JuanNegrín y los comunistas
Julio Anguita
Mundo Obrero 2 de Enero de 2010
El 24 de Octubre de este año el
PSOE, a través de su Secretaría de
Organización Leire Pajín y con la
presencia activa de Alfonso Guerra,
Presidente de la Fundación Pablo
Iglesias, rehabilitó la figura y
ejecutoria del que fuera militante
del partido, Ministro de Hacienda
desde el 4 de Septiembre de 1936
hasta el 5 de Abril de 1939,
Presidente del Consejo de Ministros
entre el 5 de Abril de 1938 y el 1
de Abril de 1939, cargo que
simultaneó con el de Ministro de
Defensa Nacional de la II República
Española, el catedrático de
Fisiología de la Universidad de
Madrid Juan Negrín López. El doctor
Negrín fue expulsado del PSOE en
1946 junto con otros 35 militantes
más, entre ellos el escritor Max
Aub, acusado de colaboración con los
comunistas y supeditación a la URSS
en los últimos meses de la guerra.
Murió en el exilio en París en 1956.
Esta información podría parecer el relato de una
muy justa rehabilitación si no
conllevara, como consecuencia de lo
que se silencia, un atentado contra
la memoria histórica. El que el
ayuntamiento de Gijón haya acordado
poner el nombre de Juan Negrín al
parque de Laviada o que el propio
Alfonso Guerra dijera en el acto que
comento que la dirección del PSOE
cometió "una injusticia" con el
ahora rehabilitado o que su nieta,
receptora del carnet devuelto,
subrayara que su abuelo no tuvo otro
objetivo que la defensa a ultranza
de la II República no aclaran
precisamente los hechos de un triste
episodio de los últimos meses de la
guerra con sus traidores incluidos y
que, como consecuencia y contraste
con la rehabilitación de Negrín, han
sido, siquiera simbólicamente,
desalojados del panteón de mártires
y patriotas.
La historiografía franquista primero y los intereses
políticos ligados a una lectura
conspirativa de los últimos
acontecimientos de la guerra civil
han ido creando un estado de opinión
volcado en libros de texto, acerca
de la necesaria actuación del
coronel Segismundo Casado, el
anarquista Cipriano Mera y el
socialista Julián Besteiro al dar el
golpe de estado que acabó en la
rendición incondicional de la II
República a Franco. Tal versión
presentaba la acción de los citados
personajes como una salida necesaria
ante la inminencia de la derrota
republicana y el deseo generalizado
de poner fin a una sangría inútil e
innecesaria. Los villanos de esta
versión han sido Negrín y los
comunistas porque siempre
mantuvieron que si la guerra se
hubiese mantenido hasta su
coincidencia con la ya inminente II
Guerra Mundial Franco no hubiese
instalado su régimen de terror.
La aparición reciente del libro de
los historiadores Ángel Viñas y
Fernando Hernández titulado El
desplome de la República y
editado por Crítica 12, desmonta la
especie interesada sobre la
docilidad de Negrín a Stalin y a los
comunistas por defender hasta su
muerte en París la posición de
resistir a las tropas franquistas.
De esta manera el libro de Viñas y
Hernández no sólo recupera la verdad
histórica sino que sitúa en su lugar
a quienes se levantaron en armas
contra el Gobierno legítimo de la II
República. Este libro además de una
joya del análisis histórico
rigurosamente documentado constituye
un texto de obligada lectura no sólo
por su rigor sino también por la
aportación a la actualidad española
tan envuelta en propagandas,
silencios y montajes interesados.
¿Eran desconocidos estos hechos? ¿Sólo hasta hoy
se ha sabido la realidad de lo
ocurrido en el Madrid de los últimos
días de la República? ¿No ha habido
nadie más allá de los protagonistas
que aún viven, que haya expuesto la
intrahistoria de aquellos meses
previos a la traición de Casado y
demás secuaces?. Entremos en materia
de la mano del historiador y
militante del PSOE Antonio Ramos
Oliveira ( Zalamea la Real 1907-
Méjico 1975). Recojo los testimonios
y comentarios publicados en su
Historia de España; 3 volúmenes;
editada en Méjico en1974 por la
Compañía General de Ediciones.
Podemos leer en el tomo III, pagina 361, que tras
la pérdida de Cataluña, el 1 de
febrero de 1939 las Cortes,
reunidas en Figueras, facultaron al
gobierno para que la negociara (la
paz), si ello era posible, en las
siguientes condiciones:
1. Evacuación de los extranjeros al
servicio de los insurgentes.
2. Libertad para que el pueblo
español eligiera su propio régimen
político sin injerencia exterior.
3. Ausencia de represalias.
Sobre esta base, jornadas después,
el gobierno de la República celebró
conversaciones con el encargado de
Negocios británico y el embajador
francés, M. Jules Henry
El 6 de Febrero Negrín se entrevistó con los
representantes citados y
sincerándose les aclaró que la única
condición innegociable era sólo
la relativa a las represalias y que
la misma sería mantenida a todo
trance por los representantes de la
República. Negrín aclaraba que para
dejar de combatir, el gobierno
republicano necesitaba garantías de
que los republicanos no perderían la
vida, ni la libertad por haber
defendido a un régimen legítimo
contra una rebelión.
En la página 364 leemos: Sin embargo, en las
alturas de la República la
unanimidad, aquella unanimidad en la
apreciación de que la República no
podía rendirse sin condiciones se
había quebrado.
Los efectivos militares de la República eran por
entonces y siguiendo a Ramos
Oliveira 800.000 hombres
distribuidos en cuatro ejércitos:
Centro con cuatro cuerpos de
ejército bajo el mando del coronel
Segismundo Casado, Levante mandado
por el general Menéndez, Andalucía
dirigido por el coronel Moriones,
Extremadura a las órdenes del
general Escobar.
Por otra parte la flota republicana contaba
aún con tres cruceros, trece
destructores, dos cañoneros, cuatro
submarinos, tres torpederos y barcos
auxiliares. Y al servicio de los
mismos los puertos de Valencia,
Alicante, Sagunto, Gandía, Denia,
Torrevieja, Cartagena y Almería.
Negrín calculaba que con los
efectivos existentes y la moral del
pueblo podían resistirse seis meses.
Era justamente el tiempo calculado
para hacer coincidir la contienda
con la II Guerra Mundial que en
efecto comenzó el 1 de Septiembre de
1939 con la invasión de Polonia por
parte de le Alemania. El cálculo era
arriesgado pero ¿había esperanza o
señales mínimas de que Franco no se
condujese con los vencidos como se
condujo después?
En la página 368 Ramos Oliveira señala que
Negrín recibió en Madrid a los
directivos del Frente Popular y
examinó con ellos la situación. Les
llamó la atención sobre el indudable
peligro de hacerse de que sería
posible la paz sin que antes
comprobaran Franco y sus aliados
extranjeros que la República poseía
medios para resistir por más tiempo
del que a ellos les conviniera, y
que estaba dispuesta a emplearlos.
Con un partido no precisaba el jefe del gobierno de
arengas ni consejos de este linaje:
el comunista. Ni el derrumbamiento
de Cataluña ni la propaganda
fascista habían hecho la menor
impresión a los comunistas. No más
concluir aquella campaña regresaron
de Francia a la zona central
republicana los jefes comunistas del
Ejército y los líderes de este
partido, decididos a batirse
mientras fuera menester.
En las demás organizaciones políticas y
sindicales había hombres que
preveían los desastres morales y
cívicos de considerar única salida
posible la rendición incondicional y
rechazaban de plano esta "solución".
Pero pocos eran los que se atrevían
a enfrentarse con la corriente
pacifista; por manera que en este
instante crítico de la República, el
gobierno no contaba para su política
con más apoyo que el de
individualidades aisladas de diversa
filiación política, trozos de
partidos y de los comunistas en
bloque.
El pueblo, en cuanto entidad difusa, se hallaba
preparado por los sucesos recientes
y por las privaciones de treinta y
tres meses para creer todo aquello
que halagara su justificadísimo
anhelo de paz. Las masas, en
general, se irían detrás de quien
les prometiera una paz inmediata con
garantías de pan y libertad. Pero
sólo un gobierno demagógico e
irresponsable le habría dicho que
esta paz era posible.
La historia restante es conocida. Tras el golpe
de Casado con los consiguientes
combates entre unidades leales a la
República y los sediciosos de última
hora, Ramos Oliveira sentencia en la
página 402:
Y
cuando el pueblo republicano supo
que tenía que rendirse
incondicionalmente se sintió,
naturalmente, perdido y angustiado.
Las gentes como tantas veces hemos
dicho, ansiaban la paz, pero nadie
concebía la entrega al enemigo de
ocho millones de de habitantes, diez
provincias y un ejército glorioso de
800.000 hombres sin alguna concesión
o garantía compensadora.
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Fuente: http://www.pce.es/mundoobrero/mopl.php?id=1295