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El fin del «Uno y los Veinte»

Augusto Zamora

Público 24 de Abril de 2009

Hace 99 años, en 1910, nacía en Buenos Aires la Unión Panamericana (UP), primera organización internacional en la Historia del mundo. La UP aspiraba a ser el foro político continental, así como el órgano en el que crear un sistema jurídico singular para el continente. Su éxito fue desigual. Pronto estallaron las insolubles diferencias entre un EEUU en expansión imperialista y Latinoamérica. Entre 1912 y 1933, la región sufre una oleada terrible de intervenciones militares. Las Conferencias Internacionales Americanas no sirven de nada. La desigualdad de poder se resumía en la expresión “el Uno y los Veinte”, lo que significa que un único país tenía más poder que veinte. La situación se repetirá en la Organización de Estados Americanos (OEA), creada en 1948. En el ámbito jurídico, en cambio, el éxito fue notable. La UP creó un sistema avanzado (el Derecho Internacional Americano), que influirá positivamente en la Carta de Naciones Unidas.

Desde criterios imperialistas, EEUU acuñó teorías que justificaran su hegemonía continental. De la decimonónica Doctrina Monroe y el “América para los americanos”, a la moderna de “Hemisferio Occidental”, que definía un espacio geopolítico separado del resto del mundo y controlado por Washington, que tendrá traducción legal en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR, modelo de la OTAN), de 1947.
Con el triunfo de la revolución cubana, en 1959, la guerra fría se instaló en el continente. EEUU declaró subversiva toda forma de organización de izquierda, desde movimientos sociales a la Teología de la Liberación y gobiernos democráticamente electos. El suicidio de la Unión Soviética puso fin a los pretextos, y la izquierda renació con vigor inesperado hasta ganar la casi totalidad de gobiernos en Latinoamérica. Izquierda multicolor, pero unida en el afán de defender la independencia regional, establecer sistemas económico-sociales menos injustos y enterrar para siempre todo lo que huela a patio trasero de EEUU.

Quizás nada ilustre mejor los nuevos tiempos que el empeño latinoa-
mericano en que se ponga fin al embargo contra Cuba y que la isla reingrese en la OEA. Este cierre de filas no tiene nada de gratuito. Cuba ha sido, desde 1959, símbolo, retaguardia, refugio y esperanza de la izquierda regional. En la hora de los hornos, con las dictaduras militares ensangrentando Latinoamérica, Cuba resistía y mantenía vivas las utopías de perseguidos y oprimidos. La izquierda vapuleada ayer y gobernando hoy paga su deuda con la isla que no la dejó morir. Por tal motivo, los jefes de Estado latinoamericanos de izquierda han visitado Cuba en un gesto que quiere recalcar apoyo y solidaridad.

Por demás, no es Barack Obama el primer presidente de EEUU que intenta crear un nuevo marco de relaciones con Latinoamérica. La primera iniciativa fue de Franklin D. Roosevelt, en 1933, con el mundo sumido en el crack de 1929 y Europa remecida por el nazi-fascismo. Las promesas hechas a la región, a cambio del apoyo irrestricto a EEUU durante la II Guerra Mundial, se hicieron papelillo después de 1945. Kennedy propuso una Alianza para el Progreso en 1961. Entre 1976 y 1980, James Carter quiso establecer un nuevo marco, sancionando a las dictaduras violadoras de derechos humanos, entregando el canal a Panamá y aceptando el triunfo de la revolución sandinista. Ninguna de aquellas iniciativas cambió el talante imperialista de EEUU.

Ese pasado explica las desconfianzas y también las expectativas levantadas por una Cumbre que, finalmente, concluyó con muchas promesas y ningún resultado concreto, como las cumbres pasadas. No hubo, siquiera, acuerdo en la declaración final. Pese a ello, se han sentado bases –quizás por vez primera realistas– para establecer un marco nuevo de relaciones beneficiosas, respetuosas e igualitarias entre Latinoamérica y EEUU; pero Obama debe lidiar con intereses poderosos dentro de su propio país, para concretar el “nuevo marco de relaciones” anunciado en Puerto España. Las reticencias a adquirir compromisos concretos respecto a Cuba evidencian esas limitaciones. Pese a todo, Obama parece ir en serio y merece un margen amplio de confianza.

Sin restar relevancia a la V Cumbre de las Américas, lo cierto es que la agenda de Latinoamérica, si mantiene las pautas actuales, apunta a una reducción progresiva del peso de EEUU. Las crecientes relaciones con China y otras áreas del mundo (India, Rusia, Unión Europea), la profundización de la integración regional (que incluye jubilar al dólar) y el fortalecimiento del papel del Estado, así permiten suponerlo. EEUU, a su vez, tiene gravísimos y urgentes problemas que resolver, desde las guerras en Irak y Afganistán, hasta su endeudamiento y la bancarrota de sus empresas estrella. Inmigración y narcotráfico seguirán ocupando el temario birregional.

En la V Cumbre de las Américas destacaron dos hechos inéditos. Uno, el abrumador acuerdo latinoamericano y caribeño en hacer saber a EEUU que la Doctrina Monroe, criterios “hemisféricos”, intervencionismo y hegemonismo han pasado a la historia. Dos, que si Obama desea tener influencia en la región con un EEUU en declive, debe crearse un nuevo marco de relaciones que sólo puede prosperar aceptando como irreversible la independencia regional y los cambios en marcha. Porque, en el presente, la ecuación se ha invertido. No están ya el “Uno y los Veinte”. Hay un Uno, aislado y embarrancado en políticas apolilladas, frente a 20 países (que son ya 34) que, sin esperar ni pedir permiso, construyen su propio camino y futuro, con o sin cumbres.

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Augusto Zamora es  Embajador de Nicaragua en España y autor del libro ‘Ensayo sobre el subdesarrollo: Latinoamérica, 200 años después’

 
 

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