Yemen
Forma parte ya
de la lista de
países –Mali,
Pakistán,
Somalia, Uganda
y otros– en los
que el Pentágono
y la Casa Blanca
desarrollan esa
clase de guerra
no declarada que
abunda en los
llamados “daños
colaterales”. En
este caso, con
la participación
de Arabia
Saudita, su
aliado más
sólido en la
región. Los
bombardeos de
cazas
estadounidenses
y de la fuerza
aérea saudí son
tan constantes
como los
argumentos
falaces que los
“justifican” y,
sobre todo, como
la muerte de
civiles
yemeníes.
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El general David
Petraeus, jefe
del comando
central a cargo
de las guerras
de Irak,
Afganistán y
Pakistán,
declaró que
“EE.UU. apoya la
seguridad de
Yemen en el
contexto de la
cooperación
militar que
proporciona a
sus aliados en
la región”
(www.yemenpost.net,
13-12-09). El
mismo día de
esas
declaraciones,
el diario Yemen
Post dio a
conocer
fotografías de
los cazas
norteamericanos
que bombardeaban
la provincia de
Sa’ada, al norte
de Yemen, en una
de las veinte
incursiones que
llevaron a cabo
esa jornada. Su
objetivo:
liquidar a todos
los guerrilleros
houtis posibles.
El resultado:
decena de bajas
civiles.
Los pretextos,
como siempre,
son Irán y Al
Qaida. Los
rebeldes houtis
forman parte de
la minoría
chiíta del país,
un tercio de la
población, y se
han alzado en
armas contra un
gobierno
autoritario que
los discrimina y
reprime. Se los
acusa de recibir
armamento del
gobierno de
Teherán, pero su
chiísmo Zaydi es
una versión muy
diferente del
iraní. Hasta
altos
funcionarios
estadounidenses
admiten que no
hay evidencias
de que Irán los
alimente. El
Pentágono, a su
vez, arguye que
bombardea
reductos de Al
Qaida y, de
nuevo, estos
insurgentes no
sólo no tienen
vínculos con las
redes de Bin
Laden: son
posibles blancos
de sus
atentados.
El Departamento
de Estado negó
que EE.UU.
interviniera en
Yemen
(www.upi.com,
16-12-09) al día
siguiente de que
bombardeara
repetidamente el
norte del país.
La Casa Blanca
se retractó 24
horas después:
Barack Obama
había ordenado
la ejecución de
múltiples
ataques con
misiles a varios
puntos de Yemen
en coordinación
con el eterno
presidente Ali
Abdalá Saleh.
Realizada la
acción, el
mandatario
estadounidense
llamó por
teléfono a su
colega yemení
para felicitarlo
por el “éxito”
de los
bombardeos, que
dejaron un saldo
de 120 muertos,
civiles en su
mayoría, mujeres
y niños
incluidos
(www.dailystar.com.ib,
17-12-09). Pese
a este anuncio,
el mariscal
Saleh desmintió
la intervención
de EE.UU. en la
matanza.
Es su costumbre.
A pesar de
informaciones
oficiales de las
autoridades de
Riad, rebatió a
un vocero de los
houtis que
denunció los
ataques lanzados
por el ejército
saudí el domingo
último contra
los habitantes
de Al Nadheer,
un poblado de la
provincia
norteña de
Saada, limítrofe
de Arabia
Saudita: 54
civiles muertos
y numerosos
heridos (AP,
20-12-09). Saleh
lanzó en agosto
pasado un
ofensiva contra
los rebeldes del
Norte con la
evidente
colaboración de
Washington y
Riad. Pero los
sureños también
sufren estas
acciones
militares.
El gobierno
yemení realizó
una operación
contra un
presunto
campamento de Al
Qaida ubicado en
la aldea de Al
Maajala, a unos
480 km al
sureste de Sana,
la capital, que
segó la vida de
64 civiles, 23
niños y 17
mujeres entre
ellos. Esto
provocó una
desusada
reacción
popular: miles
de manifestantes
se derramaron
por las calles
de varias
provincias
exigiendo que se
investigue lo
acontecido.
Miembros del
Movimiento del
Sur, un frente
secesionista
pacífico,
subrayaron que
el objetivo del
ataque no era Al
Qaida, sino los
sureños que
sueñan con
restaurar lo que
hasta 1990 era
la República
Democrática de
Yemen,
independiente
del norte (www.thenational.ae,
20-12-09). Es un
deseo compartido
por muchos
habitantes de la
zona.
Cabe preguntarse
el porqué del
interés de
EE.UU. por el
país más pobre
de la región:
forma parte de
la estrategia
destinada a
extender el
conflicto de
Afganistán a
zonas
concéntricas más
amplias de Asia
central y del
sur, el Cáucaso
y el Golfo
Pérsico, el
sudeste asiático
y el golfo de
Aden, el Cuerno
de Africa y la
península
arábiga (//rickrozoff.word
press.com,
15-12-09). La
sedicente guerra
mundial contra
el terrorismo de
W. Bush cambió
de nombre con
Obama: ahora se
llama
“operaciones de
contingencias en
ultramar”. Pero
los dos
productos tienen
el mismo olor. A
petróleo.
Hay un aspecto
convergente y
nada
despreciable. El
papel que Arabia
Saudita y las
monarquías
afines del Golfo
Pérsico
desempeñan en la
“nueva
estrategia” de
Obama los
llevará a
invertir en la
compra de
equipos
militares
estadounidenses
la friolera de
20.000 millones
de dólares en
los próximos
diez años (UPI,
25-8-09). Yemen
no participa en
el gasto, pero
sí en la
conjura. Y
pensar que
alguna vez lo
gobernó la reina
de Saba, que
muchos siglos
después se
reencarnó en
Gina
Lollobrigida,
dirigida por
King Vidor en
una película de
la que Tyrone
Power no alcanzó
a ser su amado
rey Salomón. |