República y presentismo
Carlos Taibo
Público 16 de
Abril de 2009
No está de más
que rescatemos uno de los debates que afecta a la percepción
contemporánea de lo sucedido siete decenios atrás
Se celebra hoy el septuagésimo octavo aniversario de la
proclamación de la Segunda República. Habida cuenta de lo ocurrido en los
últimos años, con la Ley de Memoria Histórica en el epicentro de muchas
discusiones, no está de más que rescatemos uno de los debates que afecta a la
percepción contemporánea de lo sucedido siete decenios atrás.
Valga como guía de nuestra reflexión un
libro publicado en Italia en 2006 –Il passato di bronzo, de
Gabriele Ranzato– que aconseja repudiar, por su nula vinculación
con los valores que hoy defenderíamos, al conjunto de las
fuerzas que, mal que bien, dieron alas a la Segunda República.
Ranzato viene a recordarnos, por lo pronto, que los anarquistas
tenían poca simpatía por la democracia liberal y que otro tanto
ocurría con los trotskistas. El recorrido, claro, no acaba ahí.
El desapego con respecto a los criterios que articulan las
sociedades occidentales contemporáneas sería evidente, también,
en el caso de los comunistas y alcanzaría, cómo no, al ala
izquierda del Partido Socialista, encabezada por Largo
Caballero.
No piense el lector, con todo, que el
diagnóstico remata ahí: Ranzato se encarga de recordar el
equívoco papel desempeñado por republicanos moderados como Azaña
y Prieto al calor de los hechos del convulso año 1934. Aunque el
profesor italiano, a diferencia de lo que ha sucedido entre
nosotros al amparo del revisionismo de derechas, no se entrega
al elogio indisimulado del general Franco, lo cierto es que su
análisis conduce a considerar el decenio de 1930 como una etapa
trágica y desgraciada de la que todos fueron responsables por
igual.
De resultas, y a esto vamos, quienes
mostraron su inquietud ante la existencia de dramáticas
injusticias quedan homologados con quienes pusieron todo su
empeño, a través de las armas, para preservar aquellas, en un
escenario en el que, a tono con el discurso que ha marcado la
transición política, se acepta de buen grado que lo mejor es,
sin más, no hablar de aquellos años.
La consecuencia principal es
inequívocamente delicada: para muchos ciudadanos que crecieron
en el franquismo, la versión oficial de lo ocurrido difundida
por este no fue objeto de contestación pública, sin que
emergiese en paralelo para las generaciones más jóvenes una
versión diferente de los hechos. Así las cosas, sorprende
sobremanera que, cuando no hay una crítica expresa y consistente
del franquismo, se nos inste una y otra vez a reconocer las
taras de los partidos y movimientos que crecieron al calor de la
Segunda República.
Conviene subrayar cuantas veces sea
preciso que semejante manera de ver la realidad –de
distorsionarla, por mejor decirlo– hunde sus raíces en un vicio
tan interesado como asentado. Ese vicio, el presentismo, nos
emplaza a juzgar el pasado desde la atalaya de los valores que
hoy se suponen generalmente aceptados, en abierta ignorancia,
entonces, de las reglas del juego que se hacía valer en el
decenio de 1930. No sólo eso: nos invita a rehuir cualquier
suerte de contestación de una democracia liberal que se nos
presenta inmaculada, y ello por mucho que en nuestro caso
muestre un equívoco maridaje con una institución, la Monarquía,
que arrastra una inequívoca continuidad material con respecto al
franquismo y sus desmanes.
Carlos Taibo es Profesor de Ciencias
Políticas
|