Significado
histórico de la República en España
Miguel Pastrana
UCR
16 de Junio de 2009
Un alto dirigente republicano, tal vez el mejor, Don Juan Negrín,
poco
sospechoso de radicalismo fácil, pero que presidió el último Gobierno —y
Gobierno de Unión Nacional: republicanos, nacionalistas vascos y
catalanes, socialistas, comunistas, sindicalistas y anarcosindicalistas—
con la II República en guerra, y que fue de los más indoblegables
defensores de la República, bastante más, desde luego que algunos otros
que parecían a priori más revolucionarios y no tardaron demasiado en
desertar y capitular; el Presidente —decía— D. Juan Negrín, describió
ejemplarmente las aspiraciones del 14 de Abril: “lo que España quería
era una República popular y democrática, inspirada en el principio de
que el Pueblo ha de ser la fuente de todo legítimo poder, pero
caracterizada además por un amplio contenido liberal, social y
progresivo sin tope prefijado, de tal modo que dentro de un orden legal
fueran accesibles los más audaces avances “ (cursivas mías). Considero
ésta de Negrín una de las mejores exposiciones sobre lo que ha
significado y sigue significando la Idea de República en España.
Exposición que debiera bastar ya de por sí a quienes refugian su
inacción republicana en el ya manido “¿qué tipo de República?”. El
Presidente Negrín —nada sospechoso, insisto, de radicalismo— nos lo dijo
hace ya setenta años: República “popular”, “democrática”, “liberal” —en
el sentido que tenía entonces dicha palabra, muy distinto al de ahora—
“social”, y ¡atención! “progresiva sin tope prefijado” de manera que
fueran legalmente accesibles “los más audaces avances”. Ante ello, yo
pregunto a quienes piden contenidos revolucionarios para la República:
¿es poco esto para ponernos de acuerdo y ponernos juntos a trabajar por
la República —por la III República— nosotros también y también “sin tope
prefijado”? Porque de este legado histórico republicano partimos y no es
poco y es mucho para quien desee de veras trabajar unitariamente.
Constitución republicana de 1931 y monárquica de 1978
Hay quienes ven en la Segunda República el antecedente de nuestro actual
sistema de libertades. Respetando lo que de bien intencionado pueda
haber en dicha creencia, puedo compartirla solamente en lo cronológico,
que no en lo político. Aun habida cuanta del tiempo —y tiempo
sociológico— que las separa, una somera comparativa entre la
Constitución republicana de 1931 y la monárquica de 1978 todavía en
vigor, nos basta para constatar la muy superior calidad democrática de
la primera y consecuentemente, de la República respecto a la Monarquía
Parlamentaria que aún nos gobierna. Cabe decir que en muchos aspectos, y
aspectos esenciales, la Constitución monárquica de 1978 es notablemente
más atrasada que la republicana de 1931. Así en cuestiones como la Paz,
cuando el artículo 6 de la Constitución republicana estipula que “España
renuncia a la guerra como instrumento de política nacional”, la
Economía, ahora tan justamente en primer plano, y de la que el artículo
44 de 1931 refiere que “toda la riqueza del país, sea quien fuere su
dueño, está subordinada a la economía nacional” y que “la propiedad de
toda clase de bienes podrá ser objeto de expropiación forzosa” y “de
socialización”, así como los servicios públicos y las explotaciones que
afecten al interés común, objeto de nacionalización, y las industrias y
empresas, de intervención estatal “cuando así lo exigieran la
racionalización de la producción y los intereses de la economía
nacional”. En Cultura y Educación, la Constitución republicana, en su
artículo 48, refiere, entre otras cosas, “que la enseñanza será laica,
hará del trabajo el eje de su actividad metodológica y se inspirará en
ideales de solidaridad humana”. El artículo 25 señala que el Estado
republicano “no reconoce distinciones y títulos nobiliarios” y el 26 que
“no mantendrá, favorecerá, ni auxiliará económicamente a las Iglesias,
Asociaciones e Instituciones religiosas” y las prohíbe “ejercer la
industria, el comercio o la enseñanza”. A su vez, el artículo 27
garantiza “la libertad de conciencia y el derecho de profesar y
practicar libremente cualquier religión” con “el respeto debido a las
exigencias de la moral pública” así como el “derecho a ejercer sus
cultos privadamente” debiendo las manifestaciones públicas “ser
autorizadas, en cada caso, por el Gobierno”. He creído oportuno referir
textualmente estos párrafos de la Constitución de la II República
española, no solo como parte del Homenaje que hoy le rendimos, sino para
señalar también la vigencia de los postulados republicanos en materias
tan de actualidad como la Economía, la Educación y la separación
Iglesia-Estado. Si la República de hace 78 años era ya superior en todos
estos aspectos al actual régimen monárquico... ¿qué no será entonces la
III República?
La batalla por la Memoria Histórica
Ello me reconduce a la cuestión crucial de la Memoria. De la Memoria
Histórica. No es casual la dura lucha en este terreno. Es asunto de gran
calado. La asunción plena de la Memoria republicana conduce tan lógica
como ineluctablemente al cuestionamiento de un sistema monárquico
surgido del franquismo y a la Restitución republicana como culmen de una
Reparación plena de la Legalidad vulnerada. Es algo ya en marcha, que
esta sucediendo a día de hoy, y que explica la creciente y virulenta
oposición de los sectores reaccionarios. Saben —como lo sabemos
nosotros— que la mejor Memoria, el mejor Homenaje a la Segunda República
española, es la Tercera.
La llamada Ley de la Memoria Histórica ha generado algunas comprensibles
disensiones en el campo memorialista y republicano. Dichas disensiones
pueden y deben ser salvadas con un mínimo esfuerzo por parte de todos.
Ha de partirse —como creo partimos todos— de la base de que la Memoria
Histórica ni empieza ni termina con dicha Ley. Que es un punto y
seguido, y no un punto y final. Cualquiera sea la valoración que nos
merezca la Ley, estamos de acuerdo en que debemos avanzar hacia la
consecución de una Memoria Histórica Integral en la línea fijada por los
“Trece Puntos Mínimos” que las organizaciones sociales y políticas
republicanas presentaron en 2006 y que contemplan la condena del Régimen
franquista, la nulidad de sus procesamientos, la imprescriptibilidad de
sus crímenes, el derecho a saber, el derecho a la Verdad, la Justicia y
la Reparación, y la obligación administrativa a todos los niveles en las
labores de localización e identificación de la víctimas, así como la
retirada de la simbología y toponimia franquistas. En eso estuvimos
todos de acuerdo en 2006, seguimos de acuerdo en 2009, y sobre ese
acuerdo se pueden salvar, y salvaremos —lo estamos haciendo ya— las
divergencias surgidas en la memorialística republicana. Es menester.
Articular una mayoría social
Nuestra Memoria, como nuestra bandera tricolor, es Unitaria, y no
excluye ninguna sigla ni bandera que esté por la República democrática.
Antes bien, las aúna. Es —debe ser— puente de Unión de quienes trajeron
juntos la República, la defendieron juntos, y han de volver a estar
juntos para volver a traerla. Sirva también esta efeméride y este acto
para invitarles, para animarles a sumar su esfuerzo al Proceso de
Construcción republicana en el que deseamos estén, necesitamos estén, y
deben estar. Un cambio de Régimen —como lo fue el 14 de abril de 1931—
no lo consiguen sólo unas siglas, ni dos, ni un partido, ni dos. Es
necesario articular una mayoría social. Una Hegemonía. Una Conciencia.
Por eso la necesidad del trabajo en la calle, de la Pedagogía y Cultura
republicanas a todos los niveles, de la labor de base. La III República
española, óigase bien, no es una cuestión sólo de partidos políticos
—que también— sino, antes, de ciudadanos y ciudadanas. Repito: de
ciudadanos y ciudadanas.
La importancia del republicanismo
Lo republicano no es marginal en el Proceso de transformación política y
económica de nuestra sociedad. Es esencial. Afortunadamente, esta
percepción va poco a poco abriéndose camino entre las conciencias
políticas avanzadas. La República ha de pasar de excusa a imperativo, de
orla a armazón, de nostalgia a confianza, y de pasado a futuro que
hacemos en el presente. Que construimos hoy.
La unidad de acción republicana
Se habla mucho de la Unidad de Acción republicana, se está de acuerdo en
ella, y se han dado pasos positivos. Son necesarios más. Reforzar la
organicidad y articulación Unitaria. La clave de la Unidad es siempre la
capacidad de supeditar, que no olvidar ni desterrar. De ser conscientes
de lo que requiere prioritariamente cada fase del Proceso de
Construcción y saber distinguir esas fases. Evitar la susceptibilidad y
acendrar el sentido de la responsabilidad. Tener noción de que se lucha
por algo que excede el marco personal y partidario y que es de interés
colectivo. De Justicia para millones. Y tener altura de miras.
Consecuencias de la desunión
La Unidad de Acción trajo la II República un 14 de abril, y la desunión
—la Traición— acabó con ella un 5 de marzo, cuando aún resistía a nazis
y fascistas. Me refiero —claro es— al “Golpe” de Casado, Besteiro y
Cipriano Mera, que derribó al legítimo Gobierno de Unidad del doctor
Negrín, deshizo a tiros el Frente Popular, y entregó la República —que
disponía todavía de 500.000 kilómetros cuadrados de territorio,
incluidas Madrid y Valencia, y medio millón de hombres en armas— cautiva
a Franco y sus verdugos. Conviene no olvidar tampoco hoy aquella otra
fecha —el 5 de marzo de 1939— en el año en que se cumplen 70 de aquella
traición —aquella mezquina desunión— que liquidó la República del 14 de
abril. Tengamos también presente hoy esa enseñanza histórica.
Cada republicano y cada republicana, un espejo de la III República
Piénsese que la III República, que entre todos y todas estamos
construyendo, tiene, a día de hoy, un portavoz, un embajador, en cada
uno de nosotros. Cada republicano y cada republicana, en su actividad
pública, ya sea política, cultural o científica, es un espejo vivo de la
República que deseamos, y un espejo —permítaseme la expresión— de
Virtud. La famosas virtudes republicanas: honestidad, solidaridad,
austeridad... A eso se le llama “predicar con el Ejemplo”, y el Ejemplo,
compañeros y compañeras, no lo dudéis, es siempre revolucionario.
Crisis sistémica y superación con la III República
Hay quienes piensan que la cuestión republicana debe pasar a un segundo
plano en estos tiempos de urgencias económicas. Nuestra opinión es
exactamente la contraria. Hoy más que nunca la cuestión —la solución—
republicana y de III República ha de estar en primera línea. La Crisis
actual, como la de 1929, es sistémica. La respuesta ha de serlo también.
Como lo fue en España en 1931. Nada casualmente, apenas dos años después
del “crack”. La respuesta a esta nueva Crisis, en España, se llama
Tercera República. República democrática, federal, laica, solidaria y
participativa. No basta con parchear el actual Sistema. El problema no
es sólo económico. También social, político, cultural, ético, cívico...
La solución debe serlo igualmente. Un nuevo Sistema y Sistema
alternativo al capitalismo que nos ha conducido a la presente situación.
Ese nuevo Sistema —volvemos a decirlo— es la República, que en su
concepción plena, al situar a los ciudadanos en el eje de toda decisión
que afecte a la colectividad es, insistimos, un modelo alternativo al
capitalismo y modelo que prevé la planificación democrática de la
economía, la preeminencia de lo público y, en definitiva, el Bien Común
y la Justicia Social en un marco de desarrollo sostenible. Eso es la III
República. El clásico trígono “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Ninguno
de esos elementos puede faltar, si verdadera, en la República.
Idea republicana y federal de España
La Propuesta republicana es, históricamente y por antonomasia, una
propuesta integral para España. Conviene recordarlo de vez en cuando.
Integración federativa y, por supuesto, VOLUNTARIA y democrática, en una
Idea —idea y realidad— plurinacional que se llama España y de la que no
debemos los republicanos tener miedo de hablar y defender, como de ella
hablaron, defendiéndola, Pi y Margall, Pablo Iglesias, Azaña, José Díaz,
Negrín... Porque su España, la nuestra, la España republicana, era, y
es, muy distinta a aquélla de charanga y pandereta, de cartón piedra,
sacristía y paredón, que los sublevados contra la II República
enarbolaron como estandarte y se empeñan algunos en mantener aún hoy.
Frente a ella, los republicanos históricos no se dejaron arrebatar su
Idea de España en cuarenta años de Exilio, aquella España Peregrina. No
la perdamos nosotros en treinta de Monarquía. No debemos dejarnos
arrebatar las palabras y, a su través, los conceptos. Las Ideas. Observo
el fenómeno como escritor. Y observo cómo en países ejemplo de Dignidad,
República y Alternativa al capitalismo que todos, o casi todos,
alabamos, no tienen miedo a esas palabras, y se dicen, con la noción de
quien le da contenido cierto, y cuando hablan de país, y de patria,
hablan de Pueblo Soberano y Derechos Colectivos, como hablaban Pi y
Margall, Pablo Iglesias, Azaña, José Díaz, Negrín, y así ese
patriotismo, que es el verdadero, como explicaba Don Antonio Machado, y
no el de los fascistas ni el de los chouvinistas, ese patriotismo
—decía— del Pueblo Trabajador, es por naturaleza internacionalista —a
las pruebas me remito— y bien puede ser —volver a ser— nuestro
patriotismo republicano. El mío, desde luego, lo es.
¿Por qué la III República?
Yo no quiero aquí extenderme —bastante lo estoy haciendo ya— sobre
razones de peso a favor de la III República por casi todos conocidas.
Sobre cómo la Monarquía fue impuesta por Franco, sobre cómo es
éticamente inaceptable que la Jefatura del Estado sea una posesión
familiar que conlleva que los españoles y españolas seamos bienes
heredables para esa Familia. De los tejemanejes y opacos negocios que
hacen de Juan Carlos I una de las principales fortunas del mundo,
cuestión para algunos baladí, pero acaso no para millones de parados y
trabajadores en precario. Y la Corrupción, y la enojosa coacción pública
de la Jerarquía católica, y la falta de independencia judicial y de
transparencia, y de Democracia Participativa, consecuencia todo ello de
un Régimen —el actual— fruto del obligado maridaje con el
tardofranquismo, y ahí si no el inaceptable tutelaje —artículo 8 de la
vigente Constitución— de las Fuerzas Armadas. Y digo esto como quien fue
militar profesional durante casi nueve años y con Hoja de Servicios
limpia, y lo dicen, también, militares ejemplares, al servicio del
Pueblo y la República, como el coronel D. Amadeo Martínez Inglés o el
comandante D. José Luis Pitarch, plenamente conscientes de cuan distinto
ha de ser el papel de la Fuerzas Armadas en una III República española
que apostará decididamente por la Paz.
Algunos contenidos de la III República
Baste por ahora señalar que la III República significa más Democracia,
Regeneración, avance en los derechos sociales y marco para avances
ulteriores. Quienes hoy aquí represento, apostamos convencidamente por
la ya enunciada República democrática, federal, laica, participativa y
solidaria, que preconizando la libre federación, reconozca el derecho de
autodeterminación de los pueblos que conforman el Estado según lo
recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las
Naciones Unidas. Tercera República federal donde esos mismos Derechos
Humanos, en sus tres generaciones (Derechos Políticos, Económicos y
Medioambientales), efectivos y exigibles por Ley, sean el referente de
toda acción de gobierno, y donde funcione una Justicia verdaderamente
independiente del Poder Ejecutivo. Tercera República cuya práctica
política sea la Democracia a todos los niveles y en todos los ámbitos,
con epicentro en una Ciudadanía preparada, informada y consciente de sus
Derechos (y también Deberes) cívicos. Ése es el Ideal por el que
trabajamos.
La cuestión religiosa
Dejo para el final la ineludible cuestión religiosa, mencionada antes
sólo de pasada. Quiero hablar de ello con la noción de causa que,
pienso, me dan mis buenas amistades con cristianos de base —sacerdotes
incluidos— y cristianos y católicos republicanos y aun anticapitalistas.
He prologado algunos de sus escritos y puedo por ello afirmar que lo que
yo aquí ahora digo, lo dicen también ellos públicamente: la III
República debe ser un Estado Laico (no aconfesional: laico) con
separación efectiva entre la Iglesia y el Estado y fin de los
privilegios de la Iglesia Católica en materia de financiación y
Educación, acabando con la utilización de recursos públicos para
promover campañas en contra de las decisiones soberanas del Parlamento,
ya en materia de educación, investigación, avance científico y
prevención de enfermedades, como en contra de los derechos de la mujer
en materias de igualdad y aborto.
El problema religioso no se soluciona metiendo en las aulas públicas
dos, tres, o trescientas religiones más. Así, objetivamente, se
complica. Se soluciona sacando todas —la católica a la cabeza— de la
Educación Pública, y devolviéndolas —me atrevería a decir que
restituyéndolas— al lugar de donde surgieron y donde deben estar: los
templos y los corazones de los creyentes. Ahí tienen todo el derecho a
estar. No en el erario, ni en la Educación, ni en la Política públicas.
Que la religión católica esté —como está de facto en esta Monarquía—
promovida y financiada por el Estado, es sencillamente, no ya
antirrepublicano, sino anticristiano. Anticristiano. Fue el propio Jesús
quien afirmó que su reino “no era de este mundo”. Mal ha seguido su
Ejemplo la Jerarquía católica, olvidando cuanto de liberador e
igualitarista tenía la doctrina original.
Derecho a decidir de la ciudadanía
Termino hablando sobre la Transición. No voy a entrar en detalles ni
juicios. En Transición seguimos hoy día. Cualquiera sea nuestra
valoración de lo sucedido en España entre 1975 y 1982 —y al decir esto
quiero tender, con plena consciencia, una mano a personas que pueden
sumarse al Proceso republicano Constituyente— hemos de admitir, si somos
honestos, que cuestiones fundamentales, por los motivos que fueren, se
hurtaron entonces a la decisión democrática y directa de la ciudadanía.
Cuestiones como el modelo de Estado. Hoy, más de treinta años después,
ya sin “ruido de sables”, y en el siglo XXI e integrados en la Europa
política, esas decisiones, si somos de verdad —como proclamamos—
demócratas, no pueden hurtarse por más tiempo. Hace falta un Referendo
Monarquía-República con todas las garantías. La Ciudadanía tiene Derecho
a decidir, y quien niegue este Derecho, no lo tiene a llamarse
demócrata. Así de fácil. El Pueblo tiene Derecho a tomar la Palabra. Y
eso —Palabra que toma el Pueblo, y Pueblo que toma la Palabra— es la
República
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