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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   


 

La Bandera tricolor no puede ser ofensiva

 

Carmen Gómez Ojea  

 

La Nueva España 22 de Abril de 2009

 

 
 

En Asturias, hace unos días, en un lugar de pedigrí combativo, hubo gente que recibió la visita de los reyes con banderas republicanas, lo que enfureció a unos políticos, mientras otros, más dulces Jeremías, emitían guayas y trenos, porque el estamento político quiere que todo sea siempre recto y correcto, y sus miembros no pocas veces se ponen en plan represores, como madres superioras severas, institutrices tiesas y padres abades que funden y confunden educación y buenas maneras con la falsedad y la hipocresía.

Todas las banderas son odiosas en cuanto que suponen fronteras, obstáculos, rivalidades, pandillas hostiles, enemistades, diferencias, guerras, daños, sufrimientos, sangre y muerte. Pero en tiempos de paz, una situación que en modo alguno implica vivir en una Arcadia feliz ni en una Jerusalén celestial, donde las hienas sean mansas como corderos lechales, la tricolor de la República no puede ser ofensiva más que para monarcas montareces y producir iritis de repugnancia en los ojos de siervos de sus cortesanos. Los demás la verán ondear con fervor y simpatía o con indiferencia, porque sus tres colores son los de una enseña democrática, proscrita en tiempos de la dictadura, mientras que la bicolor con su aguilucho nazi era la franquista. Echarle rapapolvos, largarle invectivas y dicterios y ponerle un cero en conducta a la ciudadanía que quiere una España republicana y que manifiesta sus sentimientos, ante la llegada a su pueblo, villa y ciudad del soberano y la soberana consorte, resulta posible calificarlo de muchas maneras, una de ellas es la de incongruencia soberanísima por parte de toda política y político que no se sienta una vasalla o un súbdito con nulo aprecio de sus personas.

De todos modos, no es tampoco raro que existan aún estos miedos reverenciales, estos temores viejos, latentes e invisibles como bacterias silenciosas que de repente causan graves males, y resurrectos de pronto, y que se produzcan estos sustos ante legítimas expresiones de libertad, porque sobre los hombros de España y en el interior de su cabeza pesa y aletea el espectro terrible de la vieja Inquisición, rabiosamente rediviva tras la guerra y cuya sombra todavía oscurece y enfría nuestras vidas.

 

 

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