Agnese Marra
Nueva Tribuna 14 de enero de 2010
Esta pequeña isla caribeña es
una de las más pobres del
planeta. Su población vive bajo
la miseria, la violencia y el
desamparo. Un país ocupado
militarmente por Estados Unidos
y con una ayuda humanitaria
(ONU) que ha provocado tantas
muertes como los dictadores que
han pasado por su historia
política. ¿Sólo hoy preocupa
Haití?
Todos los periódicos digitales abren con la
noticia: “Haití devastado”. Un
fuerte terremoto ha hundido
todavía más al país caribeño y
la comunidad internacional se
muestra azorada. Los países se
pelean por contar quién ha
mandado antes la ayuda
humanitaria. Mandatarios
mundiales expresan su tristeza y
su solidaridad con los
haitianos. El cinismo vuelve a
formar parte de la historia de
este pequeña isla que sólo tiene
cabida en los medios gracias a
un terremoto o a un tsunami con
nombre femenino.
Más allá de la terrible cifra de muertos que se
lleve esta inclemencia
climática. Más allá de las
edificaciones derrumbadas (ya
tenía pocas) y más allá de la
previsible hambruna (todavía
más) que provocará el seísmo. Es
necesario mirar un poco atrás
para entender por qué Haití es
el país más pobre de América
Latina. Por qué Haití está
poblado de miseria y violencia
que sólo nos viene a la memoria
cuando nos encontramos delante
catástrofes inevitables. Ante
las evitables preferimos
quedarnos de brazos cruzados.
Esta isla ubicada frente a República Dominicana,
tiene una superficie de 27
mil kilómetros cuadrados en la
que viven alrededor de diez
millones de personas. Sus
records de miseria se pueden
encontrar cuando se echa un
vistazo al Indicador de
Desarrollo Humano, donde Haití
se ubica en el número 150 (de
177) al lado de los más
postergados países africanos.
El 80% de los haitianos viven en
condiciones de extrema pobreza.
La mortalidad infantil es de 80
por cada mil nacidos. La
esperanza de vida ha bajado a
los 49 años. El analfabetismo
supera el 70% en las zonas
rurales. Agua potable o
electricidad son productos de
lujo y la oscuridad es una
situación habitual por las
calles de la isla.
La economía es una crisis permanente. El
70% del presupuesto procede de
las remesas de los
inmigrantes que se reparten
fundamentalmente entre Estados
Unidos y su vecina República
Dominicana y que ofrecen al país
alrededor de 700 millones de
dólares. El resto de los
recursos llegan mayoritariamente
de la ayuda internacional, cada
año más escasa. El 98% de su
bosque está desforestado.
Sus tierras estériles, una buena
metáfora del país, sólo ofrecen
miseria. La superpoblación y su
demanda de leña y madera, así
como la explotación del carbón,
han provocado la erosión del
suelo y la tremenda escasez de
agua potable. El 4% de su
población, controla el 64% de su
riqueza.
El fracaso estructural del país lo
explica con precisión José Luis
Rodríguez, brasileño y profesor
de historia que trabaja en
proyectos de cooperación en
Haití. El historiador señala que
este país vive al menos tres
graves crisis estructurales:
económica, ambiental y política.
A pesar de ser un país con una
mayoría de habitantes en el
sector rural, ésta apenas posee
tierras. Los incentivos o
posibilidades de explotarlas con
eficacia son escasos. Las
políticas neoliberales de las
últimas décadas han destruido la
capacidad productiva nacional.
Según el profesor, en 1970
Haití producía prácticamente el
90% de su demanda alimentaria y,
actualmente, se importa cerca
del 55% de todos los géneros
alimentarios que se consumen. El
ambiente está devastado por el
uso intensivo de tecnologías
nocivas, el consumo masivo de
carbón y la deforestación,
señala Rodríguez en el blog
Viva
Paraguay
.
Para entender la estructura política
del país nuevamente hay que
mirar al pasado para descubrir
por qué Haití hoy es un país
controlado por Estados Unidos,
ocupado militarmente y uno de
los focos de corrupción y
narcotráfico más importantes de
América Latina.
LOS COSTES DE LA
INDEPENDENCIA
No todo ha sido miseria en Haití.
Esta pequeña isla puede presumir
de haber sido el primer país
latinoamericano en proclamar su
independencia de las
colonias (de Francia en este
caso) y el primer país del
mundo en abolir la esclavitud.
Fue en 1804 cuando los haitianos
entusiasmados por las ideas
libertarias de la Revolución
Francesa (igualdad, fraternidad,
libertad) lucharon por su
emancipación. Para los sometidos
la revolución haitiana era un
ejemplo, pero las oligarquías
coloniales veían en Haití a su
peor enemigo.
Muchos historiadores hablan hoy del alto coste
que ha tenido que pagar esta
pequeña isla por su
enfrentamiento a la colonia. Con
su independencia, Francia perdía
cifras millonarias (en el
s.XVIII el 75% de la producción
mundial de azúcar salía de este
país). Pero el país galo no se
marchó con las manos vacías ya
que exigió una elevada suma a
modo de indemnización por haber
perdido esa próspera colonia.
El pago de esa deuda dejó a Haití en una nueva
situación de dependencia que
empeoraba con un bloqueo total
que le hicieron a la isla,
también promovido por Francia.
En pocos años Haití volvía a ser un país
dominado. El relevo lo tomó
Estados Unidos en 1849 cuando
comenzó a enviar a la isla
barcos de guerra para presionar
a las costas haitianas. Ante la
negativa de los haitianos a
firmar una Constitución dictada
por Estados Unidos, los
norteamericanos decidieron
ejercer la política que mejor
conocen: invadir militarmente al
país caribeño. Allí se
quedaron 20 años bajo un dominio
absoluto y con decenas de
masacres y una represión
campesina continuada que se
cobró la vida de más de 15.000
haitianos.
Estados Unidos con una permanente ocupación
militar, fue quien se encargó de
promover las dictaduras bajo el
mando de Papa Doc Duvalier,
y luego su hijo, Baby Doc
Duvalier, que entre los años
1957 y 1986 aniquilaron a
millares de personas en nombre
de la llamada “lucha contra el
comunismo”.
La llegada de la democracia en 1991 tampoco
aportó grandes cambios. Fue
elegido presidente el sacerdote
Jean Bertrand Aristide.
El religioso se enmarcaba dentro
de una ideología de ‘izquierdas’
con programas políticos
orientados a corregir las
injusticias sociales que se
acumulaban en el país. Sus
primeras ideas no gustaron a las
oligarquías haitianas y mucho
menos a Estados Unidos. Aristide
fue derrocado a los ocho meses y
enviado al exilio. En la isla se
reanudaron las persecuciones y
la desarticulación de toda
organización política. En 1994
regresaba Aristide (ayudado por
los norteamericanos) quien se
perfilaba una vez más como el
salvador.
Sin embargo en este mandato y en el
posterior (2000) cuando ganó las
elecciones ampliamente, sin
ningún candidato opositor, su
política fue bastante distinta.
En esta etapa el sacerdote
Aristide ya había olvidado las
ideas por las que se dio a
conocer. Sus ideales dieron un
giro de 180 grados y se le acusó
de enriquecerse
indiscriminadamente gracias a
sus negocios y concesiones como
las que dio a las empresas
telefónicas norteamericanas.
La inestabilidad social y
política era más fuerte que
nunca y la bomba estalló en 2004
cuando Jean Bertrand Aristide,
“abandonó el país” obligado por
Estados Unidos.
En los dos años siguientes Haití volvió a estar
bajo el mando de tropas
internacionales. En 2006 se
produjeron elecciones
presidenciales para sustituir al
presidente interino Boniface
Alexandre. Su sucesor fue el
actual presidente René Préval,
en la línea de la segunda etapa
de Aristide.
EL PAPEL DE LA ONU: UN ARMA
DE DOBLE FILO
La creciente inestabilidad política
ha sido la excusa perfecta para
tener al país en manos ajenas.
La Misión de las Naciones Unidas
para la Estabilización de Haití
(MINUSTAH) es un ejército
multinacional compuesto por
9.080 uniformados, 487
funcionarios internacionales,
1.211 funcionarios haitianos y
207 voluntarios de la ONU, con
un presupuesto de 611,75
millones de dólares anuales.
La mayoría de los países que
conforman la MINUSTAH son
latinoamericanos. Participa
Brasil, Argentina, Uruguay,
Chile, Paraguay entre otros.
Después está el omnipresente
Estados Unidos, junto con países
más curiosos como Nepal, Sri
Lanka y Jordania.
Sin embargo el ‘trabajo
humanitario’ de este ejército no
se conoce en el país tanto por
su ayuda como por su violencia.
Los ejemplos se multiplican. Una
de las fechas más señaladas fue
el 22 de diciembre de 2006,
cuando las fuerzas de MINUSTAH
arrasaron contra la población
haitiana por una manifestación
que pedía el retorno de
Aristide. Las fuerzas de la ONU
acabaron con la vida de 30
personas incluyendo mujeres y
niños.
En mayo de 2008, cuando el
Congreso de Haití sancionó una
ley de aumento del salario
mínimo, de dos a cinco dólares
diarios, la oligarquía del país
presionó al presidente René
Garcia Preval para no promulgar
la ley ya aprobada por ambas
cámaras legislativas, con
amenazas de despedir a cerca de
25 mil trabajadores del sector
manufacturero. Un grupo de
estudiantes universitarios
inició una serie de
movilizaciones por el derecho de
los trabajadores, que fue luego
seguida por organizaciones
sociales y la ciudadanía. La
policía local intervino, con
colaboración directa de la
MINUSTAH, reprimiendo
brutalmente las manifestaciones.
En el mismo año (2008) pero en
el mes de junio, tras la muerte
de un dirigente político local,
centenares de personas acudieron
a su entierro.
“Inexplicablemente, militares de
la MINUSTAH dispararon contra el
cortejo, del que muchas personas
salieron asesinadas y heridas”,
comenta el historiador José
Rodríguez.
Varios informes de Amnistía Internacional han
denunciado casos similares de
violencia, asesinatos,
detenciones ilegales, censura
mediática, cárceles abarrotadas
de prisioneros sin garantías,
entre otros casos.
El dirigente Henry Boisrolin, del
Comité Democrático Haitiano, ha
afirmado en diversas ocasiones
como Haití se encuentra en una
situación de dominio militar, a
pesar de los esfuerzos por
llamar a la MINUSTAH ‘ayuda
humanitaria’: “Nosotros la
rechazamos porque entendemos que
es una violación de nuestra
autodeterminación, de nuestra
soberanía y dignidad como
pueblo”, ha señalado Boisrolin.
Este miércoles los diarios se
desviven por dar a conocer las
cientos o quizás miles de
víctimas del terremoto. Naciones
Unidas muestra su mejor cara y
denuncia la dura situación que
sufre Haití. Pero el día a día
de los haitianos es mucho menos
mediático y no por ello menos
terrible. Hay que mirar a su
historia y su presente más
cercano para darse cuenta que el
futuro de este país está en
manos de fuerzas ajenas que se
han empeñado en someterlo y
expropiarlo. Las mismas fuerzas
que hoy claman por darle ayuda.