desarrolló y apoyó decididamente un
vasto plan encaminado a constituir grupos de hombres
capaces de actuar en las retaguardias de los frentes de
Andalucía, Extremadura y Centro.
Los comunicados de la época
difundidos por dicho Ministerio señalarían «la actuación
llena de heroísmo de estos grupos». Se trataba
verdaderamente de comandos audaces que, a través de una
forma peculiar de hacer la guerra, se interfirieron en
las vías de comunicación volando puentes, obstruyendo
túneles, destruyendo, en fin, cuantos objetivos
estimaban que podían entorpecer seriamente la acción del
enemigo.
En Andalucía, el general Queipo de
Llano mostró su preocupación e inquietud por la acción
de los mineros de Nerva y de Río Tinto, hasta que ordenó
-por medio de una serie de severísimas medidas y
disposiciones- que se tratara por cualquier medio de
cortar el apoyo que evidentemente recibían los
guerrilleros -«forajidos», los denominaba él- por parte
de la población civil.
En mayo de 1938- en plena contienda
fratricida - el embajador alemán en Burgos, Sthorer,
envió un amplio informe a su ministro de Asuntos
Exteriores en Berlín, Von Ribbentrop. En dicho
documento, se extendía en consideraciones acerca del
«movimiento clandestino armado» en España, afirmando:
"... La España nacionalista carece
aún, en muchos aspectos, de unidad, de cohesión y de
solidaridad. Los que conocen bien la situación evalúan
en un cuarenta por ciento aproximadamente el número de
personas políticamente inestables en la España de
Franco. Este hecho queda patente por una serie de
atentados, por la destrucción de puentes, por los
«misteriosos» accidentes que tiene lugar en los
polvorines, por los incendios provocados y por una
guerrilla que, todavía hoy, azota el sur de España y
también, de una manera nada despreciable, la región
cántabro-astur".
No exageraba el embajador alemán: pocos
días después de este informe, un grupo formado por
veinte guerrilleros realizó un espectacular golpe de
mano en la retaguardia enemiga: la liberación de
trescientos hombres -oficiales y comisarios políticos
casi todos ellos- cautivos en el castillo de Corchuna
(Málaga). y este hecho sería sólo uno más de los muchos
que fueron llevados a cabo por los guerrilleros
republicanos.
Lo ocurrido se debía,
fundamentalmente, a que el «Alzamiento» fascista
sorprendió a centenares de hombres que habían formado
parte hasta entonces de los grupos políticos del Frente
Popular. Una sorpresa repentina, en medio de un país que
muy pocos días más tarde se partiría en dos, con sendas
líneas de fuego como fronteras infranqueables.
Atrapados por la repentina victoria
del «Alzamiento» en una extensa zona del Sur, de
Extremadura y de Galicia, aquellos hombres no dudaron en
elegir el monte: el camino azaroso e incierto que les
situaría en la primera fase de la guerrilla. Porque ésta
y no otra fue la génesis auténtica del movimiento
guerrillero; el núcleo que años más tarde se vería
engrosado por otros huidos, por otras partidas
procedentes del exterior, hasta convertirse en el módulo
de gigantesca rebeldía que se vertebraría,
ramificándose, a todo lo largo y ancho del país.
Una de aquellas primeras unidades fue
el XIV Cuerpo de Ejército de Guerrilleros capitaneado
por Domingo Ungría, que consiguió no pocos éxitos y
objetivos militares verdaderamente importantes. A su
vez, en las verdes tierras de Galicia, surgiría más
tarde la IV Agrupación integrada exclusivamente por
huidos en los primeros días del «Alzamiento» en aquella
región. La IV Agrupación llevaría todo el peso de la
organización guerrillera en Galicia y aun en parte de
Asturias y León. Desde 1936 a 1949, las partidas -con el
período en el cual se les incorporarían' las infiltradas
desde Francia- tratarían en todo momento de mantener
permanentemente en jaque a las fuerzas armadas
encargadas de reprimirlas. Los campesinos que se
desperezaban, ahuyentando sus bostezos de hambre entre
trago y trago de orujo, contemplaban perplejos a
aquellos puñados de hombres extraños, vestidos
heterogéneamente, que a ratos les hablaban de
explotación, de injusticia, de las verdaderas razones de
una emigración histórica... y a ratos se alejaban para
enfrentarse, locos suicidas o héroes sin nombre, a los
civiles que les acosaban por todas partes.
En La Coruña,
algunos de los componentes de las partidas consiguieron
editar un periódico -El Guerrillero- que luego, en 1944,
pregonaría que «aquellos valerosos antifascistas que se
lanzaron al monte en 1936 fueron el fermento de este
pequeño pero imbatible Ejército Guerrillero de Galicia».
Según algunos historiadores que han investigado en las
actividades de las guerrillas gallegas de la época,
éstas poseían unas zonas en las que se movían con
relativa seguridad debido, sobre todo, a ciertas esferas
de influencia que les eran favorables. Así, se señala al
respecto el sector de El Ferrol, donde al parecer, ya
antes de la guerra civil, el Partido Comunista había
trabajado el terreno, concretamente en lo que se refería
a los obreros y la marinería de los astilleros,
arsenales y algunas de las industrias navales existentes
allí antes del 36.
También actuaban partidas
en la provincia de Lugo, en cuyas zonas más boscosas
tenían sus campamentos, llegando a conectar con otros
grupos que operaban a su vez en las provincias de León y
Asturias. Los objetivos seguían siendo los mismos,
aunque en cierta ocasión una de las partidas llegó a
atacar un convoy con camiones militares que, desde La
Coruña, se dirigía hacia León y Burgos con tropas de
reserva para el frente. En suma, el movimiento
guerrillero en Galicia -uno de los primeros de la
Península, quizá el primero- llenó de singulares ecos su
paso por carballeiras y píñeírales, por carreiros y
corredoiras, durante largos años, llevando consigo la
saudade de una libertad imposible para su torturado país
...
Por su parte, Andalucía sería otra de las
regiones donde más incidió el problema del huido, un
problema que proporcionó muchos quebraderos de cabeza a
las fuerzas que, desde el 18 de julio del 36, ocupaban
ya gran parte de la región. Y como en Galicia, las
primeras partidas se integraron con hombres
comprometidos de algún modo con la política del Frente
Popular; la mayoría de los fugitivos llevaba consigo el
drama de una vida marcada por la servidumbre más
ignominiosa: jornales de tres pesetas -y aún menos-
trabajando de sol a sol, dependencia en cuerpo y alma al
«señorito» -latifundista y amo absoluto de vidas y
haciendas, retrepado en la cima de una sociedad
desventuradamente feudal -, todas las obligaciones,
todos los deberes y ningún derecho, olvidados del cielo
y de la tierra, acabarían, naturalmente, por engrosar
las filas de los rebeldes a semejante estructura social.
Algunos comentaristas señalan
que fue Andalucía, junto con Galicia, las primeras zonas
del país que registraron movimientos y acciones de
guerrillas en gran escala. Y parece ser que, en efecto,
en lo que a Andalucía se refiere, apenas la provincia de
Huelva quedó virtualmente en poder de las fuerzas
franquistas, los grupos de huidos en aquella zona
comenzaron a merodear de forma alarmante para las
autoridades. Primero, trataron de alcanzar las tierras
de la comarca de Aracena lindantes con la provincia de
Sevilla, exactamente a la altura de Cazalla de la
Sierra. En este lugar consiguieron enlazar con otras
partidas, así como con las procedentes de Badajoz por la
parte sur de esta provincia. Todos ellos se dedicaban
con preferencia a las incursiones más o menos audaces,
amparándose en las fragosidades de Sierra Morena...
Llevaron a cabo numerosos asaltos a
cortijos de viejos terratenientes explotadores, y
efectuaron también algunos secuestros y múltiples actos
de sabotaje, contando para ello -quizá con mayor
incidencia que en el resto de España- con la inestimable
colaboración de no pocos vecinos conocedores de la
sierra y también del emplazamiento y característico de
los más ricos e importantes cortijos, así como de las
actividades políticas de sus propietarios. A la vez,
tales colaboradores les aportaban cuanta información
poseían respecto a la marcha general de la guerra en los
distintos frentes.
Ya en el verano de 1936, se
produjeron los primeros encuentros, verdaderas
escaramuzas en plena retaguardia franquista. En algunos
de los combates, las partidas recibieron la ayuda
esporádica de pequeñas unidades del Ejército republicano
y, principalmente, de grupos de milicianos, todos ellos,
naturalmente, procedentes de la otra zona e infiltrados
a través de la línea de fuego.
En las postrimerías del mismo 1936,
cuando la batalla de Madrid se hallaba en su punto más
álgido y lo mejor y más selecto del Ejército de Franco
fue trasladado al Centro, setecientos hombres
procedentes de unidades republicanas establecieron su
base no lejos de Aznalcóllar, en la provincia de
Sevilla, al amparo de un macizo montañoso conocido con
el nombre de Sierra Pata de Caballo. Posiblemente, fue
este grupo uno de los que lograron mayor efectividad en
sus acciones militares en la retaguardia franquista de
Andalucía.
Eran los tiempos en que,
prácticamente, desde la Sierra de Aracena a las marismas
de Cádiz, la acción guerrillera mantenía en jaque a las
fuerzas de Franco, precisamente cuando más necesitado de
ellas estaba el frente. Algunas de las partidas
llegarían a organizarse militarmente gracias al apoyo
que recibían de los expertos procedentes de la zona
republicana que, como se ha dicho, cruzaban las líneas a
tal fin. También, en el citado verano del 36, un convoy
militar formado por más de treinta camiones, que desde
Sevilla intentaba llegar a tierras de Badajoz, fue
atacado en los alrededores de Fregenal por partidas
procedentes de la Sierra de Aracena, causando numerosas
bajas e incendiando vanos vehículos.
Hacia la mitad de 1937, el
Estado Mayor del Ejército de la República estimaría
aquellas acciones «como maniobras clave para el desgaste
de los, efectivos enemigos en la retaguardia »,
ensalzando en diversos comunicados la actividad de
quienes, alejados de sus bases, la llevaban a cabo «con
una moral envidiable y un valor a toda prueba». Tres
semanas después de haber triunfado el «Alzamiento»
militar en Sevilla, tuvo lugar en el sector de Cazalla
de la Sierra-Constantina-El Pedroso un hecho que aumentó
la preocupación de Queipo de Llano: diez hombres que
formaban arte de un grupo de veinticuatro, fugitivos
todos ellos de Sevilla y de la represión, irrumpieron en
una pequeña localidad en el momento en que en dicho
lugar se disponían a partir tres camiones con
voluntarios para el frente. Se trataba de falangistas
procedentes de El Arahal, Utrera y Dos Hermanas, y entre
los que les despedían, figuraba el alcalde de uno de
aquellos pueblos del sector, un individuo muy destacado
en las actividades represoras. Los huidos se apoderaron
de él, no sin haber volado un polvorín situado en un
lugar de la carretera de Lora del Río a Córdoba ... El
alcalde fue encontrado diez días después en el fondo de
un barranco con dos tiros en la cabeza. Las partidas
conocerían múltiples alternativas en la lucha, aunque
casi todas ellas de signo adverso. Numerosos hombres que
las integraban conseguirían llegar a la zona
republicana, en tanto que otros continuarían la azarosa
existencia de la guerrilla con todas las consecuencias.
Asturias fue otro de los
lugares más conflictivos para el Ejército franquista.
Después de la ofensiva de las tropas del dictador sobre
Santander - verano de 1937 -, quedarían embolsados y
aislados más de dos mil hombres, constituyendo el
«Ejército Guerrillero de la Reconquista», como ellos se
auto titularon. Eran restos de unidades cuyo grueso
había sido aniquilado. Su actuación hizo que del otro
lado - del lado de las fuerzas de Franco - se tuviese
que montar un importantísimo dispositivo destinado a la
«limpieza» de toda la vasta zona en que las guerrillas
se movían. Y ello, como es obvio, supuso una
considerable distracción de fuerzas que eran
absolutamente necesarias en los frentes de batalla.
El número de los que allí
quedaron, que como se ha dicho superaba a los dos mil
hombres, fue engrosado por partidas espontáneas. De tal
forma que, no tanto por esta importancia numérica como
por los hechos llevados a cabo, el mando supremo del
Ejército republicano llegó a conceder extraordinaria
atención a aquellos grupos, a los que no dudaría en
calificar como «auténticos héroes de la guerrilla»,
convirtiendo este concepto en un poderoso elemento de
propaganda. En 1937, y con hombres evadidos de un campo
de concentración, se constituyó en los Picos de Europa
una Brigada Guerrillera que consiguió enlazar con varias
partidas de Asturias y León, realizando todas ellas
muchos sabotajes, principalmente en nudos de
comunicaciones y postes telefónicos.
Aquellos hombres poseían
la convicción de que estaban contribuyendo a lograr la
victoria, aquella victoria que en los frentes de batalla
se alejaba cada vez más ... Unos caerían en los
encuentros con la fuerza pública y otros verían llegar,
asombrados, a los primeros grupos de guerrilleros que,
procedentes de Francia, irrumpieron a través de los
Pirineos en 1944...
LA POSGUERRA (1944-1950)
Empezaría entonces la segunda
fase de la resistencia armada al régimen. El ciclo de
tiempo que Stanley G. Payne ha calificado como «los años
más difíciles y cruciales del franquismo».
El Valle de Arán, en el Pirineo
leridano, sería el primer escenario del encuentro entre
los guerrilleros y las fuerzas encargadas de
rechazarlos. Le siguió el Valle del Roncal, en Navarra,
y las costas de Málaga y Almería, con desembarcos de
hombres procedentes de Argel, la mayoría de los cuales
serían aniquilados casi al pisar tierra firme.
Estas incursiones respondían a
ciertas circunstancias políticas condicionadas a la
situación internacional: en J 944, los aliados y la
Resistencia francesa habían arrojado a los nazis del
vecino país. La victoria sobre el fascismo era evidente,
y los grupos políticos de la oposición en el exterior,
en especial el Partido Comunista de España, estaban
convencidos de que, creándose en la Península un frente
militar más o menos estable, los aliados acabarían por
ayudarles a fin de terminar así con el régimen fascista
español. Se contaba, además, con la perspectiva de un
«alzamiento popular» en el interior del país... Este y
no otro era el nivel ideológico y de mentalización de
cuantos creían , efectivamente, que aquella fase previa
-la lucha armada- constituía una condición sine qua non
para restaurar en España un Gobierno provisional
democrático con ayuda de otros grupos políticos. Se daba
casi por descontado, en fin, que tras la derrota del Eje
en Europa, los mismos aliados no tolerarían la presencia
del fascismo ibérico.
Armados al otro lado de la
frontera, cruzaron ésta y se apoderaron de la totalidad
del Valle de Arán en pocas horas, ocupándolo durante
breves días. Aquellos hombres se habían batido
heroicamente en las filas de la Resistencia francesa,
reduciendo y aniquilando a un temible y poderoso
Ejército. La mayoría eran militantes del Partido
Comunista de España que respondieron espontánea y
generosamente a una iniciativa precipitada, como así lo
expuso Santiago Carrillo, enviado rápidamente al Valle
de Arán para retirarlos del sector antes de que cayeran
sobre ellos nutridas unidades de “spais” enviadas por el
Gobierno de París. Carrillo que nunca había sido
partidario de esta «invasión», sino más bien del envío
de pequeños grupos encargados de encuadrar y desarrollar
dentro del país las condiciones favorables a un
levantamiento popular, desarrollando a la vez las
unidades de guerrilleros ya existentes- consiguió con su
lógico argumento convencer a todos, y el grueso de los
infiltrados no tardó en cruzar de nuevo la frontera.
Pero pequeños grupos se internaron buscando los caminos
hacia Barcelona, Zaragoza, Valencia y Madrid, en tanto
que otros conectaron con las partidas establecidas desde
hacía años.
Así fue como se inició realmente la
época del maquis, que abarcaría desde 1944 hasta 1949 e
incluso 1950. Se crearon seis Agrupaciones:
Levante-Aragón, Centro, Galicia-León, Asturias y
Santander, y Andalucía. De la 14 efectividad de esta
etapa dan prueba las trescientas cincuenta acciones
llevadas a cabo por la guerrilla sólo en 1945, así como
las ciento veintisiete realizadas en los primeros meses
de 1946. El auge máximo de las Agrupaciones parece
situarse entre 1946 y 1947, que es precisamente cuando
la mejor de aquéllas -la de Levante- Aragón- alcanzaría
su pleno desarrollo y máxima eficacia. Pero a partir de
entonces, todas las demás Agrupaciones conocerían ya el
principio de su ocaso.
Eran los tiempos en que periódicos
como The Economist, de Londres, publicaba notas como
ésta (1947): «Las actividades de las guerrillas aumentan
en muchas provincias españolas. El Gobierno, lejos de
disminuir sus medidas represivas, ha declarado a
numerosas zonas rurales como «zonas militares»,
efectuando vastas operaciones tácticas contra los grupos
guerrilleros que actúan en las zonas de Córdoba y
Valencia.» Y ya entrado 1948, la Agencia International
News Service ofrecía a millares de lectores europeos una
crónica que, extractada, decía lo siguiente: «La
reciente ejecución de varios jefes guerrilleros ha
determinado una acción más cauta por parte de otros
líderes terroristas. El hecho de que la Policía tenga
ahora instrucciones de disparar sin previo aviso, se
cree que también ha producido un efecto saludable.
Varias comunicaciones enviadas a las agencias
informativas por las guerrillas que actúan en Asturias y
Galicia, protestan por la aplicación por la Policía
española de la antigua y conocida «ley de fugas» contra
los guerrilleros capturados.»
La enumeración de todos y cada uno de
los hechos llevados a cabo por las Agrupaciones nos
llevaría a extendernos con exceso. Baste decir que
aquellas singulares unidades realizaron entonces algo a
todas luces insólito, manteniendo en constante
movimiento a las Fuerzas Armadas del régimen y logrando
invalidar en cierto modo aquel histórico parte oficial
de guerra del vencedor escrito el primer día de abril de
1939 ... El epílogo -por lo menos teórico-- de las
guerrillas se produciría cuando, en el mes de octubre de
1948, los cuadros políticos y militares informaron al
entonces Buró Político del Partido Comunista de España y
al Comité Ejecutivo del PSUC (Partit Socialista Unificat
de Catalunya) respecto a la realidad del' movimiento
guerrillero, con sus experiencias y posibilidades
reales. Esta circunstancia coincidió con el
replanteamiento de nuevas perspectivas de lucha por
parte del Partido Comunista, así como de algunos otros
grupos políticos del exilio. Quedarían, en efecto, los
grupos de Levante - Aragón y algunos otros, pero todos
ellos estaban ya condenados a un final irreversible. Se
imponía la realización de una verdadera tarea en el seno
de las masas trabajadoras, lo que llevaba consigo otra
alternativa: la de trabajar en los sindicatos oficiales.
Así pues, las guerrillas tenían necesariamente que
desaparecer. La nueva táctica exigía la incorporación de
los guerrilleros a la lucha estrictamente política,
procediéndose a la retirada de .todas las unidades que
podían recuperarse desde el interior. En un comunicado
especial, el Partido Comunista expuso «su sincero dolor
al tener que poner fin a un movimiento al que se habían
dedicado tantos esfuerzos, tantos medios, por el que
tantos hombres habían dado su sangre y su vida, habían
derrochado tanto heroísmo... Pero el Partido Comunista,
que había sido el alma del movimiento de resistencia
contra el franquisrno, no podía permitir que se fuera
consumiendo, que fuera cayendo en poder de las fuerzas
de represión. La liquidación del movimiento guerrillero
era una necesidad política y ha sido cien por cien
justa, y si algo pudiese reprochársenos es no haberlo
hecho un par de años antes...», y añadía el comunicado,
como posibles causas de aquel final, la represión cada
vez mayor en sus medios y en sus métodos, la ausencia de
unidad de todas las fuerzas democráticas antifascistas
y, sobre todo, las consecuencias --que seguían pesando
sobre España entera- de la derrota del pueblo en el 39.
Sin olvidar, ni mucho menos, la poca propicia situación
internacional, factor importantísimo y determinante en
grado sumo.
No obstante, los supervivientes siguieron
resistiendo, como el anarquista Quico Sabaté, cuyo
nombre llegó a tomar aires de leyenda, fue uno de los
guerrilleros que más tiempo se mantuvieron en la lucha
armada. Siendo finalmente abatido por la Guardia Civil
en la localidad catalana de San Celo ni el 5 de enero de
1960. He aquí su cadáver. Una lucha ciega y desesperada
hasta que, perdida toda esperanza y sin posibilidades
razonables de retirada, terminarían en manos de las
fuerzas del régimen o, los menos, que los hubo,
iniciarían un éxodo tan espantoso como increíble.
Pequeños grupos, principalmente los veteranos de
Levante-Aragón, que lograrían -tras terribles
vicisitudes - cruzar los Pirineos hasta Francia, en una
marcha atroz desde las tierras del Maestrazgo, Teruel,
Cuenca... Fueron realmente los últimos guerrilleros. Con
ellos, desaparecería todo vestigio de la lucha singular
que, desde 1939 -y aún desde 1936- habían sostenido
contra viento y marea, a despecho de todas las
dificultades imaginables, los centenares de hombres que
un día creyeron poder conquistar un país - el suyo
propio - desde el subrepticio parapeto montaraz o la
sombra cómplice de los bosques. Por esos montes, por
esos valles y llanuras, quedaron los restos olvidados de
cuantos cayeron en la lucha o a consecuencia de ella, y
cuyo recuento general, según las cifras oficiales de la
época, se estimaría en dos mil ciento setenta y tres
guerrilleros muertos.
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