Rafael Torres
Diarios del Siglo XXI 16 de Enero de 2009
Haití es una tragedia dentro de otra
tragedia. Un general brasileño de
los cascos azules de la ONU dijo una
vez, al llegar a Puerto Príncipe,
que el país era una cloaca a cielo
abierto. Conocía bien las favelas de
Río y su miseria insomne, pero lo
que vió y olió al tomar el mando de
la fuerza multinacional no se
parecía a nada. Las imágenes que
éstos días nos llegan describen el
desamparo absoluto, muy semejante
antes y después del terremoto. Otras
imágenes nos muestran la ayuda
humanitaria que envían las naciones,
pero la única ayuda benéfica y útil
para que la tierra convertida en
basural no siga tragándose a los
haitianos, sería la que declarara
esa desventurada porción de isla
caribeña Territorio de la Humanidad
bajo la administración total de la
ONU.
Pero lo que necesita Haití, y no sólo Haití, no
son cascos azules, sino maestros,
médicos, arquitectos, ingenieros. Es
decir, un poco de corazón en los
poderosos del mundo. Cuando los
beneméritos de a pie que han acudido
en socorro del país tronchado se
retiren, Haití seguirá donde está,
bien que con su hedor característico
multiplicado por ésta última y
descomunal leva de cadáveres. No sé
cómo no nos llega, cruzando el
océano, la peste de la miseria, o a
lo peor sí nos llega, y como si
nada. En Haití el terremoto no ha
hecho sino acelerar el holocausto
diario de los seres humanas que lo
habitan: de ordinario perecen allí,
de toda clase de enfermedades
emparentadas con la miseria, miles
de personas, niños sobre todo.
Ancianos no hay, nadie alcanza ese
estadio.
El mundo, sin embargo, parece sentirse
confortable con su Haití, con sus
haitíes, porque si no se sintiera,
si lo que sintiera fuera vergüenza y
oprobio, acabaría con ese infierno
mancomunándose no para reconstruir
lo que nunca se construyó, un país
habitable, sino para construirlo
desde los cimientos. Sólo así,
invadido por la justicia, el
bienestar y el progreso, podría ser
libre alguna vez, libre de su
destino fatal y de los canallas que
lo han gobernado.