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Los protestantes en la Revolución de Octubre de 1934 y la II República
 

José Luis Fernández

La Nueva España   16 de Febrero de 2010

      ¿Por qué los evangélicos sintieron «simpatía» por la II República? ¿Cuál fue su comportamiento ante los sucesos de la Revolución de Octubre de 1934? ¿Qué consecuencias tuvieron que sufrir por esa «simpatía»?

       Que esa simpatía de los protestantes por la II República deba ser justificada y esclarecida reafirma el gran desconocimiento que sobre la historia religiosa tiene este país, y su inevitable consecuencia, la indiferencia general hacia el derecho de libertad religiosa -el derecho de objeción de conciencia-. Implica desconocer que desde el siglo XVI se había impedido por todos los medios el ejercicio -y la mera existencia- de cualquier fe disidente a la oficial y/o mayoritaria. Desde el siglo XIX el protestantismo se desgastaba en conseguir la libertad para su fe.

      Cien años combatiendo la ausencia de libertad para anunciar que sus edificios eran lugares destinados a culto evangélico, capilla; sufriendo las multas y prisión por la distribución de materiales con sus creencias bíblicas, la recepción obligatoria en las escuelas de un credo en el que no se creía, los obstáculos legales para la celebración de matrimonios, los impedimentos de hecho y de derecho para los entierros conforme a las creencias mantenidas en vida. Cien años celebrando mítines para reclamar esa libertad, elevando cartas a las autoridades demandando que legislaran a tal fin, escribiendo y publicando artículos en prensa para concienciar a la opinión pública de este problema. No extraña, pues, que llegada la II República los evangélicos vieran en ella un modelo político que abre al fin no sólo las ventanas, sino también las puertas de par en par a la libertad religiosa.

      Salvo el período actual, aquél fue el momento más amplio en el que los evangélicos pudieron ejercer sus creencias en libertad. Las capillas tenían su rótulo exterior; difundían sus creencias en múltiples formas: escritas, radiadas, mítines en cines, en plena vía pública, mediante vehículos; tenían sus escuelas y celebraban matrimonios y entierros en libertad. ¿Nos extraña que los protestantes tuvieran simpatía por la República, que les permitía comunicar a sus conciudadanos un cristianismo diferente y desconocido? Es así como hemos de entender las palabras «liberaba espiritualmente al pueblo» con las que se recordó ese momento en la celebración de los 130 años de la presencia de la Iglesia Evangélica en Gijón. El yugo de la pertenencia obligada a una confesión religiosa determinada había sido quebrado.

Uno de los hechos más silenciados fue la participación de los evangélicos en la política.

      Es un planteamiento equivocado intentar adscribir a los protestantes a un determinado grupo político. Lógicamente, visto lo anteriormente expuesto, militaban en los partidos que reconocían la República. ¿Cómo encontrarlos en aquellas variantes políticas que habían apoyado la Monarquía, la religión oficial del Estado y la ausencia de libertades? Tampoco los veremos en aquellos partidos que luego «creerían» en la República como «accidente». Sin embargo, actuaron con rectitud y defendieron a los funcionarios que cumplían bien con su trabajo cuando surgían iniciativas para apartarlos de la función pública debido, por ejemplo, a su militancia política.

      Desde el principio hubo representación protestante en las instituciones republicanas. Un protestante participó en las primeras cortes de la II República, las que elaboraron la Constitución. Pero la mayoría tuvieron sus responsabilidades en los municipios, con un número elevado de concejales y alcaldes. ¿Cuál fue la reacción de estos protestantes ante la Revolución de 1934?

       Hemos de afirmar que los evangélicos estaban bien concienciados del problema obrero. Son numerosas las declaraciones y hechos en este sentido. Denunciaban el abandono que sufrían los obreros, las condiciones que padecían, la indiferencia por parte de aquellos que deberían tener interés en una mayor justicia social y -lo que puede resultar más sorprendente- las consecuencias que acarrearía la no atención a esta situación social. En la misma medida, los protestantes eran conocidos de los obreros en aquella zona donde existía una capilla o una familia protestante. Sin embargo, de igual modo, existía una divergencia bien clara y que en ningún momento los evangélicos perdían de vista. Los obreros se volvían agnósticos o ateos, rehuyendo cada vez en mayor número las ideas religiosas.

      El obrero reaccionaba con indiferencia hacia la exposición del Evangelio y la vida y obra de Jesucristo que realizaban los evangélicos. A la vez, mostraba su admiración por ese empeño y tesón con que se oponían a los poderes religiosos en su labor evangelizadora. En alguna ocasión los mineros socialistas dieron su protección a los colportores evangélicos. En otras los obreros anarcosindicalistas se exaltaban en las reuniones que organizaban los evangélicos en diferentes centros, cuando oían la palabra «Cristo».

      No habiendo una única filiación política, consta la militancia de algunos en la UGT y el Partido Socialista (PSOE). A algún otro se lo denomina «comunista» o «rojo», pero aquí habría que hacer la salvedad de que son terceros quienes así califican, aunque no hay que descartarlo. De todos modos, la pertenencia política mayoritaria es a partidos de signo republicano: Partido Republicano Radical, Partido Republicano Radical Socialista e Izquierda Republicana.

      El punto de mayor divergencia se produjo precisamente en la Revolución de Octubre de 1934. Como hemos dicho, los evangélicos habían visto la necesidad de una mayor justicia social. Eran conscientes de que no atender estas necesidades iba en perjuicio del cristianismo. ¿Cómo predicar «Dios es amor» y decir a los hambrientos «id en paz y saciaos», cuando no se ponían los medios necesarios? En esa conciencia, en esa denuncia no había una invitación a una revolución, en primer lugar, porque los evangélicos defendían la República como modelo de convivencia política. En segundo lugar, porque nunca defendieron el uso de la violencia, de las armas, para cambiar el estado de cosas. Esto es corroborado en el alto porcentaje de testimonios de cristianos evangélicos que movilizados en la Guerra Civil oraban a Dios, pidiendo les fuera evitado el disparar contra sus semejantes; otros, en conciencia, entendieron que era su deber defender la República allí donde habían sido llamados: en el frente de batalla.

      En la prensa evangélica se leen artículos sobre la tragedia, y las terribles consecuencias de la Revolución. Argumentaron la incompatibilidad de derramar sangre para instaurar un nuevo orden más justo. Reprocharon a los que la incitaron. Y no olvidaron recriminar a los que, con su indiferencia al problema social y con su comportamiento empujaron a aquella Revolución.

       Entonces, ¿qué papel jugaron los protestantes en la Revolución? Tomemos como paradigma la Iglesia Evangélica en Gijón, situada a 50 metros de una barricada de los revolucionarios. Los pastores protestantes sitos en la capilla de El Llano de Abajo tomaron la decisión de abrir «su casa» para atender a los heridos. A todos los heridos. Buscaban hacer el bien, servir a sus semejantes en medio de esa situación no exenta de peligro para ellos, pues cuando se acercaron las tropas gubernamentales, dado que la capilla evangélica era una construcción bastante fuerte como para pensar que en ella se hubieran atrincherado los revolucionarios, dispararon contra el edificio. Las mujeres y niños de los pastores protestantes estaban situados en el extremo opuesto, lo más alejado posible de la línea de fuego entre gubernamentales y revolucionarios. Numerosos impactos se pudieron contar después de terminados los sucesos. Las fuerzas gubernamentales dejaron de disparar hacia el edificio cuando, maniobrando, pudieron ver el frente de la fachada principal donde se había desplegado una bandera de la Cruz Roja.

       Este suceso se alza como una metáfora de la situación de los cristianos evangélicos durante la II República. Situados entre dos frentes, extendiendo su mano derecha a la República, el mejor régimen conocido hasta entonces por los protestantes españoles que tanto les había aportado y que tanta libertad les había concedido; y la mano izquierda a los obreros apoyando sus justas reivindicaciones y derechos, pero denunciado el horror de derramar sangre de hermanos para lograr esos objetivos. Su corazón, como siempre, en las manos de Jesucristo, aquel que se había hecho hombre y que había entregado su vida, derramando su sangre, la propia, no la ajena, para mostrar que Dios es Amor.

      ¿Qué consecuencias tuvieron que sufrir por esa «simpatía»? Los datos no pueden ser más espeluznantes. Su simpatía les costó que fueran el grupo social más represaliado en la Guerra Civil en relación al número total de miembros que lo componían. No consta una persecución por parte de la izquierda antirreligiosa, aunque sí algún incidente aislado. La de la derecha se justificó en base a que los represaliados lo fueron en su condición política y no por su condición religiosa. Esto pudiera ser cierto de muchos que participaron activamente en la política. Por cierto, esto llevó a que en muchas de las iglesias evangélicas dominara el pensamiento de que no era buena tal actividad, pues padecer por la fe se entendía, pero hacerlo por un pensamiento político, no. Sin embargo, el concepto de «condición política» era tan amplio que incluía el simple «desafecto» al régimen.

 

 

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