El Quinto Regimiento
del 19 de julio
Antonio Machado
Es
frecuente pensar que los hechos ingentes de la Historia, para aparecérsenos como
tales, han necesitado el transcurso de muchos años y que, sin la perspectiva del
tiempo, nos sería difícil verlos. Esto es cierto --en parte-- porque toda visión
requiere distancia. Pero no podemos aceptarlo como verdad absoluta, sin
exponernos al peligro de dejar pasar estos hechos sin reparar en ellos,
incapacitándonos para verlos más tarde con lejanía. Muchos pretenden cegar para
no ver el incendio, y piensan que podrán más tarde describirnos sus vivas llamas
merced al análisis de las cenizas. No. Nuestro deber de hoy es ver lo actual
como podamos, y pintarlo como lo vemos, sin que nos apesadumbre el pensar que
otros pudieran verlo mañana mejor que nosotros. No olvidemos tampoco que los
ojos futuros cegarían para estos hechos, si nuestros ojos se hubieran empeñado
hoy en no verlos. Otrosí: En la boca del león muerto hacen panales las abejas;
mas de la fuerza del león no hemos de juzgar por esos panales. «El Quinto
Regimiento». Mucho mejor todavía que me sonaban, siendo niño y estudiante, las
palabras «tercio viejo de Flandes», o las evocadoras de hechos de la antigüedad
clásica, como «falange macedónica», suenan hoy a mis oídos de viejo estas dos
voces: «quinto regimiento», de suyo tan inocuas, pero, por obra de la historia
que estamos viviendo, tan cargadas de significación que, sin ellas, no podríamos
señalar nada profundo y verdadero en la guerra de España, la guerra actual que a
todos apasiona.
Huelga
decir que el Quinto Regimiento, en su acepción estrictamente militar, no existe
ya: él mismo fue, voluntaria y abnegadamente, a fundirse y a disolverse dentro
del gran Ejército Popular de la República. Pero, con mucha más razón que los
viejos monárquicos gritaban al fallecimiento de sus soberanos: el rey ha muerto,
¡viva el rey!, muchos de nosotros, al saber que ese grupo de héroes, dando una
prueba sublime de disciplina y de modestia, se integraban a una más vasta
organización militar, que él mismo había contribuido a formar, gritamos
conmovidos: ¡viva el Quinto Regimiento!
El Quinto
Regimiento es el nombre con que el Partido Comunista español popularizó el
instrumento de lucha, consagrado a combatir al fascio, desde el mismo día (19 de
julio) en que fue fundado, en una reunión inolvidable, a que asistieron los
comandantes Carlos, Castro, Barbado, Heredia; algunos miembros del Partido
Comunista, «Pasionaria», José Díaz y Francisco Antón. Tal es la célula fecunda,
destinada a convertirse muy pronto en perfecto organismo.
El Quinto
Regimiento fue, en verdad, popular desde sus comienzos. El pueblo con certero
instinto lo hizo suyo, lo acogió con amor y entusiasmo. ¿Por qué? La respuesta
es fácil: el pueblo --en el pueblo entramos todos, sin distinción de clases,
cuantos sentimos el destino común a los hombres de nuestra raza-- sabe muy bien
lo que nace para la vida y lo que nada destinado a la muerte. En esto no suele
engañarse. Ello explica muchos aparentes milagros de la Historia. El 2 de mayo
un motín callejero llevaba dentro toda nuestra guerra de la independencia del
movimiento arrollador que hizo palidecer, primero, u que abatió más tarde el
poder del primer capitán de su siglo. La salida de Juan Martín de su oscuro
pueblo, seguido de dos hombres, es un comienzo tan humilde como fecundo de la
gesta inmortal de nuestros guerrilleros. El Quinto Regimiento --no lo
olvidemos-- que nace con 500 hombres en los primeros días de la guerra, se
disuelve en enero de 1937 con 139.000 hombres, repartidos y encuadrados en los
frentes de Madrid, Extremadura, Andalucía y Aragón... ¡Todo un ejército fiel al
modesto nombre de su origen! ¡Todo un ejército que nace en el pueblo, el pueblo
lo nutre y acrecienta, y al pueblo se reintegra, una vez creado como perfecto
organismo de combate, sin que ni en un solo momento de su historia gloriosa se
prestase a ser un instrumento en manos de la ambición!
El primer
comandante en el Quinto Regimiento fue Enrique Castro; siguióle --en el orden
del tiempo-- Enrique Líster; el comandante Carlos J. Contreras fue desde su
fundación comisario político. Entre sus jefes figuran también Modesto Guilloto,
«El Campesino» (Valentín González), los hermanos Galán, los coroneles Moriones,
Heredia y Brillo; los tenientes coroneles Nino Nanetti y López Tienda, muertos
heroicamente; Gustavo Durán, Toral... Cito no más estos nombres gloriosos,
porque así cumple a esta breve noticio, prefacio de un trabajo más extenso que
me propongo hacer; pero deploro al citarlos no haber aprendido a escribir en
bronce.
En la
barriada norte de Madrid y en la calle de Francos Rodríguez, amplia vía moderna
de la ciudad, en cuyas últimas casas se otea el austero paisaje del Guadarrama,
tenía el Quinto Regimiento su casona de rojo ladrillo. Allí residía su
Comandancia. Algún día, cuando Madrid se reconstruya, no sabemos qué nombre
tomará esta calle; pero seguramente allí comenzará un nuevo Madrid, con parques
de pinos y encinares, que no termine hasta llegar a un gran balcón frente a la
sierra, la sierra donde el viejo Madrid escribió con sangre dos palabras
imperiosas: ¡No pasarán!
Dice José
Herrera Petere, en su reciente y admirable epopeya de la guerra Acero de Madrid
(muy otro acero, en verdad, que el medicinal que se administraban las damas
opiladas en tiempos de nuestro Lope de Vega) que hubo de ensancharse la puerta
del cuartel rojo de la calle de Francos Rodríguez. Salían de allí, dice,
expediciones para todas partes, mas no por eso quedaba silencioso el cuartel.
Había colas en él para alistarse, para recoger armas, para hacer la instrucción.
Colas para dar, para darlo todo, y para no pedir nada: las cosas más generosas
del mundo. Sí, tiene razón Petere. Y con él hemos de estar acordes muchos de
cuantos escribimos hoy sobre la guerra. Por fortuna, pasaron los tiempos en que
los hombres de pluma preferían cohonestar con el ingenio lo estrambótico
--disfrazar la tontería humana para que los tontos no la reconozcan por suya-- a
aceptar con sincero aplauso una verdad bien señalada, que habla a la conciencia
de todos. Fue aquello, en efecto, un río generoso, una humana corriente
altruista. Y fue corriente y cauce (el Quinto Regimiento), ímpetu popular,
frenado por un concepto de la disciplina y de la eficacia no menos popular.
Convendría
no olvidar nunca, cuando se habla de la obra del pueblo, toda la parte que en
ella pone la inteligencia y la cautela. Cuando se evoca al río popular, apenas
si se piensa más que en sus posibles desbordamientos. Se olvida el amplio y
flexible lecho por donde corre, sus esclusas y compuertas y las acequias,
regatos y atanores que conducen y distribuyen sus aguas. Se piensa que lo
popular en España es la anarquía, en el sentido peyorativo de esta palabra. Yo
he pensado siempre precisamente todo lo contrario. Siempre creí que, sin la más
directa intervención del pueblo, nada completo, nada fuerte, nada orgánico y
vital podríamos realizar. Lo anárquico en España es siempre señoritismo, en el
mal sentido --si alguno hay bueno-- del vocablo. En el Poema del Myo Cid, esa
gesta que escribió un hombre de la altiplanicie de Castilla fronteriza con los
reinos moros de Aragón, no hay más señoritos propiamente dichos que los Infantes
de Carrión, yernos de Rodrigo, los «héroes» del Robledo de Corpes. Contra ellos
luchamos, como creo haber demostrado en otra ocasión. Todo lo demás, empezando
por el Campeador, es pueblo, hondamente pueblo y, por ende, el elemento
constructor y fecundo de la raza.
El Quinto
Regimiento surge de una iniciativa del Partido Comunista español, pero el
Partido Comunista español (os habla un hombre que no está afiliado a él y que
dista mucho en teoría del puro marxismo) es una creación españolísima, un crisol
de las virtudes populares, entre las cuales figura nuestro don de universalidad
y nuestra capacidad de amor más allá de nuestra fronteras. Nada tan español,
nada tan popular --reparadlo bien--, nada tan sinceramente nuestro como esa
honda simpatía, como ese amor fraterno que siente hoy España, la España
auténtica, por el pueblo ruso y por los hombres de otros pueblos, que han venido
a verter su sangre por una causa humana, generosa y desinteresadamente, al lado
nuestro. Los que se dicen defensores de la cultura, y bombardean el Museo del
Prado, la pila bautismal de Cervantes y el sepulcro de Cisneros, los hoy
llamados fascistas --yo creo que el mote les viene todavía ancho--, los que han
abierto las puertas de su patria a las codicias totalitarias, son, en cambio,
los mismos que trabajaron siempre por aislarnos del mundo. Ellos son los
descendientes de aquellos mayorazgos en corte, que gastaban sus fortunas en
adular a la realeza, mientras los pobres segundones descubrían y conquistaban
América; ellos --todo hay que decirlo-- son los que más de una vez hicieron
fecunda a la pobreza española. Merced a ellos, hombres como Cervantes tuvieron
que buscar el pan fuera de su patria. Y conste que por ellos ni se hablaría el
español más allá del Atlántico, ni se habría escrito el Quijote.
El Quinto
Regimiento tuvo desde un principio un contexto integral de la guerra: Hay que
luchar y hay que saber por qué se lucha. De aquí la enorme importancia que dio
siempre a cuanto se relaciona con la cultura, en su aspecto moral, técnico y
artístico. Un episodio no más de la actuación pro cultura del Quinto Regimiento
es el tránsito de Madrid a Valencia de los intelectuales y la instauración, en
la ciudad del Turia, de la llamada, con ingeniosidad popular, Casa de los
Sabios. Se pretende poner a salvo a los más altos productores de la cultura
actual, al par que se libertaban del fuego las joyas de nuestros museos, de
nuestros archivos, de nuestras bibliotecas. El Quinto Regimiento, que trabajaba
por la creación de un ejército regular al servicio de la República, tenía sus
raíces no sólo en el Ministerio de Defensa Nacional, sino también en el de
Instrucción Pública. La labor de Wenceslao Roces y Jesús Hernández, dos egregios
comunistas a quienes debe en dos años --digámoslo de pasada-- la instrucción en
España más que a un siglo entero de sus predecesores, es actuación del Quinto
Regimiento. Digámoslo para gloria suya y satisfacción de cuantos creemos debemos
a la verdad antes que a la delicadeza que omite el elogio a boca de jarro.
El Quinto
Regimiento fue, en su actuación concreta y limitada, algo admirable y, en cuanto
es asequible a la obra humana, perfecto. En su actuación difusa y mediata fue
algo más admirable y perfecto todavía. Supo crear, animar, impulsar, supo
organizar, asimilar, atraer, hacer cordialmente suyas las esencias de una guerra
que es el principio --no lo olvidemos-- de una nueva Cruzada. Cuando llegue el
día de las grandes simplificaciones, cuando los tópicos actuales hayan adquirido
su más profunda significación, se dirá: Fue el Quinto Regimiento el alma de la
guerra de España, el firme sostén de la más gloriosa República española, fue
España misma, frente a los traidores de casa, desnaturalizados por su propia
traición, y las negras y abominables codicias de fuera. Honda y sustancialmente,
cuanto en España no fue Quinto Regimiento, cuanto no estuvo de corazón con el
Quinto Regimiento, fue --admitamos otra expresión de valor simbólico-- quinta
columna.