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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   


 

Soy del Quinto Regimiento 

Juan Modesto Guilloto León
(España, 1906 - Checoslovaquia, 1969)

 La Insignia: J.G.

Juan Modesto

Juan Guilloto León, Juan Modesto, nació el 24 de septiembre de 1906 «en una de las pequeñas ciudades marineras más bellas de la tierra», como afirmó, con justicia, en Estampas de mi infancia: el Puerto de Santa María, en Cádiz. «Hijo y nieto de obreros por los cuatro costados», se afilió al Partido Comunista de España en 1930. Tres años después fue nombrado responsable nacional de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC), antecedente del Quinto Regimiento y del propio Ejército Popular de la República. Cuando terminó la guerra, era el único militar de origen miliciano que había alcanzado el grado de general.

Jarama, Guadalajara, Belchite, Teruel, Brunete. Del asalto al Cuartel de la Montaña a la comandancia del mítico batallón «Thaelman»; desde la sierra de Guadarrama al mando del V Cuerpo del Ejército en la batalla del Ebro. Juan Guilloto León, comunista y español hasta el fin de sus días, murió en Praga el 19 de abril de 1969 tras haberse opuesto a la entrada de los tanques soviéticos en Checoslovaquia.


Mañana dejo mi casa,
dejo los bueyes y el pueblo.
-¡Salud! ¿A dónde vas, dime?
-Voy al Quinto Regimiento.

Caminar sin agua, a pie,
monte arriba, campo abierto.
Voces de gloria y triunfo,
-¡Soy del Quinto Regimiento!

-Rafael Alberti, 1936-

(...) Después de la subida de Hitler al poder, en 1933, sostenidos por el nazismo y el fascismo, de quienes recibían armas, dinero y la promesa de ayuda total para instaurar en España un régimen fascista, los generales y políticos españoles más reaccionarios iban tejiendo la trama de la sublevación.

En los planes de las dos potencias fascistas, España era la primera carta de la Segunda Guerra Mundial.

Para Alemania sería, además, el polígono de prueba de su armamento y campo de entrenamiento de millares de cuadros militares. Sería también fuente de materias primas, de las que estaban muy necesitados.

Durante el bienio negro, los nazis organizaron entre los alemanes residentes su propio partido, que contaba con más de cincuenta secciones en España. De hecho, ya había comenzado la intervención germano-italiana. Sus embajadas y consulados se encargaban del transporte de armas en la valija diplomática; eran verdaderos focos subversivos. Portugal, donde conspiraba Sanjurjo, también lo era.

El 16 de febrero de 1936, el triunfo del Frente Popular representó el fracaso del intento de instaurar el fascismo por vía Legal. La CEDA (Gil Robles) se ofreció a los generales (1). Anteriormente lo habían hecho Renovación Española (Calvo Sotelo y Goicoechea) y la Comunión Tradicionalista (Lizárraga, Olázaga, Rodezno y Fal Conde). Luego lo haría la Falange (Primo de Rivera). Ante el triunfo de las izquierdas, Franco, que era jefe del Estado Mayor Central, gestionó, en nombre de la reacción, cerca de Portela Valladares y de los generales Castelló y Sebastián Pozas, ministro de la Guerra y director general de la Guardia civil respectivamente, la proclamación del estado de guerra, para que el Ejército tomara el poder.

El factor decisivo que hizo abortar estos propósitos golpistas en febrero fueron las poderosas manifestaciones populares organizadas por las fuerzas democráticas en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, Asturias y muchos otros lugares del país, bajo el signo de "Amnistía" y "Gobierno del Frente Popular".

Al fallarles el golpe de Estado de febrero, los partidos derrotados, instrumentos políticos de la gran Banca, la gran burguesía industrial y comercial y los terratenientes, pusieron rumbo a la sublevación. Dichos partidos centraron su actividad en la desorganización de la economía, que iba desde la evasión de capitales hasta el cierre de fábricas y la negativa a la explotación de la tierra. Al mismo tiempo utilizaban el Parlamento, los grandes medios de propaganda que poseían y el pistolerismo para crear el clima de guerra civil, poniendo todo lo que eran y lo que representaban en manos de los generales facciosos que estaban organizando el alzamiento.

Ya estaba creada la Junta Militar. La formaban, con José Sanjurjo -emigrado en Estoril-, los generales Emilio Mola, Manuel Goded, Francisco Franco, Andrés Saliquet, Miguel Ponte, Luis Orgaz, Joaquín Fanjul y Enrique Varela. El último ostentaba la representación de Sanjurjo hasta que, desplazado de Madrid, lo sustituyó Mola. La mayoría de los generales mencionados se reunieron un día del mes de marzo en la casa del diputado monárquico José Delgado. Entre otros acuerdos se fijo la sublevación para el 19 de abril. También se fijaron tres cabezas de desembarco en Cádiz, Algeciras y Málaga para las tropas de Marruecos. Sus organizadores enfocaron el golpe previsto para el 19 de abril sobre la base de "dominar Madrid", para desde allí conseguir la adhesión del resto de España. Varela ocuparía el Ministerio de la Guerra; Orgaz, Capitanía, y el almirante Carranza, el Ministerio de Marina (2).

Pero las medidas del Gobierno eran a todas luces insuficientes y hasta improcedentes. En vez de suspender de empleo a una docena de esos mandos, depurando el Ejército de reaccionarios, lo que hicieron fue destituir del mando de la flota al almirante Juan Cervera y enviar residenciados al general Varela a Cádiz y al general Orgaz a Canarias.

Otras medidas, que parecían concebidas para acercar los mandos más comprometidos a las bases de partida de sublevación, consistieron en designar a Franco capitán general de las islas Canarias y enviar a Mola a Navarra, dando a los diez mil carlistas, desde hacía tiempo organizados en Requeté, un jefe a su medida.

López Pinto, jefe de la base naval y gobernador militar de Cartagena, fue destituido por desafecto, pero enviado de gobernador militar a la plaza y provincia de Cádiz. Al jefe del Segundo Regimiento de Artillería de Costa, coronel Bartolomé Feliú, se le destituyó por desafecto para nombrarle jefe de artillería de las islas Baleares. Y el Gobierno, obsesionado por el auge del movimiento popular, adoptó una medida tan torpe como la orden de que toda la producción bélica fuera concentrada en Valladolid, única ciudad donde existía un foco fascista de cierta importancia.

La UME y la UMRA

En el seno de las Fuerzas Armadas, el enfrentamiento democracia-fascismo se manifestaba de múltiples formas, hasta llegar a niveles de organización de reaccionarios y demócratas en la llamada Unión Militar Española (UME), de signo reaccionario, y en la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), de signo democrático.

La UME, creada en 1932, organizadora de la sublevación de Sanjurjo el 10 de agosto del mismo año, era utilizada por los generales como instrumento preparatorio de la sublevación militar. El gran desarrollo de la UME se produjo a partir de 1934-35, cuando Gil Robles era ministro del Ejército y nombró a Franco jefe del Estado Mayor Central.

En realidad, la UME era una verdadera organización polítida de los cuadros de mando del Ejército, el partido político de los generales, que actuaba en el seno de las Fuerzas Armadas con verdadera impunidad, ya que en las guarniciones, en las comandancias militares y capitanías generales, en los Estados Mayores y escuelas militares, disponíasn, en la mayoría de los casos, de los puesto clave, incluidos los máximos. Cuando no era así, ignoraban a sus jefes jerárquicos, a los que hacían el vacío, engañaban y se aprestaban a inmolar. No en balde se inspiraban en la frase de Mola: "No admitimos neutrales", con la que se fraguaba el premeditado, frío y cruel asesinato de los jefes y oficiales no comprometidos con el alzamiento militar.

Pero la UME era también un apéndice del nazismo en España. Las susodichas cincuenta secciones del partido nazi, creadas durante el bienio negro, se confundían con ella. La sección local de Barcelona se movilizó el 18 de julio, pero la derrota de los sublevados la dispersó y sus jefes se dieron a la fuga. En los demás lugares de España se incorporaron a la sublevación.

En el mes de marzo de 1936, la UME lanzó dos circulares, en las que alentaba a sus afiliados, después del intento fracasado de golpe de Estado de febrero, para el golpe del 19 de abril, que tampoco se pudo dar.

La actividad conspiradora de la UME se completaba con la realización de atentados contra los militares leales después de las elecciones de febrero. La UME confeccionó listas en todas las guarniciones para asesinar a militares republicanos. En Madrid fue gravemente herido el comandante Jiménez Canito; en Barcelona, atentaron con bombas de reglamento "Laffite" contra el coronel Moracho.

Para contrarrestar a la UME, a finales de 1934, un grupo de oficiales de signo genérico republicano se reunió en Madrid, en la casa del capitán médico Palacio. Los llevaba allí la voluntad de hacer frente a la política de fastistización del Ejército de la República.

Los interrogantes que traían los reunidos eran: ¿Por dónde empezar? ¿Qué organización crear? ¿Qué fines debía tener la organización?

Decidieron crear la Unión Militar Antifascista (UMA). Como fines de la organización fijaron: contrarrestar la actividad de la UME; prestar ayuda de todo género a los compañeros presos; unir a los militares republicanos para que los gobernantes tuvieran un instrumento contra la reacción.

Además, acordaron publicar un manifiesto, que allí mismo redactó el teniente coronel Carratalá, dirigido "a todos los compañeros antifascistas, sin distinción de ideas políticas", basándose en que "cada militar, cualquiera que sea el partido al que pertenezca, debe trabajar en el seno de una organización militar, como defensor de la República en peligro, contra el fascismo amenazante".

(…) Vencido el año 1935, se fusionaron la Unión Militar Antifascista, de iniciativa comunista, y la Unión Militar Republicana, de iniciativa socialista, respondiendo al impulso unitario que se desarrollaba en todo el país, lo que dio origen a la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA). (…)

Juan Modesto y Enrique Líster

Antesala del 18 de julio

Al ser designado Azaña presidente de la República el 10 de mayo de 1936, la jefatura del Gobierno pasó el día 12 a Casares Quiroga, que siguió manteniendo en sus manos la cartera de Guerra.

En este periodo, antesala del 18 de julio, se mascaba el clima de guerra civil. Los cuartos de banderas eran focos de subversión. La UME dio la directiva a todos sus afiliados de no aceptar los permisos de verano. Las continuas advertencias de los oficiales y jefes leales, en muchos casos postergados y perseguidos por sus "compañeros", eran desoídas por el Gobierno. Igual suerte corrían las denuncias hechas en las Cortes por los diputados de izquierda sobre los preparativos de la sublevación, más señaladamente las que con pruebas irrefutables hacían José Diaz y Dolores Ibarruri en nombre del Partido Comunista. Los pistoleros fascistas seguían sus crímenes. Orientados por la UME, asesinaron en Madrid, el 9 de mayo, al capitán Faraudo; y el 12 de julio, al teniente José Castillo.

El indefensismo en el que se encontraban los militares demócratas por parte del Gobierno, excitó su indignación. La lenidad de aquél les hizo reaccionar con particular brío, desarrollándose en un núcleo importante de ellos la tendencia a actuar por su cuenta.

Al día siguiente del asesinato del teniente Castillo, promovimos una reunión a la que asistieron los dirigentes de las células del partido del Segundo Grupo de Asalto (Ministerio de la Gobernación), del Ministerio de la Guerra, del Ministerio de Marina y del Batallón Presidencial, reunión que se celebró en el domicilio del teniente coronel José Barceló, sito en la calle Vallehermoso (3). A esta reunión asistió, en vísperas de incorporarse a su destino en África, el capitán de aviación Leret, uno de nuestros camaradas militares más lúcidos, asesinado por los militares franquistas el 18 de julio en la base de hidros de Atalayón.

En esta reunión de particular tensión, los camaradas Barceló, ayudante de Casares Quiroga y jefe del batallón del Ministerio de la Guerra; Enciso, jefe del Batallón Presidencial; Burillo, del Grupo de Asalto, y la célula del Ministerio de la Marina expresaron su indignación por los crímenes de los militares fascistas y la necesidad de extremar la vigilancia para salvar a la República en peligro. En aquella reunión se trazó la línea de conducta a seguir con vistas a que no pudieran sorprendernos los acontecimientos en los ministerios y en las unidades.

En este periodo, en nombre del partido, yo estaba relacionado con el coronel Rodrigo Gil Ruiz, jefe del Parque de Artillería de Madrid, socialista. En vísperas de la sublevación y ante la eventualidad de que los fascistas intentaran apoderarse de las armas del Parque y se produjera un golpe fascista, fijamos ambos la consigna "Modesto" para la entrega de las armas a las MAOC (4).


Notas

(1) Confederación Española de Derechas Autónomas.
(2) Páginas 66 a 68 del libro del general F.J. Mariños.
(3) Madrid.
(4) Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas.

Julio de 1936

La sublevación militar fascista la inició el día 17 el Ejército de Marruecos, donde abarcó a las cuatro comandancias, más las regiones militares y la guarnición de las Islas Canarias. En las primeras horas de la tarde del día 18 se sublevó la guarnición de Cádiz, a la que había llegado la 5ª Bandera del Tercio y un Tabor de Regulares de las tropas de África a bordo del transporte «Ciudad de Cádiz» y del destructor «Churruca».

La noticia fue conocida en Madrid y en otras partes no por conducto oficial, sino a través de los mil hilos por los que las grandes tragedias llegan al pueblo, el cual reaccionó con particular brío.

Sólo el 18 de julio, en Nota Oficiosa del Ministerio de la Gobernación, radiada a las 8.30, el Gobierno decía al país:

«El Gobierno se complace en manifestar que varios grupos de elementos leales resisten frente a la sedición en las plazas del Protectorado, defendiendo con su prestigio la autoridad de la República…

»En este momento, las fuerzas de Aire, Mar y Tierra, salvo la excepción señalada, permanecen fieles en el cumplimiento del deber y se dirigen contra los sediciosos…

»El gobierno de la República domina la situación.»

Ocurría, por cierto, todo lo contrario. El 18, el clima subversivo existente era manifiesto en todas las guarniciones del Ejército de Tierra de la Península; en muchas de ellas, la sublevación era un hecho consumado.

Pero las fuerzas políticas obreras del Frente Popular tenían conciencia clara de la situación y la expresaron llamando al pueblo a la defensa de la República. Cuando el pueblo en la calle, en poderosas manifestaciones, pedía «armas», el Gobierno respondía esta vez en una Nota Oficial, radiada a las 15.15: «…el mejor concurso que se puede prestar es garantizar la normalidad de la vida ciudadana para dar un ejemplo de serenidad y confianza en los resortes del poder.»

Hacia aquellas horas, los «resortes del poder» habían saltado en todas partes o estaban a punto de saltar. Las ocho regiones militares, la comandancia exenta de Asturias y las de Baleares siguieron el camino de las fuerzas armadas de Marruecos y Canarias el día 17. El hecho consumado, saliendo a la calle y proclamando el estado de guerra, dependió en cada sitio de diversos factores. El principal que actuaba en beneficio de los sublevados era el empecinamiento del Gobierno en no querer ver la trágica realidad en toda su crudeza. Sus llamamientos al apaciguamiento tenían un eco unilateral y conducían a contener la réplica popular y adormecer su vigilancia. Donde ocurrió así, triunfó la sublevación militar.

Es notoria la actitud facciosa de la Flota de Guerra, que había comenzado el transporte de tropas de Marruecos hasta que los marinos y clases, con el apoyo de la oficialidad de los cuerpos auxiliares de la Armada –alma y motor de los barcos- sometieron a los mandos sublevados y ganaron para la República cuarenta y seis unidades de las cincuenta y tres que la componían.

De las fuerzas del Aire, con la excepción de los aeródromos de Logroño y Burgos, dominados por los oficiales fascistas con ayuda de las guarniciones, todos los demás y las bases de hidros se proclamaron al lado de la República.

Las fuerzas obreras, representadas por los partidos comunista y socialista, que actuaban de acuerdo, reclamaron la formación de un gobierno de Frente Popular dispuesto a aplastar la sublevación. A esta exigencia, el presidente de la República, Manuel Azaña, opuso la formación de un gobierno presidido por Martínez Barrio, presidente de las Cortes, que rompía el marco del Frente Popular. Igualmente fue rechazada la proposición de armar a las MAOC.

La noche del 19 al 20 de julio transcurrió bajo el signo de la lucha popular contra el gobierno de Martínez Barrio. Éste y el general Miaja telefonearon a Mola, a quien hicieron proposiciones, que Mola rechazó.

El pueblo, lanzado a la calle en Madrid, Barcelona y otras ciudades, enarbolando como consignas de lucha «Abajo Martínez Barrio», «Abajo los traidores» y «Armas», destrozó de un manotazo aquel gobierno de capitulación.

La formación del nuevo gobierno fue encomendada al doctor José Giral.

Los días de julio en Madrid

Conocido el ambiente en los cuarteles y en los medios reaccionarios, que anunciaban la inminencia de la sublevación militar fascista, a partir del 16 de julio las MAOC de los distintos distritos de Madrid fueron alertadas y concentradas en los que consideramos puntos clave para responder rápidamente a los facciosos en el terreno y lugar donde fuera necesario. En la comarca de Villalba se concentraron el día 17. Cada distrito de las MAOC conocía su misión. Gozaban de la mayor iniciativa y eran estimuladas constantemente para que la desplegaran al máximo.

Aquella jornada y la de los días 17, 18, 19 y 20 de julio las pasamos en plena dedicación a la liquidación del movimiento faccioso en Madrid y en las guarniciones de su periferia. Desbordante actividad realizaron las MAOC bajo la dirección inmediata y en ligazón con el Comité Central y el Comité de Madrid del Partido Comunista, bajo cuyas directivas actuábamos.

Nos habíamos instalado en la calle Piamonte con los dirigentes de las MAOC en la capital Agustín Lafuente y Juan Fernandez (Juanito), caído el 21 de julio al frente de los milicianos en el asalto a las posiciones enemigas en Somosierra; Manuel Plaza, caído en la batalla del Jarama, en su orilla derecha, ante el puente de Titulcia, mandando el 4º batallón de la «18 Brigada Mixta»; Julio Zalamea, caído en la defensa de Madrid al mando de un batallón de la 3ª Brigada en los combates de la Casa de Campo en el mes de enero; y Manuel Díaz del Valle («el Tendero»), quien después de una actuación heróica en la Segunda Guerra Mundial hasta la liberación, combate que prosiguió en España hasta 1951, murió en Varsovia con el nombre de Manuel Arana. Estábamos al corriente de lo que ocurría en la ciudad a través de las MAOC de los distritos con los que teníamos enlace permanente.

El día 18, y más ampliamente el 19, bandas de pistoleros fascistas, desde los edificios y las mansiones señoriales, bancos, iglesias, grandes hoteles y en el centro de la ciudad, que dominaban sus arterias principales, comenzaron a sembrar la muerte con el propósito de dominar el casco de la ciudad y facilitar la salida de los militares a las calles; pero, como es bien sabido, los acontecimientos siguieron otros derroteros.

En lo que se refiere a las organizaciones del partido en las instituiciones de Orden Público y en las unidades militares, desempeñaron el papel que les correspondía. Los comunistas, unidos a sus camaradas socialistas y republicanos, o simplemente a núcleos de militares patriotas que hicieron honor a su juramento de soldados de España, tomaron la iniciativa político-militar en los ministerios de la Guerra, Gobernación, Marina y en las unidades militares donde pudieron hacerlo, y desde aquellas posiciones, ganadas para la República a los militares facciosos, hicieron abortar la sublevación. (…)

Madrid en el plan de la sublevación

Después de los primeros choques y movimientos de fuerzas realizados por los facciosos o los leales, que llevaron a la división del país en dos zonas, aquéllos pasaron a la defensiva en el sector oriental, realizando acciones de importancia local en Guipúzcoa, a fin de ocupar la frontera con Francia, y en Andalucía occidental, para asegurar una amplia zona de concentración y despliegue de las fuerzas de África, centrando sus esfuerzos ininterrumpidos en la conquista de Madrid.

Ello se debía a que Madrid era considerado, con razón, el centro vital de la República y de la España popular. Concurrían en él las circunstancias de su capitalidad, de ser el centro dirigente nacional del movimiento popular y el principal nudo de comunicaciones de la Península.

A conquistar Madrid, pues, subordinaron sus planes operativos y dedicaron las fuerzas más selectas de que disponían: españolas, marroquíes, tercio, italianas, alemanas, portuguesas y una brigada irlandesa, así como sus mejores medios de combate, de procedencia, como es notorio, alemana e italiana principalmente.

Nueve meses duraron en el tiempo la lucha y los combates directos por Madrid, combates que comenzaron en las sierras de Guadarrama y de Gredos del Sistema Central, siguieron en el curso medio del río Tajo, continuaron en los valles del Jarama y del Manzanares, para terminar en la sierra de la Alcarria, al oeste del alto Tajo.

En su desarrollo podemos dividirlos en cinco periodos operativos:

1.º Se ensambla con los choques armados de julio y se prolonga hasta septiembre. Se caracteriza por la contención del enemigo en los pasos de la Sierra del Guadarrama por las primeras unidades milicianas de las columnas enviadas sobre Madrid.

2.º Engloba los combates de septiembre-octubre en el valle del Tajo. En su dinámica, las tropas de choque de la sublevación, y de los intervencionistas extranjeros, alcanzan las puertas de Madrid.

3.º Comprende las acciones de noviembre de 1936 y enero de 1937, en las que fracasan los ataques frontales y las maniobras de cortos vuelos tendentes al cerco de la plaza.

4.º Operación del Jarama, en el mes de febrero de 1937, dirigida al aislamiento de la capital.

5.º Batalla de Guadalajara, cuya importancia político-militar y estratégica estriba en la derrota del Cuerpo italiano, cuando se proponía el cerco y la conquista de Madrid por Guadalajara y la destrucción del Ejército Popular del Centro.

No obstante dicha división en periodos, la gran batalla de Madrid es un conjunto único de pequeñas, medianas y grandes acciones que se desarrollan escalonadamente en el tiempo y en el espacio comprendido desde los pasos de Soria, en dirección a Guadalajara, hasta el curso medio del Tajo en Talavera. Hay que partir de esto para apreciar las verdaderas dimensiones de la lucha en torno a Madrid, no tanto en lo que concierne al esfuerzo de los ocupados para ocuparlo, como a la resistencia de los leales para defenderlo. (…)


Justificar lo injustificable

Tras la derrota de la sedición en Madrid y en las provincias de Guadalajara y Toledo, se conoció que sobre la capital venían varias columnas procedentes del norte. Para hacer frente a la amenaza que representaba, salieron a su encuentro, con la misión de contenerlas en la Sierra, varias formaciones milicianas organizadas por el Quinto Regimiento, la Casa del Pueblo y otras entidades obreras y juveniles de signo diverso, dando origen a los combates de julio-agosto en la Sierra.

Dichos combates se desarrollaron por el dominio de los puertos de la Sierra del Guadarrama, tramo medio de la barrera montañosa del Sistema Central que separa ambas Castillas, por donde transcurren varias direcciones convergentes en Madrid. (…)

Como responsable de la organización de las milicias, participé en la organización y gestioné el armamento de las dos primeras columnas que se formaron en el Quinto Regimiento, y que en la tarde del 21 salieron para Somosierra y Villalba, incorporándome a esta última. Al frente de ella íbamos el camarada Félix Bárzana, maestro nacional, miembro del Comité Provincial de Madrid del Partido Comunista, y yo como responsable militar.

A la anochecida llegamos a Villalba, donde encontramos fuerzas de Ingenieros, al mando del coronel Castillo, y del 2º Grupo de Asalto, al mando del teniente coronel Burillo, así como otros jefes y oficiales de Madrid y milicianos de aquella comarca. Se enviaron patrullas de reconocimiento a los puertos de Guadarrama y Navacerrada. Los fascistas que ocupaban Guadarrama, lo abandonaron. En Navacerrada se combatía. (…)

Al amanecer del día 22 subimos al Puerto de Navacerrada, recuperando a un grupo de campesinos y leñadores de dicha localidad, dirigidos por Villanueva «el Tuerto» que se habían batido con el enemigo. Este se encontraba sitiado en el gran mirador que se alza en la divisoria de aguas del espinazo de la Sierra, límite de las provincias de Madrid y Segovia, llamado Dos Castillas. Tomamos un cañón del 7,5 allí emplazado y nos lanzamos adelante, bajando hacía Balsaín y La Granja. Lo montañoso del terreno, cubierto además por el gran pinar de Balsaín, subordinaba todo movimiento serio a la carretera. Los obstáculos naturales, reforzados con barreras de pinos, nos obligaron a perder el tiempo en su desmonte.

El capitán José Fontán, con un pelotón de guardias de asalto, y yo, con un grupo de comunistas, íbamos en vanguardia. Por mucho que nos esforzamos, no volvimos a tomar contacto con el enemigo. Pero le impedimos retirar su artillería, apoderándonos de otros siete cañones del 7,5 emplazados sobre la carretera, en los lazos finales de las Siete Revueltas.

Llegamos al pueblo de Balsaín y estando preparado el asalto a la Granja, ocupada por la Guardia Civil, me alzanzó Bárzana, que me comunicó la orden del teniente coronel Burillo: «Volver hacia Dos Castillas, donde hay movimiento del enemigo. Y la cuestión se plantea así: A ver quién llega antes al alto.» Pero Bárzana me dijo una cosa más, verdaderamente indignante:

-Mira lo que ha pasado. Algunos han entrado en los establecimientos y han arramblado con todo lo que han podido..
-¡No es posible! –le dije.
-Sí. Los del Asalto están indignados.
-Bueno –le respondí-, vete con ellos. De lo demás me encargo yo. Por cierto, di al primer camión que no se mueva hasta que yo se lo diga.

Y agregué:

-Burillo y los otros me conocen. Diles que tengan confianza.

Llegado a Balsaín se me cayó el alma a los pies. Pero ya estaba tomada mi decisión.

Empecé a revisar los camiones desde el último hasta el primero. Todo lo que había sido cogido de las tiendas de comestibles fue devuelto. Sólo un caso me exigió ser severo. Lo demás eran chiquilladas. Pero sumamente dañinas.

A uno de los muchachos, Valeriano Hermosa, un verdadero crío, le vi con un jamón casi mayor que él. Le pregunté como a todos:

-¿Quién te ha dado eso?
Se turbó y se puso rojo como una amapola. Y me respondió:
-Yo nunca he comido jamón. ¡Tengo tantas ganas…!
-¡A dejarlo en su sitio!

Dejó el jamón sin rechistar y se quedó firme. ¡Pobre Valeriano! Detrás del hombre había un héroe. Voluntario desde el primer día de la sublevación, combatió en todos los frentes hasta febrero de 1939, fecha en que evacuó con el Ejército a Francia, donde hizo también toda la guerra y la resistencia contra el hitlerismo, siendo deportado en 1951 a Argelia. Acogido en Polonia como emigrado político, se hizo perito en Varsovia, donde ha muerto. Desde que vieron la escena, los vecinos de Balsaín comenzaron a congregarse en torno nuestro. Más de un centenar de personas asistían al espectáculo. Y yo tenía que justificar lo injustificable.

Me serví del ejemplo de Valeriano como caso más convincente y al devolverles lo que era suyo, pedí perdón a los vecinos de Balsaín. Me lo concedieron con esa generosidad que sólo es patrimonio del pueblo.

-Por favor, haceos cargo de esto y devolvédselo a sus dueños.
-Vete tranquilo, muchacho –me dijeron dos personas mayores-. Somos de los vuestros. ¡Estamos con la República!
-Muchas gracias y perdón otra vez.

Y salimos para Dos Castillas.

La sierra de Madrid

 

En los días siguientes [de julio] prosiguieron las acciones combativas a iniciativa alterna, nuestra y de los sublevados, en los puertos de Somosierra y Guadarrama, mientras que en Navacerrada el enemigo pasó a la defensiva. Aquí la iniciativa se mantenía en manos republicanas, traduciéndose en acciones diversionistas de corto alcance en la retaguardia enemiga. Se realizó un intenso esfuerzo de organización, y la unidad miliciana que yo mandaba, a la que afluyeron centenares de campesinos de Balsaín, La Granja y otros pueblos segovianos, se transformó, a últimos de julio, en el primer batallón de Milicias y ya una auténtica unidad militar, aun con las deficiencias propias de la situación existente. En una reunión de la unidad fui confirmado jefe del batallón por mis compañeros, y el teniente coronel Burillo, jefe de la columna, me puso la estrella de comandante. En dicha reunión se acordó por unanimidad dar a nuestra unidad el nombre de «Thaelmann», en homenaje al gran dirigente comunista alemán prisionero del fascismo hitleriano, que acabó asesinándole. (…)

En Guadarrama, las jornadas del cinco al dieciséis de agosto tuvieron particular virulencia. Por el enemigo participó casi una división, compuesta de cuatro batallones de infantería, dos de falangistas y uno de requetés, dos compañías del Regimiento de Transmisiones, dos compañias de la Guardia Civil, un batallón de ametralladoras y un escuadrón de sables del Regimiento Farnesio, apoyados por la 1ª, 2ª y 4ª baterías del Regimiento número 13, una batería de 75 mm y la 2ª batería del Cuarto Regimiento de artillería pesada, al mando del general Ponte de Zúñiga. Asumieron la defensa distintas formaciones milicianas del Quinto Regimiento, de la Juventud Socialista Unificada (JSU) y de las fuerzas de Navacerrada, dos compañías de Asalto y otras dos del «Thaelmann», estas cuatro últimas trasladadas el día cinco de Navacerrada, entrando en combate el día seis.

El ataque enemigo, en cuyo inicio anunció Mola la toma de Madrid para el día 15, fue muy violento. Pero la defensa republicana fue igual de firme. El día 10 alcanzaron los combates su nivel más alto. En aquella jornada fui herido por primera vez, el mismo día que cayó el heroico capitán José Fontán. Hoy, al escribir su nombre, le recuerdo en su sencillez y grandeza humana, en su calidad de comunista, de combatiente, de quien tanto aprendimos sus camaradas en la Sierra. (…)

En Peguerinos se produjo, en los últimos días de agosto, un esfuerzo ofensivo en el que participaron fuerzas marroquíes del ejército de África. En su inicio, el día 30, lograron la ocupación de Peguerinos, creándose una situación de sobresalto, ya que la brecha abierta amenazaba de revés a las defensas del sector del Guadarrama y, en su desarrollo, podía conducir a una ruptura de mayor alcance.

Para hacer frente a la situación creada fueron enviadas al lugar de la ruptura algunas unidades próximas, y con parte de las fuerzas de Navacerrada, se organizó una columna ligera sin impedimento, compuesta por dos compañías y una sección de carabineros del «Thaelmann» bajo mi mando, y una compañía de Asalto mandada por el capitán Cuevas (…). Tomamos rumbo al pueblo por la misma dirección del ataque enemigo, llevando desplegadas las fuerzas como sigue: la compañía de Asalto, a la izquierda de la carretera, y las compañías del «Thaelmann», a caballo de la carretera y a su derecha. El único armamento de nuestras fuerzas era el fusil y media dotación de cartuchos.

Los combatientes del «Thaelmann», protegiendo su avance con los paredones de piedra que abundan en aquel terreno, se abalanzaron sobre el pueblo, salvando el fuego de las ametralladoras enemigas y alcanzando sin bajas sus accesos. A la entrada fuimos detenidos, a la altura de la fuente, por una nueva barrera de fuego de ametralladoras y un grupo de moros emboscados bajo el puentecillo próximo a la entrada y en otros lugares a cubierto, con gran provisión de bombas de mano.

El fuego de ametralladoras del enemigo fue silenciado empleando contra ellas la sección de carabineros del «Thaelmann», con fuego por salvas. Al mismo tiempo, una escuadra de milicianos, mandada por Francisco Carro Rozas y compuesta por Domingo, Francisco Gijón y Eduardo Ruíz, dio un rodeo enfilando el ojo del puente, puso fuera de combate a una parte del grupo enemigo que en él se guarecía y neutralizó a otra parte de sus componentes, que fueron hechos prisioneros. A seguido irrumpimos en el pueblo, coronando nuestro objetivo y aniquilando a las fuerzas enemigas que se encontraban en él y ofrecieron resistencia.

En esta acción cogimos los primeros prisioneros marroquíes, pertenecientes al Primer Tabor del 4º Grupo de Regulares Indígenas de Larache. Nos apoderamos del banderín del Tabor, de varias ametralladoras Hochkis y morteros, los primeros que tuvo el «Thaelmann». Liberado Peguerinos, se lo entregamos al batallón Octubre, cuyo comandante, Etelvino Vega, se hizo cargo de la población hacia la media noche. Nosotros, los de Navacerrada, retornamos a nuestro sector de la sierra.


Algunas enseñanzas de los combates en la sierra

En los combates del Guadarrama, las mejores unidades peninsulares de los sublevados fueron detenidas por los combatientes madrileños, que destruyeron los planes iniciales fascistas de ocupar Madrid.

Este éxito de las formaciones milicianas y de núcleos de fuerzas y mandos leales es tanto más meritorio cuanto que fue alcanzado en condiciones de inferioridad de organización militar, en el sentido más amplio del término.(…)

Los combates de la Sierra fueron una gran escuela para los combatientes y, naturalmente, también para mí. Más en ellos se puso de manifiesto que «el heroísmo no es suficiente para ganar la guerra. Hace falta completarlo con la disciplina más férrea y la organización más perfecta» (Páginas 66, 67 y 68 del libro del general F. J. Mariños).

Para obtener la victoria había que:

-organizar un Ejército regular y asegurar su abastecimiento con el material de guerra correspondiente;
-organizar potentes reservas y asegurar su preparación combativa;
-preparar cuadros de mando dotados del conocimiento mínimo indispensable;
-crear el comisariado de guerra para elevar al máximo las cualidades político-morales de los combatientes sobre la base del desarrollo de su conciencia democrática, como decía el Partido Comunista de España.

El Gobierno, los compañeros socialistas y las demás fuerzas políticas del Frente Popular mantenían opiniones diferentes. El curso de la guerra les hizo corregir aquella actitud.

El Partido Comunista fue el primero que inició la difícil tarea de organización del Ejército, creando el Quinto Regimiento no como milicias estrechas de partido, sino como una gran unidad de combate del Frente Popular.

El Quinto Regimiento, sus compañías y batallones fueron, por su organización, disciplina y esfuerzo, un ejemplo en los combates de la Sierra. Aquellas características suyas en los primeros meses de la guerra hicieron del Quinto Regimiento y de los comunistas, que eran sus iniciadores, un ejemplo y un modelo de capacidad combativa y de heroísmo.

Cambios en la situación estratégica
Badajoz, 1936 (*)

A comienzos de septiembre, el ejército faccioso de África alcanzó el valle del Tajo. Los antecedentes del avance enemigo se encuentran en el paso del Ejército de Marruecos a la Península. Este paso hizo posible la intervención nazi-fascista. A partir del 22 de julio, empezaron a llegar a Tetuán los primeros aviones de las dos potencias. Italia se instaló en Mallorca con sus fuerzas aéreas y navales. En el Ministerio del Aire de Berlín, el 26 de julio, se creo el Sonderstab (Estado Mayor especial) como «organismo central de toda la ayuda en hombres y material a la España nacionalista».

La aviación germano-italiana transportó a Sevilla las vanguardias enemigas. Eso permitió a los sediciosos consolidar su situación en el suroeste andaluz, donde el 29 de julio ocuparon Huelva, aunque la heroica resistencia de los mineros de Ríotinto duró más tiempo.

Más tarde, la Marina de Guerra hitleriana entraría en juego protegiendo el paso de fuerzas más sustanciales, paso que se verificó el 5 de agosto. El acorazado Deutschland, con otras unidades menores, que entró en Ceuta el 1 de agosto, lo protegió.

Desde el aire lo hizo la aviación italiana, como lo demuestran dos episodios singulares: en el primero, atacó al destructor republicano Lepanto, que a levante del Estrecho, frente a Ceuta, montaba la vigilancia. Aunque el navío no sufrió pérdidas de gran consideración, se retiró a evacuar a sus muertos y heridos a Gibraltar, comunicando a su gemelo, el Alcalá Galiano, que a poniente vigilaba el paso rumbo a Cádiz, quedando libre el Estrecho. Cuando el Alcalá Galiano fue a ocupar el puesto del Lepanto, ya el convoy estaba a la vista de Algeciras. La nave republicana quiso cortarle el paso y se metió bajo los fuegos de la artillería de costa. Incluso intentó penetrar en la bahía de Algeciras. Mientras el cañonero Dato, que iba en el convoy, le hacía frente, así como otros barcos artillados, lo acribilló la aviación italiana. El Alcalá Galiano, sin defensa aérea, tuvo que retirarse.

El mismo 5 de agosto desembarcó en Cádiz el primer contingente de tropas de la Werhmacht nazi, pilotos en su mayoría, llegado a bordo del navío alemán Usaramo. Este salió de Hamburgo el 1 de agosto, rumbo al Estrecho, donde lo acogieron torpederos alemanes que lo protegieron hasta Cádiz.(…)

De hecho, Hitler y Mussolini hacían una guerra no declarada a España. Inglaterra, Francia y los Estados Unidos les dejaban las manos libres y subrayaron ese propósito al proclamar el día 8 de agosto la «No intervención». Entonces comenzó de verdad Múnich, donde se coronó la entrega de España al fascismo.

La intervención armada del fascismo, la «No intervención» anglofrancesa y la «neutralidad» norteamericana, cediendo a la agresividad de aquél, fueron las premisas de la Segunda Guerra Mundial. La lucha en España era su primer episodio. (…)

Intervención y «No intervención» eran las dos caras de una misma moneda. Chamberlain, de un lado, Hitler y Mussolini, del otro, dictaban la política. León Blum actuaba como doméstico del primero. Los pueblos inglés y francés tienen con ellos la sangrienta cuenta de 1939-1945. Primero, la vergüenza del 36-39; luego, la tragedia del 39-45.

El territorio de la vecina Portugal fue desde el comienzo de la guerra una prolongación del franquismo. Sus novecientos y pico kilómetros de frontera era campo abierto para las actividades de toda índole de los sublevados, y frontera enemiga para nosotros, los republicanos.

Precisamente a la sombra de la frontera portuguesa avanzaron por la región extremeña las fuerzas facciosas de África que se habían concentrado en la zona de Sevilla, de donde partieron el 3 de agosto hacia Madrid. La columna que mandaba el teniente coronel Yagüe, y que entonces se llamaba «Columna Madrid», estaba formada por tres agrupaciones, compuestas cada una por cuatro unidades de tipo batallón.

Aquella gran unidad de maniobra, bien pertrechada, progresó sin enemigo delante, ocupando Mérida el 11 de agosto. Allí, la columna del coronel Puigdengola, formada por guardias de Asalto y campesinos extremeños (cuatrocientos hombres) realizó un contraataque sin éxito, replegándose a Badajoz.

La defensa de Badajoz, que asumieron efectivos de dos batallones republicanos contra doce batallones enemigos, fue épica. Estos necesitaron tres días para ocuparla, consiguiéndolo al final de la jornada del 14 de agosto. Posteriormente prosiguieron su avance. Los intentos republicanos por detenerlos en la Sierra de Guadalupe, con la columna de Urribarri, y en Oropesa, no dieron resultado, alcanzando el 3 de septiembre Talavera, situada en las márgenes del río Tajo y su afluente el Alberche, sobre la carretera general Extremadura-Madrid.

Las vanguardias fascistas entran en la Plaza de Zocodover (Toledo).

Entre Talavera y Santa Olalla

Al ocupar Talavera el 3 de septiembre se concentró en su comarca la masa fundamental del Ejército de África, que tomó el nombre de Ejército del Tajo. Éste tenía ante sí un extenso campo de maniobra, trazado al norte por las estribaciones sudoccidentales de la Sierra de Guadarrama y las meridionales de la Sierra de Gredos, y limitado al sur por el Tajo y los Montes de Toledo.

(…) La llegada del enemigo a Talavera creó una situación difícil, ya que la República no poseía reservas frescas para hacerles frente (…). A falta de reservas frescas, poseíamos unidades aguerridas: las fuerzas de la Sierra. Y fueron éstas las que recibieron la misión de cerrar el paso al enemigo, junto con algunas formaciones milicianas de nueva planta. (…)

Los combates de Talavera-Santa Olalla tuvieron el signo la una guerra colonial de maniobra en campo abierto de una fuerza de invasión, mercenaria, contra un pueblo agredido que en el curso de la agresión estaba poniendo en pie su ejército.

En ellos se enfrentaron un ejército organizado, que comprendía las cuatro armas clásicas -infantería, artillería, caballería y aviación-, pletórico de cuadros de mando nacionales y extranjeros, cuyos combatientes eran soldados de oficio, algunos con diez-quince años de profesión, dotado abundantemente de material, contra formaciones milicianas en gran inferioridad numérica, de las que las más hechas tenían de 7 a 8 semanas de vida, equipadas con armamento de fortuna y poquísima munición, como regla. Las fuerzas leales de Asalto tenían buena preparación, pero constituían una ínfima minoría.

En la misma jornada del día 3 se estableció contacto con el enemigo. En él cayó Fernando, un chaval de Cuatro Caminos, que fue la primera baja del «Thaelmann» en ese sector.

El día 4 dio comienzo el ataque enemigo. Después de varios días de combate, en los que las fuerzas de Asalto y el «Thaelmann», reforzados con la sección de ferroviarios, se batieron solas, el enemigo logró avanzar ligeramente en nuestro flanco derecho (un terreno llano, cubierto de viñas de nueva plantada y muy polvoriento) y en el centro, afianzándose la defensa a la altura del terraplén de la [carretera] general y del camino carretero que cruza el ferrocarril.(…)

En aquellos días, al enfrentarse con fuerzas fogueadas que no esperaba, el enemigo recibió un castigo serio. Esto le llevó a modificar su táctica. En lo sucesivo, alternaría el ataque frontal, si no le daba éxito inmediatamente, con pequeñas maniobras sobre el flanco abierto de la defensa. En ocasiones apelaba al ataque psicológico, realizado siempre por fuerzas moras que utilizaban el jai-pai, su grito de guerra, armando una verdadera algarabía.(…)

En la noche del 6 al 7 entró en línea en el flanco derecho de la defensa el batallón «UHP», bisoño, que relevó a la 1ª compañía del «Thaelmann» (…). El día 8, muy de mañana, me visitaron en el sector del «Thaelmann», a la izquierda de la carretera, los camaradas Francisco Antón y Carlos Contreras (Vittorio Vidali). Fuimos juntos adonde estaba la 1ª compañía de reserva y tomamos el café con ellos. Marchamos hacia la carretera, donde nos detuvimos conversando sobre las incidencias de los combates. Carlos, el comisario del Quinto, me anunció para el día siguiente la llegada de Lister con tres compañías de Acero. En ese momento apareció una escuadrilla de Junkers, formada en tres patrullas de a tres, cuyo bombardeo fue el primero que realizó la aviación enemiga apoyando el ataque de sus tropas de tierra.

 
Cartel estadounidense contra
el embargo del gobierno de EEUU
a la República española.

(…) Un grupo de muchachos, que estaban sentados a la sombra de una paridera, descansando sus cuerpos sobre el muro, fueron desnucados por la onda de aire provocada por la explosión de una serie de bombas que cayeron a pocos metros de ellos. Refiero estos hechos, que pueden parecer insignificantes, porque así aprendíamos a hacer frente a las nuevas armas que empleaba el enemigo. (…)

Con esa misma tónica prosiguieron los combates en las jornadas posteriores. En el curso de los mismos se iba fortaleciendo la defensa con la llegada de las compañías de «Aida Lafuente», de «Acero» y, más adelante, del batallón «Victoria» (…). En aquel periodo, el enemigo contaba con tal superioridad de fuerzas y medios que algunas veces alcanzaba sus objetivos con el solo movimiento de avance, por no tener adversario delante. La aviación que le apoyaba, toda ella hitleriana, era dueña del aire. (…) El 19 de septiembre volvimos a Madrid, por primera vez, desde que salimos el 21 de julio para la Sierra. El «Thaelmann» tuvo en aquellos combates un 80% de bajas (en los mandos, el 90%, entre ellos los capitanes y tenientes de las compañías). Afortunadamente, el 75% eran heridos que se recuperaron para la unidad.

A partir de los combates del día 4, era un hecho corriente la negativa de los heridos a ser evacuados. Los medios de transporte del batallón, que salieron bien completos, volvieron a Madrid sólo con tres o cuatro combatientes en cada uno (…). Por otra parte, era ley en el «Thaelmann» no dejar un herido ni un caído en manos del adversario. Esto surgió espontáneamente, sin orden de nadie, desde las primeras acciones combativas del batallón en Guadarrama, cuando al finalizar los combates íbamos por los nuestros que durante la batalla no habíamos podido retirar. Tal práctica se afianzó cuando en Peguerinos, en la fuente de entrada al pueblo, encontramos una veintena de combatientes de las tropas de aviación, asesinados y alineados a los pies del pilón.

Con un hecho de idéntica barbarie nos tropezamos en el Casar de Escaloma, cuyas calles estaban cubiertas de asesinados, entre ellos un sorprendente número de muchachas, verdaderas niñas, sus caras de rosa conservando aún el calor de la vida, agujereadas por varios disparos.

(*) El 14 de agosto de 1936, las tropas franquistas tomaron Badajoz. Entre cuatro mil y diez mil personas fueron fusiladas. Yagüe justificó la masacre con estas palabras: «Naturalmente que los hemos fusilado. ¿Pensaban que me llevaría conmigo a cuatro mil rojos mientras mi columna avanzaba luchando contrarreloj? ¿Debía dejarlos en libertad a mis espaldas, permitiéndoles que hicieran nuevamente de Badajoz una ciudad roja?».

 

 

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