Una ministra italiana hace el saludo fascista en un acto oficial. Veinte familias huyen de sus casas en Belfast y se refugian en una Iglesia tras sufrir ataques racistas. Un establecimiento de Mallorca cuelga el cartel de “NO SE PERMITE LA ENTRADA A PERROS Y RUMANOS”. La policía agrede salvajemente a un inmigrante en el aeropuerto de Barajas. Patrullas fascistas tomarán las calles de Italia. No son anécdotas ni hechos aislados, sino la punta de un Iceberg que está a punto de estrellarse contra una vieja Europa que se parece cada vez más a la de hace un siglo.
Durante los últimos años la incubación del monstruo ha pasado casi desapercibida para unas sociedades que, casi sin darse cuenta han asumido comportamientos y formas de pensar que hace pocos años solo eran cosa de fachas trasnochados y cabezas rapadas.
Si estamos ante lo que muchos están pronosticando como el fin del capitalismo, no esperemos que el sistema agonizante intente evitar el auge del fascismo, al contrario, va a necesitar de fuerzas de choque para detener a los trabajadores y trabajadoras. Y es ya sobre los escombros del capitalismo donde se empieza a librar una nueva gran batalla que decidirá el rumbo de Europa.
La particularidad política, económica y social de nuestro país hará que esa batalla coincida con un cambio de régimen. La corrupción institucional y política de España, unida a la decadente Monarquía y a la grave crisis económica nos llevarán a una situación inédita. Por un lado, el gobierno del PSOE caerá en 2012 - si no antes -, víctima de sus propias contradicciones, incapacidades y cobardías. El cada vez más reaccionario Partido Popular accederá al poder impulsado por sus nueve millones de incondicionales nacional-catolicistas, impasibles ante la corrupción, la estupidez y la demagogia, y las organizaciones políticas y sindicales de izquierda correrán el riesgo de entrar en una descomposición dificilmente reversible (si es que no lo están ya algunas). Sólo hay que mirar de reojo a Italia, que siempre ha sido la antesala de lo que pasaría en España.
Será posiblemente en esa situación con la que dentro de pocos años se afronte el rumbo a un cambio de régimen en España. La cuestión republicana será sacada del cajón por los poderes fácticos, puesta encima de la mesa, y se iniciará un proceso político y una batalla ideológica - que también se reflejará en la calle en forma de múltiples conflictos -, y que desembocará en la Tercera República Española. Pero, ¿qué República? ¿Una República solidaria o una República ultra-conservadora? Esa será la batalla. Una batalla en la que deberemos conseguir, no sólo que nuestras organizaciones políticas y sindicales hagan de correa de transmisión para la transformación social (hoy no lo están siendo), sino implicar en esa transformación a las millones de personas que hoy desprecian la política debido la profunda degeneración de ésta, e implicar también a los millones de personas procedentes de otros países, sin papeles, sin derechos, sin nada, en la construcción de una nueva sociedad más justa, más libre, mas solidaria, más fraterna y que aplaste para siempre a la reacción y al fascismo.