Epifanía libertaria
Ángel Escarpa
Ucr
5 de
Abril de 2009
Si tuviera que escoger una imagen para el
inicio de esta historia, escogería la de aquel hombre de
humildes ropas, con barba de algunas semanas y de mediana edad,
trepado sobre una peña cercana a un camino, en las afueras de
una aldea, lejos de la vista y del oído del dueño de aquellos
campos, una especie de apóstol del socialismo quizá enviado
hasta allí por Pablo Iglesias. Una docena de campesinos de
humilde condición, mientras observan y escuchan al hombre que,
por su fluido hablar, se le nota como llegado de la ciudad,
arañan la tierra con la punta de sus abarcas. El sol, partido
en dos por el horizonte, hace que los hombres usen las manos,
castigadas por el cierzo, como viseras, para observar a aquel
que allí les citó.
Bajo el redoble de la campana de la
cercana iglesia, que convoca a las mujeres que a esa hora
atraviesan la plaza en dirección al templo, un grupo de
chiquillos apedrea a un perro que huye perseguido por sus
propios ladridos.
Cuando reivindicamos la República como
forma de gobierno es porque nos reivindicamos a nosotros mismos
como personas libres, y cuando decimos libres queremos decir con
facultad de pensar y de obrar, con capacidad de elegir nuestro
destino y el de nuestro País, así como la de elegir a cada uno
de nuestros representantes y nuestros gobernantes, incluida la
más alta magistratura, o séase al Jefe del Estado.
Los republicanos no nos sentimos atados a
la tradición ni al pasado por ningún otro vínculo que no sea el
del progreso y la lucha por la libertad y la dignidad de todos
los pueblos.
Durante la Dictadura del General Franco y
de todos aquellos que la apoyaron y la hicieron posible durante
cuatro largas y sangrientas décadas, la República no dejó de ser
más que el recurso fácil al que recurrir para justificar todos
los males de este País, incluido el de pensar: los obreros, “envenenados
por las doctrinas marxistas”, con sus huelgas, sus incendios de
mieses y de iglesias, no habían hecho otra cosa más que
arruinar al País. Y que el separatismo, unido al odio de
clases sembrado por sus dirigentes, más la Masonería, habían
contribuido a romper la unidad de la Patria.
Pero el origen del mal endémico de
nuestro País, más que en las movilizaciones de los campesinos y
de los obreros que se organizaban en sindicatos y en partidos
por el trozo de pan para ellos y sus hijos y por una dignidad
que se les había negado hasta entonces, hay que buscarlo en el
secular atraso de estos pueblos, en los antiguos y estrechos
lazos que unían a Iglesia y Estado, en aquel Ejército, cuyos
privilegios y estructuras nadie se había atrevido a cuestionar
porque eran la base misma del Estado: los numerosos cuartelazos,
asonadas y golpes de Estado así lo manifiestan, por no hablar
aquí de una clase política, instalada en el continuismo y el
propio beneficio.
Por eso, en justicia y para entender
aquel lejano tiempo en el que se produce el advenimiento de la
II República y para no tener que recurrir al vasto rimero de
libros que se han escrito, en uno y otro bando, sobre el periodo
comprendido entre 1931-proclamación de ésta- y 1939- liquidación
del régimen democrático-, nada mejor que descender a la frialdad
de las cifras.
España 1931
503.061Km cuadrados.
24 millones de habitantes.
En este año de 1931, la mitad de la
población, doce millones, es analfabeta.
Hay 8 millones de pobres.
2 millones de campesinos sin tierra.
20. 000 personas poseen la mitad de la
tierra.
Provincias enteras son propiedad de un
solo hombre.
Salario medio de un trabajador: de 1 a
3 pesetas diarias.
1 kilo de pan vale 1 peseta.
20.000 frailes.
31.000 sacerdotes.
60.000 monjas.
5.000 conventos.
15.000 oficiales, entre ellos 800
generales: 1 oficial por cada 6 hombres y un general por cada
100 soldados.
Un rey: Alfonso XIII, decimocuarto
soberano desde Isabel la Católica.
PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA
De pronto, el 14 de abril de 1931, tras
unas elecciones municipales, perdidas por los monárquicos, se
proclama la II República y en las ciudades estalla lo que en lo
sucesivo será el día de la Fiesta Nacional.
ANTONIO MACHADO con un texto
El ya ex rey se retira al exilio (desde
donde no dejara de enviar 10 millones de dólares para apoyar el
golpe de Estado del General Franco, solo cinco años después) y
el pueblo, generoso, aún le hace llegar un elegante saludo a
través de la figura más celebrada del republicanismo y de la
poesía en España, don Antonio Machado:
La primavera ha venido
y don Alfonso se va.
Muchos buques le acompañan
hasta cerca de la mar.
Las cigüeñas de las torres
quisieran verlo embarcar…
BANDERA MONÁRQUICA Y BANDERA
REPUBLICANA
Evidentemente, y una vez incorporado el
morado y retirar la corona real de la enseña nacional, en claro
homenaje a los Comuneros ejecutados en Villalar por el Emperador
en 1521, la joven República se impone un reto: modernizar el
País.
El nuevo Régimen pudo muy bien haberse
instalado en convocar elecciones democráticas cada cuatro años,
emitir nueva moneda, con los efigies de los mártires fusilados
por la Monarquía: Fermín Galán y Ángel García Hernández, cambiar
el nombre de cuatro calles, incluso subirles el sueldo a los
diputados y ministros… Pero la República es algo más que un
grupito de oportunistas salidos de los rancios y burgueses
palacetes de las ciudades o escapados de los ricos cortijos del
Sur y de los macizos pazos del Norte.
FOTOS DE ESCUELA 27.000 escuelas
En sus primeros diez meses de
existencia la República construye 7.000 escuelas para, tan solo
dos meses más tarde, anunciar la terminación de 9.600 escuelas
primarias y un plan quinquenal para promover las restantes hasta
27.000. Y se razona un préstamo de cuatro mil millones de
pesetas para ayudar a los municipios a fin de que todos los
niños de España estén escolarizados. Se redacta y se promulga
una Constitución que todavía hoy es motivo de admiración y
debate. Se elevan los sueldos de miseria de los maestros en un
15º/. Se aprueban los Estatutos de Autonomía para Cataluña y el
País Vasco, promoviéndose el de Galicia, que es abortado por el
golpe militar del 36. Se decreta la educación laica, la renta
rural y los cultivos obligatorios. Se cierra la Academia Militar
de Zaragoza. Se disuelve la Compañía de Jesús. Puesta en vigor
de la Ley del Divorcio. Se secularizan los cementerios…
MISIONES PEDAGÓGICAS
Y por si todo esto fuera poco, en 1933 se
crean las Misiones Pedagógicas: decenas de poetas, dramaturgos,
pintores e intelectuales en general se embarcan en la aventura,
promovida por el Gobierno de la República, de llevar los libros,
el teatro, la cultura en general, hasta los rincones más
apartados del País: a lomos de caballo, en camionetas que tenían
que atravesar arroyos… La potente campaña de alfabetización
emprendida entonces en España nos será recordada muchos años más
tarde por las fotografías que nos lleguen desde la Cuba de Fidel
Castro en los años 60, con adolescentes enseñando a leer y a
escribir a curtidos campesinos del interior de la Isla.
POR LA REFORMA AGRARIA
Pero si las Elecciones de aquel
lejano 12 de abril habían servido para expulsar al Monarca, las
del 16 de febrero de 1936, con el triunfo del Frente Popular,
despejaban cualquier duda sobre la necesidad que tenía este País
de algo más que reformas.
Ni los cinco años de República ni el
sufragio universal ni toda la buena voluntad de los
parlamentarios de izquierdas habían sido capaces de burlar el
bloqueo de las leyes que favorecieran la Reforma Agraria y otras
medidas que eran urgentes para la supervivencia de las clases
más desfavorecidas, para desterrar el hambre de los más humildes
y los privilegios de los que no estaban dispuestos a renunciar a
nada.
MINEROS, AGRICULTORES, FÁBRICAS….
Los mozos de cuerda de las estaciones
ferroviarias, los trabajadores que alimentaban los hornos de las
tahonas, los trabajadores de la Fabrica de Gas Madrid, los
mineros de Asturias, protagonistas de la Revolución de Asturias
de 1934, los obreros de las fábricas de azulejos de Sevilla y de
Talavera, los ebanistas, los faroleros, así como el resto de la
clase trabajadora, tenían sus ojos puestos en un acontecimiento
que se había producido en Rusia, solo 20 años antes, y estaban
dispuestos a repetirlo en esta olvidada tierra, donde el inglés
se enriquecía con las extracciones de minerales y donde algún
que otro viajero se aventuraba para escribir un libro sobre el
paisaje, los templos románicos y el estoicismo de estos
pueblos.
CARTEL CAMPESIO con texto
Estos hombres y mujeres dejaron entonces
de ser unos actores de sainete porque, fuera bajo aquella nueva
bandera o fuese bajo la monárquica, no estaban resignados a
seguir pasando hambre y a ser formados en la plaza del pueblo
por el capataz, cada vez que llegaba el tiempo de la zafra, para
que éste escogiera allí, entre los presentes, como si de ganado
se tratase, quién trabajaba en la cebolla o quién, por el solo
hecho haber participado en alguna huelga o simplemente por haber
votado a las izquierdas, se marcharía a su casa con las manos en
los bolsillos, condenados a vivir, el y los suyos, de la caza
furtiva, de las bellotas o de robar fruta y alguna que otra
verdura aquí y allá en las noches sin luna. Desde entonces,
estas sencillas gentes dejaron de ser meras comparsas y simples
personajes de zarzuela para pasar a colectivizar campos y
fábricas, a tomar en sus manos los medios de producción, que es
por donde se empiezan las revoluciones.
¿¿¿GLORIOSO EJERCITO DE FRANCO???
Luego vendría la intervención del
Glorioso Ejército Español: como siempre, a
salvar a España de la anarquía, que dicen ellos cuando un
pueblo se rebela contra la explotación y la miseria. Y aconteció
lo que era inevitable. Porque las libertades, el nivel de
dignidad y de conciencia revolucionaria –ya que no de bienestar-
que había adquirido este pueblo en aquellos breves cinco años,
no le permitieron aceptar sin más la imposición de las viejas
estructuras emanadas de los cuarteles y de los casinos, de los
ricos terratenientes y de los viejos párrocos de aldea que
acudían a las casas de éstos para decir sus misas en las
capillas privadas de los palacios, después de tomar el
chocolate, hablando pestes de los criados y de la caída de los
precios de sus productos en los mercados.
CELEBRACIÓN 14 ABRIL en Gran Canaria
Si nos atrevemos a afirmarnos aún hoy en
el viejo y a la vez nuevo republicanismo, después de los
torrentes de sangre que corrieron por nuestras calles y plazas
en aquel periodo que va desde el 18 de julio de 1936 hasta aquel
desgraciado Iº de abril de 1939 en que este pueblo pierde
aquella guerra, no lo hacemos desde la nostalgia, si no desde
la dignidad que trasciende a los pueblos tras la dura batalla
que tuvo que entablar a partir de la simple y llana conciencia
de clase.
Porque es el pueblo llano el que, sin la
presencia de presidente de Comunidad Autónoma alguno, se reúne
una y otra vez cada 14 de abril para celebrar aquel
acontecimiento; el que rescata del olvido los nombres de los que
fueran arrojados a las fosas comunes tras ser fusilados por sus
ideas.
MIGUEL HERNÁNDEZ Y LORCA
Quizás nuestras canciones no tengan el
vigor para que se inclinen los naranjos y los maizales de
nuestras tierras, pero tienen la virtud de evocar a los poetas
leales que fueron sacrificados en el altar de la patria, los que
celebraban los esponsales entre el sol y la luna y los que
cavaron trincheras junto al barbero y al dependiente del bao de
la esquina; los nombres de los jóvenes capitanes de entonces,
que condujeron al pueblo en las batallas, aunque éstas se
perdieran; la memoria de los tenaces soldados republicanos que,
tras ser internados como delincuentes en los campos de
concentración del país hermano, combatieron generosamente en los
campos de media Europa por la sola libertad;
FOTOS FUSILADOS treces rosas
la memoria de los fusilados en los
tapiales de los blancos cementerios de nuestra amplia geografía,
de los arrojados a los pozos del olvido, de los que
fueron ejecutados en los tenebrosos cuarteles, en los campos de
tiro y en las prisiones del franquismo; de Quico Savaté y de
aquellos guerrilleros que hostigaban a las fuerzas represivas
del general Franco en las ciudades, y los que, combatiendo en el
monte, vinieron a caer a la sombra de la jara y de los pinos de
Cuenca o del país de Buenaventura Durruti, en los años más duros
que conoció nuestro pueblo. La memoria de los deportados por la
GESTAPO desde Francia, que serían fusilados un amanecer
cualquiera, mientras los hombres y las mujeres “de orden”
se dirigían a misa.
FOTOS PERSONAJES FUSILADOS,
Corredera
La memoria de los niños de corta edad,
los ancianos y las mujeres que perecieron, víctimas de los
bombardeos de las ciudades, los que perecieron de hambre y de
enfermedad en la dura posguerra; los que murieron olvidados por
todos en los lejanos penales, los estudiantes que, cuando eran
conducidos por la policía, cayeron “accidentalmente”
por los patios; el que se arrojó por la ventana de
la DGS mientras era torturado por la Brigada Político Social
para más tarde ser fusilado por comunista; los que fueron
fusilados un 27 de septiembre de 1975; los que, después de las
batallas, sobrevivieron a años de infamia y fueron a morir en
cualquier rincón de Europa o de América; la memoria de los que
se suicidaron en el Puerto de Alicante antes que caer en manos
del ejército franquista; de los abogados asesinados en el
despacho de la calle Atocha en 1976, de Pedro Patiño,
acribillado por las balas de la Guardia Civil tras arrojar
octavillas en la clandestinidad de la noche en las zonas
industriales; la memoria de las <<Trece Rosas>>, de Girón, de
Larrañaga, Rozas, Seoane, Vías, Agustín Soroa, Manuela Sánchez,
de Cristino García, de Julián Grimau, de Granados, de Salvador
Puig Antich, de El Corredera…
Porque esta historia no arranca solo con
la simple instauración de la democracia en España, si no con el
inicio de la lucha de todos los pueblos por sacudirse las
cadenas de la ignorancia y de la explotación. Y no culminará
hasta que no transformemos las herrumbrosas lanzas en
herramientas de trabajo y de entendimiento entre los pueblos,
desterrados para siempre la violencia y los halcones que
perviven en el fondo de todos nosotros.
Porque si en verdad alguien dijo en el
pasado aquello de: ser español por ser algo, la República
tuvo la virtud de conferirnos una identidad y una conciencia,
como pueblo y como ciudadanos, de la cual antes carecíamos.
Porque si el Descubrimiento de América
pudo ser una buena cosa si tras él no se hubiera producido la
bárbara colonización y la práctica desaparición de vastas
culturas anteriores; de la expulsión de romanos, árabes y
judíos, que enriquecieron con su presencia nuestra cultura con
la arquitectura civil, la filosofía, las leyes y la poesía, y
además nos enseñaron a roturar estas tierras de bárbaros,
tampoco se puede decir que resultáramos mayormente beneficiados,
pues en tanto que en la antigüedad convivieron las tres culturas
en cierta armonía, la expulsión de aquellas dos grandes
religiones no hicieron si no arrojarnos sin remisión en brazos
de la intolerancia y el despotismo de Roma. Es cierto que nada
fue gratuito y que todo esto contribuyó a crear el Gran Islam y
ampliar los horizontes del Imperio Romano, pero viajad por
nuestro país hoy y no dejareis de asombraros por la presencia de
los numerosos acueductos, los baños árabes aquí y allá, por no
hablar de las desaparecidas sinagogas donde se enseñaba la Torá
y las leyes del Talmud, o donde se creaba y se vivía en la
poesía, donde se discutía sobre astronomía e investigaba para
mitigar los sufrimientos humanos, a través de la medicina, sobre
plantas medicinales…ahí queda si no la figura gigantesca de los
numerosos Maimónides, el Acueducto de Segovia, la Alambra de
Granada.
Quizás se llevaron el trigo y los ricos
minerales, pero también es verdad que contribuyeron a pacificar
las montaraces tribus.
¿Qué dejaron Cortés y Pizarro tras de sí,
aparte de las numerosas Misiones cristianas donde se sometía en
cuerpo y alma al indio? Sí, ya sé, dejaron una hermosa lengua,
pero ¿a qué precio, además del de arrasar con las suyas propias?
Pero, más allá de la Reconquista, de Don
Pelayo, de la resistencia de Numancia y la toma de
Granada, de El Cid, Isaac Peral, de las gloriosas páginas de
literatura, de los templos religiosos de la antigüedad, de
nuestros pintores y poetas, y todas esas cosas de que nos
hablaban las enciclopedias de nuestra infancia, muy pocas cosas
más nos dejaron los reyes del pasado para enorgullecernos hoy y
pregonar muy alto que somos españoles.
Ni siquiera la famosa Guerra de la
Independencia de 1808, con su 2 de mayo reivindicado una y otra
vez por los franquistas del PP en la Puerta del Sol, añade mayor
gloria a nuestra historia, que, puestos a elegir, quizás hubiese
sido mejor ver a España traspasada entonces por el espíritu de
la Revolución Francesa que vivir bajo el despotismo de Fernando
VII y de la viciosa Isabel II. Quizás más de una guerra civil se
hubiese evitado en el pasado si el peso de las cadenas no
hubiese sido tan duro, y Francisco de Goya y Lucientes no
hubiera muerto de tristeza en Burdeos, desterrado por los mismos
que enviaron a Don Antonio a morir a Colliure. Por el contrario,
la República, más allá de las gestas de el Ebro y de los
milicianos del 5º Regimiento, más allá de los cantos guerreros y
del ¡ay, Carmela!; más allá de Casas Viejas y
Castilblanco, nos dotó de una identidad, y no sólo como nación
que se incorporaba a la más moderna comunidad internacional, con
sus leyes y su sistema de gobierno democrático, si no por su
proyecto social avanzado, donde la guerra deja ya de ser un
instrumento de política nacional, según el artículo 6º de su
Constitución, por no referirnos aquí a todo el vertebrado de
aquella Carta Magna de 1931. Aquella Constitución nos devolvía,
como pueblo, la dignidad que antes nunca nos confirieron los
monarcas que crearon el Imperio, ni los militares y los
ejércitos para los que no fuimos más que carne de cañón; gleba,
súbditos prontos a ser movilizados por las levas para ocupar
territorios que solo servirían para enriquecer a algunas
minorías, elevar la posición de determinadas capas sociales,
plataformas desde las cuales se promovían al ascenso a los
militares de carrera, territorios de donde extraer los preciosos
metales y las más nobles maderas para construir las inútiles
catedrales, las Invencibles Armadas y los disparatados
monasterios, en tanto el pueblo carecía de la más elemental
instrucción y moría de las más espantosas enfermedades, en los
lazaretos, de hambre, o desaparecía hundido en las ciénagas y
comido por la malaria de América, o en las emboscadas de Abd el-Krim,
en un Marruecos que solo servía para engullir sangre obrera y
para enriquecer al Monarca.
El 14 de abril salimos todos del
territorio de los vasallos para ascender al título de
ciudadanos.
La Monarquía actual, en contra de lo que
mucho se ha repetido, no nos ha devuelto ningún título que antes
no nos fuese robado por aquellos que la restauraron en la
persona de don Juan Carlos I, después de una cruel guerra civil.
El pueblo trabajador no tiene contraída ninguna deuda con este
señor. Porque nuestras raíces se hunden en la base misma de la
Democracia, que niega los títulos nobles, los privilegios
heredados por línea sanguínea.
El pueblo español escaló entonces, por la
vía de las urnas, lo que siglos de Monarquía le habían negado.
Este Monarca si que tiene razones más que sobradas para estar
agradecido a aquella Dictadura por los favores recibidos.
Si me pidieran que definiese la gran
diferencia entre aquella República y el franquismo, diría que,
en tanto aquella se afanó en abrazar a todos, como una genuina
madre, en un proyecto común; el General basó su política, desde
aquel mismísimo 17 de julio, en la venganza y en la represión,
tan poco didácticos que, todos sus pantanos y todos sus campos
de fútbol, así como todos los proyectos posteriores, no serían
capaces de enjugar la sangre gratuitamente vertida, ya que éstos
no dejarían de parecernos si no pesadas losas con las que
laminar la memoria de los pueblos, por los muertos de su larga
vida y por los que será recordado por las generaciones
venideras, más que por los logros sociales que hubiera. Un
prolongado y auténtico reinado del terror.
Si bien nuestros himnos no tienen el
vigor para hacer que se inclinen los trigos y se humillen los
abedules, cada vez que suenan las notas de La Internacional, el
Himno de Riego, las Coplas a la Defensa de Madrid o ¡A las
barricadas!, estos tienen la virtud de evocarnos a Torrijos y a
los suyos, a Riego, a Mariana Pineda, a Azaña, a los que se
alzaron por la Comuna en Asturias, al puñado de oficiales y
tropa que, por mantenerse fiel al orden constitucional, fueron
detenidos y fusilados en las primeras horas del Golpe en
Melilla; a los generales Batet, Romerales, Núñez del Prado…a los
numerosos maestros de escuela, poetas, sindicalistas, alcaldes
azañistas de remotas villas, sacerdotes católicos incluidos,
represaliados, cuando no fusilados, a los que con el diputado
comunista Eduardo Suárez quisieron detener el golpe en los
acuartelamientos de la Isleta, para ser fusilados horas después
por los rebeldes.
Y como todas las historias tienen
un antes y un después, España, que ya había roto su difícil
equilibrio de 1931 para inscribirse entre los pueblos que no
están dispuestos por más tiempo a que la Historia les pase por
encima, sobre aquel mismo polvo antes codiciado por las tropas
de Napoleón, las de Boabdil y las de los generales cartagineses;
en1936, la España del trabajo y de la idea traza una raya donde,
más allá de dividir al País en dos, como tantas veces se ha
dicho, la España que se manifiesta por el progreso delimita el
territorio de lo que es justo y lo que es indigno para la
ciudadanía. Algo que las clases privilegiadas del País no están
dispuestas a tolerar: es preciso que toda esa energía liberada
por la República regrese a las fábricas y a los campos para que
la maquinaria de la explotación del hombre por el hombre siga
funcionando; que los libros de los teóricos del marxismo y del
libre albedrío regresen a las bibliotecas, de donde nunca
debieron salir. Y así, militares nostálgicos de las asonadas del
siglo XIX y de las guerras coloniales de África y de América,
unidos al clero y a los elementos más reaccionarios del País, y
como hiciera Francisco Pizarro en la Conquista, trazaron su
propia raya, que ponía fuera de la ley a todo aquel que no se
atuviera al espíritu emanado del golpe de estado, al cual
llamaron Glorioso Movimiento Nacional, iniciaron una nueva
cruzada para poner las cosas en su sitio, que el
hombre suelto no es buena cosa.
Quizá todo hubiese quedado en un susto y
en volver a la situación de antes del 14 de abril de 1931: el
regreso de la Compañía de Jesús, la reapertura de la Academia
Militar de Zaragoza, el regreso de SM Don Alfonso XIII…pero ya
los trabajadores, iluminados tal vez por el triunfo de las
jornadas de abril de 1931 y de febrero de 1936, no se resignaban
a regresar a la situación anterior: a alimentarse con bellotas y
conejos robados ocasionalmente en las fincas del Conde de
Romanones o en El Pardo, ni se resignaba la mujer al destierro
del triste fogón y a las sombras del templo.
Y más allá de las ejecuciones de
terratenientes y de elementos indeseables, de la quema de
conventos y de afamados cuadros, en la <<zona roja>>, que
llamaron ellos a todo aquel territorio que no se sumó al
levantamiento fascista, en la zona leal a la Constitución,
además de un poderoso rechazo al fascismo, se produjo una
auténtica radicalización en lo que los trabajadores intuían como
el inicio de una auténtica revolución, donde el pueblo,
traicionado por sus enemigos declarados de clase, asumía el
papel de agente activo, pues como era de manifiesto, una
revolución proletaria, el triunfo del proletariado, no sería
posible sin la eliminación o el sometimiento de todo elemento
reaccionario enemigo de ésta. Y esto no sería posible más que
por medio de las armas y de la violencia.
No es nada fácil ni nada cómodo
hoy en día, asimilados e integrados todos, en mayor o en menor
medida, por esta democracia burguesa, entender y justificar
aquellos primeros días de la revolución en la zona republicana,
y mucho menos con un coche en la puerta, la cerveza bien fría en
el frigorífico y una televisión que piensa y se preocupa
tanto por nosotros, lejos ya de las necesidades del pasado y
también de las influencias perniciosas de los libros de
Marx, Lenin o Bakunin. Nunca dejará de ser ingrata empresa
entender lo que paso en aquel verano de 1936. Porqué pacíficos
campesinos y moderados trabajadores de la construcción y de la
industria se convertían de la noche a la mañana en incendiarios
de valiosas obras de arte y en asesinos de sacerdotes, diputados
derechistas y escritores, por el simple hecho de serlo. Porqué
hombres que tal vez nunca coincidieron ni tan siquiera en una
sala de un hospital, que quizás nunca se cruzaron sus trenes en
una estación de ferrocarril o en el paisaje serrano, que nunca
intercambiaron una palabra en el camino al trabajo, ahora se
estaban entrematando por una idea. ¿Qué actitud podía esperarse
de los que, sin instrucción alguna, hasta días antes fueron
tratados como bestias de carga y material reciclable?
Contextualizar estos hechos es la única
formula, y para ello, debemos remitirnos a los datos arriba
indicados.
Si bien con la República se
habría una página en blanco para este País, y así lo manifiesta
ese articulado progresista de la nueva Constitución, no es menos
cierto que lo más reaccionario y conservador de la clase
política se había instalado en el bloqueo sistemático de todo lo
concerniente a la urgente Reforma Agraria, que era la tercera
pata de aquella mesa sobre la que se debatía el porvenir de la
Nación: el 10 de agosto de 1932 el General Sanjurjo fracasa en
su intento de golpe de estado; esto sin obviar que Falange
Española – grupo armado de extrema derecha- se funda en 1933
como respuesta a la radicalización de los trabajadores; en enero
de ese mismo año, la represión de un motín en Casas Viejas se
lleva por delante a <<Seisdedos>> y a un grupo anarquista que
buscan refugio en la casa de aquel y que es incendiada por la
Guardia Civil; en 1933, la represión de la Revolución de
Asturias deja un saldo de 1.500 muertos, 3.000 heridos y 50.000
obreros encarcelados; en 1936, ya en puertas de las Elecciones
que darán el triunfo al Frente Popular, es asesinado el Capitán
Faraudo, y en julio, el Teniente Castillo, de filiación
socialista, es asesinado a tiros por los falangistas en la calle
Augusto Figueroa de Madrid…Lo que ocurre en los tres años que
siguen no hace si no entrar en la lógica de las cosas, máxime
si, tras el triunfo del Frente Popular, este proclama una
amnistía que pone en la calle a todos los en carcelados tras la
Revolución de Asturias. Si los militares ya venían madurando un
plan de acoso y derribo de esta República, este es el momento de
abandonar pasadas aventuras para aunar fuerzas y llevar a cabo
el golpe que cercenará definitivamente la cabeza del sistema
democrático.
Lo que se produce a continuación es una
autentica revolución que, pese a que no se logra detener a los
generales sediciosos, durante tres largos años, el pueblo
trabajador, unido a los intelectuales y a los pocos oficiales y
generales leales a la República, como en un nuevo Fuenteovejuna
y fieles a su espíritu de independencia, resisten los envites de
un ejército bien pertrechado por Hitler y apoyado por numerosa
tropa, reclutada entre los crueles <moros> y la enviada por
Mussolini.
El final de aquella contienda se cierra
de la forma más dramática que cabe esperar:
España, 1939
Hay 2 millones de presos
500.000 casas destruidas
183 ciudades gravemente devastadas
800.000 muertos bajo la contienda
500.000exiliados
Un ejército de seiscientos mil soldados
Un partido único; la Falange
Una religión de Estado: la religión
católica
Un jefe único: el Caudillo
Los salarios han vuelto a los de 1936
Los grandes propietarios recuperan sus
tierras
La Iglesia recupera sus extensos
dominios y su influencia
Sísifo es nuevamente condenado a seguir
trepando la montaña rodando la pesada roca, una y otra vez. La
luz de la liberación aún queda lejana.
En la guerra de cifras que se abre a
continuación, pese a los desmanes y a la persecución religiosa
de primera hora, el saldo de pérdidas no puede ser más desolador
para el pueblo trabajador, ya que a la pérdida de las libertades
y de personas fallecidas en los frentes, víctimas de los
bombardeos y por enfermedades derivadas del conflicto, hay que
sumar una represión que se prolongará hasta el fin de los días
del General Franco.
Mas como no puede dársele la vuelta a la
Historia y no podemos pasarnos la vida solo entre homenajes y
lamernos las heridas del pasado, tras esta breve exposición, lo
que procede es saber qué hacemos con toda esta información, con
esta lección que nos dieron aquellos que un día lejano se
levantaron del polvo para señalarnos el camino. Y para ello, lo
primero que debemos hacer es aceptar que somos sujetos de la
Historia, antes que depositarios de una tarjeta de crédito y
clientes asiduos de El Corte Inglés y de Carrefour. Y que, en
nombre de todas las luchas de las cuales somos fruto, estamos
obligados a dar testimonio con nuestro compromiso, como
trabajadores y como gentes de progreso.Porque, la República, por
encima de las clases sociales, tuvo la voluntad de convocar a
los pueblos de España en un mismo proyecto, un sueño generoso
que abrazaba a todos los espíritus por igual, que superando las
luchas y discordias nacionales del pasado, restableciera un
espíritu de igualdad, diálogo y encuentro entre las distintas
nacionalidades y lenguas de este viejo tapiz de culturas que
siempre fue España. Abrazando a todos en un nuevo pacto de
justicia y de progreso, apartando a la madrastra que había sido
para algunos pueblos, la República pasaba a ser la madre con la
que avanzar juntos, ahora sí, por la senda de la
Constitución. Y
todo por la simple y soberana voluntad del pueblo y de las
urnas. Aunque por sí mismo todo el fervor de este proyecto
renovador no fuese capaz de prender en las castas militares.
Creo que, para entender y recuperar el
viejo discurso republicano, lo más urgente es seguir abonando el
terreno de la Memoria Histórica que hace años se puso en marcha.
Recuperar nuestra identidad de trabajadores y trabajadoras.
Venimos de la claridad de los días de la zafra de la aceituna,
de la penumbra de las minas donde el hombre moría lentamente
víctima de la silicosis, de las grandes movilizaciones del
pasado, de las inmensas naves donde se colaba el acero y se
domesticaba la arcilla y la roca más poderosa hasta convertirlas
en las preciosas tallas que hoy se exhiben en los grandes
museos, o en los modestos ladrillos que dan cobijo a los libros
y manuscritos, a las admirables pinturas de Velázquez y de El
Greco. Venimos de los poderosos campos donde se cultiva el
dorado trigo y los sonrientes girasoles. Venimos de albas de
fría lluvia donde ejércitos de obreros se dirigen a oscuras
fábricas donde dejarse media existencia a cambio de unas
pesetas. Nuestras manos aún conservan las cicatrices del uso de
la hoz y del martillo. Desde que descendimos de la altura de los
árboles y salimos de la espesura de las sombras de los profundos
bosques, desde que salimos del embrutecimiento en el que nos
tenían presos de la ignorancia los regímenes de esclavitud del
pasado, hemos hecho un dilatado recorrido histórico.
Pero toda esta andadura de ayer sería cosa
gratuita si nos detuviéramos aquí. Creo que estaríamos
traicionando a nuestro pasado y a nosotros mismos si hoy no
hiciéramos un esfuerzo por recuperar el papel que aquella
República puso en las manos de nuestros padres y de nuestros
abuelos. Este sistema en el que ahora sobrevivimos, entre crisis
de valores y crisis económicas, pretende convertirnos a todos en
seres domésticos, al servicio de un sistema despreciable,
personajes todos de las obras de Bradbury, de Huxley y de
Orwell; enterrando de nuevo en la penumbra de las sombras los
seres luminosos que fuimos en los triunfales días de la
Bastilla, del Leningrado de Octubre, los cotidianos héroes de
los koljoses soviéticos, los que no hace tanto se
afanaban, en las pausas de las trincheras o en las modestas
escuelas, por aprender a leer y a escribir, para entender mejor
las palabras del Comisario Político y las de aquel poeta que
decía sus poderosos versos encaramado en la caja de un camión.
Sin ánimo de despertar ningún fervor
guerrero en nadie, sugiero echar un vistazo a nuestro común
álbum familiar. Me refiero a esas magníficas fotos de Capa,
de Tina Modotti, de Gerda Taro, de Agustín Centelles… Todos los
libros de historia del movimiento obrero podrían ser
reemplazados perfectamente por ese montón de fotografías, tan
ricas en contenido como ejemplarizantes. Si El Capital y
El Estado y la revolución son juntos la Biblia de los
trabajadores, esa pila de fotografías, por sí mismas, son el
mejor resumen de los años heroicos de los pueblos. Porque es
evidente que, sin memoria, no vamos a ninguna parte. Recuperar
la memoria, recuperar la conciencia histórica y de clase es la
tarea más urgente a la que como trabajadores nos debemos.
En las clases teóricas del Cuerpo
de Infantería, ante un salto fuera del refugio o trinchera, se
imponía una reflexión: a dónde, por dónde, cómo y cuándo.
Hoy, en la batalla por la Memoria Histórica y por la República,
a lo anterior cabría añadir con quién.
Decir aquí que los años transcurridos
desde la pérdida de aquel Régimen democrático, conquistado en
1931, fue todo una página en blanco porque no se le restituyó al
pueblo lo que se le hurtó, a golpe de sable y a punta de
pistola, no sería justo: hemos dejado atrás demasiados hermanos
tendidos en el asfalto de las ciudades y víctimas de la
represión, demasiados hermanos y hermanas que cayeron, victimas
de la ambición, en las trincheras de esta lucha que ya hace
siglos que no tiene pausa.
PÁGINAS WEB, texto
Pero también es evidente que una espesa
niebla nos envuelve a todos y que, hoy más que nunca, nos cuesta
reconocernos a nosotros mismos en este mercadillo de las ideas
en el que convirtieron la vida política del País. Salir de estos
páramos, este pantano en el que permanecemos encallados, es la
tarea más urgente. Para ello, tendremos que recurrir al terreno
de las ideas, y estas no surgen como hongos en este gran
espectáculo en el que convirtieron nuestras vidas, si no de los
libros, de la reflexión, de la divulgación, la organización y la
movilización. Crecer en las ideas socialistas, que es tanto como
decir republicanas, será tanto como salir de la profunda amnesia
en la que nos precipitaron en el pasado. Por eso es tan
importante abrir debates, crear foros y salvar páginas de
Internet donde la República y la Memoria Histórica sean una
prioridad.
No deja de ser asombroso comprobar que,
en un país con una tradición de lucha como el nuestro, con tanto
antifascista caído en la lucha, encontremos tan pocos rótulos de
calles en los que se recuerde a Eduardo Suárez (diputado
comunista del Frente Popular) Juan Santana Vega (alcalde de la
villa de San Lorenzo) a Manuel Hernández Toledo, Matías López
Morales, Antonio Ruiz Graña, Francisco González Santana, cazados
y fusilados todos aquí en la Isla tras el 18 de julio del 36 por
oponerse al golpe de Estado. Indigna y ensucia a la vez la
memoria de los que habitamos estas islas que, Juan García,
llamado El Corredera, de filiación comunista y
asesinado en garrote vil en 1959 por sus ideas, no tenga
en esta tierra otro recuerdo que el que le prodigan sus
camaradas, precisamente donde tanto se prodigaron las placas y
los mármoles dedicados a los CAÍDOS POR DIOS Y POR ESPAÑA del
pasado en las fachadas de las iglesias.
Por el contrario, aún vemos edificios con
el nombre de JOSÉ ANTONIO y los yugos y las flechas del
Instituto de la Vivienda del extinto, a los que habría
que añadir los de tanto párroco, santo, tanto obispo, Papa, y
monarcas de dudosa moralidad, de tanto nombre de benefactor
franquista, de Martínez Anido, ¡ministro de Orden Público
del primer Gobierno de Franco y presunto responsable de la
siniestra Ley de Fugas!, que ya está bien de Alfonso XIII, de
Juan Rejón y calle de los Reyes Católicos, por no extenderme en
una detallada relación, después de lo que sabemos hoy día de
todos ellos, que no parece estorbarles mayormente a la
desmemoriada ciudadanía ni a los nacionalistas, populares y
psoistas que presiden cabildos, alcaldías y Gobiernos autónomos.
En fin, y para que esta charla no termine
con un punto de amargura, es de celebrar que, desafiando a los
vientos de la indiferencia instalada en esta sociedad, más
preocupada por la subida del precio de la luz y de los productos
alimenticios que por el devenir histórico, el último Presidente
del Gobierno de la República, don Juan Negrín, aquel que, casi
liquidada ya la Guerra dijo: “el que resiste vence”, nos
da una lección de paciencia y de tesón desde el metal de su
monumento.
¡¡Viva
la República!!
Ángel Escarpa Sanz. Islas Canarias.
Abril 2009
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