¡El debate entre Monarquía o República pasó de
puntillas!
Ángel
Corbalán
Clases
Medias Aragón
13 de Agosto de 2009
En este
año de 2009, estamos celebranco muchas cosas; la llegada del hombre
a la luna, que nos lo ha recordado Jesus Hermida, y el del 50
aniversario de la fundación de ETA, que ya se encargaron ellos en
recordarlo, con dos guardias civiles asesinados y una bomba
explosionada en una casa cuartel de la Guardia Civil. Sin embargo,
se ha celebrado y en las mismas fechas, el cuarenta aniversario del
nombramiento de D. Juan Carlos de Borbón, como sucesor del dictador
Francisco Franco.
La Ley
de Sucesión a la Jefatura de Estado iba a dar solución en la persona
de Juan Carlos de Borbón, nombrado Príncipe de España, al complejo
proceso de designación del sucesor por el propio dictador. Franco
pretendía perpetuar su régimen cuando no estuviera. La dictadura no
sobrevivió a los setenta, pero el elegido se aseguró para él y los
suyos una Corona que aún hoy ostenta.
A la
mañana siguiente de aprobarse la ley, Juan Carlos aceptaría el
encargo y, “recibiendo de Su Excelencia”, dijo “la legitimidad
política surgida del 18 de julio”, juró el cargo de sucesor y los
principios del Movimiento. Cuarenta años después hay quien ve en
todo aquello una jugada maestra del actual jefe del Estado para atar
en corto a los sectores del régimen refractarios al proceso
democratizador que, de forma imparable, se abrió tras la muerte de
Franco. Pero también están los que sostienen que fue la
consolidación de una secuela del franquismo que, años más tarde, se
blindó con una Constitución cuya reforma en lo referente al modelo
de Estado sólo es comparable a un cofre de siete llaves.
Sea
como sea, Juan Carlos I consiguió que los Borbones volvieran al
trono pese a que ello le costó una trifulca familiar con su padre,
Juan de Borbón, legítimo sucesor de Alfonso XIII (depuesto en 1931),
a quien Franco vetaba. De Juan Carlos, pensó el dictador y así lo
afirmó en las Cortes aquel día, que había dado “claras muestras de
lealtad a los principios e instituciones del Régimen”.
Los
historiadores consultados por Público coinciden en que su
nombramiento tuvo que ver con las presiones de capitostes del
régimen como el entonces presidente del Gobierno, Luis Carrero
Blanco, o Laureano López Rodó. “Querían garantizar el franquismo sin
Franco y estaban convencidos de que un príncipe que jurase fidelidad
a los principios y leyes del Movimiento y traicionara a su padre
sería fácil de pilotar”, asegura Joan B. Culla, profesor de Historia
de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Enrique
Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad
de Extremadura, constata la voluntad de “institucionalizar” el
régimen. Y Julián Casanova, catedrático en la Universidad de
Zaragoza, exhibe documentación donde, ya entonces, Carrero se
refería a la “monarquía del Movimento Nacional”. El contexto no era
baladí y era necesario transmitir imagen de renovación. Era el año
del escándalo Matesa, seguía el enfrentamiento búnker-reformistas y
la sociedad española hacía su particular transición social y
cultural. Tendrían que pasar unos años para que la política diera
respuesta a la realidad de la calle.
Sin
muestras de apertura
Casanova señala que es difícil juzgar al príncipe de entonces con el
prisma actual. “No hay duda de que el de ahora se parece más al de
la Transición que al de hace 40 años. Entonces no se le veían
atisbos de apertura”, señala. De hecho, recuerda el catedrático,
después de 1969 pasaron cosas graves, con penas de muerte que
horrizaron al mundo, y el ahora rey calló.
En
este aspecto ahonda más Iñaki Errazkin, periodista autor de “Hasta
la coronilla”. Autopsia de los Borbones”. Juan Carlos, fue nombrado
sucesor del dictador y, antes de aprobar la Constitución, ejerció
formalmente como tal. Franco delegó en él en dos ocasiones por
salud, se puede hablar de él como dictador suplente”, apunta. Le
apoya el catedrático de la Pompeu Fabra Vicenç Navarro. Para él,
Juan Carlos I nunca nombró gobiernos con prioridad democrática y
estableció “la continuidad entre aquel régimen y el sistema actual”.
Fueron las demostraciones de fuerza en la calle y la tensión social
y política las que le obligaron a abrirse.
Hay
acuerdo en que la legitimidad democrática no llegó, en todo caso,
hasta la Constitución de 1978 que redactaron las Cortes tras las
primeras elecciones democráticas. Moradiellos rechaza prejuzgar a
una democracia y a una monarquía por cómo se instaura. En esta línea
sostiene que la democracia española es más garantista que la
portuguesa, que llegó tras una revolución y no tras una transición.
La
Constitución, todo o nada.
Al
igual que Vicenç Navarro, discrepa Iñaki Errazkin. Apunta que la
Constitución fue un trágala para salvar la monarquía. Fue según él
una operación de blanqueo e hipnotismo ejemplar: “o te comes la
manzana con gusano o no hay manzana”. La Transición, compleja y
cargada de renuncias, llevó al rey a ganarse “otras fuentes de
legitimidad”, admiten historiadores como Moradiellos. El momento
clave fue el 23-F. Según Culla, pasó de ser “el rey de Franco al
salvador de la democracia”. Errazkin los enmienda: “En el 23-F se
trataba de consolidar al rey ya fuera con el golpe o con su fracaso.
Y se consiguió”.
En todo
caso, como zanja el catedrático de Derecho Constitucional Francisco
Balaguer, en la Transición pocos pudieron “debatir entre monarquía o
república; el tema era democracia o dictadura”. Ganó lo primero.
Pero con corona incorporada.