Cuba no se
merece estar en la lista negra
Eugene Robinson
*
Gramma 7
de Enero de 2009
Bajo
las nuevas reglas provocadas por el fallido ataque
terrorista del día de navidad, pasajeros de líneas
aéreas que llegan a Estados Unidos procedentes de 14
países serán sometidos a un examen adicional:
Afganistán, Argelia, Cuba, Irán, Iraq, Líbano, Libia,
Nigeria, Paquistán, Arabia Saudita, Somalia, Sudán,
Siria y Yemen. Para esta primera prueba de la nueva
década, ¿qué país no encaja con los demás?
La respuesta
obvia es Cuba, que representa una amenaza de terrorismo
igual a cero. Cuba no es un Estado fracasado, donde se
encuentran franjas de territorio fuera del control del
Gobierno, sino que es una de las sociedades más
duramente bloqueadas del mundo, un lugar donde la idea
de que un ciudadano pueda conseguir y llevar en sus
manos explosivos plásticos, armas o aditamentos
terroristas de cualquier tipo, es simplemente ridícula.
No hay
historia de un Islam radical en Cuba. De hecho, apenas
hay historia del Islam en absoluto¼
La Isla está entre los últimos lugares en la Tierra
donde Al Qaeda trataría de establecer una célula, y
mucho menos planificar y lanzar un ataque terrorista.
Sin embargo, Cuba está en la lista porque el
Departamento de Estado aún considera que es —junto con
Irán, Siria y Sudán— un estado patrocinador del
terrorismo.
¿Es esto serio?
¿No pesa que la Sección de Intereses de EE.UU. en La
Habana es uno de los pocos puestos diplomáticos
norteamericanos en el mundo abierto a la actividad
normal, sin el aumento aparente de medidas de seguridad
desde los días de los ataques terroristas del 11 de
septiembre del 2001?
La
administración de Obama ha protagonizado movidas
admirables para alinear la política exterior de EE.UU.
hacia una mejor correspondencia con la realidad
objetiva. Pero el movimiento hacia Cuba ha sido
provisional y vacilante, en el mejor de los casos.
El mes pasado,
el corresponsal del New York Times, Tim Goleen, asistió
a una conversación a la hora del almuerzo —y a un mini
concierto— en Washington, con Carlos Varela, un
cantautor al que menudo se le ha llamado el Bob Dylan de
Cuba. El evento, patrocinado por la New America
Foundation’s, U.S.-Cuba Policy Initiative y el Center
for Democracy in the Americas, fue notable por un
hecho que podría ser el preámbulo para muchos cubanos:
el viaje anterior de Varela a Estados Unidos fue en
1998. Quería venir de nuevo en el 2004, pero el gobierno
de EE.UU. le negó la visa.
La
administración de George W. Bush adoptó una política de
línea dura que negaba visados a la mayoría de los
artistas cubanos, entre ellos algunos que estaban
tratando de venir, porque habían sido nominados para los
Premios Grammy. El hecho de que Varela obtuvo una visa
ahora, parecía indicar un deshielo parcial pero aún no
ha sido un retorno completo al statu quo pre-Bush,
cuando la cuestión que preocupaba era si los músicos
cubanos podían venir con permiso del Gobierno de Fidel
Castro, no si el gobierno de los EE.UU. los dejaba
entrar.
En mayo, la
administración de Obama le negó la visa al mundialmente
famoso cantautor cubano Silvio Rodríguez, quien había
sido invitado a un concierto en Nueva York para el 90
cumpleaños del legendario Pete Seeger. Supongo que es
posible establecer una distinción: Rodríguez es conocido
como un verdadero creyente en el sistema comunista que
Fidel Castro ha instalado, mientras que Varela, sin
criticar explícitamente el gobierno, utiliza matices y
metáforas¼
¿Pero desde cuándo Estados Unidos tiene miedo a la
exposición de la ideología de la competencia?
La
administración de Obama ha avanzado lentamente en la
dirección correcta. En abril pasado, el presidente
levantó las restricciones sobre la frecuencia con que
los cubano-estadounidenses pueden visitar a sus
familiares en la Isla y la cantidad de dinero que
autoriza enviar a los miembros de su familia.
Básicamente inalterados, sin embargo, están los
principales pilares de un lastre de medio siglo de la
política hacia Cuba: la prohibición que mantiene para
casi todos los demás estadounidenses, que no pueden
viajar a Cuba, y el embargo comercial (bloqueo n.r) que
prohíbe a las compañías de EE.UU. realizar negocios
allí.
Por supuesto,
el presidente ya tiene bastante en su plato. Él puede
estar reacio a introducir otra variable. No es difícil
imaginar que un senador o un grupo de miembros de la
Cámara celebrarán, por ejemplo, mantener como rehén la
reforma de Salud si se produce un cambio de la política
hacia Cuba.
Pero es difícil
para mí creer que Obama no ve cuán loca es en realidad
nuestra política actual. Tiene que cambiar y puede
empezar por dejar de pretender que busca terroristas de
Al Qaeda en vuelos procedentes de Cuba, lo cual no es
otra cosa que una gran pérdida de tiempo.
(Fragmentos de la versión del artículo realizada por
Cubadebate)
*Columnista del
Washington Post
|