La mano extranjera en Cisjordania

Ainara Lertxundi

Gara 10 de Febrero de 2010

 

     De sobra conocidas son las maniobras del Gobierno israelí y su Ejército en Gaza y, en general, contra la población palestina. Pero sus uniformados no son los únicos que hostigan y reprimen.

     Abu Abdullah vive en Cisjordania. Ha perdido ya la cuenta de las veces que ha sido arrestado sin cargos y de las palizas que ha recibido. Todos los interrogatorios tenían el mismo punto de partida: saber a quién había votado en las elecciones. Su caso no es una excepción. Desde la ruptura del Gobierno de unidad nacional en 2007, este tipo de situaciones se vienen repitiendo a menudo.

     Las nuevas fuerzas de seguridad del Gobierno de Mahmud Abbas han sido deliberadamente instruidas para impedir la proliferación de grupos islámicos -llamémoslos Hamas- que puedan poner en peligro su hegemonía. Pero a quien verdaderamente preocupa este hipotético escenario es al Estado israelí y a su aliado más cercano, Estados Unidos.

    Bajo las supervisión del teniente general estadounidense Keith Dayton, militares de Canadá, Gran Bretaña y Turquía han entrenado a policías palestinos en el desierto de Jordania. Este programa cuenta, por supuesto, con la participación directa de los israelíes. «El proyecto es verdaderamente importante para nuestros intereses nacionales, para ofrecer seguridad a los palestinos y para preservar y proteger los intereses de Israel». Dayton no puede ser más claro.

      A juzgar por las palabras del jefe del Estado Mayor israelí, el general Michael Herzog, tampoco hay duda de quién es el más beneficiado: «Dayton está haciendo un buen trabajo».

      Los activistas pro derechos humanos, sin embargo, no comparten la misma opinión. En los últimos años, han percibido un aumento de las detenciones, con redadas en mezquitas y campus universitarios, así como de las denuncias de tortura.

    Abbas debería tomar buena nota de estas advertencias para evitar la desunión y destrucción de una sociedad suficientemente castigada. Los palestinos no necesitan proyectos como los de Dayton, sino una verdadera reconciliación.

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Ainara Lertxundi es Periodista