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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   


 

Contra la monarquía , por Tercera República

Paco Azanza

UCNR 22 de Junio de 2009

Con la sucesión de varios presidentes que nunca llegaron a controlar la situación, la Primera República fue efímera, ya que nació en febrero de 1873 y finalizó en enero del año siguiente con el golpe de Estado del general Pavía, que propició la restauración de la monarquía borbónica personificada en Alfonso XII, gracias al pronunciamiento previo –Sagunto, 1874- del general Martínez Campos.

Pasó el tiempo. 1898 fue un período de abatimiento para España. Ese año llegó a perder sus dos últimas colonias en América: Cuba y Puerto Rico –también perdió las islas de Filipinas y de Guam-. Los gobernantes españoles prefirieron humillarse ante los Estados Unidos que hacerlo frente a los insurrectos e independentistas cubanos, perdiendo la oportunidad de acabar su injusto dominio con un mínimo de decoro.

Con la llegada del siglo XX, las ideas republicanas volvieron a surgir con fuerza, al tiempo que la Monarquía de Alfonso XIII hacía la guerra en África y, posteriormente, en 1923, se apoyaba en la dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923-1930). Desprestigiado éste último, la única opción válida que quedaba para un cambio verdaderamente efectivo era la República.

Las elecciones municipales se celebraron el 12 de abril de 1931. Como la política del Estado se definía en los municipios, el resultado de las elecciones quedó transformado en plebiscito a favor de la República. Eibar y Barcelona fueron las primeras ciudades en celebrar el triunfo; y en la tarde del 14, ante el Ministerio de la Gobernación, en Madrid, quedó proclamada la Segunda República Española. Alfonso XIII se vio obligado a salir de España, y se instauró el Gobierno Provisional destinado a dirigir los primeros y esperanzadores pasos republicanos.

La proclamación de la Segunda República –conviene recalcar que tras amplia victoria en las urnas- cambió el ánimo de la población española, especialmente el de los sectores más populares. Aquella, que trató de estructurar al país en un sentido progresista, propugnando una renovación social, económica y cultural de la sociedad, fue hostigada desde sus inicios por las clases conservadoras, apoyadas por buena parte del clero y los oficiales monárquicos y conservadores del ejército que, bajo las órdenes del general Francisco Franco Bahamonde, se sublevaron el 17 y 18 de julio de 1936. Así se inició la Guerra Civil española (1936-1939), finalizando ésta el primero de abril de 1939, con el triunfo franquista que reinstauró a la monarquía, tan consentida y protegida en los tiempos actuales por los “paladines de la democracia” del mencionado país; individuos que, por cierto, obvian de interesada manera a Rousseau cuando dijo que “un rey no sólo no proporciona a sus súbditos la subsistencia, sino que [por el contrario] vive a costa de ellos”. Un buen retrato, sin duda, de Juan Carlos I, el rey de España.

Si bien es cierto que finalmente la República fue suprimida por la fuerza, también los conductores de aquella cometieron sus errores. El primer gobierno republicano era muy heterogéneo, con demasiadas tendencias políticas que negaba la imprescindible unidad frente al creciente reagrupamiento de la derecha. Eso hizo que ésta gobernara entre diciembre de 1933 y el 16 de febrero de 1936, frenando las medidas reformistas de la etapa anterior. Posteriormente, las fuerzas políticas de izquierdas consiguieron crear el Frente Popular que les llevó a ganar nuevamente en las urnas. Los partidos con tendencia de izquierda consiguieron 278 escaños; los de derecha 124; y 51 los de centro. Tras el triunfo, entre el 16 de febrero y el 18 de julio de 1936, el Frente Popular se esforzó en restablecer las reformas suprimidas por la derecha, así como en impulsar un mayor avance en las mejoras de la sociedad.

Aparte de la débil unidad en las filas del Gobierno de la República, otro factor de negativa importancia fue que éste no dio de baja de las Fuerzas Armadas españolas a todo el generalato conservador y reaccionario que sirvió a la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Muchos de estos fueron los que luego se alzaron.

En plena guerra, los sublevados contaron con el apoyo injerencista del fascismo internacional representado por Adolfo Hitler, en Alemania, y Benito Mussolini, en Italia. También con la nada desdeñable ventaja de la mal llamada “no intervención” de las potencias occidentales que, obviamente, favorecieron a la reacción interna. Cierto que el bando republicano también contó con la solidaridad de muchos pueblos progresistas, y con decenas de miles de personas que, enroladas en las Brigadas Internacionales, acudieron a combatir al fascismo en defensa de la democracia. Pero el enemigo siempre estuvo en condiciones muy superiores en cuanto a recursos militares y técnicos se refiere. Y en tan adversas circunstancias, la República tuvo que hacer frente a la arremetida de sangre y terror que, tras la victoria golpista del primero de abril de 1939, inició al franquismo.

Dos

Formado e impuesto por Franco, Juan Carlos de Borbón fue pura creación fascista. Pero su mantenimiento actual, 33 años después de la muerte física del dictador, es obra fundamentalmente de la falta de unidad entre las fuerzas de izquierdas. Si así esto no fuera, tan parásito individuo sería historia desde hace ya mucho tiempo.

Con el PSOE como partido no se puede contar para nada, porque hace rato que dejó de ser de izquierda y republicano. La política que practica es netamente neoliberal, y lejos de combatir a la monarquía de buen grado la defiende; aunque, eso sí, cuando las efemérides lo requieren y lo aconsejan acuden al cementerio y colocan flores en la tumba de Pablo Iglesias. El rey vive cómodo con el PSOE en el poder; más incluso que con el PP. Mantiene los mismos privilegios, si no los ve aumentados, y además goza de la “credibilidad democrática” que le otorga el reinar con un partido “progresista” en el gobierno.

Sin embargo, existen otras fuerzas que por dispersas carecen de la efectividad necesaria, pero debidamente unificadas para la lucha en común pueden contribuir a crear al verdadero sepulturero que de manera definitiva acabe enterrando a la monarquía y al capitalismo que la sustenta.

Se cumplieron 78 años de la proclamación de la Segunda República. Estarán bien todos los recuerdos y todas las celebraciones que se produzcan. Pero se debe procurar dar pasos más concretos y efectivos encaminados a que un día no muy lejano el Estado español vuelva a ser mayoritariamente rojo y republicano. El enemigo a batir es demasiado poderoso como para enfrentarlo sin preparación previa y adecuada. De modo que la unidad de todos los revolucionarios se hace hoy más imprescindible que nunca. Sólo desde la unidad se podrá afrontar el “asalto” con ciertas garantías de victoria. De lo contrario se corre el riesgo de que cada 14 de abril se convierta únicamente en pura y resignada fiesta folclórica.

Porque se puede y se debe cambiar el curso de la historia, ¡salud y a por la Tercera República!

 

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